Marie-Jeanne Roland, antes de perder el cuello bajo la guillotina, enunció la frase que la haría pasar a la historia “¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”. Cualquier valor, por elevado que sea, se presta al abuso, pero la libertad encierra, en sí misma, un problema irresoluble sin la igualdad: la libertad de alguien, si no es compartida por todos por igual, es privilegio.
Esta paradoja fue detectada por los liberales que, rápidamente, asumieron la libertad como su valor central porque servía a sus intereses, porque legitimaba moralmente la desigualdad, su poder, por el procedimiento de pedir libertad en aquellas cosas que solo podían ejercer ellos con su dinero. La libertad de expresión es un ejemplo muy claro. Los liberales, para oponerse al Rey, apostaron por esta como valor sagrado, sabiendo que eran los únicos que tenían los recursos para comprar las imprentas y periódicos. Era una libertad, pero en realidad, era un privilegio de unos pocos, el privilegio, el poder para influir en los demás sin que los demás pudiesen hacer lo mismo.
Y es esta visión de la libertad de expresión, como privilegio económico de una élite, de unos pocos, la que hemos podido ver recientemente en Madrid, durante el Orgullo LGTB+ cuando Ciudadanos asistió a la manifestación con una pancarta que dejaba muy claro que lo hacían en defensa de su privilegio de expresión con el lema “Al Orgullo, Vamos”. Un mensaje muy explícito: nosotros, vamos al Orgullo aunque no queráis. Nosotros, tenemos derecho a expresarnos en vuestra manifestación aunque tape vuestra expresión. Vuestra manifestación y expresión es nuestra para decir lo que queramos nosotros, os guste, os moleste o no.
Si ha habido una conclusión clara de todo el circo montado por los naranjas es esa: que Ciudadanos entiende la libertad de expresión como su privilegio, de las élites, de ellos mismos. Una libertad que nunca les debe ser limitada, que tienen el derecho de ejercer incluso para tapar y acallar otras expresiones, una libertad de expresarse que no soporta críticas a sus opiniones. Una libertad de expresión que es desigualdad e irresponsabilidad por varios motivos.
En primer lugar, porque la libertad de expresión tiene límites en las consecuencias directas que causa. Como decía John Stuart Mill, gritar “¡fuego!” en un teatro lleno de gente es libertad de expresión, sí, pero puede tener como consecuencia un tumulto que puede costar heridos o vidas, un valor superior y, por tanto, nadie entiende que una provocación de ese tipo deba estar incluida dentro de la libertad de expresión. De la misma forma, asistir a una manifestación a imponer tu mensaje y tu presencia, cuando no has firmado los compromisos exigidos, cuando has pactado contra los manifestantes, asistiendo con una pancarta desafiante y con una actitud chulesca contra un colectivo al que se le están quitando derechos, solo se puede calificar de irresponsabilidad cuando no de un intento de reventar la manifestación, con las consecuencias imprevisibles que algo así podía tener.
En segundo lugar, porque la libertad de expresión, para no ser privilegio, debe ser igual libertad por ambos lados y especialmente amplia del lado de los convocantes de la manifestación. Por supuesto, Ciudadanos, mientras no vaya a reventar y provocar en la manifestación, tiene todo el derecho del mundo a asistir y expresarse en apoyo al colectivo LGTB+. Pero de la misma manera, los manifestantes tienen a su vez todo el derecho del mundo de expresarse, de criticar su presencia y abuchearles. Así funciona la libertad de expresión en la Constitución: es un derecho para todos, no solo para los partidos políticos y, sobre todo, es un derecho para los manifestantes y especialmente para los convocantes. Entenderlo de otra forma llevaría a que cualquier grupo podría reventar una manifestación simplemente asistiendo, provocando y luego culpando de intolerantes a los manifestantes.
En tercer lugar, porque no hay nada que deje más claro cómo percibe la libertad de expresión Ciudadanos que la persecución de la libertad de expresión ajena que les critica. Causa vergüenza, cuando no rabia, ver cómo Ciudadanos ha presentado denuncias ante fiscalía por conceptos tan vagos y tan perversamente utilizados como el de delito de odio o el de discurso de odio, denunciando las críticas en redes sociales, los memes e incluso las viñetas de ilustradores que señalaban la sobreescenificación de Ciudadanos. Exigir libertad de expresión mientras se pide legalmente que se censuren las expresiones críticas a Ciudadanos, indica que Ciudadanos es un grupo de privilegiados poco acostumbrados a las críticas y nada a la frustración, acostumbrados a que sus expresiones sean demasiado relevantes, con un privilegio de expresión inversamente proporcional a su falta de respeto por el derecho a la expresión crítica de los demás.
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Así, tras un partido que cree firmemente que su derecho a expresarse está por encima del de los demás, que califica a los manifestantes como “grupos organizados” de ultraizquierda, las críticas que reciben como “odio” e incluso equiparan las críticas recibidas a las de quienes piden actos terroristas, que no acepta el derecho a criticarles, que se considera con derecho a apropiarse simbólicamente de las manifestaciones ajenas cuando no a reventarlas y que no tiene problema en actuar de manera provocadora e irresponsable, subyace una realidad que es muy difícil de ocultar: que Ciudadanos tiene bien poco de liberal, que, en realidad, Ciudadanos es un partido autoritario que busca el choque y la provocación contra las minorías con tácticas de Alt Right.
Un partido que pacta con Vox recortes de derechos a las minorías, que asiste a su manifestación para autopromocionarse sabiendo que su presencia es el equivalente de gritar fuego y lo hace en nombre de la libertad de expresión, pondría los pelos de punta a John Stuart Mill. Y si además supiera que este partido, en vez de aceptar las críticas, persigue las expresiones libres de los demás y carga contra las minorías al grito de “delito de odio” y de “amenazas de apología del terrorismo”, solo podría llegar a una conclusión: que ese partido no es liberal. Que más que liberales, son monárquicos.
Y, desafortunadamente, tendría razón.
Marie-Jeanne Roland, antes de perder el cuello bajo la guillotina, enunció la frase que la haría pasar a la historia “¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”. Cualquier valor, por elevado que sea, se presta al abuso, pero la libertad encierra, en sí misma, un problema irresoluble sin la igualdad: la libertad de alguien, si no es compartida por todos por igual, es privilegio.