El refranero español trata con deferencia a los olivos, símbolos del país por mérito propio. Hay uno referente a su belleza imponente: “Olivo, olivito, cuanto más viejo, más bonito”. No es únicamente la materia prima de miles de agricultores que trabajan el suelo del país. Es parte del paisaje de la identidad del sur de Europa. Los ejemplares de estos árboles más antiguos, que pueden llegar a los cientos o miles de años –el más antiguo vivo en España se plantó en el 300 d.C.– son codiciados por la fuerza que transmiten por instituciones públicas para parques y rotondas, o por coleccionistas privados para jardines de alto nivel adquisitivo en caserones de toda Europa. Olivos testigos de la historia del campo español son extraídos de su lugar original, previo pago al agricultor, para acabar complaciendo la vanidad de la minoría o para marchitarse en viveros esperando un comprador. Un proceso calificado de “expolio” por asociaciones que luchan por la protección legal de estos ejemplares. Para que estén donde tienen que estar y que sigan inspirando. Y dando sombra.
César Javier Palacios, de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, es de esas personas cuya pasión viaja por el cable del teléfono. Toda una vida dedicada a la defensa de estos árboles se traduce en pocos titubeos. “Estamos hablando de los seres vivos más viejos sobre la faz de la tierra. Algunos tienen más de 2000 años. Cuando te ves al lado de uno de estos, te quedas sobrecogido. Es como quedarse delante de una catedral, pero que da aceitunas”. Un particular síndrome de Stendhal producto de la consideración de los olivos como monumentos naturales. “Acuérdate”, explica, “de que el programa de Rodríguez de la Fuente se llamaba El Hombre y la Tierra. No hay nada más simbólico que un árbol milenario que ha sido plantado por el hombre y que a la vez es un nexo de unión con nuestro paisaje, con nuestra cultura… con nuestra naturaleza”.
La importancia simbólica de estos olivos en relación con su paisaje es una de las razones que esgrime para proteger a los ejemplares de la replantación, venta y especulación. También por su papel de fomento de la biodiversidad. “Son refugio de especies amenazadas (…) y si desaparecen, muchos animales también desaparecerían”, explica Palacios. El proceso es el siguiente: Intermediarios compran a los agricultores ejemplares de cientos y miles de años. Estos aceptan porque, por el dinero recibido, pueden comprar 20 nuevos árboles que producen más –pero no mejor–. Los olivos son replantados en viveros en los que pueden estar esperando decenas de años a que alguien los coloque en su jardín. Eso si no mueren por el camino. Palacios asegura que uno de cada dos árboles históricos, cual abuelo que no soporta los traqueteos, se marchitan por el camino. Triste destino para tanta historia entre sus ramas.
La protección de los olivos viejos depende de las Comunidades Autónomas y solo la Comunitat Valenciana tiene una Ley de Patrimonio Arbóreo Monumental que los protege a partir de determinados algunos criterios: tienen que contar con más de 350 años de vida y con más de seis metros de perímetro. Es una honrosa excepción. La región de los “aceituneros altivos”, Andalucía, no se hace cargo de ellos pese a las iniciativas de partidos como IU. Solo cuenta con un catálogo de “árboles singulares” que deja en la estacada a la mayoría. No se sabe quién replantó esos olivos.
El hecho de que recaiga en las comunidades autónomas la gestión de estos árboles provoca que sea difícil hablar de cuántos olivos con cientos de años de edad perviven en España, puesto que hay regiones en las que no se hace censo. Solo en la zona del Maestrazgo, de Castellón, Palacios cuenta unos 4.000 ejemplares especialmente antiguos, por lo que la población española puede alcanzar las decenas de miles de los cuales apenas 25 están protegidos individualmente. Decenas de miles son también los olivos que ya han sido trasladados y de los que no se sabe su paradero. Podrían estar en una rotonda o en Abu Dabi.
La última película de Icíar Bollaín, El olivo, trata el problema desde el punto de vista del agricultor. El filme, protagonizado por Anna Castillo, muestra el dolor de una familia, y en concreto de un abuelo, que vende un olivo centenario en contra de su voluntad. No es tan fácil para el campesino. Vender el olivo, sin saber dónde acabará, es una vía para obtener ingresos. Venderlo es, en ocasiones, vender una parte de ti.
El secretario general en Jaén de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), Juan Luis Ávila, es consciente de que hay determinados ejemplares que merecen protección, pero que no se puede limitar sin ambages la libertad de empresa del agricultor. “Lo que no podemos hacer es bloquear cualquier posibilidad de venderlos”, asegura. “Es de una lógica total y aplastante”. Coincide con Palacios en que el equilibrio se encuentra en apoyar económicamente al propietario de los olivos viejos para que lo vea como una ventaja en vez de una carga, como quien cuenta con un palacio renacentista heredado y obtiene beneficios fiscales.
Los olivos milenarios están en peligro no solo por su venta como si fueran farolas, también por el éxodo rural que los abandona a su suerte. El proyecto Apadrina un Olivo pretende conservar más de 100.000 árboles de más de cien años de vida de la provincia de Teruel, en concreto en torno al municipio de Oliete, que debido a la despoblación de estas zonas no tienen quien los cuide. Alberto Alfonso, fundador de la iniciativa, explica a infoLibre el proceso. Cualquiera puede aportar dinero para financiar la conservación de estos monumentos naturales, y se le asigna un ejemplar, al que “apadrina” y puede seguir vía Internet sus progresos. Es, además de un proyecto medioambiental, un proyecto social, ya que personas con discapacidad intelectual trabajan en sus cuidados. El pasado miércoles lanzaron una campaña de crowdfunding para financiar la construcción de la primera almazara “solidaria, social y sostenible del mundo”, que les permita crear “la primera marca de categoría responsable en el mundo del aceite de oliva”.
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No solo los olivos tienen la capacidad de vivir durante miles de años. En España hay cientos de especímenes de árboles reconocidos y protegidos por su antigüedad, su belleza o sus circunstancias. En Istán (Málaga) cuentan con El Castaño Sagrado, con 1.000 años de vida. La Encina de la Pica, en Olmeda de las Fuentes, es uno de los árboles más grandes de la Comunidad de Madrid. El Drago de Icod de los Vinos (Tenerife) fue declarado Monumento Nacional en 1917. Y el Te Araroa, un inmenso árbol que crece en el patio de la comisaría de la Policía Local de A Coruña, puede ser la prueba de que fueron conquistadores ibéricos quienes llegaron primero a Nueva Zelanda.
Es difícil, por no decir imposible, que estos símbolos y reclamos turísticos se vean amenazados por la venta y la especulación. Pero es injusto, a juicio de César Palacios. “Cuando proteges a uno, estás desprotegiendo al resto… Si protejo el olivo más viejo de Jaén, el segundo más viejo ya no está protegido. Ese es el problema”, afirma.
Palacios repite la palabra “barbaridad” varias veces durante la conservación. Le duele que testigos de la historia del campo español puedan acabar confinados bajo un plástico, muertos o fuera de la región que los vio crecer y de la cual son parte indisoluble. “Es como los linces. No puedes meter un lince en un zoo. Donde tienen que estar los linces es en el campo abierto. Y los olivos tienen que estar en el paisaje donde han estado durante miles de años”.
El refranero español trata con deferencia a los olivos, símbolos del país por mérito propio. Hay uno referente a su belleza imponente: “Olivo, olivito, cuanto más viejo, más bonito”. No es únicamente la materia prima de miles de agricultores que trabajan el suelo del país. Es parte del paisaje de la identidad del sur de Europa. Los ejemplares de estos árboles más antiguos, que pueden llegar a los cientos o miles de años –el más antiguo vivo en España se plantó en el 300 d.C.– son codiciados por la fuerza que transmiten por instituciones públicas para parques y rotondas, o por coleccionistas privados para jardines de alto nivel adquisitivo en caserones de toda Europa. Olivos testigos de la historia del campo español son extraídos de su lugar original, previo pago al agricultor, para acabar complaciendo la vanidad de la minoría o para marchitarse en viveros esperando un comprador. Un proceso calificado de “expolio” por asociaciones que luchan por la protección legal de estos ejemplares. Para que estén donde tienen que estar y que sigan inspirando. Y dando sombra.