España es la segunda democracia de la UE que salió más "dañada" de la etapa de austeridad y recortes
La Gran Recesión no sólo dejó una cuenta económica que en muchos países se cifró en deuda, déficit y retroceso del poder adquisitivo de los salarios. También dejó una factura democrática. La mayoría de sociedades ya han terminado de pagar esta segunda factura.
España, en cambio, no.
Una investigación de Alejandro Tirado, doctor en Ciencias Políticas y profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, sitúa a España como una de las tres únicas sociedades de la UE que más de una década después de la crisis aún no habían recuperado los niveles de satisfacción democrática previos.
Los resultados del trabajo suponen una alerta sobre el riesgo para la democracia de las políticas de recortes y devaluación salarial que ahora la UE y el Gobierno de España tratan de evitar en la respuesta a las crisis de la pandemia, la inflación y la guerra de Ucrania.
Democracias indemnes (Dinamarca), recuperadas (Irlanda) y dañadas (España)
El artículo, titulado Resiliencia democrática: evaluación ciudadana del desempeño democrático durante la Gran Recesión en la Unión Europea y publicado por la revista Democratization, parte de la medición de la "satisfacción democrática" en los 27 países de la UE y el Reino Unido entre 2002 y 2019. Una "baja satisfacción" se concreta en sólo 1 punto. En el otro extremo, 4 puntos muestran una "alta satisfacción".
La evolución de esta nota en los 28 países permite medir el impacto sobre la satisfacción democrática de la Gran Recesión, que empieza en 2008, así como de las políticas posteriores, todo ello con datos del Eurobarómetro y las bases Varieties of Democracy Dataset y Comparative Political Data Set.
Finalmente el investigador crea tres grupos de democracias:
1) Democracias resistentes. No hubo una erosión significativa de la satisfacción ni procesos de deslegitimación democrática. Ahí están, ordenadas de mayor a menor satisfacción en 2019 Dinamarca (3,46), Luxemburgo (3,14), Holanda (3,04), Suecia (3,03), Finlandia (3), Alemania (2,79), Polonia (2,69), Estonia (2,66) y Eslovaquia (2,48).
2) Democracias recuperadas. Experimentaron un retroceso "sustancial", pero acabaron por restablecer los niveles de satisfacción precrisis [ver nota metodológica]. "Las instituciones lograron encontrar soluciones [...]. El sistema fue lo suficientemente resistente", anota el autor. Es el grupo más nutrido, con 16 países: Irlanda (3,04), Austria (2,98), Malta (2,71), Portugal (2,66), Bélgica (2,65), República Checa (2,63), Hungría (2,55), Letonia (2,53), Reino Unido (2,5), Francia (2,49), Italia (2,46), Eslovenia (2,46), Lituania (2,44), Rumanía (2,27), Bulgaria (2,23) y Croacia (2,14).
3) Democracias dañadas. No han recuperado el nivel de satisfacción democrática previo a la recesión. "Aunque esto no significa necesariamente que el daño esté destinado a ser permanente, la recuperación política llevará como mínimo más tiempo que el proceso de recuperación de la propia crisis económica", concluye Tirado. Los países en esta categoría son Chipre (2,47), España (2,43) y Grecia (2,15).
Como es sencillo comprobar mirando las puntuaciones de los países en los tres grupos, hay casos que se encuentran en el primer grupo –por ejemplo, Polonia– con puntuaciones más bajas que otros que se encuentran en el segundo –por ejemplo, Austria–. Del mismo modo, hay democracias recuperadas –Rumanía, por citar una– con niveles de satisfacción peores que los de las democracias dañadas –ejemplo: España–. ¿La explicación? Lo que lleva a integrar a una democracia en un grupo u otro no es el nivel de satisfacción, que tiene a Dinamarca en la cima y a Croacia en la cola, sino si este nivel es más alto o no que antes de la crisis. En España el dato es mejor que en Rumanía o Bulgaria, pero a diferencia de estos países, aún no ha recuperado los niveles precrisis.
Sólo mejor evolución que Grecia
En 2019 sólo quedaban ya tres países con la asignatura pendiente: Grecia, España y Chipre, cuya satisfacción democrática está "lejos de recuperarse", señala Tirado.Tres, de 28. Conclusión: somos una anomalía.
Estos mapas permiten ver cómo España se ha ido quedando en un grupo cada vez más reducido de democracias "dañadas".
En estos tres países la evolución ha sido esta:
– España: tenía 2,77 antes de la crisis y 2,43 en 2019. La caída de la nota es del 12,27%.
– Grecia: 2,61 frente a 2,15. La satisfacción cae un 17,62%.
– Chipre: 2,76 frente a 2,47. La bajada es de un 10,5%.
Así que España es el segundo país en el que más ha bajado la satisfacción con la democracia. Sólo en Grecia, la economía más castigada tanto por la crisis como por las políticas de "austeridad" posteriores, cayó más.
Entre Irlanda y los PIGS
Europa central y oriental presenta resultados aceptables en cuanto a satisfacción democrática, algo que puede considerarse contraintuitivo. Como estos países partían de puntuaciones bajas previas a la Gran Recesión, se podía esperar un derrumbamiento. Pero no ha sido así. Al contrario, el deterioro no fue grave en general, salvo en el caso de Eslovenia, y en todos los países se han recuperado los niveles precrisis. En cuanto a Europa central y septentrional, las trayectorias son las más estables. Destaca la fuerte capacidad de resistencia de las democracias nórdicas. La excepción a la estabilidad en el norte de Europa es Irlanda, donde ha habido recuperación, sí, pero tras una fuerte caída.
La explicación del bajón inicial en Irlanda, señala Tirado, hay que buscarla en su condición de economía rescatada. Eso nos lleva a mirar a los países del sur de Europa, los que más sufrieron el impacto tanto del crac económico como de las políticas posteriores. El estudio detecta una pauta en las naciones meridionales, que se vieron "profundamente perjudicadas no sólo económicamente, sino también en términos de satisfacción democrática". En los países del sur, los famosos PIGS, acrónimo en inglés de Portugal, Italy, Greece y Spain que a su vez significa "cerdos", es donde mayor intensidad alcanzó el "resentimiento", alimentado tanto por la gravedad de la crisis como por unas élites cuyas decisiones fueron percibidas como dictadas por la UE, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo o todos ellos a la vez.
No es sólo la economía, también la política
La investigación de Tirado vincula el empobrecimiento y la desigualdad con la insatisfacción democrática. Los países del sur son un perfecto ejemplo. A conclusiones similares ha llegado en América Latina Diego Sánchez-Ancochea, catedrático de Economía y director del Departamento de Desarrollo Internacional de la Universidad de Oxford, en su ensayo El coste de la desigualdad. Lecciones y advertencias de América Latina para el mundo (Ariel, 2022). Pero, ojo, el trabajo de Tirado pone de relieve que el deterioro socioeconómico por sí solo no explica la desconexión democrática. El investigador comprueba que no sólo influye la economía en sí, sino también la percepción sobre la respuesta política a dicha situación.
Tirado comprueba cómo hay una relación significativa entre el crecimiento de la insatisfacción y diversos factores económicos, como la desigualdad y la pobreza, pero también con la "calidad del gobierno" y su "respuesta" a la crisis. Las "democracias más receptivas" a las demandas ciudadanas se muestran como "mejor equipadas" para gestionar los "riesgos políticos" de las crisis, entre ellos la desconexión democrática. La imagen que ofrece España a la luz del estudio no es sólo la de un país que fue duramente golpeado por la crisis, sino también la de un país cuyo Gobierno democrático no respondió a la crisis de forma que hiciera sentir a los ciudadanos que contaba con una herramienta útil. El trabajo es en cierta forma un sello de fracaso de las recetas de austeridad y alienta a pensar que la distinta respuesta –tanto a nivel UE como en España– a la crisis del coronavirus provocará daños menores, si los provoca, en el apego ciudadano por la democracia.
En conversación con infoLibre, Tirado resume: "La gestión de la Gran Recesión en España provocó graves daños en la satisfacción con la democracia en España. Muchas veces al explicar el descontento democrático sólo se cita la desigualdad, el PIB, el paro... Pero no es sólo eso. Influyen también factores como la calidad del Gobierno, es decir, que haya una administración fuerte, eficaz, estable y poco corrupta".
Para ilustrar su explicación, Tirado pone a Portugal como ejemplo contrario al de España, a pesar de haber sufrido un impacto parecido de la crisis económica. El país luso partía de un índice de satisfacción más bajo que el de España. Al igual que España, el índice cayó con fuerza durante la etapa de gobierno conservador, pero empezó la remontada antes, coincidiendo con el acceso al poder de la coalición de izquierdas liderada por António Costa.
La insatisfacción, "preludio" del deterioro
Tirado no evalúa la calidad democrática en sí, sino la satisfacción popular con la misma. No es lo mismo. Un pueblo puede presentar una mayor satisfacción con su democracia presentando esta un nivel de deterioro formal superior al de otras con mucha mayor insatisfacción. Ahí están los casos de Hungría y Polonia, objeto de preocupación tanto de la UE como de las principales instituciones medidoras de la calidad democrática desde una óptica liberal, pero que al mismo tiempo han mostrado capacidad de recuperación de la satisfacción. No hay que olvidar que esta satisfacción es una "percepción", que dentro de las fronteras de un país puede estar condicionada por la existencia de una institución externa vista como un desafío a la propia soberanía, en este caso la UE, que está adoptando medidas contra ambos Estados.
El autor del artículo utiliza el caso húngaro para ejemplificar cómo la insatisfacción democrática puede ser "preludio" de un deterioro democrático real. Viktor Orbán, primer ministro, que está adoptando múltiples medidas con tintes autoritarios, xenófobos y homófobos, llegó al poder en 2010, con la satisfacción en su mínimo de toda la serie: 1,90. "En Hungría la crisis institucional y la corrupción habían golpeado incluso antes que la crisis económica", recalca Tirado. De modo que, analiza el autor, la insatisfacción con el sistema pudo aupar al poder a Orbán, que a pesar de que ha tomado medidas antidemocráticas gobierna un país donde la nota de satisfacción ha mejorado. Eso sitúa a Hungría (2,55) por delante en satisfacción democrática no sólo de España (2,43), sino también de Francia (2,46), a pesar de que la deriva autoritaria de su sistema político está más que acreditada.
La incógnita de la resistencia
El artículo no incluye datos de la etapa covid. Lo que sabemos del caso de España es que la satisfacción creció muy leve y lentamente y con altibajos desde 2009 hasta 2019. Precisamente su mayor subida tuvo lugar en 2019, cuando rebotó desde 2,19 a 2,43, con el PP apartado del poder. Tirado no se atreve a aventurarse sobre cómo ha podido impactar el covid, al considerar que no hay suficiente perspectiva aún.
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Lo que sí tiene claro Tirado, autor de otra investigación que prueba el sesgo histórico a favor de la clase alta de las políticas en España, es que la Gran Recesión está detrás de la fuerte sacudida al tablero político en los últimos diez años, con la irrupción de partidos como Podemos, Cs –hoy en riesgo de desaparición– y Vox, formación esta última que cuestiona consensos democráticos básicos. Tirado, aunque no ve hoy por hoy en riesgo la democracia española, cita a la politóloga Pippa Norris para introducir en su artículo una advertencia: "Los regímenes pueden parecer resistentes hasta que dejan de serlo".
Un paso previo para que dejen de serlo es la laminación del apego popular hacia esos sistemas de obligaciones, derechos, libertades, poderes y contrapoderes que llamamos democracias. Y ese apego, como demuestra la recesión, se pierde a chorros cuando "un gobierno no escucha", en palabras de Tirado.
Fue eso lo que ocurrió en España. La democracia aún está pagando esa factura.