“Que vote no a la independencia no significa que no quiera un cambio”, repetían muchos escoceses de la campaña unionista. Y qué razón llevaban. El referéndum escocés celebrado hace ahora dos meses supuso un punto de inflexión en la política anglosajona poniendo importantes temas sobre la mesa: el relevo de Nicola Sturgeon al frente del Partido Nacionalista Escocés (SNP, en inglés), las promesas de los líderes británicos sobre dar más poderes a las regiones del Reino Unido y las dudas internas en el seno del laborismo británico sobre el futuro. Todo esto con las elecciones generales y el posible referéndum sobre la cuestión europea en el horizonte.
Una semana después de la celebración del referéndum, el diario The Times publicaba una encuesta asegurando que un 52% de escoceses apoyaban la independencia y que dos de cada tres ciudadanos confiaban en un nuevo referéndum (también llamado neverendum por los más bromistas) dentro de una década. Y no era cachondeo. Después del referéndum, el SNP se ha convertido en el tercer partido con más afiliados en todo el Reino Unido. En la primera semana, 39.000, superando así el total de militantes hasta entonces. Hoy son 83.000. Es decir, uno de cada 50 escoceses es miembro del partido.
“Sé donde quiero que llegue esta energía: a una Escocia independiente”, confesaba Nicola Sturgeon, que tomó la Presidencia del SNP este viernes, relevando a Alex Salmond, en el congreso anual del partido en Perth. La líder escocesa agradeció el esfuerzo de su antecesor, a pesar de perder por 10 puntos la consulta independentista, y mostró su felicidad ante “este gran reto” en la presentación del encuentro independentista que planificará esta nueva etapa.
La debacle laborista
El laborismo escocés no pasa por sus mejores momentos. Las encuestas auguran un giro en las generales de mayo que podrían hacerles perder unos escaños vitales para sus expectativas de victoria: con el 52% de intención de voto para el SNP y un 23% para los laboristas, que conservarían solo cuatro de los 41 diputados por Escocia que ahora tiene en Westminster. Este vuelco se debe a que muchos de sus votantes escoceses consideraron una traición la asociación con los conservadores, nada queridos al este del río Tweed, en la campaña del no a la independencia, bautizada como Better Together.
Su hasta entonces líder escocés, Johann Lamont, dimitió el pasado mes de octubre acusando a su partido de considerar a Escocia como “una sucursal de Londres”. El mando lo tomó el que fue ministro en Escocia y Europa, Jim Murphy, que ha decidido dejar su escaño de diputado para detener la caída del los laboristas al norte de la frontera, aunque para los independentistas escoceses sigue siendo otro político más de Westminster.
La crisis laborista no solo reside en Escocia. También se escuchan voces en Londres exigiendo la dimisión de Ed Miliband, sumergido en un discurso clásico y demasiado centrado, según los analistas, que no termina de convencer a los votantes laboristas: un 45% creen que debe dimitir, según una encuesta de Yougov para The Sunday Times. Sin embargo, los laboristas siguen por delante en la mayoría de las encuestas para las elecciones generales, aunque, si no hay cambios, los conservadores volverán a imponerse.
Promesas y amenazas desde Londres
“Trabajaré por una reforma a fondo y una descentralización sin precedentes en el Gobierno británico”, garantizó en la campaña por el no el primer ministro, David Cameron, en referencia a las concesiones que harían al Parlamento escocés en cuanto a una mayor autonomía en la gestión del sistema fiscal y sanitario. Estas promesas, realizadas ante el auge del sí en la recta final de la campaña, conocidas como devolution-max, están en manos de una comisión formada por representantes de todos los partidos que, el pasado 22 de octubre, acordaron que la entrega de competencias a Escocia no debe estar condicionada a la de los territorios que forman Reino Unido (Gales, Irlanda e Inglaterra), contradiciendo así la propuesta inicial.
La comisión se plantea ahora dotar a Escocia de mayores poderes (educación, sanidad e impuestos) con el propósito de limitar la capacidad de los parlamentarios escoceses en Westminster, que votarían sobre asuntos transferidos a Holyrood, con lo que la Cámara de los Comunes dejaría de ser un recurso último y superior sobre la legislación. En la jerga política anglosajona, esto se conoce como English votes for English laws, eslogan repetido hasta saciedad por los tories de Londres.
La campaña del no se basó en el miedo. Les dijeron desde Londres a los escoceses que el petróleo del mar del Norte no era suficiente para una Escocia independiente, que era iluso construir un futuro sobre él. Pero, unas semanas después, BP y GDF Suez anunciaron que habían descubierto nuevos yacimientos.
Además, recurrieron constantemente a la estabilidad del sistema financiero británico, pero la semana pasada el grupo Lloyds, al que pertenece el Bank of Scotland, que emplea a 16.000 personas en la región, anunció el cierre de 200 oficinas y 9.000 despidos.
Ver másLos últimos cartuchos a favor del 'sí' y el 'no' en Escocia
La cuestión europea
La voluntad de permanecer en la UE fue una de las premisas más sólidas de la campaña por la independencia escocesa. Y la reciente escalada antieuropea del primer ministro, David Cameron, escenificada en sus dudas sobre la política migratoria europea, bajo la presión del crecimiento del partido xenófobo e independentista UKIP, no ha hecho más que profundizar la brecha que separa a Escocia del resto de Reino Unido.
De esta manera, si David Cameron consigue formar Gobierno en las próximas elecciones generales convocaría un referéndum sobre la cuestión europea en 2017. Mientras que en Escocia solo cuatro de sus 52 circunscripciones son partidarias de abandonar la UE. Algo que apoya la mayoría de los ingleses.
“Que vote no a la independencia no significa que no quiera un cambio”, repetían muchos escoceses de la campaña unionista. Y qué razón llevaban. El referéndum escocés celebrado hace ahora dos meses supuso un punto de inflexión en la política anglosajona poniendo importantes temas sobre la mesa: el relevo de Nicola Sturgeon al frente del Partido Nacionalista Escocés (SNP, en inglés), las promesas de los líderes británicos sobre dar más poderes a las regiones del Reino Unido y las dudas internas en el seno del laborismo británico sobre el futuro. Todo esto con las elecciones generales y el posible referéndum sobre la cuestión europea en el horizonte.