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Va a tener razón Leopoldo Abadía cuando afirma, en algunos de sus artículos y charlas:
- "No paramos de preguntarnos qué mundo dejaremos a nuestros hijos, cuando la cuestión es qué hijos dejamos a este mundo".
Me parece que esa es la formulación correcta de la cuestión. Cuántas veces nos enfrentamos a falsas respuestas y soluciones nefastas, simplemente porque no hemos sabido formular las preguntas adecuadas.
Claro que, para llegar a la cuestión, tal como la formula Leopoldo Abadía, primero hay que aceptar que ni nosotros, ni nuestros hijos, somos la única vida existente en este planeta y hay que haber llegado a la conclusión de que la Tierra se comporta como un organismo vivo, en equilibrio siempre inestable, siempre precario. Un organismo al que los griegos llaman Gaia, la diosa Madre, y los indígenas de América Latina conocen como la Pachamama.
Es lo que pienso ahora, cuando veo la fiereza y chulería con la que algunos youtubers defienden la decisión de tributar en un paraíso fiscal como Andorra, haciendo frente con uñas y dientes a periodistas y a cuantos cuestionan que saquen su dinero de España, precisamente ahora, cuando el barco hace agua a causa de las dificultades sembradas por la pandemia, ahora que las necesidades reclaman la aportación proporcional (patriótica, podríamos decir) de cuantos tenemos el deber de tributar.
Habrá quien, en un ejercicio de cinismo, reclame más formación en valores en los centros educativos y despotrique contra la incapacidad de los docentes para meter en las cabezas de nuestros jóvenes los principios que deben guiar una vida. Cinismo, digo, porque las escuelas, institutos, universidades, deben facilitar el aprendizaje y crear entornos que lo hagan posible, pero los valores se deben traer de casa, los crea la sociedad y no la escuela.
El problema de insolidaridad, el egoísmo, los deseos de enriquecimiento por encima de todo, las ansias de poder o, mejor dicho, de abuso de poder, consumo desbocado, no proceden de la escuela, sino de una sociedad que ha renunciado a educar a sus ciudadanos y ciudadanas, en la familia, en la comunidad de vecinos, en el parque, en la calle, en el barrio.
Todo ese proceso ha desaparecido, devorado por el trabajo descontrolado, la vida acelerada, las pantallas insaciables, la desaparición de momentos de encuentro y convivencia. Nuestros hijos se forman ante las pantallas de la tablet, el ordenador, la Nintendo, la PS y, sobre todo, el smartphone, en el que juegan a ser youtubers, influencers, en sus grupos de Whatsapp, TikTok, Instagram.
Todos los niños quieren ser youtubers, influencers y gamers. En cuanto a las niñas es cierto que ya no quieren ser princesas, pero tampoco las criadas de la distopía descrita por Margatet Adwood. Puede que quieran ser médicas, científicas, escritoras y hasta astronautas y algunas vuelven a querer ser princesas, pero sin dejarse consumir en la espera de un príncipe.
Tendremos que prestar mucha atención a cómo se desarrollan los desastres que se anuncian en el horizonte, con redobles de tormenta, desierto y pandemia, cada vez más intensos. No va a ser fácil corregir las tendencias que apuntan a un colapso económico, una descomposición social, un agotamiento de los recursos y un desastre climático que parece que será imparable en muy poco tiempo.
Pero, con todo, la misión que cualquier ser vivo, o especie, lo que hasta los virus medio vivos pretenden, la misión más importante que tenemos como personas, como familias, como sociedad, es dejar a este mundo hijos e hijas capaces de hacerse cargo de la supervivencia de la especie, una supervivencia imposible si no entendemos que formamos parte de una vida mucho más grande e inmensa.
No sé si podremos salvar el planeta, probablemente se trata de algo que se nos escapa de las manos, pero seguro que, si ponemos mucha atención y esmero, tiempo, empeño y dedicación, seremos capaces de educar y dejar a este mundo a las mejores, los mejores hijos e hijas.
Pero me camelo que eso sólo va a ser posible si recuperamos nuestro sentido de la artesanía, si rompemos la maldición de la separación de lo manual y lo intelectual, de las ciencias y las letras, de lo rural y lo urbano, la acción y la contemplación, de la magia medieval de elaborar pan con una masa de harina y la pasión renacentista por extraer belleza de un bloque de mármol.
Si recuperamos el vínculo perdido con la vida y sabemos depositarlo entre las pasiones, los juegos, las melodías, la imaginación y las leyendas de quienes vienen detrás de nosotros. Entonces serán youtubers, o médicas, panaderas, cocineros, científicas, jardineras, o maestros, o maestras, pero serán ellos, en paz con sus vidas y con todas las vidas. No tenemos nada mejor, ni más importante, que hacer, creo.
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Francisco Javier López Martín fue secretario general de CCOO de Madrid entre los años 2000 y 2013
Va a tener razón Leopoldo Abadía cuando afirma, en algunos de sus artículos y charlas:
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