"Un hombre, un voto", dice al adagio democrático. No hay ricos ni pobres ante la urna, todos valemos lo mismo, ¿verdad? Pues resulta que no es tan sencillo. Pasado por el filtro de su código postal, un hombre puede ser menos que un voto. Puede ser medio voto, o menos aún. Lo sabemos ya: los pobres votan menos. Muchos no lo entienden. Se extrañan de que los de abajo no acudan al lugar donde no se pregunta por la renta. "A pesar de la desigualdad, que debería empujarlos a exigir soluciones, votan menos. Y malogran así la oportunidad de cambiar su destino", razonarían los perplejos, que no entienden la abstención de casi el 90% en zonas del Polígono Sur, el barrio más pobre de Sevilla, frente al 25% en Los Remedios, entre los más ricos.
Pero, ¿y si fuese un planteamiento equivocado? ¿Y si la abstención no fuera a pesar de, sino a causa de la desigualdad?
Pues esa es la realidad, a tenor de los datos disponibles tanto en España como en el resto del mundo democrático y del análisis que ha hecho del triple fenómeno desigualdad/participación electoral/oferta política un investigador canadiense especializado en la interrelación entre diferencias de renta y voto. "Los trabajadores con menores ingresos se están desvinculando de la política debido a su falta de representación efectiva en el espacio de la política económica", sostiene, con decenas de encuestas y análisis de resultados electorales por delante, Matthew Polacko, investigador en el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Quebec en Montreal y autor del artículo La política de la desigualdad de ingresos.
En respuesta por escrito a preguntas de infoLibre, Polacko señala que existe un "círculo vicioso de desigualdad política en todo Occidente, en el que el aumento de la desigualdad de ingresos coincide con el retroceso democrático, el aumento de la desafección y el empeoramiento de la representación política, especialmente para los pobres". Y atención a su conclusión: "Parece que la adopción de la austeridad y los recortes salariales y de servicios impulsados por la derecha pueden beneficiar electoralmente a la derecha, ya que pueden aumentar la desafección política y conducir a la abstención. Esto seguramente se agrava cuando los izquierdistas no desafían la austeridad y la creciente desigualdad". "La lucha contra el aumento de la desigualdad de ingresos –añade– debería ser un objetivo principal de los partidos de izquierda, no sólo por convicción ideológica. Los partidos socialdemócratas de Alemania, Noruega y Portugal han disfrutado de un renacimiento electoral moviéndose hacia la izquierda en la economía. En una investigación reciente, he demostrado que cuando los partidos socialdemócratas adoptan políticas de derechas con mayores niveles de desigualdad de ingresos, pierden votos. Los partidos de izquierda se benefician electoralmente al ofrecer una mayor redistribución".
Andalucía y cómo los pobres votan menos
Las conclusiones de trabajo de Polacko presentan especial interés en la resaca de las elecciones en Andalucía. La derecha (PP+Vox) ha logrado 72 de 109 escaños en una región que acumula 12 de las 15 ciudades con menor renta, entre ellas las siete primeras, y 11 de los 15 barrios con menor renta. El más pobre, año tras año, es el Polígono Sur. Andalucía es a la vez pobre comparada con el conjunto de España e internamente más desigual: todas sus provincias figuran entre las que menos movilidad intergeneracional tienen, es decir, es más difícil que un hijo de pobre llegue alto.
Múltiples crónicas recogen estos días la fuerte abstención en todos esos barrios deprimidos. Sobresale la atención prestada al Polígono Sur, con distritos donde casi el 90% no votó. La panorámica no deja lugar a dudas: en los barrios del 10% más rico la participación superó el 70%, en sus opuestos no llegó al 45%. Ojo, no es un fenómeno sólo andaluz. En las elecciones madrileñas de 2021, los cuatro distritos con mayor abstención fueron los cuatro con menor renta per cápita. Y es sólo un dato más de una serie consistente. La mayor abstención en zonas pobres está acreditada por el trabajo de Manuel Trujillo (IESA-CSIC) y Braulio Gómez (Deustobarómetro), que han detectado más de cien “puntos negros” de participación que coinciden "casi milimétricamente” con “barrios marginales”. Un dato de las municipales: de las 100 secciones donde hay una mayor diferencia entre la abstención propia y la media de abstención en el municipio, todas están en barrios con "algún grado de exclusión social”.
La evidencia también es abundante a nivel internacional. "La probabilidad de votar –explica Polacko– aumenta en función de la renta, y las personas más pobres votan en porcentajes considerablemente menores. Por ejemplo, en una reciente investigación transnacional para treinta países de la OCDE, descubrí que el quintil de ingresos más rico vota 11 puntos más que el más pobre". No obstante, le sigue impactando la brecha andaluza: "El fenómeno de una mayor abstención en las zonas más pobres es observable a nivel internacional y parece que se está acelerando. Sin embargo, los resultados de abstención más bajos en Andalucía son realmente sorprendentes. Queda por ver si se trata de una aceleración de la tendencia o se debe a la reciente crisis del coste de la vida, que está causando especiales dificultades económicas a los pobres".
La desigualdad como origen de la abstención
La mayor abstención de los pobres tiene un correlato en la mayor abstención general en las sociedades más desiguales. El gráfico de abajo, en el trabajo de Polacko, muestra resultados electorales en 22 países de la OCDE entre 1965 y 2019. La raya roja describe cómo la participación baja conforme aumenta la desigualdad.
El mecanismo detrás de esta pauta abstencionista, en la explicación de Polacko, sería este: "Una mayor desigualdad conduce a una mayor concentración de la riqueza en manos de los ricos, que entonces aumentan su poder político, lo que a su vez hace que los pobres se desvinculen más de la política, al darse cuenta de que ya no funciona para ellos". Así lo avalan los resultados de la Encuesta Social Europea, que permiten concluir que "la desigualdad parece aislar a los individuos de bajos ingresos de la vida cívica y social" (Bram Lancee, Herman G. Van de Werfhorst). "Cuanto mayor sea la desigualdad de ingresos, menos activos políticamente serán los pobres", escribe Polacko.
El investigador se muestra consciente de los múltiples mecanismos que la minoría poderosa tiene para preservar sus intereses: donaciones, puertas giratorias, acceso a la élite política... Pero no es ahí donde centra su búsqueda de respuestas, sino en la propia desigualdad, que acaba metiendo a los pobres una trampa electoral.
Dos (aparentes) paradojas sobre voto, desigualdad y redistribución
Del trabajo de Polacko –a su vez síntesis de otros muchos– se extrae la existencia de dos aparentes paradojas, que sirven para explicar cómo funciona el circuito desigualdad-abstención mayor de los pobres-políticas que incrementan la desigualdad.
1) A mayor desigualdad, menor inversión en redistribución. En teoría, debería ser al revés. Es decir, en una democracia desigual, lo lógico sería que la mayoría perjudicada impulsara mediante su voto una corrección de esa situación, que a su vez los políticos ejecutarían para ganarse el favor popular. Pero no es así. Sabemos por el trabajo sobre América Latina del investigador en Oxford Diego Sánchez-Ancochea que la desigualdad genera un ciclo continuo de polarización, segregación, ausencia de compromiso fiscal de los pudientes, deterioro de lo público e inestabilidad que acaba lastrando cualquier intento de corregir la desigualdad. América Latina es un ejemplo extremo, pero la ecuación "más desigualdad=menos inversión en redistribución" es global. Macko lo plasma en este gráfico con el gasto de 22 países de la OCDE desde 1965 hasta 2019.
¿Qué se ve? La "paradoja de Robin Hood": cuando la desigualdad es mayor, los países gastan menos en bienestar. La dinámica descrita por Polacko: el aumento de la desigualdad produce políticas perjudiciales para los intereses de los pobres, lo que a su vez aumenta la desigualdad económica. En un informe de la Fundación Alternativas, el doctor en Ciencia Política Guillem Vidal también ha reparado en esta retroalimentación. Por un lado, “los ciudadanos con más recursos económicos y con más nivel educativo son más propensos a votar”. Por otro lado, “si los ricos votan más que los pobres, las políticas redistributivas podrían resultar menos ambiciosas”.
De hecho resultan menos ambiciosas. En 2021 Derek A. Epp y Enrico Borghetto descubrieron que entre 1981 y 2012 en EEUU y en cinco países europeos, entre ellos España, se produjo una "migración de la atención legislativa" que la alejaba de las cuestiones relacionadas con la desigualdad. ¿Cabría insertar en esta dinámica medidas como las becas públicas para alumnos en centros privados de familias que ganan más de 100.000 euros en la Comunidad de Madrid? Y es sólo un ejemplo. En España la financiación de la educación privada sube en detrimento de la red pública y el discurso antiimpuestos es hegemónico en la derecha, con el dedo acusador dirigido contra Patrimonio y Sucesiones-Donaciones. Lo que se concluye del trabajo de Polacko es de profundo alcance: medidas como estas podrían alejar a los pobres de las urnas.
2) A mayor desigualdad, menos apoyo a la redistribución. No sólo es que se redistribuye menos cuando hay más desigualdad, es que la gente lo exige menos. Polacko lo acredita con un repaso por el trabajo sociológico que desmonta el modelo ideal del "votante medio", según el cual el aumento de la desigualdad debería conducir a mayores demandas de redistribución porque así lo exigiría el votante medio. No funciona así. La desigualdad exacerba las "tendencias de identidad social". ¿Qué significa? Que, cuando vemos que nuestro vecino se queda atrás, solemos desarrollar mecanismos para situarnos por encima, no para agruparnos con él. Hay algo de "sálvese quien pueda" y algo de "sesgo de automejora", junto a un impulso natural a justificar el sistema para "evitar el malestar" que provoca la sensación de injusticia. Por último, la tesis de la "rivalidad social" postula que las personas con ingresos medios se oponen a la redistribución por temor perder estatus relativo frente a los pobres.
Además, la fe en la meritocracia es mayor en las sociedades más desiguales y entre las capas más desfavorecidas. Lo ha detectado en Harvard Jonathan J. B. Mijs. En su artículo La paradoja de la desigualdad (2019), con 25 años de encuestas en 23 países, vio que "cuanto más desigual es una sociedad, más probable es que sus ciudadanos expliquen el éxito en términos meritocráticos" y no basándose en la "riqueza y las conexiones". El porcentaje que piensa así sube desde los 80, es decir, a lo largo del ciclo neoliberal. El dato de España es de 2009, con la Gran Recesión encima: un 68,2% creía en la meritocracia, más que en la desigualdad estructural (62,5%). La fe de los españoles en el mérito era mayor que la de suizos y holandeses. En la misma línea apunta la investigación Desigualdad económica y creencia en la meritocracia en EEUU (2016), de Frederick Solt: "Los contextos locales de mayor desigualdad se asocian con una creencia más generalizada en que la gente puede salir adelante si está dispuesta a trabajar duro".
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Hay más factores aparte de la propia desigualdad que explican el retroceso de la confianza en las soluciones igualitarias: la concentración de la propiedad de los medios, el retroceso de afiliación sindical, el descontento con la política en general... España no es ajena a ninguna de estas realidades. No obstante, el énfasis de Polacko está en la desigualdad. Y ahí España también tiene un problema. Hablamos de un país en el que en 2019 el 1% más rico acaparaba casi 3 puntos más de la renta total que el 50% más pobre, de un país en el que la avería del ascensor social ha ampliado un 30% la brecha de pobreza por origen familiar. Es innegable que el actual Gobierno ha introducido medidas para combatir el fenómeno: reforma laboral, Ingreso Mínimo Vital, más salario mínimo... Igualmente indiscutible es que la pandemia, pese al amortiguador de los ERTE, ha sido un factor de ensanchamiento de brechas económicas, igual que la inflación.
El perjuicio de la izquierda
La conclusión que se extrae de los trabajos reunidos por Polacko es que la desigualdad engendra una pérdida de fe popular en las posibilidades del Estado, lo cual lleva a la mayoría perjudicada a votar menos y al propio Estado a postergar los problemas de dicha mayoría. Con carácter general, los partidos más perjudicados por la mayor abstención en las zonas pobres son los de izquierdas. Pedro Riera y Sebastián Lavezzolo ya concluyeron en un informe de 2008 tras el análisis de 50 circunscripciones que “a medida que aumenta la cantidad de gente que vota, aumenta la proporción de ciudadanos que lo hace por partidos de izquierda”. Existe en España, añaden, un “sesgo ideológico” de la abstención “en perjuicio de los partidos progresistas”. Como ha publicado eldiario.es, la derecha ha dominado electoralmente la Comunidad de Madrid siendo sólo mayoritaria entre el 30% más rico del electorado.
No obstante, que los barrios pobres votan más a la izquierda no ocurre siempre. Los propios resultados de Isabel Díaz Ayuso en 2021 o los de Marine Le Pen en Francia en 2022 obligan a ser prudentes. Polacko lo ve así: "La abstención y la desafección política parecen afectar a todos los partidos. Sin embargo, hay algunas pruebas de que, en determinados contextos, los partidos de izquierda se ven afectados en mayor medida, como cuando se les considera parcialmente responsables del descenso del nivel de vida y del aumento de la desigualdad. El Partido Laborista en Reino Unido y el SPD en Alemania han tenido mayores tasas de abstención que sus homólogos de derechas después de que adoptaran las políticas neoliberales de la tercera vía. Cuando la participación es mayor, los partidos de izquierda tienden a beneficiarse electoralmente".
"Un hombre, un voto", dice al adagio democrático. No hay ricos ni pobres ante la urna, todos valemos lo mismo, ¿verdad? Pues resulta que no es tan sencillo. Pasado por el filtro de su código postal, un hombre puede ser menos que un voto. Puede ser medio voto, o menos aún. Lo sabemos ya: los pobres votan menos. Muchos no lo entienden. Se extrañan de que los de abajo no acudan al lugar donde no se pregunta por la renta. "A pesar de la desigualdad, que debería empujarlos a exigir soluciones, votan menos. Y malogran así la oportunidad de cambiar su destino", razonarían los perplejos, que no entienden la abstención de casi el 90% en zonas del Polígono Sur, el barrio más pobre de Sevilla, frente al 25% en Los Remedios, entre los más ricos.