- ¿De quién es la patente de esta vacuna?
- Bueno, supongo que de la gente. No hay patente ¿Se puede patentar el sol?
Jonas Salk
Los anuncios. Entre la realidad y la propaganda.
El Gobierno anuncia que tendremos tres millones de vacunas para final de año, cuando los precedentes, salvo excepciones, han tardado una década. Donald Trump, más imprudente, haciendo de la necesidad virtud, pone fecha para antes de las presidenciales de Noviembre.
La científica jefe de la OMS, sin embargo, señala que, siendo realistas, las vacunas para el covid-19 no llegarán a los países y a sus ciudadanos hasta después de mediados de 2021. Se trata de producir miles de millones de dosis, y aunque se duplicase la capacidad actual de los principales productores, si antes no se colapsa la cadena de suministro, apenas habría vacunas para un veinte por ciento de la población a lo largo de 2021.
Este tipo de previsiones juega en tiempos de pandemia el papel de señuelo para mantener la esperanza, como mucho antes lo fueran los milagros o como ha ocurrido recientemente con el eslogan de la nueva normalidad al final del confinamiento. El riesgo es que, de no cumplirse, añada más decepción y frustración a la incertidumbre actual.
En todo caso, la carrera entre las más de ciento cuarenta vacunas en marcha, la treintena en situación de ensayo clínico y entre ellas las nueve en su tercera fase y las dos ya autorizadas, permite que se mantengan las expectativas más optimistas.
Como digo, no es nada nuevo. En cada pandemia reciente todos los responsables políticos han planteado unos plazos irreales y anunciado la vacuna como panacea... Unas expectativas y unos plazos que han resultado ilusorios. Por ejemplo: con las anunciadas vacunas del sida o el ébola, por las que aún seguimos esperando. Y de las culminadas, al final solo el diez por ciento han sido seguras y efectivas.
Por supuesto, no cabe duda de que las vacunas han sido uno de los mayores éxitos de la salud pública, eso sí junto al agua potable, el saneamiento y las mejoras sociales, laborales y en igualdad de género.
Su periodo floreciente comienza con el éxito de las vacunas de la viruela en el siglo XIII y de la polio ya mediados los años cincuenta, y su generalización en los sesenta y setenta del siglo pasado con los calendarios vacunales y la vacunación obligatoria de niños y soldados.
La alta incidencia hasta entonces de epidemias infecciosas infantiles, de su alta mortalidad y graves secuelas ha descendido drásticamente, para volver solo a repuntar en occidente en la actualidad.
Las vacunas, en todo caso, no sustituyen, sino que complementan el saneamiento, la higiene y las medidas de salud pública y atención sanitaria. El mantenimiento de las medidas higiénicas es esencial, ya que tan solo el lavado de manos reduce la presencia de los microorganismos a la mitad.
Tampoco sustituye las medidas de salud pública para la contención de la transmisión de las pandemias ni las destinadas a las patologías y los hábitos de riesgo, hoy descuidadas, ni tampoco a la mejora de las terapias y el refuerzo de los recursos sanitarios.
Por eso, la prioridad para la OMS en sus últimas conferencias ha sido primero la atención primaria y ahora la universalización de la atención sanitaria y la salud en todas las políticas para hacer frente a los determinantes sociales.
La encrucijada para las vacunas está hoy en sus limitaciones, en algunos casos de eficacia, pero sobre todo de investigación y comercialización, así como en la relajación si no en la desconfianza de una parte de la opinión pública. Una opinión pública que va de una complacencia en aumento, incluso entre los sanitarios, al minoritario movimiento antivacunas.
La salud, entre el negocio y la geopolítica
Nos encontramos de hecho en una encrucijada y ante la necesidad de un cambio de estrategia. De la estrategia de erradicación a la contención de los virus.
De otra parte, por los fracasos de la malaria, el sida y el ébola y con las recientes experiencias ambivalentes de la gripe A y la gripe común. Una como consecuencia de su acaparamiento injusto y la otra por la discusión sobre su eficacia variable año a año, entre el 30 y el 60 por ciento.
Pero lo más grave son las dificultades para su viabilidad económica: dificultades que abarcan la investigación, el desarrollo y la fabricación: porque las vacunas son en primer lugar medicamentos biológicos en cultivos celulares, mucho más difíciles de conseguir que los químicos.
Pero además, con dificultades añadidas con respecto a los mercados estables de los tratamientos crónicos, frente a la incertidumbre y el corto plazo del mercado de las vacunas. Sobre todo, en el momento decisivo del llamado valle de la muerte, en la fase III del ensayo clínico, con la necesidad de contar con una amplia cohorte de personas a lo largo de un tiempo. En resumen, una perspectiva incierta de casi una década, en miles de personas y que requiere miles de millones de inversión en investigación, desarrollo y licencias.
En definitiva, estas son las causas de la pérdida de interés del mercado de las vacunas para un sector privado menguante, que ya sólo representa el 3% del billonario negocio del medicamento. La prioridad hoy son, por contra, las enfermedades crónicas y los medicamentos biológicos.
En los últimos tiempos, estos problemas se han paliado a base de trasladar el coste de la investigación al sector público, para mantener la rentabilidad en el privado, y mediante soluciones temporales como las donaciones, las fundaciones y las llamadas alianzas público-privadas.
Sin embargo, la necesidad de una financiación sostenida en el tiempo para la preparación ante futuras pandemias, como las que requeriría el listado de patógenos prioritarios liderado por la OMS, obligaría a la participación del sector público en toda la cadena, no solo en la investigación sino también en la producción y comercialización. Aunque no parece que, a pesar de la amenaza de pandemias letales, esa sea la voluntad de buena parte de los gobiernos.
El continuismo de la vacuna del covid-19
Hoy estamos ante un proceso vertiginoso de investigación de la vacuna del covid-19, solo comparable al de la gripe A. El problema sería repetir también el acaparamiento de entonces que solo dejó un diez por ciento de vacunas para un reparto con criterios de justicia y solidaridad.
Una loca carrera de compañías farmacéuticas y Estados para conseguir a toda costa la vacuna del covid-19, que han incorporado la salud a su nueva guerra fría comercial y tecnológica.
Algunas, saltándose incluso la fase 3 para llegar antes. Otras recurriendo al hackeo y el espionaje, y todas en una pelea de precios en escalada que ya ha multiplicado por diez el cálculo inicial.
Una vez más, con una importante, cuando no total, aportación pública en la investigación de algunas de las vacunas mejor posicionadas, como ocurre además de las chinas, la cubana, la italiana o las españolas del Carlos III, con la totalidad de Moderna o la vacuna de la Universidad de Oxford entre otras, mientras se mantienen sus futuros beneficios en manos privadas y no se garantiza la transparencia ni la accesibilidad ni la universalidad. [Este miércoles conocíamos además la noticia de que la farmacéutica AstraZeneka, que elabora la vacuna de Oxford, ha tenido que suspender sus ensayos porque uno de los voluntarios que la probaban ha sufrido una enfermedad que por el momento no tiene explicación].
Otra vez nos encontramos entre la realidad del nacionalismo vacunal y la necesidad urgente y vital de la gobernanza global de la salud pública.
Un contraejemplo a no seguir son las medidas egoístas de países de la Unión Europea para ser los primeros. Para ello, garantizándole un negocio sin riesgo a la industria farmacéutica en la llamada, no sin cierto sarcasmo, alianza inclusiva europea, garantizando la financiación pública de las vacunas, con la compra de millones de unidades sin conocer aún su seguridad y eficacia, y el compromiso de indemnizar a las compañías si estas produjeran reacciones adversas.
Otro, son las medidas de castigo de los EEUU contra la OMS, dentro de la lógica nacionalista y geoestratégica, con la acusación de compartir información sobre las investigaciones y por su iniciativa COVAX para el acceso universal a las vacunas.
También sigue pendiente el fondo de tecnologías y propiedad intelectual (C-TAP) para hacer la I+D más transparente y accesible. Sin embargo, la mayoría de los países ricos y la industria no apoyan este mecanismo.
En definitiva, sigue pendiente la necesaria justicia global en el reparto a los empobrecidos y la prioridad de los más vulnerables. Cuando ni siquiera se ha promovido el debate de la justicia, la bioética y la transparencia en relación a la futura vacuna del covid-19.
Por eso aumenta la preocupación por el acceso a la vacuna en función de las necesidades y no de la renta, y por eso la OMS ha encabezado la iniciativa para el acceso a las vacunas de todos los países (COVAX) y también por eso la propuesta más reciente de las organizaciones y los expertos en bioética del llamado Modelo de Prioridad Justa para favorecer a los más vulnerables.
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La OMS nos recuerda que “vivimos en un mundo globalizado, los países dependen unos de otros, y si no eliminamos este virus en todas partes no podremos reconstruir ninguna economía”. Si la vacuna, debido al precio, no llega a todos, será imposible contener el coronavirus.
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Gaspar Llamazareses fundador de Actúa.
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