La derecha recurre a la etiqueta del "populismo" para disfrazar el auge del discurso ultra

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El PP, lejos de jugar la baza de la deslegitimación de Vox, se resiste a calificarlo como de extrema derecha y abre la puerta a espacios comunes. Ciudadanos, aunque en menor medida, también muestra una posición contemporizadora, en las antípodas del trato que dispensa al PSOE o a Unidos Podemos. Los partidos liderados por Pablo Casado y Albert Rivera sitúan a las fuerzas de izquierdas en el campo del "golpismo", pero reducen a elementos circunstanciales sus diferencias con la formación liderada por Santiago Abascal, con la que prevén coincidir este domingo en un acto en Alsasua.

El PP se prodiga abiertamente en mensajes de cercanía con Vox. "Compartimos ideas", afirmó su presidente, Pablo Casado, tras el lleno del partido ultraderechista en Vistalegre. Con su líder, Santiago Abascal, ha dicho que tiene "una excelente relación". El mentor de Casado, el expresidente José María Aznar, ve en Abascal "un chico lleno de cualidades".

La proximidad de Casado a Vox no es consecuencia de su creciente presencia mediática a raíz del mitin en Madrid. Ya como candidato a presidente del PP, Casado lanzaba su oferta de "unidad del centroderecha" sin la menor crítica ideológica. Normalmente partidario de dar "la batalla de las ideas", en este caso lamenta que la disgregación de la derecha obligue a "depender de otros partidos menos respetables en mi opinión que Vox y Ciudadanos".

Abascal defiende la supresión del Estado de las autonomías y la deportación de todos los inmigrantes ilegales. Ya ha advertido públicamente al número dos de Podemos, Pablo Echenique, de origen argentino, que lo expulsaría de España si Vox llegara al poder.

La actitud de PP y Ciudadanos abre paso a lo que la politóloga Pippa Norris llama "zona de aquiescencia", que a su juicio es el principal riesgo que para las democracias tiene la ultraderecha: que la derecha defensora de los principios democráticos acabe asumiendo sus postulados y así legitimándola. En los últimos días, al hilo de los preparativos del acto de España Ciudadana en Alsasua, ha habido roces entre Vox y Ciudadanos, que prevé agudizar su perfil europeísta para marcar distancias. Pablo Casado ha afirmado por su parte que el PP no tiene la "radicalidad" de Vox. Pero ahí han quedado las diferencias.

Más que las discrepancias, destacan las dinámicas comunes entre Casado y Abascal. El PP ha respondido al acercamiento a Vox de Antonio del Castillo, padre de una adolescente asesinada en Sevilla, con el anuncio de la afiliación de Juan José Cortés, padre de otra niña asesinada en Huelva, que de hecho lleva vinculado al partido al menos desde 2011 a través de Juan Ignacio Zoido, que lo empleó como asesor.

El paraguas del "populismo"

En una entrevista en La Sexta, a Casado se le preguntó: "¿Vox es un partido de ultraderecha para usted?". "Yo no defino al resto de partidos", contestó. La repregunta fue: "¿Cómo definiría usted a Podemos?". Y la respuesta: "Podemos es un partido populista".

El apelativo "populista" viene ofreciendo un paraguas bajo el que meter a Trump y a Salvini, a Beppe Grillo y a Tsipras. Se beneficia de zonas de incertidumbre léxicas, de la diferente concepción de los términos políticos según los países. Un liberal se asocia a la izquierda en Estados Unidos y a la derecha en España. Autores anglosajones como Yascha Mounk, defensores de los principios de la "democracia liberal", esbozan clasificaciones que acaban metiendo a izquierda y derecha en el mismo saco si cuestionan el sistema. "Los populistas, sean de donde sean –desde el indio Narendra Modi hasta el turco Recep Tayyip Erdogan, desde el húngaro Viktor Orbán hasta el polaco Jaroslaw Kaczynsky, y desde la francesa Marine Le Pen hasta el italiano Beppe Grillo suenan [...] sorprendentemente similares [...] pese a sus considerables diferencias ideológicas", escribe Mounk en El pueblo contra la democracia (Paidós, 2018) .

El PP y Ciudadanos hacen uso de ese paraguas. Pero desde las ciencias sociales numerosas voces se han alzado contra esta equiparación. El politólogo Albert Balada ve insostenible equiparar a un Trump o un Jair Bolsonaro con partidos como Podemos, que "propugnan un retorno a principios esenciales de la democracia" radicados en el liberalismo del siglo XVIII en Francia y Estados Unidos. Otra cosa es la utilización de recursos retóricos populistas, como la continua invocación de la "patria" o los rasgos personalistas de Podemos, sobre todo en origen.

El sociólogo Manuel Jiménez ha subrayado cómo es precisamente el PP el que incurre en una de las conductas más comúnmente reconocidas como de riesgo democrático, "la incapacidad de aceptar derrotas electorales", en este caso tras la moción de censura, y la falta de reconocimiento de legitimidad del adversario.

El economista David Lizoain ha ido más lejos y en El fin del primer mundo (Catarata, 2017) incluye a Podemos junto a Syriza y Mélenchon entre las fuerzas que "han ofrecido esperanza mientras exigían fe", aunque sin demostrar "capacidad de transformación". Los sitúa precisamente como opuestos al auge de la ultraderecha. El profesor de política económica en Harvard Dani Rodrik ha hecho también una distinción entre un populismo de izquierdas basado en el eje izquierda-derecha y un populismo de derechas basado en el factor identitario.

Etiquetas cómodas

La cuestión terminológica no es gratuita. El ideólogo neonazi Richard B. Spencer acuñó en Estados Unidos el exitoso término "alt-right", que se refiere a una "derecha alternativa", para blanquear movimientos como el Tea Party, que alentó la radicalización de las bases del Partido Republicana y allanó el camino a Trump. En Francia Marine Le Pen y en Holanda Geert Wilders han luchado por evitar su identificación con la extrema derecha, buscando fórmulas más amables como "alt-right", que también es del agrado del gurú de la llamada irónicamente "Internacional Nacionalista" Steve Bannon.

La Fundación del Español Urgente BBVA ha terciado en la controversia proponiendo el término "nacionalpopulismo" para definir "un movimiento político de liderazgo fuerte, apelación radical a la identidad nacional y gran hostilidad hacia la inmigración, la globalización, las minorías y el elitismo cosmopolita". Las palabras "derecha" o "ultraderecha" desaparecen de la ecuación. El sociólogo Jorge Galindo propone el término "derecha reaccionaria".

Declaración antifascista

En ocasiones la nueva ultraderecha adquiere tintes claramente antidemocráticos: el continuo desafío institucional de Trump, la nostalgia de la dictadura de Bolsonaro y la persecución de opositores de Orbán. A esto se suman los discursos hipernacionalistas, los mensajes xenófobos, la obsesión contra los medios de comunicación críticos. En un contexto de auge internacional de un fenómeno cuyo alcance aún está por calibrarse, PP y Cs adoptan un perfil bajo a la hora de hacer un diagnóstico general y de señalar a lo que pretende constituirse como la marca de este nuevo ultraderechismo en España, Vox.

El PP ha impedido la lectura en el Congreso de una declaración institucional impulsada por Unidos Podemos de condena del "auge del neofascismo", similar a otra aprobada en el Parlamento europeo. "El texto no hace referencia a todos los fascismos comunistas que a lo largo de muchos siglos han existido en nuestro planeta", justificó el portavoz adjunto del PP José Ignacio Echániz, que echaba en falta referencias a Stalin, Lenin, Pol Pot, Fidel Castro, Maduro, ETA, Corea del Norte y la izquierda abertzale. Ciudadanos, tras algunas vacilaciones iniciales, apoyó el texto.

La actitud de la derecha y del capital

¿Es peligrosa la actitud de Ciudadanos y, especialmente, del PP? El abogado y exdirigente político y sindical Joan Coscubiela cree que "menospreciar o minusvalorar el impacto de ideologías claramente xenófobas, que plantean problemas de convivencia, siempre es peligroso". Pero pone el énfasis, más que en PP y Cs, en los medios de comunicación que dan pábulo a sus "falsedades" en temas como inmigración o seguridad.

Coscubiela cree que la clave está en los intereses económicos que alientan los fenómenos ultraderechistas. "Los poderes económicos apuestan por ello, como en Brasil. Está en su genética. Lo hicieron en la Europa de entreguerras y en América Latina en los 70. No es nada nuevo", afirma.

En cuanto a la respuesta de la derecha política, observa dos tipos de reacciones en Europa. "Se vieron con la reprobación del primer ministro húngaro. Un sector se situó en términos de derecha conservadora democrática. Otro sector, en el que estaba el PP, evitó la reprobación". Coscubiela espera que el retroceso de la radicalizada CSU en Baviera obligue a las derechas conservadores y liberales a tomar nota y marcar distancia.

La "hipótesis aznarista"

El sociólogo Rubén Juste, asesor de Podemos, ve a PP y Ciudadanos atrapados en una contradicción. "Se dirigen a una audiencia que está cambiando, no sólo en España, sino en todo el mundo. Si se lanzan a criticar a Vox, están criticando a parte de sus propios votantes. El problema es que han asumido que esa es la estrategia que da votos, aunque eso refuerce las ideas de Vox", señala.

Todo se basa, afirma, en la "hipótesis aznarista", según la cual la política debe ser "de enfrentamiento pleno", para lo cual hay que empujar al electorado de derechas "hacia la radicalización". "Hoy día, en el mercadeo de las ideas, cotizan más alto las que defienden la destrucción del enemigo", añade.

¿Quién construye?

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Javier Elzo, catedrático emérito de Sociología en Deusto, afirma que en España se ha venido hablando erróneamente de la "excepción española" por carecer de ultraderecha. "De repente hay un acto de Vox y se habla de ella. Pero ha estado siempre agazapada en el PP", señala. Cree que su actual auge se produce "por la debilidad extrema de la socialdemocracia, que no sabe por dónde va el viento". Y subraya que la izquierda ha gobernado Brasil, y lleva 40 años en Andalucía. "¿Qué ha logrado? Eso hay que mirarlo", incide.

Elzo extiende su análisis al problema de la crisis de la democracia, que "está en discusión". En paralelo observa "un desprestigio de la reforma y de la moderación", cuyos defensores son tildados de "melifluos".

A su juicio el auge de la extrema derecha "es innegable", como lo es la tibieza de la postura ante la misma del PP y Cs. Pero, siendo grave, no ubica ahí el epicentro del problema. "Hay una falta de ecuanimidad, de análisis. Si te sientas y pones el telediario, ves que todo es queja, todo es protesta. ¿Quién construye?".

El PP, lejos de jugar la baza de la deslegitimación de Vox, se resiste a calificarlo como de extrema derecha y abre la puerta a espacios comunes. Ciudadanos, aunque en menor medida, también muestra una posición contemporizadora, en las antípodas del trato que dispensa al PSOE o a Unidos Podemos. Los partidos liderados por Pablo Casado y Albert Rivera sitúan a las fuerzas de izquierdas en el campo del "golpismo", pero reducen a elementos circunstanciales sus diferencias con la formación liderada por Santiago Abascal, con la que prevén coincidir este domingo en un acto en Alsasua.

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