La polarización se amplifica, pero existir existe

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Gaspar Llamazares

(Sobre un debate en Zaragoza con Cristina Monge)

Estoy convencido de que la polarización actual proviene sobre todo del efecto del incremento del malestar de la siempre relativa desigualdad social, así como de la desconfianza en la representación y en la política, de la simplificación como producto de las redes sociales y del clima populista. Es una patología que afecta a todos los tejidos del sistema democrático sin excepción. Espera, como algunos virus latentes, la debilidad de todo el cuerpo democrático para manifestarse. La debilidad siempre llega ante el desequilibrio económico y la erosión de la justicia social.

Hay quien sostiene, sin embargo, dentro de la izquierda y entre sociólogos y politólogos destacados, no sin razones para ello, que la polarizacion siempre ha existido como parte de la dialéctica política, y que su exageración en la opinión pública, si acaso se trataría solamente de un eufemismo para disimular la principal radicalización que se produce de parte de la derecha y por otro lado de la creación y amplificación de un mantra fundamentalmente mediático. Del papel determinante de la rebelión de los ricos y de la radicalización de la derecha, así como de la capacidad de amplificación de lo más vendible y de la manipulación de los medios y de las redes sociales en el actual contexto de crisis no tengo nada que objetar. No hay más que ver los recientes acontecimientos en la política española, y la radicalización de las instituciones y de los medios conservadores para darse cuenta de ello. Pero, aunque sea solo como reacción y no como estrategia de la izquierda, la dinámica de la polarización y su reciente aceleración, en mi opinión, existir existe. Y se fomenta y mantiene porque es el principal combustible de las ideologías que pretenden ser alternativas a la democracia representativa. La extrema derecha es explícita en este sentido y por tanto necesita una sociedad adicta al conflicto.

De lo que no cabe duda es de que la desigualdad y la polarización social se han agravado desde principios de siglo, sobre todo a partir de las políticas neoliberales de estabilización económica y de la correspondiente ruptura del contrato social nacido a partir de la posguerra de la segunda guerra mundial y en paralelo con la sustitución de los partidos de masas por los partidos de gestión o 'atrápalotodo'.

En cuanto a la orientación de voto, éste responde en mayor medida a las sensaciones, los sentimientos y los relatos de parte que a la racionalidad y los proyectos politicos

Ésta dinámica se ha precipitado más recientemente como consecuencia de la crisis financiera y de las políticas de austeridad protagonizadas por la desregulación fiscal y laboral, por los recortes sociales y las privatizaciones, que no solo han acentuado el malestar social sino que han puesto en cuestión las instituciones colectivas como la fiscalidad o los servicios y el sector público, y con ello el vínculo de confianza entre la ciudadanía y su representación política, cada día más impotente desde el estrecho marco del Estado para garantizar los avances sociales y los derechos civiles del estado social y democrático ante la globalización.

En la actualidad, junto a la incorporación al desarrollo económico de continentes enteros como Asia, en otros se multiplican las causas sociales y ambientales que agravan la pobreza y las migraciones, como en África, mientras en España dentro de Europa la pobreza y la exclusión social relativas se amplían y se heredan y una parte de las antiguas clases medias ya se han desplomado, cuando no se han pauperizado, en particular en el sector de los trabajadores autónomos y de los de las nuevas franquicias y plataformas digitales.

Hoy, esta polarización social tiene además un reflejo político y electoral, con la desvinculación de los sectores de menor renta de la participación sindical e incluso del voto con un ínfimo nivel de afiliación y un alto nivel de abstención, a lo que se suma la desafección de amplios sectores de las clases medias del juego democrático y también de cualquier representacion mínimamente articulada, con un mayor respaldo a la nostalgia, el agravio, la idea del hombre providencial y el apoyo a las opciones antisistema.

En cuanto a la orientación de voto, éste responde en mayor medida a las sensaciones, los sentimientos y los relatos de parte que a la racionalidad y los proyectos politicos, afectos que están monopolizados por la incertidumbre y la rabia, entre el refugio en la seguridad de la representación tradicional y la indignación y la rabia canalizadas hacia los nuevos partidos situados en los extremos junto a los partidos locales o de causas. Entre la retropía populista y la comunitaria.

Así, se han extendido las nuevas representaciones, bien a través de partidos populistas ex novo o mediante la toma de posición en las organizaciones tradicionales por parte de estas estrategias y relatos populistas.

Eso es lo que ha ocurrido en el terreno fértil del caudillismo en los países latinoamericanos, pero también en espacios políticos aparentemente consolidados en Europa como son Cinco estrellas o Hermanos de Italia, en la Francia de Le Pen y Macron, e incluso en el interior de los partidos tradicionales como el Partido Republicano de los USA, los tories británicos y otros.

Frente al fundamental intangible que se resume en el término de 'cultura democrática', el escepticismo se extiende a todos los ámbitos de la vida social debilitando, junto a los planes de vida personal, en pareja o familiar, la confianza en lo colectivo y en la participación, y en consecuencia de la representación de lo común y de la utilidad de las decisiones colectivas, tanto desde la comunidad de vecinos hasta cualquier tipo de asociacionismo.

En los últimos tiempos, cada día más caracterizados por el encadenamiento de las catástrofes, la ansiedad y depresión de la autoexposición y la autoexigencia como males predominantes, y ante la cada día mayor presencia de las políticas de emergencia y anticipación. En este ámbito están todavía por verse sus posibles consecuencias.

En su obra Julio Cesar, Shakespeare ya nos muestra lo fácil que es derrotar la racionalidad política. La razón de Bruto no puede con el discurso emocional de Marco Antonio, que buscaba polarizar para preparar el conflicto que enterrara la república. Lo logró. Por tanto, nada de lo que vivimos es novedoso en esencia pues lleva siglos entre nosotros, aunque nuevas son sus manifestaciones, sobre todo la que se refiere a la comunicación de la política. Esta es hoy la principal labor de la izquierda, construir una democracia, una res pública, que pueda superar, otra vez, el virus de la polarización. No existe alternativa ni conceptual ni, por tanto, real a la democracia que hemos logrado construir.

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Gaspar Llamazares es fundador de Actúa.

(Sobre un debate en Zaragoza con Cristina Monge)

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