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El fiasco de Bruselas y el desafío permanente de Mazón desnudan el liderazgo de Feijóo en el PP

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Cuando Alberto Núñez Feijóo puso fin al proyecto político de Pablo Casado en marzo de 2022 para encabezar el partido, solo puso una condición: que nadie más le disputase el poder. Debía ser por aclamación —como finalmente ocurrió— o no sería. El gallego tenía por delante el reto de reconstruir la unidad de un partido dañado por la división y los enfrentamientos internos, angustiado por el auge de Vox e incapaz de erigirse como alternativa a Pedro Sánchez. Con esos elementos en mente, el conservador garantizó a los dirigentes territoriales del Partido Popular libertad para actuar en cada territorio a cambio de darle a él todo el poder en la dirección nacional. En estos años su mayor éxito han sido las elecciones municipales y autonómicas, que, precisamente con la ayuda de la extrema derecha, han otorgado al PP una enorme cuota de poder. El mayor fracaso, en cambio, es enteramente suyo: no logró la mayoría que buscaba para llegar a la Moncloa.

Un fracaso —del que Feijóo parece no haberse recuperado— que le ha pasado factura internamente. A diferencia de los presidentes que gobiernan en sus respectivas comunidades autónomas, su papel es hacerle oposición a Sánchez. Y pese a que lo intenta por todos los medios, sus estrategias no están dando los resultados esperados. Es lo que ha ocurrido esta semana con el nombramiento de Teresa Ribera como número dos de la Comisión con el cargo de vicepresidenta de Transición Justa y encargada de la cartera de Competencia. El PP español buscaba vetar a Ribera para asestar un golpe al presidente del Gobierno y, de paso, aliviar la presión sobre el presidente valenciano, Carlos Mazón. Sin embargo, el Partido Popular Europeo (PPE) ha acabado aceptándola y Mazón sigue en el foco político y mediático pese a los cambios anunciados en su Consell, que no han servido para tapar sus numerosas contradicciones e incongruencias.

La debilidad de Feijóo ha quedado patente, precisamente, en su incapacidad de forzar la dimisión de Mazón. Al no tener un poder institucional que le acompañe, el líder del PP está subordinado al de los dirigentes autonómicos de su partido—y no al revés— cuya gestión debe defender como un "valor" de la marca PP. Así, y pese a que en privado desde Génova reconocen "errores" en la actuación del president de la Generalitat Valenciana el día que asoló la dana, la dirección nacional del partido se ha visto obligada a defenderlo culpando al Gobierno central de "poner en riesgo" a la población. La tesis que impera en el PP nacional es que Mazón está "políticamente muerto" pero que Feijóo no tiene el poder para matarlo. No ahora, por lo menos. Génova es quién elegirá al próximo representante del partido a las elecciones autonómicas, pero no puede obligar al valenciano a dimitir si este, como ya ha dejado patente, no quiere hacerlo.

A estas dos cuestiones se le suma la última ocurrencia del presidente del PP, con la que ya amagó hace solo unos meses, una moción de censura contra Sánchez. Después de acusar al socialista de haber "incurrido" en "corrupción política, económica y moral”, después de que Víctor de Aldama haya testificado ante la justicia este jueves, Feijóo ha pedido desde el Congreso el apoyo de los grupos que sostienen al Ejecutivo para una moción de censura. "No tengo los votos para cambiar el gobierno, pero si alguno de los socios quiere acabar con todo esto, que sepa que estoy a disposición para abrir una nueva etapa en nuestro país", ha señalado, sin mencionar a ningún partido en específico, pero cuyas palabras parecen dirigidas a PNV y Junts. La declaración de Feijóo se ha saldado sin preguntas y fuentes del PP tampoco revelan si va a iniciar una ronda de contactos con los grupos para tratar de convencerle de que le apoyen.

La imagen de la extrema derecha española y la derecha independentista votando a un mismo candidato —del Partido Popular— para presidir el Ejecutivo central y desbancar así a Sánchez es difícil de imaginar para cualquiera menos para Feijóo. Para que la moción tuviera éxito, Feijóo necesitaría el voto afirmativo tanto de los 33 diputados de Vox como de los siete diputados de Carles Puigdemont o de los seis del PNV. En diciembre del pasado año el líder conservador aseguró que si la legislatura "colpsaba", él presentaría esa moción. Sin embargo, no ha confirmado que vaya a dar ese paso, a no ser que los "socios" de Sánchez lo reclamen.

La valoración del líder del PP entre sus propios votantes ha caído diez puntos en tan solo un mes

Esa debilidad interna de Feijóo se puede ver en la letra pequeña de los barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Las respuestas que recogen sus encuestadores y no han sido sometidas a correcciones posteriores —la llamada cocina electoral—, revela un mes más el creciente deterioro de la imagen pública de Alberto Núñez Feijóo desde que llegó a la presidencia del Partido Popular. La tendencia es visible en todos los parámetros medidos en las encuestas: su respaldo interno, la atracción de votantes de otros partidos y la preferencia entre los propios votantes del PP. En este tiempo no ha sido capaz de dar un estilo político reconocible al PP que sí tenía cuando era presidente de la Xunta, cuando combatía a Vox y se refería a esta formación como la extrema derecha o criticaba la falta de colaboración entre fuerzas políticas y la agresividad como norma en la dialéctica política nacional. Sin embargo, Feijóo confirmó muy pronto que no se mudó a Madrid para rebajar los decibelios de su predecesor, sino para profundizar en el ruido y el combate feroz en las trincheras del poder.

Tras la gestión de la dana por parte de Mazón, el líder del PP ha caído diez puntos entre sus propios votantes en tan solo un mes. En octubre, el 48,6% de quienes votaron PP el 23-J le preferían como presidente del gobierno; en noviembre ese apoyo ha bajado al 38,6%. Su estimación es la más baja de toda la serie histórica desde que Feijóo es su presidente del partido y su caída no implica que haya aumentado la preferencia por otros dirigentes como la madrileña Isabel Díaz Ayuso. Esos votantes se refugian en "ninguno de ellos", que ha pasado del 19,5% al 30,9%. En Génova restan importancia a la tendencia que arroja el CIS y consideran que "nadie dentro del partido" pone en duda el liderazgo de Feijóo y que "todo el PP trabaja coordinado" para llevarlo a la Moncloa próximamente.

El PP, en cambio, sí identifica que hay una "desafección política" general y aunque públicamente sostienen que las "administraciones no han sabido estar a la altura", en privado reconocen que una "parte significativa" de sus votantes está enfadada y que podría refugiarse en Vox o en opciones como Alvise, que consideran que en este momento "irrumpiría con fuerza" en la Comunitat Valenciana. Tras las elecciones europeas del pasado junio Feijóo mostró en privado su sorpresa por el éxito cosechado por el agitador ultra y su preocupación ante la candidatura de Se Acabó La Fiesta (SALF) por las posibles consecuencias en unas generales que tendría la fragmentación de la derecha en tres partidos.

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Consciente de su debilidad interna, el líder del PP rehúye el debate ideológico entre sus propias filas. Según manifestó Feijóo su idea es convocar el congreso ordinario del partido en 2026, lo que implica que el partido pasaría casi una década sin actualizar su programa y sus bases ideológicas. El líder del PP no quiere entrar en ese debate y tampoco tiene previsto realizar una convención política a diferencia de Casado, que sí realizó dos: una en 2019 y otra en 2021. Según explican fuentes de la dirección nacional a infoLibre, no quieren "desviar el foco" de atención sobre el Gobierno para situarlo sobre ellos mismos, pese a que hay voces como la de la portavoz adjunta en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo, que piden que se celebre porque "hay temas ideológicos sobre los que debatir".

Voces del PP admiten que en un congreso ordinario o en una convención se generarían, con toda seguridad, "choques internos" porque hay cuestiones que dividen profundamente al partido y que no están resueltas. Entre ellas la posición sobre el aborto, los vientres de alquiler, la inmigración, la eutanasia, la financiación autonómica, la relación con la extrema derecha o el modelo económico. "No todos pensamos igual y, aunque eso aporta riqueza, sería un error que el debate girara ahora en torno a nosotros", resumen. Una falta de identidad propia que ejemplifica bien el modelo Feijóo.

En estos más de dos años y medio al frente del PP Feijóo ha evitado tomar decisiones controvertidas. La única excepción es la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), finalmente acordada el pasado mes de junio. En este inicio del curso político el líder del PP trató de escenificar un 'giro social' anunciando la ley de conciliación y abriendo la puerta a estudiar la jornada laboral de cuatro días a la semana —una de las medidas 'estrella' de la izquierda— pero no en las mismas condiciones en las que la plantean Sumar o Podemos, sino ampliando el número de horas diarias para que el cómputo semanal permanezca igual. Se encontró de frente con el 'no' de la patronal, del la expresidenta madrileña Esperanza Aguirre y de parte de la derecha mediática. Tampoco ha alcanzado un acuerdo con el gobierno en materia migratoria ni logró convencer a Ayuso de que acudiera a la reunión bilateral con Sánchez pese a calificarlo públicamente de "error".

Cuando Alberto Núñez Feijóo puso fin al proyecto político de Pablo Casado en marzo de 2022 para encabezar el partido, solo puso una condición: que nadie más le disputase el poder. Debía ser por aclamación —como finalmente ocurrió— o no sería. El gallego tenía por delante el reto de reconstruir la unidad de un partido dañado por la división y los enfrentamientos internos, angustiado por el auge de Vox e incapaz de erigirse como alternativa a Pedro Sánchez. Con esos elementos en mente, el conservador garantizó a los dirigentes territoriales del Partido Popular libertad para actuar en cada territorio a cambio de darle a él todo el poder en la dirección nacional. En estos años su mayor éxito han sido las elecciones municipales y autonómicas, que, precisamente con la ayuda de la extrema derecha, han otorgado al PP una enorme cuota de poder. El mayor fracaso, en cambio, es enteramente suyo: no logró la mayoría que buscaba para llegar a la Moncloa.

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