Nada que objetar a los premios de la 77 edición del Festival de Cannes, que al parecer ha decidido dejar de lado el cine-polémica. Es un poco lo que hubo y la cosa no daba para más (ni para menos). No estoy seguro que nos digan gran cosa sobre nuevas direcciones en el cine (el dichoso “futuro”), pero tampoco tenían por qué hacerlo. Por otra parte, es interesante la coincidencia entre las predicciones de los críticos y las resoluciones del jurado. El año pasado no estaba claro por dónde iban a ir los tiros. Este año el palmarés les ha quedado aseadito, lógico, incuestionable para la mayoría. Como si el jurado se hubiera parado a escuchar los corrillos de espectadores que disfrutaron con Anora y Emilia Pérez. Pero los premios inevitablemente nos dicen algo sobre el Festival. Algo mejor de lo que nos han dicho otros años. Y supongo que es una buena señal, y tenemos que conformarnos con cualquier buena señal que nos salga al paso. Les cuento lo que los premios de este año me dicen a mí.
Empezando por Un certain regard, hay algo decisión salomónica en premiar las dos almas de la sección. Con el premio a Black Dog (recuerden que les compartí mi entusiasmo en el quinto día del certamen), se reconoce un cine metafórico, que dice lo que puede en una situación de censura. Hay reflexión sobre el pasado, y sobre la evolución de las cosas: un hombre herido y un perro, un paisaje yermo, y los Juegos Olímpicos del 2008 como música de fondo. Uno espera que el premio contribuya a que se proyecte en salas y luego en alguna plataforma que quiera correr el riesgo, algo que quizá no habría llegado sin el reconocimiento en el palmarés. Y los premios a L’histoire de Souleymane, el premio del jurado y el premio al mejor actor (Abou Sangaré) se reconoce el alma social del cine. Casi cada año hay una película-conciencia en esta sección, y para el Festival es importante dar fe de temas sociales. Les conté el martes dónde radica la discreta originalidad de esta entrega. También se trata en la sección de incorporar a la industria y a la exhibición nuevas cinematografías. Rungano Nyoni ha ganado ex aequo la mejor dirección por On Becoming A Guinea Fowl, y creo que no es casual que se trate de la primera película hecha en Zambia (la financiación es también inglesa e irlandesa), algo de lo que el director del Festival Thierry Frémaux se declaró orgulloso en la presentación de la misma. La película habla del silencio impuesto frente a los acosos sexuales en el seno de sociedades tradicionales y sigue la toma de conciencia de la protagonista.
El premio Caméra d’or ha ido para otra película de esta sección, la película noruega Armand, a la que el jurado presidido por Xavier Dolan había dejado sin nada. Era, ciertamente una de las mejores películas presentadas este año (en cualquier sección) y les hablé de ella también el pasado martes.
Pero la seña de identidad del Festival es la Sección Oficial, y es donde quizá podamos leer entre líneas el mensaje que guardan estos premios. La ganadora de la Palma de Oro ha sido Anora, de Sean Baker. Les hablé en la crónica correspondiente del entusiasmo del público en la sesión del estreno. Puede que no sea, cronómetro en mano, la más ovacionada, pero los aplausos sonaron varias veces durante la proyección. La película es, cómo decirlo, “deliciosa”, y esto está bien. La respuesta fue positiva y el momento de la película se mantuvo desde aquella primera proyección. También sugiere que este año Cannes ha preferido las posibilidades comerciales a la polémica: desde el principio sabíamos que rehuir polémicas estaba en la agenda este año. Otra cosa es preguntarnos si la Palma de Oro no le viene un poco grande. Tangerine, también de Baker, fue realmente revolucionaria, y The Florida Project muy experimental. Anora es, bueno, “deliciosa”. Y no es poco. Habrá quien intente polemizar con la representación un tanto frívola del trabajo sexual, pero tiene que haber opiniones para todo, y tampoco es tan escandaloso que una joven de 23 años se dedique a esto. Véanla, les divertirá. Y al poco tiempo la olvidarán.
Y luego está lo de Emilia Pérez, que se ha llevado el “premio del jurado”, el tercer premio, para entendernos, y, ojo, un premio ex aequo a las cuatro protagonistas. Les hablé de Emilia Pérez el lunes, y era otra de las favoritas. De hecho hasta ayer encabezaba quinielas. Sorprende un poco lo del ex aequo. Porque hay diferencias importantes de calidad, significado e impacto entre las cuatro interpretaciones femeninas. En especial Selena Gómez da la impresión de que pasa por ahí pero no acaba de estar por la labor. A veces parece que está tratando de entender lo que dice. Ponerla al mismo nivel que la extraordinaria Karla Sofía Gascón, que se hace con la película, tiene algo de extraño. Para mí, el premio es para Gascón, pero por lo que sea, igual es cosa mía, el jurado no se atrevió. Esta interpretación pasará a la historia, no sólo por las razones obvias (primera intérprete trans que gana el premio a la mejor actriz) sino por su fuerza.
Y el segundo premio, que en Cannes lo llaman, claro, Grand Prix, ha ido para la india All We Imagine As Light, de Payal Kapadia, de la que les hablé brevemente ayer. La película merece más atención de la que pude darle y espero que pronto tengan ustedes el placer de sumergirse en ella. Un gran sentido del espacio y, aquí sí, tres interpretaciones soberbias, vívidas, de mujeres (Kani Kusruti, Divya Prabha y Chhaya Kadam) a las que me gustaría ver muchas veces en otras películas. La película creo que nos cogió un poco por sorpresa, pero es posible que acabe siendo la más memorable de esta edición. Creo que no cabe ninguna duda de que fue la más emocionante.
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En Cannes el director, ya saben, es rey, y era normal que el premio fuera a uno de los suyos. Miguel Gomes representa muy bien la tradición del cine de arte europeo, y Grand Tour ha sido una película juego que demuestra una mirada fuerte y un dominio muy personal sobre el material. Para Cannes, esto es el papel del director, y en cierto modo se trata de honrar la propia tradición. Y si Cannes adora la figura del director, siempre va algo perdido con la figura del guionista. Y signo de esa desorientación es el premio al mejor guion a Coralie Fargeat por The Substance. La película es floja por muchos motivos, pero está especialmente mal escrita: a partir de cierto momento consiste en una serie de escenas de impacto in crescendo. Había ganas de premiar a Fargeat y Fargeat ha sido premiada.
Se ha quedado descolgada Kinds of Kindness, de Lanthimos. Lo que se comentaba en los auditorios es que el reciente éxito (también comercial) de Pobres criaturas, era demasiado reciente, y a pesar de que tuvo una buena acogida no era urgente encontrarle un lugar de privilegio. Se ha llevado, sí, el premio al mejor actor, para Jesse Plemons, un actor que está en racha y del que, claramente vamos a oír hablar mucho en los próximos años. Cuando esto sucede, cuando de repente no podemos abrir las redes sociales sin ver otro artículo sobre un determinado actor, yo suelo intuir que ha conseguido un buen agente. Y sin embargo, uno piensa en su carrera, ya desde aquel maravilloso personaje en la serie Friday Night Lights, y su versatilidad deja boquiabierto. Creo que lo que hacía Ben Wishaw en Limonov: The Ballad era realmente especial, pero Plemons merece el reconocimiento.
Y todo esto, ¿qué nos dice? Un Cannes abierto al cine comercial, que quiere salvar una idea de “buen entretenimiento” frente a la tradición del cine de arte que habría representado, por ejemplo, la película de Jia Zhang-Ke Caught By the Tides. Pero también un Cannes que se ha resignado a ignorar (justamente) a algunos de sus favoritos, como Sorrentino, Coppola o Cronenberg. Quizá sea hora de pasar página. La mejor manera de ver este año es como un compás de espera. Hasta que llegue el esperado futuro. Ciertamente, esto, de futuro, no tiene nada.
Nada que objetar a los premios de la 77 edición del Festival de Cannes, que al parecer ha decidido dejar de lado el cine-polémica. Es un poco lo que hubo y la cosa no daba para más (ni para menos). No estoy seguro que nos digan gran cosa sobre nuevas direcciones en el cine (el dichoso “futuro”), pero tampoco tenían por qué hacerlo. Por otra parte, es interesante la coincidencia entre las predicciones de los críticos y las resoluciones del jurado. El año pasado no estaba claro por dónde iban a ir los tiros. Este año el palmarés les ha quedado aseadito, lógico, incuestionable para la mayoría. Como si el jurado se hubiera parado a escuchar los corrillos de espectadores que disfrutaron con Anora y Emilia Pérez. Pero los premios inevitablemente nos dicen algo sobre el Festival. Algo mejor de lo que nos han dicho otros años. Y supongo que es una buena señal, y tenemos que conformarnos con cualquier buena señal que nos salga al paso. Les cuento lo que los premios de este año me dicen a mí.