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Diecinueve años y cuatro meses. Las Fuerzas Armadas españolas nunca se habían enfrentado a una misión internacional tan larga y tan costosa, tanto en medios materiales –se estima que se invirtieron unos 3.500 millones de euros– como en vidas humanas. El lugar, Afganistán, un país que saltó a los titulares de todo el mundo tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington y después de que su régimen talibán fuera señalado por el Gobierno de George W. Bush como el objetivo a batir para acabar con Al Qaeda. Semanas después de la caída de Kabul por la intervención estadounidense, comenzó el más grande despliegue para las tropas españolas, el cual –entonces no lo sabían– se iba a prolongar durante casi dos décadas.
"Hay un antes y un después de Afganistán" para las Fuerzas Armadas. Así lo asegura a infoLibre el teniente coronel Roberto Domínguez, quien estuvo desplegado en dos ocasiones en el país centroasiático. Hasta que llegaron los primeros militares españoles en enero de 2002 no había habido una misión igual: ni más exigente, ni más peligrosa, ni más compleja. Y es que la de Afganistán ha sido la misión que ha obligado a las Fuerzas Armadas a actualizar sus equipos, a instruirse en nuevas estrategias de combate, la que ha demandado labores de logística nunca vistas antes y gracias a lo cual se han aprendido infinidad de lecciones para un Ejército moderno. "Una misión completísima en la que las tropas españolas demostraron su capacidad para adaptarse y para cumplir su cometido", resume un veterano general en conversación con este periódico.
Pero la misión más difícil y más larga también ha supuesto un alto coste: 102 españoles, entre militares, guardias civiles y policías nacionales, se han dejado la vida en la misión, además de dos intérpretes afganos que trabajaban para las tropas. Imposible no recordar el accidente del avión Yak 42 en Turquía, en 2003, cuando regresaba del país centroasiático con 62 militares a bordo, y del helicóptero Cougar, que dejó 17 fallecidos en 2005. En 2015, un atentado contra la Embajada española en Kabul se saldó con la muerte de dos policías.
Más de 1.500 militares sobre el terreno
Cuando apenas acababa de quedar extinguido en España el servicio militar obligatorio, los primeros 350 militares españoles se desplegaron en Kabul el 24 de enero de 2002 en lo que entonces era la operación ISAF de la OTAN. Afganistán fue, por tanto, la primera misión para un Ejército español totalmente profesional. A partir de esa fecha, la presencia española fue creciendo tanto en número como en responsabilidad, asumiendo con el tiempo el mando de la base de Herat, en el oeste del país, donde se puso en marcha un hospital de campaña, o del equipo de reconstrucción provincial en Qala-i-Naw, en la provincia de Baghdis, donde las tropas estuvieron hasta septiembre de 2013. Entre medias, los contingentes españoles llegaron a superar los 1.500 efectivos en los peores momentos del conflicto, con militares de los Ejércitos de Tierra y del Aire y de la Armada.
Porque lo que vivieron los militares españoles fue eso, un conflicto, una guerra contra un nuevo enemigo, la insurgencia talibán, cuyos métodos no se parecían en nada a lo que se suele esperar de un ejército convencional. Las tropas españolas tenían la experiencia de Bosnia o Kosovo, pero Afganistán requirió una nueva preparación para enfrentarse en combate a una "guerrilla irregular", tal y como lo define el teniente coronel Domínguez, diferente a la "guerra convencional" que habían aprendido. "Hasta Afganistán no tuvimos ese contacto con el enemigo, como hacían los americanos", explica este militar, ahora responsable de comunicación de la Brigada 'Galicia' VII.
Como relataba el teniente general Miguel Martín Bernardi, actual segundo jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, en un reciente artículo publicado en el diario ABC, "el liderazgo de los jefes de compañía, sección y pelotón en el mando de sus pequeñas unidades en combate se ha puesto a prueba como probablemente no se había hecho desde el conflicto del Sahara".
Los IED, la otra amenaza
El teniente coronel Domínguez ha participado en ocho misiones internacionales y aunque cada una tiene sus particularidades, reconoce que la de Afganistán ha sido la más peligrosa. Aparte de la insurgencia talibán, los primeros años de la presencia española pusieron de manifiesto otra amenaza más, los artefactos explosivos improvisados (IED, por sus siglas en inglés) que obligó a las Fuerzas Armadas a ir adaptando sus medios y capacidades cada poco tiempo de cara a la seguridad. Un artefacto como estos fue el que mató en febrero de 2007 a la soldado Idoia Rodríguez Buján, la primera mujer militar fallecida en una misión internacional.
El trágico suceso trajo otra lección aprendida para las Fuerzas Armadas: los vehículos BMR que hasta ese momento se estaban utilizando fueron sustituidos por los RG 31 y los Lince, con un blindaje mayor para reforzar la protección de los militares. También se desplegaron en el país centroasiático vehículos Husky de detección de minas para asegurar el tránsito de los convoyes ante los IED. Cobró especial importancia el Centro de Excelencia contra IED de la OTAN situado en Hoyo de Manzanares (Madrid) para formar a los militares que se harían cargo de la detección y desactivación de minas.
"El riesgo era diario y eso se palpaba. La misión nos obligó a aplicar procedimientos a los que no estábamos acostumbrados. Nos obligó a actualizarnos, a adquirir material para protegernos. Fue un esfuerzo considerable y un gran cambio en la forma de trabajar", recuerda Domínguez. "Ante un escenario muy cambiante y en el que surgían constantemente desafíos nuevos, hubo que ir adaptándose y hacer una auténtica revolución de medios para enfrentarnos a la situación", apunta el general.
Nuevos aviones, nuevas rutas
Desde el punto de vista logístico, el reto de Afganistán también ha sido mayúsculo para las Fuerzas Armadas españolas. En Qala-i-Naw, levantaron una base militar de la nada y se desplegaron helicópteros, blindados, drones, material médico y todos los elementos necesarios para mantener desplegados a cientos de militares a la vez que, en su momento más álgido, fueron más de 1.500 al mismo tiempo. Para el transporte, jugaron un papel clave los Hércules, aviones de transporte táctico capaces de aterrizar en pistas cortas y de arena como la de Qala-i-Naw, pero que aun así se vieron algo sobrepasados por la complejidad y las necesidades de la misión. Esta capacidad de transporte se vio mejorada con los A400M, que han sido los aviones protagonistas del reciente repliegue de Kabul.
La distancia con Afganistán supuso otro desafío más. A más de ocho horas de vuelo desde España, los traslados de material y personal no estaban exentos de dificultad, sobre todo por la necesidad de atravesar el espacio aéreo de algunos países no especialmente amigos de la OTANamigos que exigían un planeamiento muy específico de las rutas y solicitud de autorizaciones que, en ocasiones, generaban ciertas demoras. Otra situación a la que España no se había enfrentado en las misiones militares en las que había participado anteriormente.
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La retirada de Qala-i-Naw, en 2013, fue calificada por el Ministerio de Defensa que entonces dirigía Pedro Morenés como la operación logística más importante que habían realizado las Fuerzas Armadas españolas hasta ese momento y que sólo ese año costó unos 24 millones de euros. Primero, una ruta terrestre de 150 kilómetros hasta la base de Herat en un recorrido que llevó entre 12 y 24 horas a las tropas por las complejidades del terreno y la inseguridad en la zona por los mencionados IED y la presencia insurgente. Para este tramo, resultaron clave los helicópteros de ataque Tigre para proporcionar apoyo aéreo. Una vez en Herat, el material fue embalado y transportado por varías vías: mediante vuelos directos o utilizando distintas rutas a través de Pakitán, Georgia, Azerbaiyán o Emiratos Árabes.
La misión de las tropas españolas en Afganistán, como el de muchos otros países de la OTAN, era participar en la estabilización del país, pero también formar al que sería su nuevo Ejército tras la caída de los talibanes. Para ello, aparte de proporcionar seguridad y participar directamente en combates, las Fuerzas Armadas participaron en la construcción de hospitales, escuelas, pozos, canalizaciones y otro tipo de infraestructuras para el pueblo afgano en lugares tan remotos como Baghdis. "La sociedad española no conoce todo lo bueno que se hizo allí", explica el teniente coronel.
La misión se cumplió, dice Domínguez, quien opina que a las fuerzas afganas les ha faltado la "madurez" necesaria para encargarse solas de la seguridad de su país. Domínguez pasó más de seis meses entre 2010 y 2011 adiestrando a oficiales del Ejército afgano en Kabul y aunque les veía muy motivados, no terminaban de entender los procedimientos occidentales que trataban de inculcarles. Aun así, no puede evitar reconocerse sorprendido por lo rápido que ha caído Afganistán de nuevo en manos de los talibanes. En su opinión, el Ejército afgano estaba preparado para ofrecer más resistencia tras lo aprendido en estos casi veinte años de misiones de la OTAN, pero "tienen que poner más de su parte" porque las potencias occidentales no podían "quedarse allí permanentemente".
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