Hasta entonces, lo que más se comentaba en el comedor de gala del Palacio Real donde, como cada año, se celebra la recepción del 12 de octubre, era el papel del príncipe. Había sido Felipe quien había presidido por primera vez, junto a su mujer, Letizia Ortiz, el desfile militar. Había sido él el protagonista indudable este 2013 por la convalecencia de su padre a consecuencia de la operación de la cadera izquierda. Los invitados de relumbrón –y había mil– eludían hacer cualquier comentario que no circundara la figura del heredero. Pero José María Aznar, otro más del millar de asistentes, no acudió para eso. Lo dijo a los periodistas y, con sus palabras, desencajó en cierto modo la moldura con la que había preparado el 12-O.
El expresidente del Gobierno reconoció que no había vuelto a la recepción con motivo de la fiesta nacional desde que dejó la Moncloa. 10 años. Pero este sábado entendió que era distinto. Que tenía que ir con un cometido: "Estoy aquí para defender la democracia, la monarquía constitucional y la unidad de España". Porque "la situación es de seria gravedad". Pocas palabras que asestaban, una vez más, un varapalo implícito a Mariano Rajoy, al Gobierno. Como si la democracia, la Corona y la unidad del país corrieran grave peligro. Y como si él fuera el encargado de salvar al país.
Las palabras sonaron como una bomba. Máxime porque Rajoy, que minutos antes había departido algo incómodo con la prensa en el mismo salón del Palacio Real, no había querido decir palabra de Cataluña y se había ceñido a trabar una defensa de su ministro de Hacienda y teñir de optimismo los datos económicos.
Aznar puso este sábado dramatismo y alerta allí donde el príncipe había ensalzado la necesidad de "celebrar" lo que "une" a los españoles. Felipe, tras el besamanos inicial, se dirigió a los mil invitados y les leyó un mensaje del rey –"el saludo más afectuoso"–, con su madre y la infanta Elena a su derecha y la princesa a su izquierda. "Hoy es un día para celebrar lo que nos une, para recordar nuestra historia milenaria y valorar lo mucho que hemos conseguido juntos. Pero sobre todo es un día para reafirmar nuestro compromiso con el futuro, un futuro compartido de concordia y de progreso para todos los españoles. Si lo que hoy nos une es mucho, es mucho más lo que cada día seguirá estrechando nuestros vínculos y los de toda España con la comunidad internacional. España, con la Corona a su servicio, continuará trabajando siempre para garantizar ese progreso, ese provernir, superando cualquier dificultad".
Menos de dos minutos de discurso que se cerraron con un brindis encabezado por la familia real y los aplausos de los asistentes. Había estado "estupendo", dijo Rajoy. Una "innovación afortunada", lo definió Alfredo Pérez Rubalcaba, secretario general del PSOE, quien había acudido al cóctel con la nueva presidenta de Andalucía, Susana Díaz, y con la que se marchó después.
Felipe: "Hay que estar donde hay que estar"
El mensaje del rey, que siguió los actos del 12-O por televisión, según dijeron la reina y Elena con cierto divertimento, sirvió como tapón del conflicto con Cataluña. Porque nadie más, salvo Aznar, quiso hablar del tema. Y el príncipe, que el año pasado llamó a rebajar la tensión –"Cataluña no es un problema", aseguró–, quiso escabullirse. Ante los periodistas, simplemente confirió "normalidad" a su papel este 12-O. "Es raro, pero hay que estar donde hay que estar. Lo que tiene que hacer el rey es recuperarse", señaló, sucinto.
De la convalecencia del monarca hablaron también Sofía y Elena. "Está trabajando mucho para recuperarse. Esta vez se lo tiene que tomar con calma", observó la reina. "Le gustaría hacer más de lo que hace. Está deseando reincorporarse. El pobre ha tenido mala suerte". Las dos apuntalaron la idea, pues, de que Juan Carlos I ejerce de rey y sólo está apartado temporalmente por la infección que le sobrevino en su cadera izquierda y que le obligó a pasar por el quirófano y ponerse bajo las manos del doctor venido de EEUU Miguel Cabanela. A finales de noviembre, el jefe del Estado deberá ser intervenido de nuevo para que el cirujano le implante la prótesis definitiva.
Rajoy, aparte de la apostilla sobre Felipe, se centró en la economía. Sin duda, el pasaje más jugoso de su conversación en corrillo con los informadores fue su defensa de su ministro de Hacienda, justo cuando le han llovido críticas por afirmar que los salarios en España estaban creciendo moderadamente. "[Cristóbal] Montoro es un magnífico ministro de Hacienda en momentos muy difíciles". Rajoy, como un día antes había hecho la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, sí reconoció que "los sueldos de convenio suben y los de las empresas bajan, y eso es lo que está impidiendo que haya despidos".
"No quiero dejar a Alfredo solo"
"Estamos en el buen camino", analizó, y lo demuestran datos "alentadores", aunque llamó a "no frivolizar". Resaltó la pujanza de la industria del automóvil, un consumo familiar que "está empezando a dejar de caer" o una baja inflación, por debajo del 1%. En suma, los mismos argumentos que salen habitualmente de su boca y de la de sus ministros.
Rubalcaba tampoco se adentró en la actualidad –dijo haber hablado sólo "de fútbol" con Aznar y no haber entablado conversación con Rajoy–, ni lo hizo Díaz, quien pidió a la prensa tener "condescendencia" con ella, al ser su primer día de la fiesta nacional. "Me voy con Alfredo, que no lo quiero dejar solo", sonrió para sortear el lazo de los periodistas. María Dolores de Cospedal, la presidenta manchega y secretaria general del PP, no acudió a la recepción, con lo que no hubo forma de preguntarle por los últimos movimientos del juez Pablo Ruz en relación con la presunta financiación irregular de su campaña de 2007.
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Sin noticias de Cristina
Lo demás no pasaba de conversaciones un tanto intrascendentes. Que la reina vio "guapo" al príncipe y con su hijo no se iba a permitir ser "modesta" y que la infanta Elena también lo vio "muy bien". Que Rodrigo Rato revoloteaba alrededor de Rajoy. Que no había presencia de políticos catalanes más allá de la del expresident José Montilla. Que allí no cabía ni un alma más y que el calor era sofocante. Que todo revoloteaba en torno al príncipe. Que nadie se acordaba, porque no los hubo, de los pitidos y bufidos de antaño en el desfile militar.
Y nadie se acordaba ya de la infanta Cristina y de su marido, Iñaki Urdangarin. Los dos fueron por última vez a la parada militar del 12-O en 2011, poco antes del estallido del caso Nóos. En 2012, la exclusión de facto de la hija menor de los reyes de la agenda oficial desplazó a Elena al palco de autoridades (y no la tribuna real), junto a Rubalcaba. Este 2013, los príncipes fueron los únicos que presidieron el desfile. Él, con uniforme de teniente general, y ella, con chaqueta rosa y vestido granate. Diferencias de protocolo, las mínimas (las que establece el reglamento de 2010): versión breve del himno, ausencia de gritos de "¡Viva España!" y ausencia de respuesta de las banderas que portaban las grandes unidades al saludo castrense del príncipe. Sin embargo, la atmósfera sabía a novedad, y no era para menos. Era el primer 12-O sin el rey.
Hasta entonces, lo que más se comentaba en el comedor de gala del Palacio Real donde, como cada año, se celebra la recepción del 12 de octubre, era el papel del príncipe. Había sido Felipe quien había presidido por primera vez, junto a su mujer, Letizia Ortiz, el desfile militar. Había sido él el protagonista indudable este 2013 por la convalecencia de su padre a consecuencia de la operación de la cadera izquierda. Los invitados de relumbrón –y había mil– eludían hacer cualquier comentario que no circundara la figura del heredero. Pero José María Aznar, otro más del millar de asistentes, no acudió para eso. Lo dijo a los periodistas y, con sus palabras, desencajó en cierto modo la moldura con la que había preparado el 12-O.