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Historia de 17 congresos desde que el PSOE actual empezó a perfilarse en Toulouse en 1970

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El PSOE celebra este fin de semana en Madrid su 39º Congreso Federal. Después de meses de fuerte tensión y división interna, Pedro Sánchez –que fue defenestrado en el famoso comité del 1 de octubre de 2016– asumirá de nuevo las riendas del partido tras conseguir imponerse a Susana Díaz y Patxi López en las primarias de mayo con un 50,26% de los votos de la militancia. Es el quinto líder del partido –le preceden Felipe González, Joaquín Almunia, José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba– desde que España recuperó la democracia después de la muerte del dictador.

El PSOE moderno empezó a fraguarse a partir del congreso celebrado en 1970, cuando las cuestiones de política nacional quedaron en manos de la parte de la comisión Ejecutiva que residía en España. La formación empezó de esta manera una renovación con el objetivo de poner fin a casi dos décadas de caída libre. El socialismo en el exilio –con Rodolfo Llopis como secretario general desde 1944– no dejaba de perder fuelle, con un número de afilados cada vez menor –cayó de 8.000 en 1950 a 2.500 en 1970– y con la desaparición de gran cantidad de agrupaciones –de 253 a 159 en esos veinte años–, según los datos recogidos en el libro La travesía del desierto.

  La renovación del PSOE

La modernización de la formación tiene como punto de partida el 24º Congreso, celebrado en la localidad francesa de Toulouse en 1970. Por aquel entonces, el desfase entre los jóvenes militantes socialistas del interior y la vieja guardia que se encontraba en el exilio era cada vez mayor. El secretario general, Rodolfo Llopis, rechazaba cualquier tipo de colaboración con los comunistas y hacía lo imposible para evitar que los reformistas participasen en las reuniones. Sin embargo, en el cónclave de 1970 la dirección recibe un duro golpe al aprobarse que aquellos asuntos relacionados con la política nacional quedaban en manos de los miembros de la Ejecutiva que residían en España, mientras que las cuestiones internacionales se repartían al 50% con el exilio.

La relación entre los socialistas vascos de Nicolás Redondo y Ramón Rubial y los andaluces, encabezados por Felipe González, era cada vez más fluida. El entonces secretario general, por su parte, se iba alejando más y más de los renovadores. Y con estas mimbres se llegó al 25º Congreso (1972), el 12º en el exilio, celebrado nuevamente en Tolouse y en el que las tesis del interior se impusieron a las del exilio. Llopis, que no acudió al cónclave, no aceptó su destitución y el partido se partió por la mitad: por un lado el PSOE Renovado y por otro el PSOE Histórico de Llopis –el futuro Pasoc–. A pesar de ello, se salió del paso eligiendo una secretaría colegiada de compromiso, con miembros de las dos tendencias. Y los cuchillos se empezaron a afilar para la batalla definitiva.

El enfrentamiento que culminó con la renovación final del partido se produjo dos años después, en 1974. En esta ocasión, el escenario ya no sería Tolouse y sus clásicas salas de cine, Espoir o Senechal, sino que se celebraría en Suresnes. El 26º Congreso Federal se cerró, gracias al eje vasco-andaluz –lo que se conoció como el pacto del Betis–, con la supresión de la fórmula colegiada y el triunfo definitivo del sector renovador. El joven abogado laboralista Felipe González fue elegido secretario general del partido en una cita en la que participaron, entre otros, los líderes socialistas alemán y galo, Willy Brandt y François Mitterrand, respectivamente, que mostraban su afinidad con los jóvenes del interior. Un apoyo que también les brindó la Internacional Socialista.

  Renuncia al marxismo

Con Franco muerto, la Ley sobre el Derecho de Asociación Política en vigor y las primeras elecciones democráticas tras la dictadura a la vuelta de la esquina, el PSOE celebró en diciembre de 1976 el 27º Congreso. El cónclave, el primero en España desde la Guerra Civil y que contó con la participación de los líderes socialistas más destacados a nivel internacional, finalizó sin ninguna renuncia a los principios fundamentales del socialismo. En la resolución política aprobada, el partido se definía por primera vez como marxista, aunque la mayoría de la dirección quedó en manos de la corriente moderada –conocida entre los críticos como la "escuela andaluza"–, encabezada por Felipe González –que sería reelegido secretario general– y que apostaba por acercar el partido a la socialdemocracia europea.

La definición del PSOE como un partido marxista marcaría, dos años después, el 28º Congreso Federal de la formación (1979). El líder socialista quería conseguir en el cónclave el abandono del marxismo y, para ello, sus hombres de confianza filtraron el rumor de que no se presentaría a la reelección si su propuesta no recibía luz verde. Sin embargo, fue rechazada. Enrique Tierno Galván trató entonces de confeccionar una candidatura alternativa, que no alcanzó los apoyos necesarios de unos delegados que rechazaban el giro al centro del partido pero no se cuestionaban el liderazgo de un Felipe González que pocos meses antes había avanzado hasta los 121 escaños en las elecciones generales. La cita, finalmente, terminó con la renuncia del dirigente andaluz a presentarse a la reelección. Las riendas de la formación quedarían en manos de una gestora encabezada por José Federico de Carvajal.

Pero la falta de un liderazgo claro duraría apenas cuatro meses. En septiembre de ese mismo año, el partido celebró un cónclave extraordinario con un cambio importante, aprobado en el 28º Congreso Federal: los delegados de agrupaciones locales serían encuadrados en las delegaciones territoriales bajo el paraguas de un portavoz, único con voz y voto. De nuevo, el tema de fondo volvió a ser el marxismo. En esta ocasión se impuso el sector moderado. El PSOE sería a partir de ese momento una formación "de clase, de masas, democrática y federal" que asumía el marxismo como un instrumento "téorico, crítico y no dogmático". González volvió a ser elegido secretario general al contar su lista con un respaldo del 86%, frente al 6,9% de la candidatura crítica, encabezada por Luis Gómez Llorente.

  El 'felipismo'

En octubre de 1981, seis meses después del intento de golpe de Estado, celebraron los socialistas el 29º Congreso. El cónclave finalizó con la reelección de González como secretario general con el 100% de los votos. El entonces presidente de la Junta de Andalucía, Rafael Escuredo, presentó una candidatura para la ejecutiva al margen de la lista oficial, poniendo de manifiesto el enfrentamiento que mantenía con la dirección andaluza del partido. En su discurso final, González cargó contra los"giros autoritarios" de Gobierno y patronal y pidió a la formación que se preparase para ganar las elecciones. Un año después, se impuso en las urnas con 202 escaños y llegó a La Moncloa. 

Ya en el Gobierno, el partido acudió en diciembre de 1984 a su 30º Congreso Federal, en el que González reforzó todavía más su autoridad después de que el 95% de los delegados diese el visto bueno a la comisión ejecutiva diseñada prácticamente por él, una lista que sólo incluía cuatro nuevos nombres –todos ellos cercanos a las posiciones de Alfonso Guerra– y que provocó el descontento de varios sectores socialistas, tanto por la forma de elaboración como por las inclusiones y exclusiones. González, además, consiguió que las posiciones del Gobierno socialista sobre la permanencia del país en la OTAN, que generaba una importante división en el partido, fueran finalmente avaladas.

El 31º Congreso Federal, de 1988, evidenció el enfrentamiento con la Unión General de Trabajadores (UGT). El líder del sindicato, Nicolás Redondo, que en vísperas del cónclave aseguró que existía un "profundo divorcio" entre el Ejecutivo socialista y el movimiento sindical, rechazó acudir como delegado y sólo asistió a la jornada de cierre. En su discurso, el sindicalista alertó que "si todo lo que los trabajadores esperamos del Gobierno tenemos que pactarlo con los empresarios, es mejor quedarnos con las manos libres". González, por su parte, le reprochó que no pusiese el foco sobre las mejoras sociales conseguidas. A pesar de los intentos del secretario general por convencerle, Redondo no aceptó entrar en una ejecutiva que siempre había guardado una silla al sindicato desde hacía 100 años. En diciembre de aquel año, UGT y CCOO convocaron una huelga general que fue un rotundo éxito.

Dos años después, en 1990, la formación celebró su 32º Congreso, un cónclave que se convirtió en un auténtico paseo triunfal para el vicepresidente del Gobierno y vicesecretario del partido, Alfonso Guerra, salpicado por las investigaciones judiciales que afectaban a su hermano. La cita, en la que se suprimió la doble militancia PSOE-UGT y se amplió la ejecutiva a 31 miembros, se saldó con la exclusión de la dirección de los ministros que reclamaban la apertura del partido –Carlos Solchaga (Economía), Joaquín Almunia (Administraciones Públicas) y Javier Solana (Educación)– por el veto de los guerristas, que coparon la mayoría de la ejecutiva y barrieron del Comité Federal a Izquierda Socialista.

Un año después de que el PSOE perdiese la mayoría absoluta en la Cámara Baja, se llegó al 33º Congreso (1994) con una importante división interna: renovadores, con Felipe González al frente, frente a guerristas.Se impuso finalmente la primera corriente en un cónclave en el que se llegaron a escuchar voces que anunciaban la "ruptura" del partido. La ejecutiva que salió finalmente del congreso, que recibió el visto bueno del 89,37% y ningún delegado en contra, fue de mayoría renovadora. El vicepresidente del Ejecutivo, por su parte, consiguió mantener en el seno de la dirección –compuesta por 36 miembros– a una decena de sus fieles, una cifra insuficiente para seguir manteniendo su capacidad de veto.

Y, tras más de dos décadas al frente de la formación, el 34º Congreso (1997) destacó por la renuncia de Felipe González –que un año antes había perdido las elecciones frente a José María Aznar– a presentarse a la reelección, una decisión que buscaba forzar una renovación en profundidad que rechazaban tanto los barones territoriales como el sector guerrista. El anuncio de González en pleno cónclave obligó al partido a buscar un sucesor en apenas 48 horas. Tras intensas negociaciones, finalmente el aparato y los barones acordaron que fuese Joaquín Almunia el que tomase las riendas y se conformó una dirección donde los partidarios de Alfonso Guerra quedaron fuera de todos los puestos de responsabilidad. 

  La llegada de Zapatero

Tras la derrota socialista en las generales del año 2000, en las que el PP de José María Aznar consiguió la mayoría absoluta, Joaquín Almunia dimitió como secretario general del partido, que continuó su camino pilotado por una gestora –llamada en aquel momento Comisión Política– hasta 35º Congreso Federal. Al cónclave se presentaban, por primera vez, cuatro candidatos: el joven diputado leonés José Luis Rodríguez Zapatero; el presidente castellanomanchego, José Bono; la exministra Matilde Fernández, y la eurodiputada Rosa Díez. Finalmente, el cambio generacional llegó al partido después de que la nueva vía reformadora que representaba Zapatero venciese a Bono –respaldado por los felipistas y el aparato– por tan sólo 9 votos –416 por 405–. La ejecutiva se renovó casi por completo.

Cuatro años después, el nuevo líder del PSOE se convirtió en presidente del Gobierno y fue reelegido secretario general en el 36º Congreso Federal con el apoyo de un 95% de los delegados. La cita transcurrió en calma. El único punto de confrontación se produjo alrededor de los principios que debían encuadrar los estatutos de autonomía. Los catalanes del PSC buscaban eliminar la referencia a los límites constitucionales, algo que finalmente terminaron por aceptar a fin de mantener la unidad. 

Pero el mayor respaldo lo obtendría Zapatero en el 37º Congreso Federal (2008), donde volvió a ser reelegido con un 98,5% de los votos y pidió a los delegados que trabajasen duro para defender mejor y con más fuerza la idea de una España plural y diversa. Además, se acordó avanzar hacia la laicidad del Estado, revisar la legislación sobre el aborto, defender la asignatura de Educación para la ciudadanía, apostar por el desarrollo de las energías limpias y renovables o rechazar el proyecto de directiva europea de incrementar la jornada laboral hasta las 65 horas semanales, entre otros aspectos.

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  La victoria de Rubalcaba y las primarias de Sánchez

Los socialistas, sin embargo, llegaron al 38º Congreso Federal (2012) en la oposición, con un gobierno del PP en mayoría absoluta y sin Zapatero al frente. Después de dos citas con candidato único, en esta ocasión se presentaron dos aspirantes: el exvicepresidente del Gobierno Alfredo Pérez Rubalcaba y la exministra de Defensa Carme Chacón. El primero contaba con el respaldo de varios dirigentes regionales del partido, los exministros Bono o Trinidad Jiménez y el expresidente González. Chacón, por su parte, con el apoyo de exministros como José Borrell, Leire Pajín o Cristina Narbona, además de dirigentes regionales como Susana Díaz. Finalmente, Rubalcaba consiguió hacerse con la victoria por solo 22 votos de diferencia.

Pero Rubalcaba sólo aguanto al frente del partido dos años. La debacle electoral de la formación en las elecciones europeas de 2014 le llevó a convocar un congreso extraordinario, que se celebró en julio. Antes, tres aspirantes se enfrentaron en un proceso de primarias: Pedro Sánchez, que contaba por aquel entonces con el respaldo de la poderosa federación andaluza; Eduardo Madina, que era el candidato de Ferraz; y el líder de Izquierda Socialista, José Antonio Pérez Tapias. Se impuso Sánchez con el 48,7% de las papeletas. Sería confirmado como líder del PSOE trece días después en el congreso extraordinario.

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