Es mediodía en la plaza de Anaya de Salamanca y un grupo de estudiantes aprovecha el sol de septiembre. Los universitarios han regresado esta semana a una capital de provincia que muta completamente con su llegada y su partida. Uxía Novoa es de Cangas do Morrazo (Vigo), Hugo Zafra es de Langreo (Asturias), Nayra Torres y Marina Redondo son de la ciudad. Los cuatro estudian tercero de Traducción e Interpretación en la universidad pública pero sus situaciones son muy diferentes. Con la subida incesante del precio de la vivienda, la economía familiar y el lugar de origen condicionan una de las elecciones más importantes de la vida de un joven: qué estudiar y dónde hacerlo.
A Uxía Novoa le habría encantado irse a Barcelona, tanto por la ciudad como por el prestigio de su carrera allí, pero nunca fue una posibilidad. “Las grandes ciudades a muchos estudiantes se nos pasan de precio. Conozco a gente que está allí compartiendo pisos que son zulos, a las afueras y con gastos insostenibles”, cuenta. Estudia japonés, así que sus opciones fuera de Madrid y Barcelona eran más limitadas. Y en Vigo, la universidad que le quedaba más cerca, la facultad “es muy pequeña y modesta, con poca oferta de idiomas”. En Salamanca ha podido estudiar lo que desea, aunque a casa, que le queda a casi seis horas de autobús, sólo va en vacaciones y tiene que trabajar en verano a pesar de contar con la ayuda de sus padres y de que hasta ahora tenía beca.
En Salamanca —destino estudiantil, Erasmus, iberoamericano y turístico— suben los precios de los alquileres y se complica encontrar un piso de estudiantes decente, pero sigue siendo una opción más asequible en comparación con otras ciudades de gran demanda universitaria. “Cuando hablo con amigos que se han ido a Madrid, me ven como si hablase de cosas baratísimas, porque allí hay habitaciones por el precio por el todavía puedes encontrar un piso aquí”, dice el cacereño Ilde Calvo, que estudia Física y se moviliza por el derecho a la vivienda en el Colectivo Estudiantil Alternativo. El precio medio de alquilar una habitación en la capital del Tormes es de 275 euros al mes, según el estudio Viviendas compartidas en España en 2024, publicado esta semana por el portal inmobiliario Fotocasa. Una cantidad cercana a lo que costaba de media en España este tipo de alquiler en 2015 (258 euros). Ahora la media nacional es de casi el doble: 488 euros al mes. Y por encima de esa cifra están las dos grandes ciudades con mayor oferta universitaria: Madrid (573 euros) y Barcelona (638 euros).
Los expertos en el mercado inmobiliario destacan no sólo que los precios ascienden sin freno sino la gran velocidad a la que lo hacen: en apenas un año el coste medio del alquiler de una habitación ha subido un 9,8%. Los universitarios de distintos pueblos y ciudades consultados para este reportaje cuentan haberse mudado de piso, algunos incluso cada año, ante las subidas continuas de la renta. Los que consiguen algo bueno y estable intentan no perderlo. Esa rara suerte la ha tenido Iago Carril Hierro, de 24 años, que lleva en el mismo desde que llegó a Santiago de Compostela para estudiar Políticas. “El casero nos mantiene el precio de 550 euros sin gastos por tres habitaciones, son 183 cada uno, en el centro. No lo soltamos ni de broma hasta que acabemos de estudiar todos”, explica por teléfono desde ese pequeño milagro que les ha permitido una tranquilidad ya muy difícil de encontrar en la capital gallega.
A principios de julio, unas imágenes ya conocidas en Galicia saltaron a los medios nacionales: filas interminables de estudiantes a las puertas de las inmobiliarias porque conseguir un piso en Santiago no es sólo cada vez más caro sino realmente muy complejo. Los precios oscilan entre el mínimo que pagan Iago y sus compañeros y los 500 o 600 por una habitación que se equiparan con cifras de grandes capitales. La presión turística y la insuficiente oferta, con la particularidad del fenómeno peregrino, dificultan el acceso al alquiler no sólo de los estudiantes sino también de los trabajadores, a los que el mercado inmobiliario, como en otras ciudades, expulsa a las periferias.
La Asamblea de Inquilinas de Salamanca, que nació hace un año, se esfuerza para que se hable no sólo de los estudiantes sino también de quienes tienen que vivir de manera permanente en la ciudad. “Salamanca es una especie de parque temático para estudiantes y turistas. Barrios que antes eran más obreros, como el del Oeste, ahora tienen sobre todo viviendas para estudiantes que alquilan por habitación o lo que llaman miniestudios (pisos partidos y remodelados para rentabilizarlos más) y a las que los caseros le sacan muchísimo más dinero”, considera Juanan, miembro de la organización. Además, se considera que los estudiantes son un pagador más seguro porque en su gran mayoría tienen el aval de los padres. A la Asamblea les llegan todo tipo de quejas, sobre todo de pisos sin mantenimiento, con problemas graves de instalación eléctrica o caldera. “Los propietarios se niegan a invertir, porque es una propiedad para sacar ganancia”, dice Juanan. “Percibimos que los propietarios y las inmobiliarias se sienten con la impunidad de hacer lo que quieran”, añade su compañero Fran Cabañas.
La beca de residencia aumentó, pero para muchos no alcanza
Ver másHabitaciones con precios disparados, estafas y abusos de propietarios expulsan a los estudiantes del centro
El Ministerio de Educación aumentó la cuantía de las becas de residencia el año pasado, de 1.600 a 2.500 euros, con el objetivo de “garantizar el derecho a la educación de estudiantes que residen en localidades pequeñas y en zonas rurales, que deben desplazarse para continuar sus estudios”. Cuando presentó la medida, la ministra Pilar Alegría cifró en unos 187.000 los alumnos en esta situación. Consultado por infoLibre, el Ministerio ha indicado no disponer de información sobre el número de estudiantes que se desplazan a estudiar, sólo de las becas concedidas, que en el último curso fueron 83.285. El número ha variado en los últimos años entre esa cifra y los 98.911, en función del número de solicitudes y el cumplimiento de los requisitos establecidos en la convocatoria. “La beca da para lo que da, está bien, subió con los precios, te cubre tus gastos de habitación un año en algunas ciudades, pero luego hay que comer, vivir, hay que pagar facturas”, comenta Iago Carril Hierro. Los 2.500 pueden cubrir 10 meses de una habitación de la decreciente franja barata en Salamanca o Santiago, pero no alcanzan ni para la mitad del curso en Madrid o Barcelona.
En paralelo a los pisos, suben los precios de las residencias universitarias y los colegios mayores. “Si antes las había por 400 euros, ahora no bajan de 600 o incluso 800”, apunta Ilian Colino, que estudia tercero de Filosofía en Salamanca porque en Bilbao, que le quedaba más cerca de su Urretxu natal, los costes eran más altos (621 euros por habitación, según el informe de Fotocasa). La subida de la vivienda desvía el camino deseado de muchos estudiantes. Si no les da la nota para la pública en su ciudad, a veces les sale más económico ir a la privada que mudarse a otro lugar, una situación que se escucha a menudo en Salamanca. “Si no hubiera entrado en Traducción, me habría metido en Filología Inglesa para poder quedarme”, cuenta Marina Redondo. Su compañera Nayra Torres se siente agradecida por haber podido estudiar en su ciudad, porque incluso así depende de la beca y teme tener que hacer alguna segunda matrícula por su coste.
Los estudiantes entrevistados para este reportaje recuerdan que muchos de ellos tienen que trabajar en verano o durante el curso para poder estudiar, y que eso puede repercutir en su desempeño académico. Hugo Zafra está en un alojamiento a medio camino entre el piso y la residencia y paga 600 euros todo incluido. “Mi abuela cobra una pensión por mi abuelo minero que es un gran apoyo a la economía familiar y me permite estudiar aquí, si eso cambiara yo tendría que buscarme un trabajo”, dice. Él sí eligió Salamanca como opción prioritaria porque en Asturias no hay su carrera y le parecía la mejor opción en sus circunstancias. La pregunta siguiente es el después. Quienes han logrado salir a estudiar fuera gracias a que aún es medianamente asequible en lugares como Salamanca son conscientes de que no está todo hecho, una gran parte sabe que para encontrar trabajo en su campo deberá volver a mudarse y seguramente, esta vez sí, a las grandes ciudades donde el piso compartido ya no es un concepto asociado sólo a los estudiantes, sino que puede alargarse toda la treintena o más allá.
Es mediodía en la plaza de Anaya de Salamanca y un grupo de estudiantes aprovecha el sol de septiembre. Los universitarios han regresado esta semana a una capital de provincia que muta completamente con su llegada y su partida. Uxía Novoa es de Cangas do Morrazo (Vigo), Hugo Zafra es de Langreo (Asturias), Nayra Torres y Marina Redondo son de la ciudad. Los cuatro estudian tercero de Traducción e Interpretación en la universidad pública pero sus situaciones son muy diferentes. Con la subida incesante del precio de la vivienda, la economía familiar y el lugar de origen condicionan una de las elecciones más importantes de la vida de un joven: qué estudiar y dónde hacerlo.