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El doctor Eyad al Sarraj (1943-2013) fue un activista humanitario, pacífico defensor de la causa palestina, encarcelado una vez por Israel y tres por la Autoridad Palestina, por denunciar las violaciones de derechos humanos por parte de unos y otros. Estudió medicina en Egipto y psiquiatría en Inglaterra y se convirtió en el primer psiquiatra de la franja de Gaza. En 1990 creó el Programa comunitario de salud mental, con el que, por cierto, colabora la Universidad de Sevilla. Su intención era atender las necesidades urgentes derivadas de la ocupación israelí, que –transgrediendo la obligación que el derecho internacional impone a la potencia ocupante– niega proveer de servicios básicos a la población, incluida la salud mental. Sarraj centró su atención en la angustiosa necesidad de ocuparse de la salud mental de los palestinos, especialmente de los niños, que viven en situaciones traumáticas y de opresión. Solía decir que si una persona es desposeída de sus derechos humanos, es imposible que disfrute de una buena salud mental. De ahí que el Programa gazauí considere que una salud mental sana resulta del sentimiento subjetivo de sentirse bien y en armonía con su entorno. Y es evidente que el entorno de Gaza, en la práctica un gigantesco campo de concentración, es opresivo y causa daño mental a las personas, singularmente a los niños y jóvenes y a la comunidad.
He estado en Gaza en distintas ocasiones. A mediados de los años noventa como delegado para Oriente Medio de la Agencia Humanitaria de la Comisión Europea (ECHO) y durante mi época de europarlamentario (1999-2014), y tuve el honor de entrevistarme con el doctor Sarraj. Comparamos la población y la densidad demográfica de Gaza (365 kilómetros cuadrados, dos millones de habitantes, aproximadamente 4167 habitantes/km) con la de Menorca (700 kilómetros, 87.000 habitantes, aproximadamente 112 habitantes/km). Se imagina usted, me dijo, lo que es vivir, malvivir, sobrevivir en un territorio 50% más reducido que el de su isla mediterránea, sometidos a los bombardeos de la potencia ocupante y, en determinados casos, con sus derechos humanos conculcados por los suyos, por las propias autoridades palestinas? Angustiado, hice lo posible por imaginarlo y no lo he olvidado. Leí más tarde unas declaraciones suyas en las que afirmaba que la ocupación israelí había dejado a los palestinos "exhaustos, atormentados, brutalizados". Sin embargo, en la conversación que mantuve con él, la afirmación que más me impactó fue esta: "Si en Gaza se pregunta a un niño qué quiere ser de mayor, no contesta que le gustaría ser médico, soldado o ingeniero. Dice que quiere ser mártir". Tampoco lo he olvidado.
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El doctor Ahmed Abu Tawahina (1960-2018), psiquiatra e igualmente pacífico activista humanitario como el doctor Al Sarraj, sucedió a este en la dirección del Centro de salud mental, Centro que fue bombardeado y completamente destruido por Israel en diciembre de 2008 en la denominada Operación Plomo Fundido (1400 palestinos muertos, incluidos 352 niños). La profesora María José Lera, del Departamento de Psicología Educativa y de la Educación de la Universidad de Sevilla, nos recuerda que tras esa masacre de 2008 y 2009, las investigaciones señalaron que el 60% de la población gazauí sufría estrés postraumático, lo que unido al desastre económico y social y la perseverancia de los ataques israelíes, ocasiona lo que el doctor Tawahina denominó síndrome de Gaza, que surge cuando se somete a los seres humanos a una abrumadora secuencia de estímulos negativos, sin capacidad de reaccionar ni de controlar mínimamente nada, provocando que la persona perciba que quieren exterminarla, bloqueada para evitar o escapar de la situación. El doctor Tawahina lo sintetizó así: "La gente de Gaza son cobayas. Los ponen en una jaula, sin poder hacer nada, sin poder mejorar su situación, simplemente haciendo nada. Esta es la situación de la gente de Gaza".
Tras la siguiente agresión israelí de noviembre de 2012, bautizada por Tel Aviv como Pilar Defensivo, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA) informó de que el estrés postraumático entre los tratados había aumentado en un ciento por ciento, de ellos, el 42% menores de nueve años. Es pronto para concluir el grado de estrés alcanzado en Gaza tras los bombardeos israelíes de mayo, pero podemos imaginarlo. Concluyo con Michael Lynk, relator de la ONU para los Territorios Palestinos Ocupados: "Ninguna ocupación contemporánea ha tenido lugar ante una comunidad internacional tan alerta a sus graves violaciones del derecho internacional, tan bien informada del sufrimiento y despojo de los ocupados y, sin embargo, tan poco dispuesta a actuar en base a las pruebas abrumadoras, utilizando los abundantes instrumentos jurídicos y políticos disponibles para poner fin a la injusticia". La tan cacareada comunidad internacional...
Emilio Menéndez del Valle es embajador de España.
El doctor Eyad al Sarraj (1943-2013) fue un activista humanitario, pacífico defensor de la causa palestina, encarcelado una vez por Israel y tres por la Autoridad Palestina, por denunciar las violaciones de derechos humanos por parte de unos y otros. Estudió medicina en Egipto y psiquiatría en Inglaterra y se convirtió en el primer psiquiatra de la franja de Gaza. En 1990 creó el Programa comunitario de salud mental, con el que, por cierto, colabora la Universidad de Sevilla. Su intención era atender las necesidades urgentes derivadas de la ocupación israelí, que –transgrediendo la obligación que el derecho internacional impone a la potencia ocupante– niega proveer de servicios básicos a la población, incluida la salud mental. Sarraj centró su atención en la angustiosa necesidad de ocuparse de la salud mental de los palestinos, especialmente de los niños, que viven en situaciones traumáticas y de opresión. Solía decir que si una persona es desposeída de sus derechos humanos, es imposible que disfrute de una buena salud mental. De ahí que el Programa gazauí considere que una salud mental sana resulta del sentimiento subjetivo de sentirse bien y en armonía con su entorno. Y es evidente que el entorno de Gaza, en la práctica un gigantesco campo de concentración, es opresivo y causa daño mental a las personas, singularmente a los niños y jóvenes y a la comunidad.
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