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“Irlanda nos ha dado lo que España ha sido incapaz de ofrecernos”

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Paloma Gracia e Iván Luzón viven desde hace más de dos años “por encima de sus posibilidades”, aseguran entre carcajadas. Desde que emigraron al condado de Cork (Irlanda), esta pareja de Granada, de 32 y 33 años respectivamente, puede llenar su nevera cada día, pagar la gasolina que les lleva hasta su trabajo, hacerse con algún capricho al mes y hasta salir a tomar unas pintas con los amigos. Una suerte que alcanzaron derrochando, sobre todo, el esfuerzo y sacrificio que exigió abandonar su país natal y enfrentarse a una nueva cultura e idioma. “Yo te digo una cosa”, avanza Iván, “el que se anime a salir de España, que se prepare para pasarlo mal al principio, porque el comienzo es muy duro, pero luego, serán felices como nosotros”, adelanta.

Ambos son titulados. Paloma cursó Magisterio, Psicopedagogía y un máster en Educación Ambiental. Iván es administrativo contable. Pero sus diplomas no eran más que papel mojado en una España que solo es capaz de dibujar un horizonte de desempleo y precariedad. Comprendieron entonces “que la situación era ya insostenible”, y un febrero de 2014 marcharon hasta la fría Irlanda. “Aquí tenemos oportunidades. Para mí ésta es ahora mi casa”, afirma Iván una vez superada la decepción de quien admite haberse sentido expulsado de su tierra. “Me da pena decírtelo, pero yo me siento más irlandesa que española”, insiste Paloma. “Es duro, pero lo he pensado muchas veces: este país me ha dado lo que el mío ha sido incapaz de ofrecerme”, zanja.

El recorrido profesional de esta pareja ha estado condicionado por sus niveles de inglés. Iván, que aterrizó en Irlanda sin apenas poder pronunciar “buenos días”, “adiós” y “gracias”, es ahora operario fijo en una fábrica de envasado de carne. “Empecé lavando platos en un restaurante y fui cambiando de empleos hasta recabar en el último, donde llevo un año”. Por su parte, Paloma, que aventajaba notablemente a Iván en el conocimiento de la lengua, trabaja en el departamento de atención al cliente de una multinacional. “En España me había examinado de un nivel B2, pero mi inglés era todavía muy regular. Empecé en un restaurante como camarera y luego pasé a una cafetería. Aprendí mucho a base de fregar platos y hacer un trabajo muy duro”, recuerda.

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Hacerse entender no solo les ha costado grandes dosis de esfuerzo, sino también de “lágrimas”. “Cuando empecé en la cafetería lloraba mucho. No entendía lo que me decían. Tanto Iván como yo lo pasamos muy mal”, recuerda Paloma. Sin embargo, dos años y medio después y con el conocimiento de la lengua más afianzado, los dos aspiran a escalar posiciones en el mercado laboral irlandés. Por su parte, Iván no ha dejado de proponerse ejercer la profesión para la que se formó en España. “Ya me han llamado de diferentes empresas y he pasado partes del proceso de selección, pero, aunque ahora puedo tener una conversación, todavía me falta vocabulario”, reconoce. Paloma tampoco descarta acceder al sector educativo irlandés. “Aquí tengo bastantes posibilidades de ejercer como maestra, porque no se accede por oposiciones, sino por currículum y a través de una bolsa”, explica.

Pero Paloma e Iván no solo han tenido que enfrentarse a las dificultades que supone adaptarse a un entorno cultural y laboral distinto. Los problemas de salud que ambos han padecido han puesto en evidencia la dureza que supone vivir a kilómetros de distancia de sus seres queridos. El golpe físico y emocional que supuso, primero, un aborto involuntario que llevó a Paloma a ingresar en el hospital y una posterior operación de apendicitis de Iván representaron obstáculos añadidos que la pareja ya ha superado. “Esos días echamos de menos el apoyo de nuestra familia, pero afortunadamente la atención en el hospital fue muy buena. Incluso me proporcionaron apoyo psicológico. Fue un momento duro, pero contamos con el respaldo de la gente y solo tenemos palabras de agradecimiento por el trato recibido”, expone Paloma.

A pesar de las dificultades, ninguno de los dos quiere oír hablar de regresar al país que dejaron un invierno de 2014. Son “felices”, dicen, alejados de esa España que, como recuerda Paloma, “desahuciaba a familias enteras y las condenaba al desempleo sin ayudas”. La misma que ahora deja que se fugue toda una generación de jóvenes formados. “Ya que tenemos la oportunidad de expresarnos, diré que aquí nos sentimos mucho más valorados. Y me da pena, porque no somos solo nosotros, sino los enfermeros y enfermeras que hemos conocido y todos los españoles que vivimos aquí”.

Paloma Gracia e Iván Luzón viven desde hace más de dos años “por encima de sus posibilidades”, aseguran entre carcajadas. Desde que emigraron al condado de Cork (Irlanda), esta pareja de Granada, de 32 y 33 años respectivamente, puede llenar su nevera cada día, pagar la gasolina que les lleva hasta su trabajo, hacerse con algún capricho al mes y hasta salir a tomar unas pintas con los amigos. Una suerte que alcanzaron derrochando, sobre todo, el esfuerzo y sacrificio que exigió abandonar su país natal y enfrentarse a una nueva cultura e idioma. “Yo te digo una cosa”, avanza Iván, “el que se anime a salir de España, que se prepare para pasarlo mal al principio, porque el comienzo es muy duro, pero luego, serán felices como nosotros”, adelanta.

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