La solidez del Partido Popular (PP) cuando se trata de elecciones autonómicas habla por sí sola: 47% el pasado domingo, 48% en 2020, 47,5% en 2016, 45,8% en 2012, 46,7% en 2009. Una oscilación mínima (poco más de dos puntos porcentuales) durante un periodo de quince años. Una eternidad en términos políticos.
Cualquiera que se detenga a examinar las cifras del PP en Galicia se encontrará con un partido que no solo gana, sino que es inmune al desgaste y a lo que venga. “Es algo que no pasa en ningún otro lugar de Europa”, se vanaglorió el lunes, con razón, Alberto Núñez Feijóo, sorprendido él mismo de que su formación haya culminado la proeza de encadenar cinco mayorías absolutas.
¿Por qué ocurre esto? ¿Qué hace al PP gallego merecedor de tan buenos resultados cuando lo que se vota es el Parlamento y lo que está en juego es la Xunta? infoLibre ha planteado estas preguntas a varios analistas, buenos conocedores de la política gallega, entre ellos Antón Baamonde y Manuel Martínez Barreiro. Y la conclusión es que no hay una sola razón, sino una combinación de diferentes causas.
Baamonde, profesor de Filosofía y analista político, destaca la “transversalidad” del PP, capaz de conectarse con una amplia variedad de grupos sociales. Y “la unidad” que sus dirigentes, a partir de Manuel Fraga, han conseguido mantener en la derecha gallega, sin incursiones foráneas, como Vox o Ciudadanos, y habiendo sabido asimilar todos los intentos de construir una Convergència a la gallega, en particular lo que hace 30 años representó la ya desaparecida Coalición Galega.
La tensión entre las boinas y los birretes, que protagonizó la era de Fraga, murió con la llegada de Feijóo a la presidencia del partido y solo pervivió de la mano del baltarismo, la forma en la que la derecha controló Ourense durante años y que acaba de pasar a mejor vida con la caída de su último representante, José Manuel Baltar.
La capilaridad
También señala Baamonde, por supuesto, la “capilaridad” de un partido con presencia en todos los municipios, todas las organizaciones sociales, todas las asociaciones. “Llegan a muchos sitios; tienen muchos resortes de poder”, apunta.
Un buen ejemplo de su conocimiento del terreno son los alcaldes del Partido Popular en los municipios rurales, que antes del día de la votación son capaces de anticipar, con extrema precisión, cuántos votos van a ser para el PP y cuántos para los demás partidos. Sin manipular nada, simplemente conociendo a todos y cada uno de los vecinos y su inclinación política.
Esa capilaridad da lugar en muchos casos a la creación de redes clientelares. Todo el mundo sabe cómo funcionan, cómo los contratos, en general, y prácticamente todos los ámbitos, se distribuyen teniendo muy en cuenta afinidades personales y familiares que también son políticas. Quien quiere algo, sabe con quién contactar. Vínculos alegales que después se transforman en mecanismos más o menos formales de sostenimiento del poder político en torno al PP.
Hay otros factores que siempre salen a relucir cuando se habla de Galicia, como la uniformidad de los medios de comunicación. Los únicos distintos, los que podrían expresar una visión diferente de lo que representa el PP, “son ultraminoritarios”, explica Baamonde.
Apoyo mayoritario
Pero aun así, por muchos elementos que se pongan encima de la mesa, hay uno evidente que destaca sobre los demás: el PP conserva el apoyo mayoritario de la población, aunque sea por un estrecho margen (el domingo la izquierda se quedó a muy pocos votos del PP, aunque su traducción en escaños no lo refleje). Y aunque no se atreve a dar por bueno el razonamiento que tanto le gusta repetir a Feijóo, que el PP es el partido que más se parece a Galicia, Baamonde sí admite su sorpresa porque la fortaleza del partido no haya registrado quiebra alguna a pesar de todos los cambios que sí ha sufrido Galicia a lo largo de los últimos 30 años.
En cualquier parte, con el paso del tiempo, explica, se “produce una recomposición de los campos políticos, pero (en Galicia) solo pasa en la izquierda; en la derecha nada”. Así que, en busca de una explicación que lo resuma todo, Baamonde se atreve con una cargada de sentido del humor: el PP en Galicia está “en la naturaleza de las cosas”.
“Algo de eso habrá también. Por lo menos para su parroquia, porque van a votar cada cuatro años. Eso no falla”. En Galicia, explica, el “descontento es conformista”, en el sentido de pensar: ‘Estos no son buenos, pero vosotros podéis ser peores”.
El escritor y analista político Manuel Martínez Barreiro se ha tomado la molestia de enumerar una docena de motivos que, en conjunto, explican la insólita fortaleza del PP. Entre ellos están los ya citados, como un “entorno mediático comprometido con el inmovilismo, con la apología de la estabilidad y la negación de una alternativa practicable”. Un ecosistema dominado por el diario conservador La Voz de Galicia y el control absoluto que el PP ejerce sobre los contenidos de la CRTVG pública.
Redes clientelares
Cita también la “densa red clientelar, política y empresarial construida durante décadas” y “una poderosa organización partidaria y militante de base popular”, nada elitista, conectada con organizaciones y asociaciones no doctrinarias de la sociedad civil. Alcanza desde las entidades deportivas a las de ocio, pasando por las amas de casa, las vecinales y llega hasta a las comisiones de fiestas, de enorme relevancia sobre todo en la Galicia rural. Ahí hay mucho de ese partido que, en palabras de Feijóo, es “el que más se parece a Galicia”.
Barreiro señala otros nueve elementos que completan muy bien el retrato de los motivos que hacen del PP gallego lo que es: una máquina perfecta de ganar elecciones autonómicas. En primer lugar, el “dominio de las inercias frente a las incertidumbres del cambio”. En la política, como en la guerra, siempre es “más fácil defender una posición que asaltarla” y construir, a partir de ahí, la idea de marco de “estabilidad”.
El PP traslada eficazmente “una sólida imagen de partido de gobierno en Galicia, es “el que está en la Xunta”. Una idea desde la que resulta sencillo trasladar el mensaje de que “no hay alternativa”, a no ser “gobiernos Frankenstein o multipartitos”.
Es un elemento que tiene una derivada muy clara: el “uso partidista de los recursos institucionales”, los de la Xunta pero también los de los ayuntamientos y diputaciones conservadoras. Al propio Feijóo se le escapó el lunes lo importante que había sido para el resultado del domingo haber reconquistado el pasado verano la Diputación de Pontevedra.
Confusión entre Gobierno y partido
Durante la campaña pudimos ver muchos ejemplos de esta práctica: envíos de SMS anunciando más dinero para los sanitarios, cheques para los mariscadores, bonos para los jóvenes y un récord de anuncios y actos que merecieron el reproche de la Junta Electoral.
La suma de liderazgos, el simbólico de Manuel Fraga, que sigue jugando un papel “casi como padre de la autonomía”, unido al de Mariano Rajoy y al de Feijóo, “que complementan y compensan las carencias de Alfonso Rueda” e impulsan la representación colectiva del partido, también rema a favor de la robustez del PP.
Y luego está, claro, “una sólida sociedad civil de signo conservador, paragubernamental, políticamente subalterna, muy activa a la hora de afianzar conformismo, acallar disidencias y fortalecer convicciones”, explica Barreiro. “Muy activa para promover la pasividad. Muy movilizada para blindar el inmovilismo. Es una trama social de intenso y continuado activismo que suma intereses y valores, desestima las críticas y neutraliza los efectos de la protesta social amortiguando entre los apoyos ciudadanos de la derecha la transferencia de lealtades o el desencanto”. Una herramienta muy eficaz para “impermeabilizar el bloque electoral conservador”.
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En su análisis, cita dos razones más que tienen que ver con la naturaleza de Galicia y dos últimas que, en realidad, son responsabilidad de la izquierda. De un lado, el sesgo demográfico envejecido y el peso de los mayores de 45 en el cuerpo electoral, cada vez más acusado, donde las preferencias conservadoras son muy mayoritarias. Y de otro, las reglas electorales favorables, desde la “proporcionalidad mitigada” a la prima electoral de las provincias orientales, pasando por la barrera del 5% o el voto CERA, muy dependiente del dinero público que llega de la Xunta.
Hay, también, motivos que tienen que ver con déficits de la oposición. El primero, explica, es la “debilidad de las políticas de proximidad de la izquierda y el nacionalismo”. Existe una gran comunidad política conservadora con la que la izquierda y el nacionalismo no comparten espacios y con la que interactúan muy poco, básicamente desde la acción municipal, los medios de comunicación y, ocasionalmente, a través de las movilizaciones de protesta. “La debilidad de las políticas de proximidad de la izquierda, en general, hace que tengan un muy bajo impacto a la hora de cambiar las preferencias políticas de un modo sostenible”.
El otro, y no menos importante, es “la falta de proyecto nacional gallego y de una agenda gallega” por parte de la izquierda estatal, fundamentalmente la que está en el Gobierno, lo que “lastra gravemente el PSdeG y a Sumar Galicia, que confían en que con las decisiones publicadas en el BOE basta para impulsar el cambio político en Galicia.
La solidez del Partido Popular (PP) cuando se trata de elecciones autonómicas habla por sí sola: 47% el pasado domingo, 48% en 2020, 47,5% en 2016, 45,8% en 2012, 46,7% en 2009. Una oscilación mínima (poco más de dos puntos porcentuales) durante un periodo de quince años. Una eternidad en términos políticos.