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Durante el lustro que duró su gobierno en Afganistán, entre 1996 y 2001, los talibanes fueron reconocidos por tres países de gran peso en la región: Pakistán, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí. Dos décadas después, solo el primero de estos países mantiene a su personal diplomático en territorio afgano.
Además, al tablero de juego se suman también países como China, Rusia o Turquía, que está por ver si reconocen a los talibanes como gobierno oficial del país. Pero, ¿cuáles son los principales interesados en el escenario actual?
Pakistán, el vecino que vigila atento su patio trasero
Pakistán jamás ha quitado los ojos de Afganistán. En Oriente Medio se puede apreciar una tendencia de las potencias regionales de buscar profundidad estratégica aprovechando conflictos en sus “patios traseros”; es el caso de Pakistán, con su apoyo a los talibanes afganos, y ha sido el de Irán, con el respaldo a los hutíes en Yemen.
A pesar de lo complicado que es lograr un reconocimiento directo a las fuerzas del grupo talibán por parte de Pakistán, hay varios factores que lo sugieren implícitamente. En primer lugar, la cuestión étnica. En Afganistán predominan cuatro grupos étnicos, los pastunes (en torno al 40% de la población); los tayikos (20-30%), que ocupan más bien el norte del país; los hazaras (10%), situados en las montañas centrales; y los uzbecos (10%), según archivos de la CIA. Los pastunes son, al mismo tiempo, la segunda etnia predominante en Pakistán, integrada por casi un 15% de la población. De hecho, fue en las madrazas de Pakistán donde estudiaron muchos de los muyahidines fundamentalistas que crearon el movimiento talibán en 1994 y que expulsaron a los soviéticos de la región en 1989.
Otro aspecto que determina el interés de Islamabad en Kabul es el de la relación con India, el enemigo histórico de Pakistán. La inclinación de Pakistán a mantener un control efectivo sobre Afganistán obedece también al trauma sufrido por la pérdida de Pakistán Oriental, el actual Bangladés, en el que se implicó el ejército de la India. Mientras que Pakistán comparte lazos con los talibanes, la India poseía línea directa con el gobierno afgano, por lo que la toma de Kabul por las milicias el pasado 15 de septiembre es una pésima noticia para Nueva Delhi.
No obstante, tal y como señala Agus Morales, director de la Revista 5W y corresponsal durante años en la India y Pakistán, un gobierno completamente dirigido por los talibanes en Afganistán no es el escenario ideal para el país pakistaní. Islamabad preferiría algo de contrapeso en Kabul y así evitar un envalentonamiento desatado de los talibanes que acabe volviéndosele en contra.
Pekín, el inversor cauteloso
La rivalidad histórica entre India y Pakistán también ha desembocado, incluso, en que Islamabad se convierta en el gran aliado de China en la región. Pekín siempre ha mostrado cautela respecto a Afganistán, el país llamado “cementerio de imperios” en el que, desde el siglo XIX, han ido fracasando los ejércitos de Reino Unido, la Unión Soviética y Estados Unidos. Sin embargo, el país asiático sí se ha involucrado económicamente en el país afgano.
China ve a Afganistán como uno de sus grandes focos de inversión, ya que dentro de las fronteras afganas hay aproximadamente 1,4 millones de toneladas de elementos como neodimio o litio. En este sentido, no hay que olvidar que China es líder de las cadenas de suministro mundiales de tierras raras, hecho crucial en su estrategia geopolítica. Sin ir más lejos, en 2019, EEUU obtenía el 80% de sus minerales a través de China, al tiempo que los países europeos importaron el 98% de estos materiales de Pekín.
Teniendo todo esto en cuenta, China ha evitado reconocer explícitamente a los talibanes, pero sí muestra su disposición a mantener relaciones cordiales con el grupo fundamentalista y “desea una transición tranquila”, declaró la portavoz del ministerio de Exteriores, Hua Chunying, el día siguiente a la toma de Kabul. También aclaró que la embajada china continuaba trabajando con normalidad en territorio afgano. Esta postura de cordialidad recuerda mucho al trato que ya mantuvo el gigante asiático con el grupo talibán entre 1996 y 2001.
“El enemigo de tu enemigo es mi amigo”
Esa es la mejor definición de la actitud que están adoptando países como Rusia o Irán. Vladimir Putin es uno de los líderes que han decidido mantener su embajada en Kabul. Moscú calificó en 2003 a los talibanes de grupo terrorista, pero una retirada de tropas estadounidenses siempre significa una buena noticia para el Kremlin. Máxime, si hace tres décadas era Washington el que apoyaba a los fundamentalistas que echaron de Afganistán a los soviéticos.
El responsable del Gobierno ruso para Afganistán, Zamir Kabulov, ya ha declarado que el reconocimiento oficial de los talibanes por parte de Rusia dependerá de las acciones que el grupo lleve a cabo. Por su parte, el grupo talibán, que se encuentra en una suerte de cortejo a las grandes potencias, ha respondido asegurando “la protección del perímetro exterior de la embajada rusa”.
Asimismo, Irán, más que apoyar a los talibanes, apoya al que ha echado a EEUU de la región. Las disputas que la República Islámica de Irán ha mantenido con Washington han llegado a provocar que un país de mayoría chiita, como el iraní, no eche las manos al cielo por el ascenso de poder de un grupo integrista sunita, como es el talibán. Según el medio Middle East Eye, Qasem Soleimaní, el antiguo general iraní asesinado por EEUU en 2020, llegó a un acuerdo de no agresión con los talibanes, basado en la facilitación de fondos y adiestramiento de los integristas sunitas a cambio de que estos mantuviesen la seguridad de la minoría chiita afgana. En la actualidad no está del todo claro si el pacto continúa vigente.
Por otra parte, Irán está mostrando una posición muy similar a la de Turquía, ambos países temen una entrada masiva de refugiados en sus fronteras. Por esta razón, los líderes de ambos países celebran cada vez que los talibanes prometen en público un gobierno estable y pacífico. Sin embargo, no parece que dichos países confíen demasiado en la prometida estabilidad afgana, pues ya desde el pasado mes de julio, ante el inminente avance talibán, Turquía anunciaba que construiría un muro a lo largo de su frontera con Irán para impedir la llegada de refugiados afganos.
Lavado de cara para el resto del mundo
Por su parte, los talibanes buscan evitar una injerencia externa y, por ello, se encuentran desarrollando toda una estrategia de marketing para desmontar su impopularidad internacional. Esta va desde publicar fotografías en las redes sociales tomando helados o entrenando en el gimnasio, hasta asegurar en los medios que respetarán los derechos de las mujeres, “siempre y cuando estén dentro de la ley islámica”. Mientras, se alzan voces como Mikel Ayestaran, corresponsal español en Oriente Medio, que recuerda: “los peores atentados que yo he cubierto en Kabul han sido perpetrados por los talibanes”.
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Está por ver qué países comprarán este relato, pero las imágenes de lo que ocurre en los alrededores del aeropuerto de Kabul; o las que muestran cómo en Jalalabad se dispara a manifestantes que ondean la bandera tricolor afgana, ahora convertida en un símbolo de resistencia, generan serias dudas sobre la supuesta paz talibán.
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Ana Cabirta es periodista especializada en información internacional y especialista en comunicación de empresas internacionales.
Durante el lustro que duró su gobierno en Afganistán, entre 1996 y 2001, los talibanes fueron reconocidos por tres países de gran peso en la región: Pakistán, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí. Dos décadas después, solo el primero de estos países mantiene a su personal diplomático en territorio afgano.
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