Proxenetas

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Primero fue la burguesía catalana la que se suicidó poniéndose en manos de la alegre muchachada de la unidad popular. Ahora, la amalgama política surgida de ese matrimonio tan interesado como antinatural, se dirige al sumidero ante el regocijo silencioso de la izquierda republicana que se ve ya como el pescador que sacará tajada de esta ciénaga revuelta en que se ha convertido “el procés”.

Los que robaron durante tantos años a base de comisiones del “tresporciento” prefirieron echarse en manos de la izquierda en cualquiera de sus opciones, incluso las antidemocráticas, o postdemocráticas si quiere usted una terminología más moderna, con tal de difuminar las posibilidades de terminar en la cárcel. Pero han sido tan torpes que confundieron el globo que les elevaría por encima de la ley con la piedra que les va a hundir bajo su superficie, y van a terminar pisando celda por prevaricación o hasta sedición a juzgar por su disponibilidad a pasarse por la entrepierna cualquier tipo de legislación que les impida su mortal huida hacia ninguna parte.

De eso ya se encargarán los tribunales, la justicia, el Estado Democrático más pronto que tarde, y no lo va a impedir ni el estruendo de su estupidez ni esa movilización popular que esperan sea el dique de contención de la respuesta que ya está en marcha. No sonará la calle tanto en Cataluña como para cambiar el rumbo de un proceso de mentira que no sólo le costará a sus impulsores muerte política y patrimonio, sino que ya empieza a salirle caro a todos los catalanes. No hay más que echar un vistazo a los datos sobre crecimiento económico en Cataluña –congelado- y a las advertencias de inversores y empresarios (esos que un día estuvieron en el tren de CIU hasta que esa burguesía política cambió de nombre, orientación y novios) sobre el miedo a la falta de garantías legales, para darse cuenta de que esto no es amenazar con que viene el lobo, sino empezar ya a sufrir sus dentelladas.

Con todo, el esperpento de esta semana en el Parlament, desnaturalizando su sentido, convirtiéndolo en un templo del abuso de poder, tiene algo de positivo: hasta el que no sabe hacer la "o" con un canuto se ha tenido que dar cuenta del talante de esta pandilla independentista. Nunca han querido una consulta democrática porque nunca han contemplado en sus cálculos políticos la posibilidad de que saliera un "no" en el referéndum. Las urnas son la excusa, el forzoso trámite en el que hasta ahora escondían su desapego democrático.

Lo hemos visto esta semana con sus formas y su actitud hacia quienes defendían otras posiciones.  De hecho, quienes en algún momento hemos defendido públicamente la idea de una consulta verdaderamente democrática, pero optando por el "no",  hemos sido acusados de anticatalanes, antirreferendum, y, por supuesto, antidemocráticos. La cosa no era votar, sino dar el sí a la intención de unos de librarse de investigaciones, de otros de cumplir sus sueños de gloria y de los “cuperos” que hoy marcan agenda y detentan el poder, de cargarse el sistema, cualquier sistema, por la vía de forzar al Estado a ponerse la soga al cuello.

La forma en que el espíritu estalinista del independentismo más intolerante ha dominado los debates parlamentarios –ni opción al debate, ni respeto a la oposición, ni garantías, ni estatut, ni dictámenes jurídicos, ni nada de nada- deja bastante clara la idea de democracia de esta tropa. La imagen del Parlamento agredido es tan vergonzosa como la de Tejero entrando en las Cortes.

Como se ha repetido hasta la saciedad estos días, incluso desde una izquierda que tenía que recordarle a este clan postdemocrático que hubo un franquismo contra el que se luchó desde la diferencia ideológica, la mayoría en un parlamento no da derecho a imponer a la fuerza a los demás sus puntos de vista. Eso es una negación no sólo del parlamentarismo sino de la democracia misma.

Los impulsores de esta impostura de votación popular que es el referéndum del 1 de octubre han prostituido una idea que en este país, y en todo el mundo, ha costado y sigue constando vidas a quienes luchan con valor y determinación por ella, la de democracia. Han sido sus proxenetas.

Pero al menos, los episodios vividos esta semana desnudan su verdadera raza, su auténtico talante de feroces agresores de cualquier idea que no sea la propia o sirva a sus intereses.

Primero fue la burguesía catalana la que se suicidó poniéndose en manos de la alegre muchachada de la unidad popular. Ahora, la amalgama política surgida de ese matrimonio tan interesado como antinatural, se dirige al sumidero ante el regocijo silencioso de la izquierda republicana que se ve ya como el pescador que sacará tajada de esta ciénaga revuelta en que se ha convertido “el procés”.

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