A tres mil kilómetros de Madrid, además de Matemáticas, Lengua o Historia los niños aprenden en el colegio cómo se manipula. Les enseñan qué debe tener un vídeo de TikTok para que sea veraz o a diferenciar información de opinión en televisión. Cuando a ningún país le preocupaba, los finlandeses se pusieron manos a la obra para luchar contra las fake news. Hoy son los europeos más resistentes al fenómeno de la desinformación, llevándonos años de ventaja.
Pedro Sánchez ha iniciado una cruzada contra “los pseudomedios” y la falta de transparencia en la publicidad institucional. Su carta a la ciudadanía ha abierto el debate sobre el poder de la desinformación para contaminar el discurso público e inferir en los procesos electorales. Ocurrió en el referéndum del Brexit en Reino Unido, en las elecciones en las que Donald Trump llegó a la Casa Blanca o recientemente con el bulo del pucherazo difundido durante la campaña del 28M. Lo analizaba ampliamente hace unos días el escritor Daniel Bernabé en InfoLibre.
En nuestro país existen casi 3.000 medios de comunicación digitales activos, una cuarta parte de ellos localizados en Madrid, según un estudio del profesor de Periodismo de la Universidad de Navarra Ramón Salaverría. Un dato que, sin embargo, no tiene en cuenta a los influencers y activistas que comparten a diario noticias y contenido de actualidad en redes sociales. Información sin control ni garantías que condiciona la opinión de muchos ciudadanos y que tiene gran impacto en la esfera pública.
Enseñar a consumir información de forma crítica
En la semana del Día Mundial de la Libertad de Prensa, Podemos le pedía a Sánchez una “ley de medios frente al dominio de la derecha mediática”. Alberto Núñez Feijóo publicaba una carta a favor de la pluralidad informativa en cinco medios conservadores. Y muchos periodistas se señalaban los unos a los otros en redes sociales. Pero, mientras la lucha partidista vuelve a embarrar un debate crucial, la desinformación sigue campando a sus anchas.
Ante el reto mayúsculo al que nos enfrentamos, muchos expertos coinciden en la necesidad de poner el foco en la educación y pensar en políticas a largo plazo que sean capaces de atacar a la raíz del problema. Porque “fomentar el pensamiento crítico desde la escuela”, como defiende habitualmente el filósofo José Carlos Ruiz, es lo único que nos puede llevar a tomar decisiones fundadas como ciudadanos.
En este sentido, la política de alfabetización mediática finlandesa es un ejemplo en el mundo. Hace más de una década, el Gobierno impulsó una oficina gubernamental dependiente del Ministerio de Educación para enseñar a los niños a recibir información de forma crítica. Querían que aprendiesen cómo funciona el lenguaje de los medios de comunicación y las redes sociales y a detectar imágenes manipuladas, mensajes propagandísticos o medias verdades. Hay varios elementos que han contribuido a que tenga éxito:
1/ Un contenido transversal a todas las asignaturas
En el país nórdico, enseñar a consumir información nunca se planteó como una asignatura, como ocurrió con la controvertida materia de Educación para la ciudadanía, durante el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Desde el principio se consideró un contenido transversal, de forma que los profesores pudiesen adaptar libremente las recomendaciones educativas del gobierno a sus clases.
Los contenidos relacionados con la alfabetización mediática tampoco están restringidos a una determinada etapa educativa. En Lengua, los alumnos aprenden a elaborar un artículo periodístico, en Historia analizan técnicas de propaganda y en Matemáticas cómo se puede manipular una encuesta o estadística. Además, desde infantil se procura que los niños se familiaricen con el lenguaje audiovisual.
2/ Un país unido contra la desinformación
Esta semana, un artículo de The Economist abordaba el problema de la desinformación. Una de las conclusiones a las que llegaba es que la única forma de contrarrestarla era a través de una política conjunta entre los gobiernos, empresas tecnológicas, ONG e investigadores. Una cooperación que también está en el centro de la ley de alfabetización mediática finlandesa.
Allí el Gobierno, las instituciones públicas, las universidades, las organizaciones sin ánimo de lucro, las bibliotecas o la radiotelevisión pública velan por la calidad de la información que reciben sus ciudadanos, divulgan acerca de buenas prácticas, verifican las fake news e imparten cursos de formación.
“Es fundamental tener un sistema educativo público fuerte, pero también sentirse ciudadano y miembro del estado y aprender a confiar en las estructuras que tenemos”, explicaba en el canal estadounidense MSNBC Leo Pekkala, director del Instituto Nacional Audiovisual de Finlandia, la institución que se encarga de luchar allí contra la desinformación.
3/ Un altavoz que denuncie los bulos
Para controlar la avalancha de desinformación en Finlandia, como también comentaba Pekkala hace unos meses en El Periódico de España, existe un órgano nacional elegido por los profesionales que se encarga de recoger informaciones engañosas o dañinas y actuar contra los medios o pseudomedios que las difunden.
El periodista Nemesio Rodríguez recordaba esta semana que en España contamos con un organismo parecido, la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología del Periodismo. Sin embargo, sus dictámenes y resoluciones denunciando malas prácticas no suelen tener alcance. Aunque las organizaciones profesionales intentan velar por la calidad periodística, somos uno de los países en los que la desinformación online tiene más impacto, según el Observatorio de Pluralismo Mediático.
Ver másLos colegios de periodistas dan un paso al frente y ofrecen herramientas para frenar a “los pseudomedios”
4/ Un modelo de éxito
Hoy Finlandia es el país europeo que más confía en sus medios de comunicación y en sus políticos, según el Baremo de Alfabetización Mediática de 2023. Un estudio que nos sitúa en el puesto 16, por detrás de otros países de nuestro entorno como Portugal, Alemania o Reino Unido. Además, solo un 6% de los finlandeses asocian la palabra credibilidad a Google, las redes sociales o los influencers, según una encuesta de IRO Research.
Más allá de señalar a medios de comunicación o periodistas, deberíamos ir más allá y tomar conciencia de que para repensar nuestro modelo político y mediático es fundamental la educación: enseñar buenos hábitos de consumo informativo y tener criterio para analizar la información que recibimos. Porque parece que, llegados a este punto, es la única forma de asegurar la libertad de prensa e inmunizarnos contra la desinformación.
A tres mil kilómetros de Madrid, además de Matemáticas, Lengua o Historia los niños aprenden en el colegio cómo se manipula. Les enseñan qué debe tener un vídeo de TikTok para que sea veraz o a diferenciar información de opinión en televisión. Cuando a ningún país le preocupaba, los finlandeses se pusieron manos a la obra para luchar contra las fake news. Hoy son los europeos más resistentes al fenómeno de la desinformación, llevándonos años de ventaja.