Encuestas, ensoñaciones y una primera lectura de los resultados del 18F

Alfonso Rueda abraza a la secretaria general del partido en Galicia, Paula Prado.

Rafael Ruiz

Lo avisamos desde Logoslab en nuestro análisis del estudio pre-electoral del CIS que publicó infoLibre el pasado lunes 12: el PP alcanzaría la mayoría absoluta con 38-40 escaños (ha logrado 40 que pueden quedarse en 39 al estar un diputado bailando), el BNG obtendría un magnífico resultado que estaría entre 24 y 26 asientos (ha logrado 25), el PSOE tocaría fondo y tendría problemas para mantenerse en los dos dígitos (se ha quedado a 111 votos en Ourense de lograr el que hubiera sido su 10º escaño), y por último Sumar no iba a entrar y junto a Podemos dejarían muchos votos de izquierdas sin representación (finalmente han sido 32.000). 

En estos días leeremos una cantidad ingente de opiniones sobre el CIS y seguramente muchas sean para poner el foco en Tezanos y pocas para poner en valor la información valiosa que aporta el Centro de Investigaciones Sociológicas al conjunto de españoles, que va más allá de la polémica que acompaña a su presidente. Es la encuesta más fiable de largo, por base muestral y porque en los últimos años se ha producido un salto notable en transparencia al facilitar y agilizar el acceso a sus microdatos, lo que nos permite, por un lado, tener una fuente de contraste independiente de los institutos privados, una labor fundamental en una sociedad democrática. Y por otro, plantear una mirada crítica a las estimaciones que ofrece el propio CIS. Gracias a ello podemos hacer este artículo en el que comparamos dos estimaciones muy distintas, la de Logoslab y la ofrecida por el CIS, realizadas con la misma materia bruta: las 4.000 entrevistas efectuadas entre el 5 y el 7 de febrero, es decir con el trabajo de campo finalizado 10 días antes de ir a urnas. Con los resultados de ayer la conclusión es clara: el trabajo de base del CIS no falla, lo que falla es su cocina en las estimaciones. O el uso que se hace de él, cada cual que piense lo que quiera. Podemos verlo en el cuadro siguiente.

La ensoñación del vuelco

Desde que Sumar se quedó fuera de la carrera nunca hubo opciones reales de vuelco, pese a lo estrecho del margen que tenía el PP. Algunos institutos de opinión ampliaron sus horquillas para dar cabida a la opción de cambio (37-39 escaños) pero da la impresión de que fue más una reacción en cadena ante la ensoñación de la izquierda de poder lograrlo que el reflejo de una aritmética que apuntara en esa dirección. Esto es relevante en la medida en que el golpe de realidad de la izquierda, que hoy se lame sus heridas, es mayor por las expectativas levantadas que por las probabilidades reales de que se produjera una suma alternativa, que tenía poco sustento con los números en la mano como trataremos de explicar. 

Para empezar, la mayoría de gallegos manifestaba estar satisfecho con la gestión realizada en su comunidad, con sólo un 7% de votantes del PP que la calificaron de “mala” o “muy mala”, lo que ya era un indicio contraintuitivo para pensar en una ola de cambio que se llevara por delante al actual ejecutivo. Para continuar, el Partido Popular mantenía una fidelidad electoral muy elevada, de en torno al 90% (9 de cada 10 votantes del PP en autonómicas y generales manifestaba su intención de repetir voto), una lealtad electoral que per se ya garantizaba la absoluta. Además, su candidato y presidente de la Xunta Alfonso Rueda contaba con un índice de valoración notable, segundo líder mejor valorado por los gallegos detrás de Pontón y el mejor entre sus propios votantes con unas notas que han oscilado entre el 8,0 y el 8,4, una calificación sobresaliente para los tiempos que corren de desafección con la clase política. Y por si todo esto fuera poco, veníamos de unas generales en las que el voto a la derecha (PP+VOX) alcanzó el 49,3% de los sufragios con una participación muy elevada (del 73% en urna), lo que en principio anulaba o amortiguaba la hipótesis de que una afluencia masiva este domingo podía provocar el vuelco. ¿Por qué iba a ser diferente solo unos meses después? 

No lo ha sido. Ha ocurrido lo que los números llevaban apuntando de manera contumaz desde principios de año. Hasta en 3 ocasiones, el 26 de enero, el 6 de febrero y el 12 febrero despejamos la posibilidad de un cambio con horquillas que siempre reafirmaban la mayoría absoluta del PP. Al final, la derecha ha acabado sacando un 49,6% de los votos, exactamente el mismo porcentaje de apoyos que en las generales del 23J. El votante de derechas no se vuelve de izquierdas de la noche a la mañana y viceversa. 

Desde Logoslab también anticipábamos que la participación en estas autonómicas subiría, y que lo haría más de 5 puntos respecto al voto en urna de 2020 (ha subido 8). A este respecto advertíamos que muchos medios compararían erróneamente la participación de las 20 horas con la obtenida tras el recuento del voto exterior en 2020, como así ha sido. La participación no ha subido 18 puntos como algunos analistas están afirmando, ha subido 8. A finales de este mes, cuando se contabilice el voto CERA (476.000 electores sobre un censo total de 2,6 millones de personas) tendremos el dato final de participación, que bajará del 67% registrado en urna al 57% - 58% aproximadamente, pese al fin del voto rogado. Para hacernos a una idea, en 2020 fue del 49% y en 2016 del 54%. Habrá que estar atentos a lo que pase en Ourense, en principio la única provincia susceptible de sufrir cambios, en la que el PSOE está a poco más de un centenar de votos de quitarle un escaño al PP.

Durante la jornada electoral se llegó a hablar de “aumento milagroso” de la participación, casi siempre alimentando la ficción del vuelco, pero finalmente, pese a ser una de las más altas cosechadas hasta la fecha en elecciones autonómicas gallegas, ha estado 6 puntos por debajo de la que hubo en las pasadas elecciones generales. 

Con todos estos mimbres la posibilidad de que se produjera una victoria de izquierdas era muy reducida, aunque hay que decir que el PP ha puesto de su parte para obrar el milagro con una campaña de riesgo marcada por sus propios errores y temores, con la sombra alargada de las últimas generales inquietando a los equipos de campaña. Pero ni así. El comportamiento de voto es difícil que varíe sobre la marcha cuando la contienda se plantea como un pulso entre dos bloques antagónicos. La duda era el voto que podía rescatar VOX, que al final ha estado en las cifras previstas, lejos de la pelea por los escaños. 

La izquierda también ha puesto de su parte, con algunas decisiones que de haber sido diferentes podían haber ajustado aún más el pulso entre bloques. Ya con las urnas abiertas podemos confirmar algunas hipótesis:

1.- Nacionalizar la campaña (casi siempre) castiga. En primer lugar al PSOE que, al margen de los problemas endémicos que tiene en Galicia, repitió el error de las pasadas autonómicas y municipales de mayo de 2023, con Sánchez omnipresente, y lo ha pagado caro: 5 escaños menos, 5 puntos por debajo (lo que supone perder un 28% de apoyos) y el peor resultado de su historia en la comunidad. En segundo lugar al PP, que se deja 2 diputados -veremos si no son 3 finalmente-, repitiendo la jugada de Castilla y León cuando adelantó  las elecciones para ampliar su ventaja y acabó pidiendo la hora. Galicia no es Madrid.

2.- Las elecciones las ha ganado el PP, pero la campaña la ha ganado el BNG a costa de las otras izquierdas. El partido que más ha hablado de los problemas de su tierra ha sido el de Ana Pontón. Consecuentemente ha sido el único de los grandes que ha subido, y lo ha hecho de un modo mayúsculo. Respecto a 2020 ha ganado 6 escaños y casi 8 puntos, y a lo largo de precampaña y campaña ha mantenido una inercia constante de crecimiento. Sirva de muestra un botón, a mediados de enero estimamos un 29,5% para el Bloque, lo que indica que ha ganado más de 2 puntos en el último mes. Al PSOE le ha sucedido todo lo contrario, a mediados de enero estaba en el 16% y ha acabado en el 14%. Y lo mismo puede decirse de Sumar, que ha pasado del 3,4% al 1,9%.

El PP por su parte sufrió un toque de atención en la primera parte de la campaña cuando retrocedió más de un punto y las alarmas se dispararon en Génova con la filtración de que Feijóo llegó a estudiar la posibilidad de aceptar un indulto a Puigdemont con determinadas condiciones. A partir de ahí hubo llamada a rebato a alcaldes y afiliados (el PP gallego es posiblemente la formación con mayor implantación en el territorio de nuestro país) y los de Rueda subieron en la recta final dos puntos hasta el 47,4% obtenido el domingo, que es más o menos donde estaban cuando adelantaron las elecciones pensando no en aguantar, sino en mejorar los resultados de 2020.

3.- Sumar, el voto útil que no lo fue. Parte de las opciones de la izquierda pasaban por convertir todos sus votos en escaños. Concurrir con varias marcas era un hándicap que de partida hacía casi imposible la aritmética de izquierdas salvo que la formación de Yolanda Díaz entrara por Pontevedra y A Coruña. ¿Hubiera cambiado algo si el BNG hubiera absorbido / compartido candidatura con Sumar y Podemos? Poco. Le hubiera quitado un escaño al PP en Pontevedra, que a expensas de lo que ocurra en el CERA de Ourense se hubiera quedado con 38 o 39 diputados. 

En todo caso Sumar encaja un duro golpe que alimenta la idea de estar viviendo un momento complicado. El marco de debilidad, incluso el de indiferenciación con el PSOE, se ha instalado en una parte del electorado tras la ruptura con Podemos, que si bien queda sumido -en términos de apoyo electoral- casi en la irrelevancia (un 2,5% de proyección en el conjunto de España en enero, un 0,3% ahora en Galicia) mantiene un peso suficiente para restar muchos escaños a Sumar en provincias medianas. La última estimación de enero apuntaba a que la diferencia entre ir juntos (Sumar y Podemos) e ir separados era un retroceso de la formación de Yolanda Díaz de los 29 escaños a los 17.

¿Y ahora qué? Feijóo sale fortalecido de unas elecciones que se planteaban como un plebiscito a su liderazgo mientras Sánchez sale tocado. La posición actual del PSOE sobre el modelo territorial y la negociación con los partidos independentistas, llevada al límite en el caso de la amnistía, está debilitando las expectativas electorales de los socialistas en muchos territorios, como ya se pudo comprobar en mayo del año pasado, cuando ni el miedo a VOX hizo de muro de contención. Galicia ha supuesto solo el primer round de un combate que tendrá 3 asaltos más este año: europeas, donde el PP parte como favorito y previsiblemente tendrá un gran resultado, y País Vasco y Cataluña, territorios que el presidente de gobierno tiene marcados en rojo y donde el PSOE puede, y necesita, reivindicarse. Fueron estas dos comunidades las que propiciaron el giro de guion del pasado 23J que acabó dando a Sánchez cuatro años más de gobierno.  

Galicia revalida el Gobierno del PP y salva a Feijóo

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Las catalanas marcarán el fin de la primera etapa de legislatura. Más allá no habrá en el horizonte ninguna elección. Las siguientes serán las andaluzas, ya en 2026. Para entonces todo puede ser igual o muy diferente de lo que reflejan hoy los estudios.

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Rafael Ruiz es consultor y analista de datos en asuntos públicos en Logoslab.

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