El conocido artista Miguel Bosé publicó este martes una serie de tuits en los que aseguró que la "farmacéutica" GAVI, en alianza con el cofundador de Microsoft y multimillonario Bill Gates, introducirá en la vacuna contra el covid-19 "micro chips o nano bots" para controlar a la población mundial, utilizando también la tecnología 5G. "Pedro Sánchez El Salvador, en nombre del Gobierno de todos los españoles, acaba de hacerse cómplice de éste plan macabro y supremacista, como de costumbre sin el permiso de la ciudadanía", escribió. Pese a lo delirante de los argumentos (ni GAVI es una farmacéutica, ni el 5G tiene relación con el covid-19, ni hay una mínima evidencia de robots diminutos que controlen a nadie), el "no a la vacuna" de Bosé, con más de 16.000 retuits, es un ejemplo más de una preocupación –esta sí– real: cómo el rechazo a este tipo de soluciones médicas pueden poner en peligro la inmunidad de rebaño que se necesita para erradicar definitivamente el coronavirus, el objetivo a largo plazo de todo el planeta. Y cómo bulos, desinformación y fake news de este tipo, en demasiadas ocasiones, son muy difíciles de combatir.
Está ampliamente documentado por la comunidad médica tanto la seguridad de las vacunas en la población (sin descartar efectos secundarios en algunos tratamientos) como el peligro de los antivacunas: no solo su discurso puede disuadir a individuos de optar por una inmunidad que podría ahorrarles una enfermedad grave o salvarles la vida, sino que evitan que la dolencia se erradique permanentemente, ya que el agente patógeno vuelve a encontrar cuerpos que infectar y desde los que multiplicarse. Hay cientos de ejemplos estudiados por epidemiólogos y especialistas en Salud Pública, algunos muy recientes. En 2015, un niño de 6 años murió en Olot (Girona) de difteria, el primer caso en España desde 1987. Los padres declararon sentirse "engañados" por los grupos antivacunas. Los expertos descubrieron a posteriori que algunos de sus compañeros eran portadores de la bacteria, pero no desarrollaron síntomas por haber sido vacunados.
Otro de los muchos eventos de este tipo fue detectado en 2010 en El Albaicín, icónico barrio de Granada. En este episodio, el sarampión afectó a 308 personas y hospitalizó a decenas. El suceso fue aprovechado por un grupo de investigadores del Servicio Andaluz de Salud (SAS) para intentar entender por qué había quién se oponía a vacunarse cuando la evidencia científica a favor es tan abrumadora. "Los padres argumentan el beneficio de presentar enfermedades inmunoprevenibles de un modo natural, sin productos antinaturales, tóxicos o agresivos. Consideran la vacunación innecesaria si se dan adecuadas condiciones higiénico-sanitarias, de eficacia no demostrada, y más peligrosa que las enfermedades que evitan, especialmente las vacunas polivalentes. Piensan que los programas de vacunación están movidos por estudios sesgados e intereses distintos de la prevención de perfil comercial", se puede leer en las conclusiones del estudio.
Como explicó para El País una de las autoras del trabajo, Silvia Martínez-Diz, la imposición no funciona: posturas contundentes, aunque tengan detrás toda clase de argumentos demostrados por la ciencia, solo sirven para enrocar a los antivacunas en sus posiciones. La investigadora del Hospital Universitario Virgen de las Nieves apunta a los "líderes locales" de las comunidades para poder convencer de la vacunación, ya que la obligación es poco recomendable. Otros estudios como éste afirman que la relación médico-paciente es clave: los escépticos pueden escuchar mucho más a un médico de familia al que conocen desde hace años, que les hable desde experiencias personales, que a los mensajes de las autoridades de Salud Pública.
En todo caso, los tuits de Miguel Bosé declarándose contrario a una vacuna que, acorde a la evidencia científica actual, podría salvar miles de vidas no solo juegan en el terreno de la salud pública. Se emiten, se amplifican y se difunden por Internet y, especialmente, las redes sociales, donde los desinformadores se mueven como pez en el agua. El covid-19 y la incertidumbre que ha traído consigo han aumentado las noticias falsas y las conspiraciones por doquier. Bill Gates, que a través de su fundación ha promovido campañas masivas de vacunación en África, ha sido ya otras veces objetivo de estos movimientos, relata aquí Mediapart. "Aunque muchas de estas teorías de conspiración parecen exageradas, la creencia de que poderes malvados persiguen un plan secreto está muy extendida en todas las sociedades. A menudo, estas se relacionan con la salud", asegura el psicólogo experto en conspiranoias de la Universidad de Northumbria (Newcastle, Reino Unido) Daniel Jolley.
Matiza para infoLibre: esos "poderes malvados" no tienen por qué ser, necesariamente, las también llamadas "élites", grupos que objetivamente tienen poder, riqueza e influencia. "Una teoría de conspiración puede proponer una variedad de grupos diferentes que conspiran, a menudo en el mismo evento. Por ejemplo, las teorías de conspiración del cambio climático acusan a científicos, gobiernos, ciudadanos de los Estados Unidos, demócratas, etc. Como tal, no es que sea pura oposición a 'las élites', ya que, por supuesto, también se puede ver a los grupos poderosos como Gobiernos y similares, pero las teorías de conspiración también pueden referirse a grupos minoritarios que se perciben como poderosos (por ejemplo, el pueblo judío)", explica el investigador británico.
"Los hechos funcionan, pero no funcionan para todos"
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No es tan fácil como parece: las mentiras no se combaten solo con la verdad, o con el sentido común para los más reacios al término verdad. Los estudios centrados en los antivacunas han demostrado que exponer los hechos sin más no funciona, y es un fenómeno común a otras creencias acientíficas o a bulos y desinformación habitual en tiempos de covid-19. "En redes sociales el lado cognitivo y racional de nuestro cerebro está desactivado y muy activo el proceso límbico, el emocional", explica el investigador en Comunicación Pública de la Universidad del País Vasco Julen Orbegozo. "Juega un papel determinante el sesgo confirmatorio. Acudo a las redes con unas predisposiciones y a partir de ahí busco entre mis pares, entre la tribu, ratificar mis propias creencias", explica. Un fenómeno al que todo el mundo está expuesto, crea o no que Bill Gates mete robots microscópicos en las vacunas.
Sin embargo, y aunque sea difícil y en muchas ocasiones inútil, no hay que renunciar a exponer los hechos, la evidencia probada, cada vez que un bulo o una conspiración basada en la nada como la de Miguel Bosé coge fuerza. A los acérrimos convencidos no se les puede convencer, ya sean antivacunas o creyentes en la teoría de la Tierra plana. Pero hay un mayoría silenciosa, apunta Jolley, que sí escucha. "Las intervenciones para abordar las creencias conspirativas son oportunas, pero difíciles. Funcionan en aquellos pertenecientes a la 'población general' que no son creyentes acérrimos". Es positivo darles argumentos antes de que se vean expuestos a la desinformación: les inmuniza ante el bulo. "Los hechos funcionan, pero no funcionarán para todos. ¡Es un buen primer paso!", resume.
No ignorar la desinformación, aunque sea un disparate, también tiene efectos positivos para el debate público, apunta Orbegozo. "Bosé, sin datos y sin ninguna evidencia cientifica, está alimentando una teoría conspirativa, pero a la postre tambien nos invita a que administraciones e instituciones tengan la necesidad de decir que las vacunas son seguras y que el 5G es inocuo". Aunque sea una obviedad. Por ejemplo: en parte gracias a los tuits del artista, muchos han descubierto que GINI no es una farmacéutica, sino una alianza mundial entre investigadores, Gobiernos y empresas para buscar, desarrollar y producir vacunas. Se está esforzando, como otras muchas iniciativas a lo largo y ancho del mundo, en encontrar una vacuna que solo será efectiva si un porcentaje muy amplio de la población se la pone, de ahí la importancia que la lucha que se libra contra la desinformación.