Víctor es un chimpancé de casi 40 años que fue vendido a una pareja francesa a muy temprana edad. Vivió con ellos durante casi dos décadas como si fuera el hijo de ambos: llevaba ropa y pañales, comía en la mesa con cubiertos… Con el paso del tiempo Víctor fue creciendo y se fue haciendo cada vez más difícil mantenerlo en casa, por lo que la pareja optó por construirle una jaula en su jardín. En ella vivió ocho años hasta que fue trasladado a un zoo francés, donde continuó encerrado y aislado otra década de su vida. Finalmente, a la edad de 24 años, Víctor fue rescatado por el centro de recuperación de primates Fundación MONA.
Como Víctor, ha habido muchos otros chimpancés que han formado parte de espectáculos –circos, películas, anuncios o programas de televisión– o han sido mascotas. Estos animales carecen de una vida normal: no viven en su hábitat natural, a menudo son separados de sus madres y mantenidos en aislamiento social, son forzados a hacer entrenamientos...
Se ha demostrado científicamente que todas estas experiencias predisponen a los primates a desarrollar trastornos mentales como depresión, ansiedad generalizada o trastorno obsesivo compulsivoa Journal of Veterinary Behaviour. Así lo recoge el estudio publicado en la revista científica, que ha investigado las “psicopatologías” de más de 20 chimpancés exartistas y exmascotas rescatados.
Miquel Llorente, doctor en Psicología especializado en primates y comportamiento animal, afirma que estos primates comparten una serie de experiencias que les marcan de por vida: la privación del entorno y de su grupo social. Esto puede tener graves consecuencias en el desarrollo del animal. En primer lugar, Llorente denuncia que “se les saca del hábitat para el que biológicamente se han adaptado durante millones de años” para incluirles en otro que puede ser perjudicial u hostil.
Por otro lado, se debe tener en cuenta que los primates son socialmente muy complejos. El psicólogo expone que los grupos sociales de estos animales actúan como un “amortiguador de las adversidades", es decir, "los problemas son más fáciles de resolver si te encuentras rodeado de su entorno”. Por ello, crecer lejos de los de su especie puede repercutir en su desarrollo de una manera muy negativa. Este fue el caso de Tico –otro chimpancé acogido por MONA–, que vivió en solitario hasta los 18 años. Cuando llegó a la fundación, experimentó muchas dificultades para relacionarse con otros animales, ya que carecía de comportamientos sociales. De hecho, le costó más de cuatro años poder compartir el mismo espacio con otros chimpancés.
Olga Felíu, veterinaria y directora de la Fundación MONA, resalta que el aspecto más traumático que puede afectar en la vida de un chimpancé es la separación materna. A menudo los primates que son destinados al espectáculo o adquiridos como mascotas son separados de sus madres a una temprana edad, por lo que “no tienen tiempo de aprender de ella, y todo lo aprenden del ser humano”. Esto, según explica Felíu, les crea grandes carencias y les dificulta su interacción con el mundo.
Estas circunstancias son muy parecidas a las que viven los chimpancés que realizan espectáculos televisivos, películas o anuncios publicitarios. Son separados de los de su especie y además son forzados a comportarse de una manera antinatural para ellos. Yulán Úbeda, doctora en personalidad, bienestar y psicopatologías animales, destaca que los chimpancés que forman parte de espectáculos a menudo son obligados a realizar entrenamientos que no están basados en el reforzamiento positivo, sino que “están basados en el castigo”. Estos ejercicios no suelen estimular el desarrollo (muscular o psicológico) de estos animales, sino que se limitan a cumplir los objetivos de los shows.
La vida en una casa no siempre es mejor que en un circo
A pesar de lo que se suele pensar, Llorente asegura que vivir en una casa puede ser más perjudicial para un chimpancé que vivir en un circo. Los principales motivos son la estimulación y la compañía.
Para preparar los espectáculos, estos animales son sometidos diariamente a ejercicios físicos, conformando una rutina. Llorente asegura que esta rutina es “una de las principales variables” que puede ayudarles a tener una buena salud mental. Esto es algo de lo que suelen carecer los chimpancés que son mascotas, ya que, como comenta Felíu, acostumbran a estar encerrados en una jaula.
Además, los primates que forman parte de un circo por lo general conviven con otros de su misma especie, algo muy importante para animales tan sociables. De hecho, según afirma el investigador, el “perfil de discapacidad social” –que hace referencia a la falta de habilidades sociales– es mucho más marcado en chimpancés que han sido mascotas, y su capacidad de recuperación o mejora suele ser “en comparación” más lenta a la de animales que han vivido en circos.
Otra de las desventajas que sufren los chimpancés bajo el cuidado de particulares es la humanización. Feliu asegura que esto suele ocurrir con más frecuencia cuando son pequeños. “Los chimpancés que han crecido con humanos a menudo no reconocen las vocalizaciones de otros chimpancés y se asustan cuando las escuchan”, comenta. A esto se le suma el hecho de que “no adquieren conductas naturales”, lo que dificulta más adelante dificulta su reinserción.
Estos ambientes humanizados, como explica Úbeda, no logran satisfacer nunca las necesidades del animal. Lo mismo advierte Llorente, quien agrega que todos los primates que han crecido en un entorno humanizado “no óptimo” acaban “provocando el mismo perfil psicopatológico que podría tener un humano”.
A pesar de todas estas aparentes “ventajas” que pueden experimentar los chimpancés que se crían o viven en un circo, todos los expertos coinciden en que la cautividad nunca debe ser una opción. También aseguran que, aun cuando es difícil monitorizar el comportamiento y la salud mental de los animales silvestres, la presencia de psicopatologías es “infinitamente menor” en un entorno natural.
¿Es posible reparar el daño?
Algunos de los chimpancés que ha rescatado la Fundación MONA han vivido durante años en pésimas condiciones, lo que les ha provocado diferentes trastornos mentales. Por ello, cabe preguntarse, ¿es posible reparar el daño que se les ha causado?
Felíu denuncia que “los chimpancés no han evolucionado para ser objetos de los humanos”. Anima a que nos pongamos en la piel de estos animales: “Si viviéramos lo mismo, sentiríamos también lo mismo, ellos también se ponen tristes o sufren depresión cuando pierden a un ser querido”.
Por ello, la fundación intenta rescatar al máximo número de ejemplares. Tratan de darles un lugar adecuado donde puedan rehabilitarse y convivir con otros chimpancés. “Hay que recordar que pueden vivir hasta 60 años”, advierte la directora, por lo que es importante darles un hogar donde puedan pasar el resto de su vida. El objetivo, según expone Felíu, es que tengan un grupo social donde puedan desarrollar las conductas propias de su especie.
Es prácticamente imposible establecer lo que sería llevar “una vida normal” para un chimpancé que ha estado encerrado o ha sufrido maltrato durante años. Sin embargo, Felíu explica que existen algunos indicadores que pueden reflejar una mejoría en la calidad de vida: “los más importante son: que coma bien, que tenga un aspecto general físico y mental correcto y que se relacione con el grupo con el que vive”.
Hay animales que tardan más que otros en lograr estos objetivos. Llorente destaca que algunas de las cuestiones que pueden ralentizar el progreso son: “aspectos neurobiológicos y genéticos, la historia de vida del animal, su temperamento o la edad”. Por ejemplo, Víctor tardó un año en tener contacto con otros chimpancés, mientras que otros de sus compañeros solo necesitaron semanas.
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La recuperación de estos animales requiere mucho tiempo y dinero: “el mantenimiento de un chimpancé al año puede estar entre los nueve mil y los diez mil euros, todo ello sin contar con los sueldos cuidadores y veterinarios, el mantenimiento de las instalaciones, las medicinas…”, explica Felíu.
Tanto las investigaciones sobre las consecuencias de una vida deplorable en cautividad como la Fundación MONA buscan concienciar a la sociedad de que ni los circos ni las casas son lugares idóneos para que vivan los chimpancés. Llorente destaca que es necesaria una “toma de conciencia ética” sobre “el tipo de mensajes que transmitimos a las nuevas generaciones a la hora de mostrar un animal en estas condiciones (en espectáculos o a cargo de particulares)”.
Además, los investigadores esperan que estas pruebas empíricas del sufrimiento que puede causar la cautividad puedan promover un cambio en la legislación actual. “Los estudios no sólo tienen aplicación en el bienestar animal y la comprensión de la especie, sino que también en el ámbito político”. Asegura que “los estos fundamentos, pruebas, razones de tipo científico, ético y legal que tenemos” pretenden tanto evidenciar el maltrato derivado de este tipo de prácticas como fundamentar su protección.
Víctor es un chimpancé de casi 40 años que fue vendido a una pareja francesa a muy temprana edad. Vivió con ellos durante casi dos décadas como si fuera el hijo de ambos: llevaba ropa y pañales, comía en la mesa con cubiertos… Con el paso del tiempo Víctor fue creciendo y se fue haciendo cada vez más difícil mantenerlo en casa, por lo que la pareja optó por construirle una jaula en su jardín. En ella vivió ocho años hasta que fue trasladado a un zoo francés, donde continuó encerrado y aislado otra década de su vida. Finalmente, a la edad de 24 años, Víctor fue rescatado por el centro de recuperación de primates Fundación MONA.