Elecciones 26-J
Examen al multipartidismo: la ventaja de la representación y el riesgo de inestabilidad
La llamada nueva política ha irrumpido con paso firme en el panorama político estatal para, cuanto menos, desplazar a los viejos partidos que tradicionalmente han alimentado al sistema bipartidista predominante en el país. La oposición ha dejado de tener un solo rostro, el juego político ha dejado de estar formado por dos únicos equipos, y los medios de comunicación han dejado de hablar de derecha e izquierda, para dar protagonismo a las cuatro formaciones que lideran ahora la pluralidad de candidaturas.
La irrupción de nuevos partidos producto de los movimientos sociales protagonistas del 15-M ha traído consigo una mayor dosis de pluralidad que ahora se plasma en el Congreso de los diputados. Pero, ¿es el multipartidismo la mejor alternativa frente a un sistema bipartidista?
Esta es una de cuestiones que plantea Ignacio Urquizu en su libro La crisis de representación en España (Catarata), donde analiza el panorama político actual, hasta las últimas elecciones del 20 de diciembre, que derivaron en la incapacidad de crear Gobierno y en la celebración forzada de comicios anticipados.
Tras meses de pactos fallidos, Metroscopia cuantificó en marzo de este año las preferencias de los españoles respecto al tipo de sistema de partidos más adecuado. Los resultados fueron contundentes: el 30,3% estaba a favor del bipartidismo sacrificando la pluralidad, mientras que el 67% de los españoles apoyaba el multipartidismo.
Origen y escenario actual
"A dos de cada tres españoles les gusta el multipartidismo, desde hace muchos años", explica Ignacio Urquizu en conversación con infoLibre. Además, continúa, existe cierta brecha generacional: "Entre los mayores de 55 y los menores de esa edad, con una diferencia de 20 puntos".
Para explicar este fenómeno, el sociólogo se remite directamente a la eclosión del 15-M. "En aquellos años todo el mundo coincidía en que había que hacer algo ante problemas como la desigualdad o los desahucios", señala. Entonces "un conjunto de movimientos sociales pequeños decide ir a la Puerta del Sol y tomar las riendas de su destino porque estaban pagando las consecuencias de la crisis y la política económica resultante". Pese a todo, añade, "el 15-M no es más que un espejo en el que la sociedad dice lo mal que lo han hecho los gobiernos".
En un marco de descontento social evidente, el cronómetro que marcaba la cuenta atrás del bipartidismo se puso en marcha. En este sentido, el sociólogo Fernando Vallespín sostiene que "es evidente que se han acabado los partidos de masas que tenían la capacidad de conseguir el voto de sectores muy amplios de la población".
Ni siquiera en los sistemas bipartidistas, continúa Vallespín, "como EE.UU o Francia –donde se fuerza al bipartidismo tras la segunda vuelta–, los partidos mayoritarios logran los resultados que antes tenían los grandes partidos tradicionales". Para el sociólogo es una evidencia que "cada vez se están fragmentando más los sistemas de partidos, como hemos visto ya en países como Alemania o Grecia".
En España, prosigue, "a lo que estamos asistiendo es a un cambio social donde el ciudadano no se adscribe a un partido concreto, lo que genera cierta distancia entre los ciudadanos y sus representantes, pero sobre todo produce una mayor volatilidad, porque ningún partido puede dar por hecha la conquista del voto de un sector de la población".
Es por ello que la existencia de un mayor número de opciones abiertas a la elección de la ciudadanía "responde a una nueva visión de lo político donde se trata de que haya pluralidad de opciones". España ha entrado en esta dinámica, según Vallespín, "por el cansancio, la crisis y los escándalos" de corrupción política sucedidos en los últimos años.
Para Urquizu, el multipartidismo "como idea de democracia que representa una foto fija de la sociedad, funciona bien". No obstante, añade el sociólogo, la democracia no se sustenta únicamente sobre esa idea de representación, sino que cuenta con toda una serie de matices que ponen en cuestión la eficacia real de un sistema formado por multitud de partidos políticos.
La oposición se fortalece
Uno de los rasgos principales del bipartidismo es, según Urquizu, la capacidad de los ciudadanos para "deshacerse de políticos y partidos impopulares mandándolos a la oposición" se debilita. En un sistema bipartidista, el partido gobernante ostenta el poder mientras que la oposición queda relegada a un segundo plano, quedando su voz notablemente reducida. En un sistema multipartidista, por el contrario, el partido menos votado, "a pesar de perder votos, siempre encuentra socios para seguir en el poder". De modo que la ciudadanía "pierde su capacidad de castigar", explica.
Esta limitación de la capacidad de castigo por parte de los ciudadanos se traduce, a juicio de Urquizu, en una pérdida de poder de los mismos. Es por ello que un sistema multipartidista, contra lo que pudiera parecer, aumenta la distancia entre políticos y ciudadanos. En este sentido, los electores pierden en parte su capacidad para asignar responsabilidades, debido a que la diversidad otorga a los partidos mayor libertad para actuar independientemente.
Los dirigentes políticos ganan, de este modo, relevancia en sus capacidades de maniobra para seguir en el poder, señala el sociólogo, de modo que la ciudadanía pierde influencia y además se encuentra con "déficits a la hora de controlar a sus representantes".
"Es habitual la idea de que los representantes van por libre, que no tienen en cuenta los intereses de la población", continúa Urquizu, "y el multipartidismo aumenta esa brecha porque los políticos son mucho más autónomos".
Por otro lado, Fernando Vallespín entiende que "el problema está en identificar la representación exclusivamente con el número de opciones que se nos ofrecen". Para este experto, la crisis de la representación está en otro lugar: "Primero, en que quien quiera que nos gobierne no representa a los ciudadanos, sino a los imperativos del sistema económico mundial o a los grupos de presión dominantes", explica. "Por otro lado, la representación es un mecanismo pensado para situaciones en las cuales una minoría tiene que decidir en nombre de una mayoría, o dicho de otra forma, representar significa hacer presente a quien está ausente". Añade el politólogo que, sin embargo, "ahora nadie está ausente, todo el mundo está presente, de forma que el ciudadano rompe enseguida el vínculo con el representante cuando éste se toma ciertas libertades, como hablar en su nombre".
Los riesgos de las alianzas
Otra de las posibles consecuencias de un sistema multipartidista son los pactos postelectorales. En este contexto, pasan a ser los políticos y no los ciudadanos los que deciden el Gobierno, por lo que "no es descartable que el desencanto y la desafección sigan entre nosotros", tal y como sostiene Urquizu en su libro.
Tras los resultados del 20 de diciembre se ha hablado en numerosas ocasiones de la posibilidad de un gobierno de Gran Coalición. Un posible Ejecutivo de estas características, compuesto por diversas formaciones, podría acarrear toda una serie de consecuencias. "La principal inestabilidad es que se forme el Gobierno que menos desea la gente, de modo que la desafección aumentaría", señala Urquizu. "Sólo el 4% de la gente quiere una gran coalición, por lo que la inestabilidad vendría por la parte social".
Por otro lado, añade, "si la gran coalición está formada por partidos ideológicamente dispares, que no comparten electorado, tendría cierta estabilidad". Como ejemplo de ello, el sociólogo señala al Gobierno de Aragón, que lleva cuatro legislaturas funcionando a través de coaliciones –PP y Partido Aragonés (PAR), PSOE y PAR, y finalmente PSOE y Chunta Aragonesista (CHA)–. Por contra, alude al tripartito catalán –Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) e Iniciativa per Catalunya Verds-Esquerra Unida i Alternativa (ICV-EUiA)–, como ejemplo de Gobierno inestable, fundamentalmente por estar compuesto por formaciones de ideologías similares.
"La ventaja de los gobiernos de coalición es que permiten no tener que aplicar el programa electoral", ironiza Vallespín. El motivo, continúa, es que "todos ceden, entonces ninguno representa de verdad a quienes le han votado". Únicamente representa a un porcentaje mínimo de cada uno de los partidos, "pero como tienen que llegar a un consenso, a ninguno de le puede echar en cara que no haya llevado a cabo una parte de su programa electoral".
Con él coincide Urquizu, que entiende como una de las principales desventajas del multipartidismo el pacto de nuevas medidas y propuestas que en muchos casos puede diferir de los programas defendidos en campaña.
Inestabilidad
"Los nuevos actores no sólo son novatos, sino que además representan intereses distintos. Esto hace a la democracia más vulnerable, abriéndose un periodo de inestabilidad e ingobernabilidad". Así de categórico se muestra Ignacio Urquizu en su libro, y con él coinciden otros expertos consultados por este diario.
¿Volverá el bipartidismo?
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"El dilema es que el multipartidismo es mejor en cuanto a la representación, pero el coste que se paga tiene que ver con la estabilidad y las dificultades para formar Gobierno", subraya Belén Barreiro, directora del observatorio My Word y expresidenta del CIS.
En esta línea se expresa también el sociólogo Fermín Bouza, quien entiende como desventaja principal el predominio de "cierto desorden". En este punto Bouza se pregunta si vale la pena incrementar este desorden en favor de la representación, y él mismo responde a la cuestión planteada: "Probablemente sí".
No obstante, continúa, "existe otra observación paralela que hace inútil esta reflexión", y es que "la tendencia natural de la política es la de economizar la representación, no multiplicarla". El sociólogo gallego advierte, en este sentido, que "actualmente hay un polo, que sería el PP, y otro que sería Podemos". Se trata, observa, de una tendencia de la gente a "agruparse en polos diáfanos", por lo que, después de todo, "lo que realmente se propicia es un proyecto más bien bipartidista".