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“Tener árboles cerca evita ir tan medicado”: un urbanismo sostenible contribuye a la salud mental

Cuanto más verde mejor. Lo dice la ciencia. El Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) asegura que implementar ejes verdes en toda Barcelona, como se ha empezado a hacer esta legislatura en el Eixample, podría reducir hasta un 13% el consumo de antidepresivos y las consultas a médicos especialistas. También haría lo propio con el uso de tranquilizantes y ansiolíticos, que en este caso podrían caer un 8%. Igualmente, bajaría la sensación de mala salud mental autopercibida, hasta un 14%. Al final de cuentas, supondría un ahorro de 45 millones de euros anuales, estiman los estudiosos. “Tener árboles cerca evita ir tan medicado”, declara a infoLibre Evelise Pereira, investigadora de ISGlobal y coautora del estudio, publicado en la revista Environment International.

A menos de dos meses para las municipales, el informe de ISGlobal supone un balón de oxígeno para el ejecutivo de Ada Colau. En especial, para los comunes, porque el PSC, a pesar de ser el socio de gobierno y haber avalado la profunda y polémica transformación urbanística que está emprendiendo la capital catalana, ahora critica buena parte de lo acordado hasta hace prácticamente dos días, mientras sigue formando parte del gobierno municipal. Eso sí, con la salvedad de Jaume Collboni, líder del PSC en Barcelona y otra vez candidato de los socialistas a la alcaldía, que se marchó a finales de enero del ejecutivo de coalición para preparar la campaña.

Figuras como Janet Sanz, teniente de alcaldía de Ecología, Urbanismo y Movilidad, ya se han apresurado a publicitar el estudio, que de bien seguro será una de las grandes armas con las que los de Colau van a defender un proyecto de ciudad que inquieta a sectores poderosos, como lo son el RACC, que vela por los intereses de los que se mueven en coche, Foment del Treball, la patronal del empresariado catalán, o partidos como Junts per Catalunya, que según las encuestas tiene muchos números de hacerse con la victoria en Barcelona, con el exalcalde de Convergència Xavier Trias como candidato.

Aumentar el verde no es garantía de nada. Hay que hacerlo con conocimiento y equidad territorial, aseguran los investigadores. “Barcelona y otras ciudades densamente pobladas tienen grandes zonas verdes que no están conectadas con la rutina de su población, porque se encuentran en la periferia. Eso genera inequidad ante la posibilidad de beneficiarse de estos espacios”, argumenta Pereira. Un ejemplo de ello, la montaña de Collserola, paseo de fin de semana por excelencia para barceloneses que no quieren salir de la ciudad pero quieren disfrutar del monte.

La OMS recomienda que todo el mundo disponga de un espacio verde de 5.000 metros cuadrados, como mínimo, a un máximo de 300 metros de casa. Actualmente solo el 20% de los barceloneses y el 40% de los europeos que viven en grandes ciudades gozan de ello, explica la investigadora de ISGlobal.

“Barcelona tiene un problema que debe solucionar de manera urgente. Actualmente, solo el 11% de la ciudad está ocupado por espacio verde, y eso contando Collserola, que aglutina el 60% del espacio verde municipal. En el Eixample, por ejemplo, tan solo el 6,5% de la superficie está destinada a espacio verde, cuando calculamos que para cumplir con la recomendación de la OMS de al menos un espacio verde de al menos 5.000 metros cuadrados a no más de 300 metros de casa, habría que llegar al 25% de la superficie”, explica Natalie Mueller, otra investigadora de ISGlobal y última autora del estudio.

Aumentar la cubierta arbórea hasta el 30% podría llegar a reducir 1,3 grados la temperatura en zonas urbanas y, por ende, reducir en un tercio las muertes prematuras atribuibles a las islas de calor que se forman en verano en las grandes ciudades, a consecuencia del hormigón y el asfalto, que atrapan las altas temperaturas, según otro informe publicado en The Lancet.

Desde el mundo académico se apuesta por cumplir la regla del 3-30-300, una teoría impulsada por el profesor Cecil Konijnendijk y que consiste en que todo el mundo que vive en una gran ciudad tenga al alcance de la vista tres árboles desde la ventana de su casa, un 30% de cubierta vegetal en su barrio y una zona verde a menos de 300 metros. De este modo, se mejoraría la vida en la urbe y, por tanto, el bienestar físico y emocional del ciudadano. En Barcelona tan solo el 4,7% de la población puede disfrutar de esos tres requisitos, afirma un trabajo de ISGlobal.

El plan Cerdà, arma arrojadiza en campaña electoral

La transformación urbanística no solo consiste en poner más árboles y vegetación, sino también en quitar coches de las carreteras, reducir los kilómetros de asfalto, aumentar los de paseo, los carriles bici y pacificar los entornos escolares, entre otros. Todo ello forma parte de un plan que el Ayuntamiento ha bautizado como Superilla [Supermanzana, en castellano] y que aspira a ser el gran reto urbanístico de los próximos años, conectando también el tranvía por la Diagonal, además de convertir la plaza de las Glorias en una suerte de nuevo centro de la ciudad, como en su día dibujó Ildefons Cerdà, el padre de la Barcelona actual.

“Si se hacen más zonas verdes, si la gente sale más a la calle, hacen más actividades y se ponen en marcha dinámicas de socialización me parece genial”, dice a este medio Jose Mansilla, antropólogo urbano y profesor del departamento de Antropología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), aunque añade: “Hay una aproximación de los comunes muy naif en este sentido, de narrativa, de hacer renders y fotos donde la gente sale muy contenta, pero esto esconde los impactos negativos que esto genera, como lo es profundizar en las dinámicas de gentrificación, crear cierta homogeneización del paisaje comercial y un incremento del presupuesto dedicado al mantenimiento”.

En campaña electoral los partidos vuelven a 1859, cuando el urbanista, ingeniero, arquitecto, jurista, economista y político Ildefons Cerdà (1815-1876) diseñó por encargo de Madrid –y con enfado mayúsculo de Barcelona, que no tuvo ni voz ni voto– la construcción de la nueva capital de Cataluña, superando la ciudad que vivía encerrada entre murallas y que hoy se ubicaría en el actual Raval, Gòtic y Sant Pere, Santa Caterina i la Ribera. Todos se declaran los legítimos herederos de Cerdà y acusan al resto de mancillar su obra, que en un inicio fue muy criticada por los vecinos. Ahora, sin embargo, es de las pocas cosas que une tanto a gente que piensa distinto.

Cerdà dibujó la Barcelona ortogonal, con los típicos chaflanes y las grandes avenidas, como la Gran Via de les Corts Catalanes, o parques como la Ciutadella. También proyectó los edificios, que debían ser paralelos y con espacios abiertos en el centro, para que la gente pudiera socializar en medio. Su plan buscaba amplitud, descongestionar una ciudad muy densa –hoy aún lo es, porque, por poner un ejemplo, triplica el número de habitantes por kilómetro cuadrado que hay en Madrid–.

Desde el primer momento los inversores vieron la oportunidad de negocio que suponía construir dos hileras más de edificios en cada manzana y cerrar los bloques, en forma de cuadrado, porque se duplicaban las viviendas disponibles. ¿La consecuencia? Se perdieron los espacios abiertos entre edificios y se confeccionaron los interiores de isla, que de forma tímida el ejecutivo de Colau está intentando abrir al público y que el PSC pretende impulsar de forma decidida, prometiendo 30 nuevos espacios en ocho años. Todo para evitar, también, que el coche pierda tanto peso en la ecuación de la movilidad y la convivencia, a diferencia de la propuesta de los comunes, que de forma clara apuesta por su reducción drástica, en favor del peatón y el transporte público.

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Actualmente hay 46 interiores de isla, ocho más que en 2015. “Lo ideal serían los ejes verdes y recuperar los interiores de isla, porque solo con los primeros no se llegan a los valores que recomienda la OMS”, dice Pereira.

“Hay especialistas que recetan pasar tiempo en la naturaleza en casos de depresión crónica, es una oportunidad increíble”, asegura Pereira. La investigadora del ISGlobal afirma que cada vez hay más estudios sobre la terapia natural y cuenta que cada vez surgen más investigaciones que prueban como algo tan simple como ver árboles produce un efecto de relajación y bienestar emocional. “La proximidad con espacios verdes está asociada a oportunidades de hacer actividad física e interacción social”, añade.

Mientras no se cumplan con las recomendaciones de los expertos, la sobremedicación está a la orden del día, considera Mansilla. “Hay un negocio muy grande de las farmacéuticas”, afirma el antropólogo, que considera que la receta consiste en la socialización y en la comunión con otra gente. “Lo que crea sociedades enfermizas es el individualismo”, concluye.

Cuanto más verde mejor. Lo dice la ciencia. El Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) asegura que implementar ejes verdes en toda Barcelona, como se ha empezado a hacer esta legislatura en el Eixample, podría reducir hasta un 13% el consumo de antidepresivos y las consultas a médicos especialistas. También haría lo propio con el uso de tranquilizantes y ansiolíticos, que en este caso podrían caer un 8%. Igualmente, bajaría la sensación de mala salud mental autopercibida, hasta un 14%. Al final de cuentas, supondría un ahorro de 45 millones de euros anuales, estiman los estudiosos. “Tener árboles cerca evita ir tan medicado”, declara a infoLibre Evelise Pereira, investigadora de ISGlobal y coautora del estudio, publicado en la revista Environment International.

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