Una Iglesia cansada, envejecida, con su histórico espacio de influencia carcomido por el avance de la secularización, encara la exigente crisis del coronavirus. No son días fáciles para la milenaria institución católica. Lejos ya los días en que era la protagonista y rectora de la vida española, aguanta el tipo aferrada a Cáritas, bastión de su obra social. El virus pone a prueba también a la Iglesia, que demuestra que, aunque mermadas seriamente en número, aún conserva unas bases dispuestas a arremangarse. Una Iglesia con los templos cerrados –lo que implica también unos cepillos vacíos, ojo– y con un clero en edad de jubilación, perfil de riesgo durante la pandemia, ofrece servicio en estos días penosos gracias a los restos de su histórica capilaridad, que ha menguado pero que aún la convierte en una de las pocas instituciones que llegan a casi todos los puntos de España. Con menos fuerza, pero la Iglesia aún está ahí.
¿Cómo está respondiendo esta Iglesia envejecida y en retroceso social a un virus que exige compromiso en primera línea? José Manuel Vidal, director de Religión Digital, cree que la institución cuenta con un valioso activo. "Los clérigos siguen siendo de los pocos que permanecen en la España vaciada. Cosa distinta es es la edad. El estamento clerical ronda los 70 años en algunas diócesis. Por lo tanto, está muy en riesgo. Hay un miedo lógico", señala Vidal, que cree que la Iglesia ha llegado "un poco tarde", pero cuando ha identificado claramente las dimensiones del problema "se ha puesto las pilas". Y destaca, como hacen todos los consultados, la tarea de la base social y de Cáritas.
La jerarquía, desde el recrudecimiento de la crisis, mantiene un perfil bajo. Ha suspendido su habitual campaña Xtantos, en la que gasta cada año el grueso de los casi 5 millones de euros que dedica a campañas de promoción. "Los plazos de la campaña de este año serán excepcionales, como la situación es excepcional", señala la Conferencia Episcopal Española (CEE) a preguntas de infoLibre, sin dar más detalles. Es una incógnita si habrá campaña después de Semana Santa. La jugada tendría riesgo reputacional.
La CEE no da publicidad a las bajas de sacerdotes, aunque las está habiendo. "Las diócesis no comunican sus sacerdotes fallecidos ni el motivo por el que han fallecido, pero efectivamente en todas las diócesis hay algunos sacerdotes y religiosos que han fallecido a causa de la pandemia", señala la CEE. Vidal cuenta que ha crecido el caudal de esquelas que llegan a su medio. Al contrario que en Italia, donde los clérigos fallecidos son objeto de numerosos artículos, en España el tema ha pasado casi desapercibido.
Juan José Omella, al que la crisis coge recién elegido presidente de la CEE, aparece poco. En medios próximos, concede entrevistas en las que exhibe su buen talante, con un tono alejado del radicalismo tridentino del sector ultra. Pero es un perfil bajo. Vidal lo atribuye al "pudor", típico de la Santa Madre, donde cunde ese viejo dicho de "que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha". Según Vidal, la Iglesia hace más de lo que dice, sobre todo a nivel parroquial. Esto tiene un riesgo: el desdibujamiento. Ángel Luis López Villaverde observa: "A la Iglesia oficial la veo perdida. No veo nada. No se escucha. Seguro que está haciendo cosas positivas, pero no veo que la institución esté ahí en una circunstancia en la que la religiosidad y la parte espiritual podría estar más a flor de piel". El teólogo Juan José Tamayo, crítico con la línea conservadora de la jerarquía católica, afirma: "Echo en falta una declaración colectiva del episcopado español. Echo en falta que pusieran todas sus instituciones al servicio del Ministerio de Sanidad. Veo a la jerarquía totalmente ausente. Y es una ausencia clamorosa y llamativa. ".
Tamayo cree que la jerarquía católica continúa "más preocupada por preservar el culto que por practicar la compasión", lo que deriva en estampas chocantes que dañan la imagen de la institución. Las visitas del obispo de Jerez a las hermandades, el cura que ahuyenta el coronavirus por las calles de un pueblo de Alicante, el que bendice en la calle el Domingo de Ramos, la misa interrumpida en Granada... "Si no hay compasión, el culto está vacío. Decía Epicuro que vana es la palabra del filósofo que no remedia ninguna dolencia del hombre. Yo pienso lo mismo del culto", añade Tamayo, que cree que le jerarquía española sigue sin acompasar su rumbo al marcado por el papa Francisco, con su defensa de "una Iglesia pobre y para los pobres".
Sin cepillo
Económicamente, esta crisis también es un golpe para la Iglesia. Con las parroquias cerradas, merma el cepillo, así como las entradas a los templos, otra fuente de ingresos de la Iglesia, tan opaca como lucrativa. No es baladí. Las aportaciones voluntarias de los fieles suponen 320,2 millones al año para la Iglesia, según su última memoria. El porcentaje que estas aportaciones representa ronda el 75% en las diócesis pequeñas. Las cuentas de muchas parroquias están tiritando.
Además, la Iglesia lleva años comprobando la dificultad de trasladar la tecnología al cepillo, con campañas de donación por Internet como donoamiglesia.es. “La situación es catastrófica”, ha declarado a Religión Digital el responsable de economía de la CEE, Fernando Giménez Barriocanal. La Iglesia, lógicamente, no puede hacer ERTE.
Cáritas
Le queda su otro gran activo económico: el Estado. La Iglesia diocesana recibe más de 250 millones al año vía IRPF. El último ejercicio, su récord, fueron 284,4 millones, cantidad anunciada justo cuando el Tribunal de Cuentas ha destapado el descontrol del sistema de asignación, como desveló infoLibre [ver aquí]. Pero este año la CEE no ha lanzado su campaña de captación de equis. A cambio, ha centrado sus esfuerzos en reclamar fondos para Cáritas a través de la campaña “La caridad no cierra. Cada gesto cuenta". Un repaso de las acciones durante la pandemia publicitadas por la CEE evidencia el protagonismo casi absoluto de Cáritas [ver aquí]. Los voluntarios de Cáritas se multiplican estos días en atención telefónica o por videoconferencia, preparando bolsas de desayuno, llevando comida, ofreciendo refuerzo a los servicios sociales municipales... En Burgos, los sacerdotes han anunciado la donación de parte de su sueldo a Cáritas.
Es la voz que más alta se oye estos días en el seno de la Iglesia, alertando de la situación en las prisiones o en los campos de inmigrantes de Tenerife, Huelva y Almería. Su nombre aparece citado entre las organizaciones que más hacen los barrios más pobres. Con más de 5.000 contratados y casi 84.000 voluntarios, aunque lógicamente abundan los que ahora están desactivados, Cáritas maneja más de 350 millones al año, casi 100 de ellos públicos. Su tarea es innegable, aunque –como toda la Iglesia– recibe críticas por un enfoque de la pobreza más paliativo que transformador. A juicio de Juan José Tamayo, la ONG marca el rumbo de lo que debería ser la Iglesia: "Cáritas lleva ya mucho tiempo bien ubicada socialmente junto a los sectores emprobrecidos. Es el referente de lo que tiene que ser una iglesia, con una mayor presencia no en el poder, sino en la solidaridad. Pero no una solidaridad abstracta y barroca, sino de compromiso real".
En El Burgo, un pequeño pueblo de algo más de 1.800 habitantes en Málaga, se puede observar una forma de "compromiso real". Allí ofrecen su tiempo y esfuerzo estos días las ocho personas que Cáritas es capaz de movilizar. Con guantes y mascarillas, llevan comida para las familias más al límite a algunos comercios con los que se han coordinado, explica Paqui Gil, maestra de 51 años, directora de la Cáritas parroquial. Se coordinan mediante un grupo de whatsapp y sus teléfonos siempre están abiertos. No se pregunta por origen ni fe. Todo el pueblo sabe quiénes son los de Cáritas. Gil subraya cómo el cura del pueblo, que también lo es de Yunquera, atiende llamadas estos días y trabaja codo a codo con los voluntarios. El Borge permite verlo con claridad: la Iglesia que estos días aguanta el tipo está más cerca de la base de la cúpula.
La crisis permite observar a la Iglesia en su enorme complejidad. Porque la Iglesia es el Opus, las inmatriculaciones y los privilegios... Pero también, aunque ninguneado por la jerarquía, es Javier Baeza, el párroco de San Carlos Borromeo. Y Redes Cristianas, y las Comunidades Cristianas Populares, y las HOAC, y la corriente Somos Iglesia, y el Foro Gaspar García Laviana... Y los voluntarios de Cáritas atendiendo el teléfono.
Es la Iglesia sin oropeles la mantiene estos días en pie la vieja casa.
Poder por arriba
La institución atraviesa una depresión desde hace más de cien años, taponada sólo durante el franquismo por el chaparrón de prebendas del régimen. Entre finales del XVIII y finales del XIX, ya había pasado de 120.000 curas a 50.000, como cuenta Ángel Luis López Villaverde en El poder de la Iglesia en la España contemporánea (Catarata, 2013). El franquismo, tras el paréntesis republicano, devolvió todo su poder a la Iglesia, pero no arregló – no podía– la pérdida de religiosidad, un fenómeno que era occidental y contemporáneo y sigue siéndolo. Y que lógicamente volvió a emerger con la democracia, cuando al discrepancia dejó de estar perseguida. Desde entonces la Iglesia vive una contradicción, la de una institución que mantiene mucho poder mientras la sociedad, cada vez más, le da la espalda.
Hoy la Iglesia mantiene una posición privilegiada en los campos educativo, fiscal y simbólico, gracias a los acuerdos con la Santa Sede de 1976-1979, traducción del Concordato de 1953 a canon democrático. Es una Iglesia poderosa, con fuerte presencia en la enseñanza, en la universidad, en las business school... Es una Iglesia mimada por la gran empresa, que la ha convertido en una especie de administradora de su obra social... No en vano, Cáritas, al mismo tiempo que habla de cambio climático, pobreza y empleo, se financia con aportaciones de energéticas y gran banca, Facebook, JP Morgan e Inditex. Es además una Iglesia que mantiene firmes lazos con la élite, especialmente en Madrid, donde es indeleble el legado de Rouco Varela. Según una investigación de La Marea, publicada en abril de 2018, de los entonces 433 consejeros de las empresas del IBEX-35, al menos 170 han tenido relación en calidad de estudiantes, docentes o miembros de órganos de gobierno con una o varias universidades vinculadas a la Iglesia. La institución mantiene además su empaque en sectores clave de la cultura: los medios –siempre– y la edición, con la que alimenta a su vez la posición en el ámbito educativo.
"[...] La realidad de nuestra Iglesia en España está totalmente condicionada por la imagen de la Virgen del Pilar cubierta con el manto del banco de Santander, por las relaciones del cardenal Rouco con la cúpula empresarial, por la orientación ideológica de la COPE y 13TV [...]", escribía el sociólogo cristiano Alfonso Alcaide en Dignidad y esperanza en el mundo del trabajo (Edice, 2016).
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Desgaste en la base
Pero esta Iglesia fuerte y poderosa por arriba es a la vez una Iglesia débil en sus anclajes. Algunos datos lo ilustran. Se erosiona el cuerpo clerical. Entre 2007 (19.121) y 2017 (17.754) el número de sacerdotes ha bajado en 1.367, un 7,14%. El relevo será complicado, ya que los seminaristas son sólo 1.263. De 2013 a 2017 la cantidad de monjas o monjes de clausura ha pasado de 10.899 a 9.202, perdiendo 1.697, un 18,44%. En conjunto, entre 2007 y 2017, en el periodo cubierto por las memorias de la Conferencia Epsicopal (CEE), los hombres y mujeres considerados religiosos por la Iglesia –curas, monjas, canónigos, frailes...– ha descendido desde 57.079 a 40.096, quedándose por el camino 16.983, un 29,75%. La labor evangelizadora también está en retroceso. En 2007 había más de 16.000 misioneros y ahora poco más de 11.000, siendo Perú y Venezuela los dos países con mayor número. Se trata además de un clero envejecido. 65 años y medio, con datos de 2018. El cardenal Juan José Omella, elegido presidente de la CEE en marzo, tiene 73, una edad que marca la media aproximada de los obispos. "Hay diócesis que tienen ya una media de edad en el clero de 75 años. Otras no andan muy lejos. ¿Diez menos? ¿Ocho menos? ¿Qué más da? [...] Seminarios mayores en los que este curso no han tenido ni un nuevo ingreso. Diócesis en las que no ha habido ni una sola ordenación", escribía en 2018 el cardenal Cañizares.
La desolación vocacional ha socavado uno de los pilares de la Iglesia: su condición de elemento vertebrador de la nación, con presencia en todos los rincones. Ya no hay curas suficientes para las más de 23.000 parroquias. Si miramos los números, la Iglesia tiene más historia que presente. Es verdad que aún un 68,7% de los españoles se definen como católicos, con datos del INE de 2018, pero son casi 10 puntos menos que diez años atrás. Además, de los que se declaran católicos, más de la mitad, un 56,2%, no van "nunca" a misa (sin contar bodas, bautizos y comuniones). En el caso de los jóvenes de 18 a 24 años, el porcentaje de no religiosos asciende al 48,9%, casi 30 puntos más que en los mayores de 65 años. Cae además con con fuerza la actividad sacramental. Entre 2007 y 2017 los bautizos han pasado de 325.271 a 214.271 (-34,13%) y las primeras comuniones, de 256.587 a 229.602 (-10,5%). En cuanto a los matrimonios católicos, la caída es más vertiginosa: pasa de 113.187 a 46.556 (-58,86%). No obstante, para ver la dimensión del retroceso del matrimonio católico hay que ampliar el foco. El 79,3% de los matrimonios son civiles, frente a un 19,5% confesionales y un 1,2% que no aparecen determinados, según datos del INE. En 1992, la relación era la opuesta a la actual: 79,4% de matrimonios confesionales y 20,6% civiles. El porcentaje de hijos nacidos de madres no casadas ha crecido de forma espectacular. En 1975, cuando arranca la serie del INE, eran el 2,02%. En 2017, último año del que hay datos, fueron el 46,79%.
Una Iglesia cansada, envejecida, con su histórico espacio de influencia carcomido por el avance de la secularización, encara la exigente crisis del coronavirus. No son días fáciles para la milenaria institución católica. Lejos ya los días en que era la protagonista y rectora de la vida española, aguanta el tipo aferrada a Cáritas, bastión de su obra social. El virus pone a prueba también a la Iglesia, que demuestra que, aunque mermadas seriamente en número, aún conserva unas bases dispuestas a arremangarse. Una Iglesia con los templos cerrados –lo que implica también unos cepillos vacíos, ojo– y con un clero en edad de jubilación, perfil de riesgo durante la pandemia, ofrece servicio en estos días penosos gracias a los restos de su histórica capilaridad, que ha menguado pero que aún la convierte en una de las pocas instituciones que llegan a casi todos los puntos de España. Con menos fuerza, pero la Iglesia aún está ahí.