Desde hace algunos años, los alumnos de la inmensa mayoría de institutos públicos catalanes tienen las tardes libres. Con algunas variaciones, suelen entrar a las ocho de la mañana y salen sobre las tres de la tarde, lo que significa que, en el mejor de los casos, no comen hasta media hora después. Eso, si tienen suerte y viven cerca. Y aunque la normativa dice que los estudiantes de secundaria no pueden tener más de tres tardes sin clase, el 88% de los centros hace caso omiso. Pero eso podría cambiar.
El departamento de Educación está a la espera de conocer las conclusiones del informe que ha encargado al Instituto Catalán de Evaluación de Políticas Públicas (Iválua) que podrían servir para abordar el polémico debate de la reforma horaria, en este caso, en la escuela. Paralelamente y tal como confirman fuentes de la Generalitat a infoLibre, la consellería también está elaborando un Plan de Educación a Tiempo Completo con el fin de “reflexionar” sobre los usos educativos del tiempo fuera de los centros escolares.
A la espera de los resultados de ambos estudios, el grupo de expertos designado por el Govern tras el batacazo del informe PISA ha lanzado una batería de medidas entre las cuales figura “avanzar hacia una educación a tiempo completo”, como en las escuelas concertadas, y “garantizar el acceso al servicio de comedor escolar al alumnado socialmente desfavorecido”.
Recuperar los comedores, un tema de salud
“La educación intensiva generalizada en secundaria es insólita a nivel internacional. No hay ningún otro país en el mundo en el que los alumnos hagan seis horas seguidas de clase y la comida no llegue hasta primera hora de la tarde, precisamente por sus efectos nocivos en términos educativos y sociales”, sostiene la socióloga Elena Sintes. De acuerdo con la también jefa de proyectos de la Fundación Bofill, el ritmo que se impone a los adolescentes es “muy estresante”. “Son muchas horas en las que prácticamente no hay momentos para un buen descanso, lo que repercute en la dificultad de atención, problemas mentales y se vincula con peores resultados educativos”, sostiene antes de agregar que comer tan tarde también se relaciona “con mayor riesgo de sobrepeso y diabetes”.
Más contundente se muestra la maestra, psicopedagoga y doctora en Pedagogía de la Universidad de Vic-Universidad Central de Cataluña, Laura Domingo: “Hacer comer tan tarde a los adolescentes es una aberración. Lo mires por donde lo mires es un problema de salud en mayúsculas”. Domingo, que ha analizado la reforma horaria en el mundo rural, asegura que es en estas zonas donde cobra mayor importancia debido a las distancias y la falta de transporte: “Tenemos un drama en los institutos públicos”.
En la comarca del Lluçanès (Barcelona), por ejemplo, ubicada en la Cataluña Central, hay un solo instituto, de forma que los jóvenes de la región deben desplazarse hasta la capital. “Hacen el recorrido en autobús y, el último, llega a casa sobre las 15.45 horas sin haber comido todavía. Esto es inaceptable”, remarca.
Para poder mantener el ritmo, los institutos suelen hacer dos pausas durante la mañana lo que, para esta experta, no tiene ningún sentido. “El segundo patio debería ser la comida”. Reclama así que se recuperen los comedores en la ESO, especialmente en los municipios rurales, donde los estudiantes tardan hasta cuarenta minutos para regresar a sus casas. “Al menos así los estudiantes, especialmente los que están en riesgo de exclusión, se asegurarían una comida de calidad”.
De esta forma, coinciden los especialistas, se podría estrechar la brecha que separa la educación pública de la concertada. “Ambas prestan un servicio público, pero hay grandes desigualdades en la oferta que ofrecen y, en términos de justicia y equidad social, no deberíamos permitirlo”, enfatiza Sintes.
Más presión sobre los alumnos vulnerables
De hecho, la eliminación de este servicio ha sido una de las consecuencias de los recortes que impuso a partir de 2012 el gobierno del entonces president Artur Mas. Los menguantes presupuestos y la reducción de plantillas y personal docente llevó a muchos centros a pedir el horario continuado en secundaria y cancelar el servicio de comidas.
“La supresión del servicio de comedor y, por tanto, de las becas comedor, comporta muchos problemas”, advierte Sintes. “Los alumnos de familias en situación de vulnerabilidad que en sexto de primaria pueden tener al menos una comida saludable al día, pierden este derecho dos o tres meses después por pasar al instituto, que también es una etapa obligatoria”, denuncia.
“Especialmente los niños y jóvenes de entornos desfavorecidos, que son el 30% en Cataluña, cuanto más tiempo pasen en la escuela, mejor. Son espacios seguros”, sostiene, por su parte, Domingo. Ahora bien, en su opinión, el comedor no sólo se debería subvencionar a los alumnos en riesgo de exclusión, sino también a todos los estudiantes rurales, que no tienen opción de volver a casa.
Horarios adaptados al territorio
Precisamente una de las cuestiones que plantean los expertos consultados por este diario es que los horarios se adapten a cada zona en función de las necesidades educativas. “En un entorno rural, en el que los alumnos deben recorrer kilómetros, que se queden a comer es fundamental”, recalca el profesor de Pedagogía Internacional de la Universidad de Barcelona Enric Prats. De hecho, en algunos municipios del Pirineo, las escuelas empiezan más tarde para evitar las heladas de primera hora de la mañana. “Debería existir un criterio gubernamental, y, dentro de este marco común, que haya flexibilidad en función de las casuísticas”, resalta Sintes.
Es más, según esta socióloga, aunque la jornada partida es mejor que la intensiva, también presenta algunos problemas, como la larga pausa del mediodía o el horario de entrada, que propone atrasarlo para adaptarse a los biorritmos de los adolescentes. A grandes rasgos, sugiere que los institutos empiecen las clases a las 9 de la mañana, paren sobre las 15 horas a comer y acaben alrededor de las 16 horas. “Podría ir variando por etapas con una cierta gradación en función de la edad, porque no es lo mismo primero y segundo de ESO, que tercero y cuarto”. Eso es lo que hacen muchas escuelas concertadas, donde las tardes libres aumentan a medida que los estudiantes pasan de curso.
“Cada comunidad educativa debería establecer lo que más le convenga a través de procesos participativos, con autonomía de los centros y horarios más flexibles”, matiza Domingo, para quien el horario de la comida debería ser “formativo”. “Es en los espacios no formales donde pasan todos los conflictos, donde los niños y jóvenes pueden ser más ellos, están más desinhibidos y, por tanto, donde debería haber más mirada pedagógica”, indica.
El modelo portugués
Para Prats, el criterio debe ser precisamente pedagógico: “El proceso de maduración también incide mucho, aunque yo no sería muy fundamentalista con el horario porque la idea de tiempo completo va más allá de la idea de tiempo lectivo e incluye otras actividades como las extraescolares”. El profesor pide fijarse en Portugal, donde existe una idea de “horario integral” y cuyo modelo educativo integra diversos tipos de profesionales, así como un conjunto de actividades no curriculares destinadas a desarrollar otro tipo de competencias y habilidades, también emocionales.
“Hay desde deporte a artes plásticas, juegos, refuerzo o incluso el comedor, alrededor del cual se generan una serie de situaciones, vivencias y hábitos que no se pueden reproducir en una clase normal”. “Es una medida muy potente siempre y cuando haya recursos y los ayuntamientos y territorios se impliquen con dinero y fórmulas imaginativas”, apostilla. Prats está convencido de que, con esta mirada, se podría combatir el abandono escolar, al reforzar el vínculo entre los estudiantes y los centros educativos.
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Sintes también reivindica el modelo portugués, uno de los “más exitosos” y más fácil de asumir en España por las similitudes culturales, sociales y económicas. “El currículum oficial lectivo es tan importante como el no lectivo. Las competencias que se adquieren son extremadamente valiosas y marcan un diferencial enorme entre los que han podido acceder a ellas y los que no, por eso las administraciones deben asumir la responsabilidad de disponibilizar estas actividades a todo el mundo”.
Extraescolares universales
La última de las cuestiones que los expertos ponen sobre la mesa es justamente cómo pasan los jóvenes sus tardes libres. “Si la escuela acaba a las 15 horas y no hay extraescolares, generas mucha desigualdad, porque los que tienen recursos llevarán a sus hijos a inglés o natación y, los que no, se quedarán en la calle”, advierte Prats. ¿La solución? Que las actividades estén subvencionadas o patrocinadas en la escuela pública para evitar mayores diferencias con las concertadas.
También lo comparte Domingo, quien enciende de nuevo la alarma en el mundo rural. “Las extraescolares son uno de los hándicaps más bestias porque no salen a cuenta. Solo las familias de clase media o alta, que tienen el coche en la puerta y pueden pagar la cuota, pueden llevar a sus hijos a la capital de comarca a hacer deporte o música. Los demás, no tienen opción”, lamenta.
Desde hace algunos años, los alumnos de la inmensa mayoría de institutos públicos catalanes tienen las tardes libres. Con algunas variaciones, suelen entrar a las ocho de la mañana y salen sobre las tres de la tarde, lo que significa que, en el mejor de los casos, no comen hasta media hora después. Eso, si tienen suerte y viven cerca. Y aunque la normativa dice que los estudiantes de secundaria no pueden tener más de tres tardes sin clase, el 88% de los centros hace caso omiso. Pero eso podría cambiar.