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El Gobierno responderá a la maniobra de Feijóo y Weber contra Ribera "con datos" y "sin caer en el barro"
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Iñaki Gabilondo (Donostia, 1942) está de cierre de etapa y de cajas. Acaba de anunciar su adiós a la radio tras más de 50 años de profesión y, en breve, afrontará una pequeña mudanza para sacar las cosas de su despacho de la Cadena Ser, donde nos cita para la entrevista. Lleva mal el halago porque se reconoce tímido pero se encuentra a gusto haciendo repaso, hablando de periodismo, de lo que ya pasó y de lo que está por pasar. No tiene reparos en admitir que ha sido “profundamente feliz” en el trayecto y admite que le da cierta impresión “cerrar la tienda”. infoLibre lo premia este jueves, 25 de noviembre, por su carrera periodística. 

Todo el mundo le pregunta que por qué se va pero a mí lo que me gustaría saber es cómo ha sido capaz de aguantar tanto.

Esa es la pregunta. Tengo 79 años, ¿cómo a un tío de 79 años se le puede preguntar por qué se va? La pregunta es qué hago aquí todavía. Nuestro trabajo tiene mucho que ver con que te otorguen confianza o no. A mí me han ofrecido cosas de manera sistemática y he tenido la suerte de poder resistir físicamente, aunque haya tenido algún contratiempo de salud grande. 

Si le piden explicaciones de por qué se va es, en realidad, porque nadie quiere que se vaya. Y eso es bonito. 

Cuando llevas mucho tiempo las corrientes de sensaciones son muy intensas: o te quieren mucho o te odian a rabiar. Yo soy un afortunado porque la gente me ha apreciado en cantidades exageradas.

Tampoco es tan odiado para cómo están los tiempos.

Poco odiado pero intensamente. Los que me odian me odian sin descanso. Raro es el mes que no haya alguien que me insulte por la calle. 

¿Siempre ha sido así o es peor últimamente?

El asunto se encendió mucho en la época de Aznar a raíz del 11M. El PP interpretó que le había sido robado el éxito que tenían asegurado en las elecciones y nos atribuyeron a la SER una responsabilidad grave en aquella ola de hostilidad hacia el Gobierno. Como además nosotros cometimos un error, que fue decir que había un comando suicida y que rectificamos de inmediato, quedó como una especie de jugada intencionada para hacerles polvo. Aquella información se me atribuyó a mí, aunque no la di exactamente yo, y el odio que ya había hacia el grupo PRISA por parte del Gobierno del PP se personalizó en mí. 

¿Te imaginas el 23F con redes sociales? La capacidad de embarullar aún más lo que ocurrió hubiera sido superlativa.

Y eso que no había Twitter. 

Ya, pero el eco del envenenamiento que se hace en las redes me llega hoy. El anonimato permite disparar con impunidad y eso impulsa la radicalidad que hay. Aquello del 11M, por ejemplo, se podía haber ido diluyendo con el tiempo pero las redes sociales recuperan todo eso y lo potencian. Si yo me muero mañana y escriben cinco líneas de mí en un periódico, raro será que no aparezca una referida a ese error del suicida después de 50 años trabajando. 

¿Usted se imagina lo que hubiera sido acabar su programa cada día y que todo ese odio le llegara en forma de notificaciones personales al teléfono?

¿Te imaginas el 23F con redes sociales? La capacidad de embarullar aún más lo que ocurrió hubiera sido superlativa. Es difícil de digerir lo que tú comentas, aunque yo llevo con más incomodidad los elogios, soy muy tímido y me da vergüenza, lo paso mal. Me manejo mejor con las hostilidades. En cualquier caso, el éxito y el fracaso son dos grandes impostores, no son para tanto ni una cosa ni la otra. 

¿Le da pereza esta etapa que ahora afronta de premios, de entrevistas en las que se nota que le admiran, del halago perpetuo?

Bueno, yo es que ya soy muy mayor. Los premios y los halagos ahora tienen una percepción particular porque son a título póstumo. Son de despedida. La conciencia de que es un adiós y de que estás terminando tu vida profesional le da a esta situación que comentas algo especial, no lo miro con frialdad. Hablo contigo y me doy cuenta de que esta es una conversación de cierre. Eso da impresión, la verdad, porque estamos cerrando la tienda. 

Pero no solo le han dado el Goya de honor a su carrera. Le han dado otros muchos mientras estrenaba películas. 

Sí, y que me den el póstumo en vida tiene su gracia también. 

Periodismo es lo que la gente tiene derecho a saber

¿En qué estado deja la profesión? 

Es imprescindible identificar los yacimientos de agua potable informativa y eso va a estar marcado por la calidad y la independencia. La prensa de calidad no se define solo por lo que el lector o espectador quiere saber sino por lo que tiene derecho a saber. Hay mucha gente que hace muchas cosas distintas y todo el mundo dice que hace periodismo. En la farmacia, cuando el negocio se amplió a la higiene o la belleza, lo llamaron parafarmacia. Lo distinguió de los productos puramente medicinales. Deberíamos empezar a marcar una línea entre el periodismo y el paraperiodismo. El periodismo lo marca una actividad relacionada con lo que el espectador tiene derecho a saber. 

Hay preocupación en el mundillo por que la gente nos cambie por post anónimos de Facebook o por youtubers de extrema derecha. ¿La culpa es nuestra por ofrecerles, a menudo, contenidos indistinguibles a los de esos formatos?

A veces sale una fake new en un blog y un medio de comunicación tradicional lo lleva a su tertulia y lo blanquea. Es un juego de relaciones muy turbias que hay que aclarar. Usted puede ser de izquierdas o de derechas, pero tiene que quedar clara su independencia y tiene que jugar con los códigos del oficio en relación a la certificación de los datos. Martin Barron, el director del Washington Post, me habló de cuando Amazon compró el periódico. Para Jeff Bezos eso es calderilla, pero es muy listo y sabe que el periódico tiene que ser muy independiente porque como no sea así es como si no se lo hubiera comprado. Los periodistas allí están turulatos del apoyo a la libertad que reciben, hasta el punto de que se pueden meter hasta con Amazon. ¡Es la leche! Nunca un derecho ciudadano ha dependido tanto del azar de que aparezca un editor que tenga buenas intenciones o sea un sacamantecas. Por eso digo que en la inundación escasea el agua potable. La gente tendrá que ir buscando e identificando fuentes solventes que pueden ser un medio, una persona…

Para Jeff Bezos 'The Washington Post' es calderilla, pero es muy listo y sabe que el periódico tiene que ser muy independiente, que como no sea así es como si no se lo hubiera comprado. Los periodistas están turulatos del apoyo a la libertad que reciben.

Cuando no lo encuentran, desenganchan. Si abren un periódico y encuentran el mismo agua contaminada que en Facebook, pues Facebook es más divertido y encima es gratis. 

Claro. Es hacerlo bien o te mueres. Porque se ha acabado aquello de que unos cuantos medios lo pilotan todo. Es un universo poblado de millones de seres. Pero tengo un pequeño mensaje de esperanza. 

Por favor. 

Están pasando millones de cosas. Millones. Va a cambiar todo. Sobrevivirán unos, otros morirán, nacerán nuevos medios. Hace mucho más ruido el árbol que se cae que la hierba que crece, y está creciendo mucha. El periodismo no está en crisis. En medio de todo ese aluvión de señales imposibles de identificar, el ciudadano reclama en defensa propia un periodismo decente. 

No sé si nos haría falta un consenso previo en la profesión sobre qué es periodismo y qué no. En el Congreso, por ejemplo, se ha abierto el debate sobre quién tiene derecho a acreditarse como medio. ¿Qué es un medio? ¿Todas las páginas webs pueden serlo? ¿Los canales de Youtube?

No te voy a dar una respuesta sobre qué tenéis que hacer pero sí te digo una cosa: tenéis que hacer algo. El periodismo en algún momento tendrá que marcar las líneas de qué es y qué no es periodismo. Siempre hemos tenido temor a hacerlo por si supone limitar la libertad de expresión. 

No es fácil.

Todo el mundo sabe que un cirujano antes de operarse se va a lavar las manos y se va a poner guantes. La ciudadanía lo sabe y los jefes del hospital lo saben. Los periodistas no hemos acreditado ante la ciudadanía ningún precepto de esta naturaleza. Nunca nos hemos puesto de acuerdo ni en tres cosas. La sociedad no sabe qué esperar de nosotros. Tengo la convicción de que todo este universo de cosas que han surgido, que algunas son paraperiodismo y otras contraperiodismo, van a tener que provocar alguna reflexión en la profesión. Atención con ese juego, alguna vez tendrá que regularse. Vamos a tener que poner cuatro o cinco balizas para darles pistas a los ciudadanos y a nosotros mismos. 

Todo el mundo sabe que un cirujano antes de operarse se va a lavar las manos y se va a poner guantes. La ciudadanía lo sabe y los jefes del hospital lo saben. Los periodistas no hemos acreditado ante la ciudadanía ningún precepto de esta naturaleza.

No sé si soy muy optimista sobre que consigamos hacerlo. 

La gente también tendrá que elegir. Lo más complejo siempre es descartar y elegir, y a eso se tendrá que enfrentar la gente como sociedad. Mi hijo el mayor la primera vez que fue a un hotel se puso enfermo en el buffet del desayuno. Acostumbrado a un vaso de leche y a una galleta vio allí 75 cosas y se las comió todas. Pues el futuro que te aguarda va a meterte en un pequeño lío que nosotros no teníamos, y es que vas a tener que elegir. Cuando yo era director de informativos de la tele solo había una tele. Cuando hay mil teles, tienes que elegir. O sigues como un gilipollas zapeando y llevándote a la cama una papilla formada por un bailarín, un gol, otro gol, el mismo gol repetido, un chico, una chica, una cuchillada, ahora un chiste, el tercer gol... o, por el contrario, ves lo que hay y eliges. Este es un juego difícil. Así se va a desarrollar esto y es algo que la sociedad no está acostumbrada a hacer: descartar y elegir. Porque lo quiere todo y lo quiere todo a la vez. Y eso va a ser la muerte. El único consejo que se puede dar a la gente es: elige. Y elegir es descartar. No es fácil pero es importante. 

En todos los ámbitos de la vida.

En todos los ámbitos de la vida.

Hablábamos de los consensos en la profesión. El día de su despedida de la radio habló de una especie de fatiga psicológica por el ambiente político. Antonio Chaves, un histórico trabajador del Congreso, se jubila ahora. Me dijo el otro día que se iba con un sabor amargo tras la pandemia porque, si con mil muertos al día no había visto a los de ahí adentro ponerse de acuerdo, se rendía ya. Le dejó eso tocado. 

Para mí la pandemia fue el último elemento que me faltaba para llegar a la sensación de empacho que me llevó a dejar esto. Ni siquiera en esa circunstancia fue capaz la política, sobre todo la oposición, de jugar juegos de una mínima lealtad. Si tampoco se puede ahora, olvidémonos. Decían en broma: “España solo se unirá si nos invaden los marcianos”. No, si nos invaden los marcianos nos pillarán peleando sobre que la culpa de los marcianos ha sido tuya o mía. Cuando está la derecha en la oposición no hay ni una esperanza de que haya paz. Nunca. Una persona bastante famosa me decía hace poco: “Ojalá gane la derecha para que podamos vivir un poco en paz, porque la izquierda es más leal con las cuestiones de fondo”. 

A mí no me escandaliza la polarización por el ruido. Eso me da igual. Me escandaliza porque invalida la acción colectiva. No se puede hacer nada si no hay acuerdo.

¿Hay más polarización que antes?

A mí no me escandaliza la polarización por el ruido. Eso me da igual. Me escandaliza porque invalida la acción colectiva. No se puede hacer nada si no hay acuerdo. En una sociedad en la que ya no va haber nunca mayorías hasta nueva orden, todo lo que se tenga que hacer que tenga recorrido y fondo necesita algún tipo de acuerdo. Y no los hay. Hay otras muchas cosas que se pueden hacer, y de hecho se están haciendo. Pero las cuestiones más de fondo son inabordables si no hay un acuerdo. Como ellos saben que no va a haber un acuerdo, quedan descartadas las cuestiones importantes. Y tenemos el almacén lleno de cuestiones importantes que no vamos ni siquiera a plantearnos. 

¿Por ejemplo?

La política no está permitiéndose ni la posibilidad de afrontar qué hacemos con Cataluña en serio, qué hacemos con la Constitución en serio, qué hacemos con la educación. Son temas que no se pueden plantear porque, si no hay acuerdo, es que no se puede. ¿Puede la política decirle a la sociedad que sus problemas más gordos no se pueden afrontar porque para eso hace falta que se pongan de acuerdo y no saben? Eso me parece calamitoso. No hay manera de pactar algo que dure. Sabes que la reforma educativa dura hasta que llegue el siguiente, que elimina ese modelo y pone otro. Esa es la parte más profundamente dañina de esa polarización. 

Decía Sabina que para decir con dios a él le sobraban los motivos. Veo que a usted también. 

Pues sí. 

Pero usted se lo puede permitir porque tiene 79 años. Anímenos a resistir a los que aún nos queda un rato. 

El único consejo es que tengáis en cuenta que todo cambia. Mucha gente se cree que lo que hay es lo que va a haber. Te dicen: en el año 2060 cada mujer tendrá medio hijo, el número de viejos será de no sé cuántos. Perdona, ¿es que no pensáis hacer nada? Habéis decidido que esto es lo que hay y lo proyectáis cuarenta años. ¡Es que eso no es así! Lo que va a pasar va a estar extremadamente relacionado con lo que se vaya a hacer. ¿Estáis descartando hacer cosas? ¿No sabéis que la historia no se hace así? Ese discurso de que hay una vía sin salida en la que hay que resistir… ¡Pues cambiad la vía! 

Déjenos el manual de instrucciones antes de marcharse.

Tendrá que ver con lo que decidáis hacer, con lo que decidáis no hacer y lo que decidáis permitir que se haga. Y con eso se construyen otras vías y se cambian. Cuando Franco se muere yo tenía 33 años. Si antes de morirse me preguntan qué voy a hacer y yo digo: “Pues no sé, estamos en una dictadura, mis padres nos han dejado aquí un lío con un millón de muertos y con la mitad de España que no se habla con la otra mitad, con un dictador que nos trata a todos como si estuviéramos en un cuartel...Pues poco puedo hacer porque está jodido”. Alguien me diría: “¿No os gusta? Cambiadlo” ¿Y cómo se hace? Ni puta idea. Tampoco lo sabía entonces. Yo estoy mirando con mucha atención lo que hacéis vosotros, como por lo visto debe ser muy fácil…

Entiendo que lo dice por el discurso de reproche generacional hacia los que hicieron la Transición. Usted le afeó una vez a Pablo Iglesias esas críticas y le dijo que él, como ustedes, haría lo que pudiera. Solo lo que pudiera. 

Claro, es que como es muy fácil hacerlo todo y nosotros al parecer lo tuvimos que haber hecho de otra forma... Yo estoy sentado ahora esperando a ver cómo hacéis los que decís que lo haréis todo. Ahora me dirás: “no, es que el contexto europeo…” ¿Pensáis que nosotros no teníamos contexto? Todo se hace con sus límites y sus dificultades. Pero no se puede aceptar esa especie de vaticinio sociológico de que aquí solo queda ver cómo se torea este toro, porque eso no es verdad. 

Mucha gente cree que lo que hay ahora es lo que habrá siempre, pero todo cambia. Si no os gustan las cosas, cambiadlas.

Es un poco el discurso de la antipolítica. 

Hay que acabar con ese discurso de que da igual, de que no sirve. La política es la única herramienta que tiene la sociedad para transformar la realidad. Si no te gusta esta política aprieta para que cambie, pero no la discutas. Si no se hace, pues el inevitable designio llegará. Pero no ocurre, nunca ocurre. La gente hace un huevo de cosas. Esto va a pegar un cambio que... No tengo palabras. Cuando tú tengas mi edad te va a dar risa recordar esta conversación, si es que te acuerdas. 

Me acordaré. 

Ten en cuenta que lo difícil a mi edad es acordarse de algo. Pero de verdad, yo planteo esos cambios como un elemento esperanzador. 

Hablaba antes de elegir. ¿Qué elige para refugiarse del cansancio o de la apatía? ¿Qué le salva?

Siempre me han salvado la música y la literatura. Soy un loco de la música. Me gusta la ópera y la música clásica pero adoro a C. Tangana. Creo que El Madrileño es el mejor disco que se ha hecho en 80 años en este país. Y luego me encanta leer. A pesar de ser periodista y, por tanto, desordenado, tengo una rutina magnífica de lectura. Leo cada día sistemáticamente, en la circunstancia que sea. Y tengo la suerte de tener una gran estabilidad familiar. Eso es un regalo y es determinante. 

Y en la profesión, ¿cuáles son sus refugios?

Tengo muchos, leo todos los días muchos medios. Hay mucha gente a la que creo y respeto. No es porque esté hablando contigo, pero a mí Jesús Maraña me parece una referencia, sinceramente te lo digo. Lo sigo como una guía que me interesa. 

No me arrepiento de lo que le decía a Aznar con la guerra de Irak, por ejemplo. Me arrepiento de cómo de airadamente se lo dije. Sacó de mí una ira que no debería haber salido.

José Ramón de la Morena, que también se retira, le dijo el otro día a Aimar Bretos que para ser el número uno a veces había dejado de ser buena persona. Usted también ha sido el número uno. ¿Qué piensa de esa frase? 

Me extrañó. Él vivió una guerra encarnizadísima con José Mari (García). Yo también viví guerras encarnizadísimas aunque procuré mantener las constantes del respeto. Lo procuré siempre. Yo no estaría contento si hubiera descubierto que era una mala persona. He podido cometer errores pero... no sé, me extrañó cuando oí a Joserra decir eso. Tampoco es que recordara lo de Kapucisnky de que para ser buen periodista hay que ser buena persona pero…

Pero tampoco lo contrario, ¿no?

Tampoco lo contrario, claro. Le entendí la frase en el contexto de una cosa que yo digo de mí mismo, y es que José María Aznar sacó lo peor que hay en mí. Siempre me he esforzado en cuidar el lenguaje y el estilo, en toda circunstancia, pero reconozco que en un momento determinado perdí el Oremus. No me arrepiento de lo que le decía a Aznar con la guerra de Irak, por ejemplo. Me arrepiento de cómo de airadamente se lo dije. Sacó de mí una ira que no debería haber salido. Pero a mí me impresionó también lo de José Ramón. 

¿Ha sido consciente de ser feliz en el trayecto o uno no lo aprecia hasta que no mira hacia atrás?

Fui muy feliz en el trayecto cada día que se abría el micrófono. Yo era un niño de la radio, no vi la tele hasta la universidad. La radio era mi paraíso soñado, el lugar donde yo quería vivir. Por eso fui feliz. La felicidad que ha significado para mí cada día de mi vida que se ha encendido la luz roja, se ha abierto el micrófono y ha sonado el carillón de la SER, era una sensación de plenitud. He sido muy privilegiado, lo cual no quiere decir que no haya sufrido como un perro. He sufrido como un perro, pero mucho. 

¿Cuál ha sido el peor día?

Como vasco, cada atentado de ETA era para mí como un tiro. No solo porque destrozaba el programa, sino por lo que significaba para mí. Luego está el 11-M. Nadie que no esté sabe lo que es vivir en tiempo real una cosa de tal magnitud en directo, con los muertos subiendo por decenas a cada minuto. Es una alucinación. Pero lo que más cerca me ha tenido a mí de dejarlo, que me ha pasado varias veces, ha sido el mal rollo entre medios y compañeros. 

¿Pero para tanto fue? ¿Quién era su antagonista?

Mi gran antagonista fue Luis del Olmo porque fue líder durante años y, cuando yo llegué, primero le alcancé y luego le pasé. Pero mantenemos una buena relación. Luego estaban Luis Herrero y Federico Jiménez Losantos. Federico me decía de todo y yo aguantaba. Le reconoció al Loco de la Colina que lo hacía para que yo le contestara. 

Me ha dicho antes que estaba seguro de que una frase sobre el 11M aparecería en cualquier resumen de su trayectoria. Dígame una que le gustaría que apareciera para definirle. 

Mi mayor rasgo siempre he intentado que sea no olvidarme del oyente. No hay ninguna persona que no hable por la radio que no sepa que le están oyendo, pero muy pocos se acuerdan de que les están oyendo. Yo siempre me acordaba. Siempre. En mitad del follón del estudio, de gente entrando y saliendo, de invitados... yo pensaba: “Mari Carmen de Valladolid, que está en este momento haciendo tal cosa. Juan, que va conduciendo un autobús por Murcia”. Nunca me olvidé de eso. Siempre anteponer la conciencia de que el sentido de mi trabajo no era Polanco, no era Felipe, aunque me dijeran que yo era el muñeco del ventrílocuo. Mi pelea no era Federico, ni que me dijeran en la empresa que me había quedado muy bonito. No. Mi única referencia ha sido la gente que escuchaba. A los compañeros que llegaban yo les decía antes de empezar: “Esto lo haces por Miguel, es de Talavera de la Reina, tiene 46 años, se acaba de levantar y ha visto que tiene canas, ha dormido mal porque le está empezando a gustar una compañera de la oficina, está cabreado porque es miércoles y le toca pagar una factura. Cuando te pongas delante del micro y digas que son las seis de la mañana, es para él”. Esa ha sido mi obsesión. 

Yo le reprocho a la política y a los medios que se hayan ido muy lejos. Su disputa se nutre de nuestras cosas, pero es su disputa, no la nuestra. Para mí lo más difícil ha sido eso no olvidarte nunca de eso cuando tienes cierta notoriedad.

Hay otra canción, de Ismael Serrano, que dice: “Enciendo la radio y no hablan de nosotros”. 

Es justo eso. Que no pase eso. Yo le reprocho a la política y a los medios que se hayan ido muy lejos. Su disputa se nutre de nuestras cosas, pero es su disputa, no la nuestra. Para mí lo más difícil ha sido eso, no olvidarte nunca de eso cuando tienes cierta notoriedad. Y por eso me he sentido ajeno al otro negociado. Yo nunca he ido a comer ni a cenar con nadie, no he sido amigo de líderes políticos. He procurado mantener la distancia. 

¿No ha ido a cenar con presidentes del Gobierno?

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Muy poco. Yo he cenado con Felipe una vez en la Moncloa. Con Suárez creo que estuve dos o tres veces. Con Zapatero una vez. Con Aznar dos. Y cuando llegué a la Moncloa ese día me dijo: “Tú aquí habrás venido mucho, ¿eh?”. Y le dije: “Te equivocas un montonazo”. Se sorprendió. Yo iba al principio de que llegaran por hacerlo protocolariamente. Pero una vez y no más. Seguro que me perdí mucho más, pero tenía la sensación de que te comprometías afectivamente con la gente y que eso no era bueno. 

Me dijo que le incomodaban los halagos. Nos hemos hecho los fuertes este rato para no regalarle demasiado los oídos.

Jajaja. Has estado muy bien. 

Iñaki Gabilondo (Donostia, 1942) está de cierre de etapa y de cajas. Acaba de anunciar su adiós a la radio tras más de 50 años de profesión y, en breve, afrontará una pequeña mudanza para sacar las cosas de su despacho de la Cadena Ser, donde nos cita para la entrevista. Lleva mal el halago porque se reconoce tímido pero se encuentra a gusto haciendo repaso, hablando de periodismo, de lo que ya pasó y de lo que está por pasar. No tiene reparos en admitir que ha sido “profundamente feliz” en el trayecto y admite que le da cierta impresión “cerrar la tienda”. infoLibre lo premia este jueves, 25 de noviembre, por su carrera periodística. 

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