¿A alguien le preocupa de verdad Joe Biden?

El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden

En 2021, Concha Velasco se retiró de la esfera pública a petición de sus hijos. Tenía la misma edad que tiene hoy Joe Biden. Manuel y Paco veían que su madre, a sus 81 años, ya no podía seguir el exigente ritmo de las giras de teatro. El tiempo pesaba en su energía arrolladora y ya no era la misma de siempre. Aunque no se presentaba a unas elecciones para dirigir una potencia mundial, querían protegerla y salvaguardar su imagen.

El deterioro físico y cognitivo de Joe Biden es un secreto a voces dentro y fuera de los mentideros políticos de Estados Unidos, pero ni su mujer, ni sus hijos, ni nadie de su equipo han hecho la misma reflexión que la familia de la eterna chica yeyé. Ninguno se ha atrevido a llamar a la puerta del despacho oval para decirle que quizás sea el momento de dejarlo. Explicarle que hay que saber irse antes de que las circunstancias te obliguen y que no se pueden afrontar unas elecciones en ese estado

A pesar de todo, la noche del jueves le echaron a los leones para que se enfrentase cara a cara con la bestia política Donald Trump en la CNN, ante la mirada fiscalizadora de medio mundo. El resultado fue el esperado. La imagen de Biden bajando torpemente del escenario, su incapacidad para contraargumentar, su hilito de voz o las palabras de ánimo de su esposa, tras el encuentro, hablándole en un tono infantil llenaron las redes sociales de memes y evidenciaron que, ahora mismo, no es el mejor candidato para ganar al republicano.

La huida hacia delante del Partido Demócrata

Hace más de un año y medio, la CNN publicaba una encuesta que concluía que un 73% de los norteamericanos estaban seriamente preocupados por las capacidades físicas y mentales de su presidente. Apenas quedan cuatro meses para las elecciones presidenciales y, este fin de semana, el New York Times pedía claramente en su editorial que Biden abandonase la carrera presidencial y se hiciese a un lado. También lo dejaba caer el Washington Post

Sin embargo, el Partido Demócrata ha optado por la estrategia de la huida. Caracterizados por su escasa capacidad de renovación, parecen decididos a seguir hacia delante. En el primer mitin tras el debate, Biden restó importancia a sus errores. “No sé debatir tan bien como antes, pero lo que sí sé es decir la verdad. Sé cómo hacer este trabajo. Cuando uno se cae, se vuelve a levantar”, aseguró esforzándose por utilizar un tono de voz más vehemente

En los últimos días, numerosos líderes y expresidentes demócratas con peso en el partido como Barack Obama, Bill Clinton o Nancy Pelosi han mostrado su apoyo público a Biden. Su vicepresidenta Kamala Harris, en las quinielas para sustituirle junto a Michelle Obama y otro puñado de gobernadores menos conocidos, también ha tratado de calmar la preocupación entre el electorado progresista: “Creemos en nuestro presidente y en lo que representa. Tenemos 130 días hasta las elecciones. El resultado no se decidirá por una noche en junio”.

La fortaleza de Trump vs. la debilidad de Biden

La pobre actuación de Biden en el debate con Trump hace saltar las alarmas entre los demócratas

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Este primer cara a cara en el que el actual presidente fue incapaz de rebatir la ristra de mentiras y manipulaciones de Trump ha sido un punto de inflexión en la campaña. Y una bomba de oxígeno para el republicano, ya que el tropezón de Biden refuerza el marco que intenta imponer en los últimos meses: el de que el demócrata será incapaz de liderar el país cuatro años más.

Trump plantea estas elecciones como un plebiscito entre fortaleza y debilidad. La fortaleza, representada por él como líder perseguido por una justicia corrupta. Y la debilidad que encarna Biden, retroalimentada por sus lapsus, caídas y despistes. Un marco muy potente en una sociedad como la americana en la que el éxito es uno de sus valores centrales.

Muchos analistas estadounidenses aseguran que la única que puede convencer a Biden de que no se presente es la primera dama, su mujer Jill. Pero mientras ella y su familia sigan de brazos cruzados, el presidente se enfrentará solo al escrutinio de una opinión pública que puede acabar dilapidando su imagen política y dejar un sabor amargo de su legado. No es una cuestión de edadismo sino de humanidad.

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