"El día en que los talibanes entraron en Kabul, supe que todos mis sueños y aspiraciones se habían ido. Todos mis logros de los últimos 20 años han sido en vano". La que habla es una jueza afgana que ha tenido que huir de su país para poder salvar la vida después de que los talibanes tomaran el poder el pasado agosto. Ahora Farah (nombre ficticio) está en España junto a su familia desde hace varias semanas y se siente afortunada, pero aún quedan muchas otras compañeras que no han tenido tanta suerte y viven escondidas por saberse objetivos de las represalias que los radicales planean contra ellas por dos motivos: por ser mujeres y por haber pertenecido a las instituciones del Afganistán que, durante dos décadas, trató de convertirse en un Estado democrático.
Antes de que los talibanes recuperaran el control tras la salida de las tropas internacionales, 270 mujeres ejercían como juezas en Afganistán, desde el Tribunal Supremo hasta juzgados más locales. Cuatro meses después, ya no sólo han dejado de desempeñar este trabajo, sino que desde entonces han vivido perseguidas y amenazadas de muerte por un régimen que prohíbe a las mujeres cualquier participación en la vida pública y política del país. Por fortuna, 152 han conseguido salir gracias a la ayuda de la Asociación Internacional de Mujeres Juezas y distintas ONG que operan allí, pero aún quedan 118 que temen por su vida y la de sus familias.
Todas estas mujeres ayudaron a construir el Estado de Derecho en Afganistán tras la caída de los talibanes en el año 2001. Desde su ámbito de actuación, la justicia, contribuyeron en los intentos por democratizar el país. Tal y como explica Farah a infoLibre, "durante los últimos 20 años, Afganistán ha sido testigo de un progreso significativo en varios sectores y en el de la justicia ha conseguido muchos logros", como fue levantar desde cero un sistema judicial moderno al que se fueron incorporando cada vez más jueces, abogados y fiscales, muchos de ellos mujeres.
En el ámbito de los avances en la búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres, se aprobó una Ley de eliminación de la violencia de género e incluso se crearon juzgados especializados en esta materia, tal y como recuerda Farah, quien hasta agosto ejercía en el Tribunal Penal de Primera Instancia de Kabul. Pero, para los talibanes, estas mujeres de la judicatura cometieron dos errores graves en estas dos décadas: se atrevieron a juzgar a hombres y metieron en la cárcel a los fundamentalistas que ahora han recuperado el poder.
Escondidas en su país y su pasado, enterrado
La voz de alarma saltó a principios de 2021, cuando dos magistradas afganas fueron asesinadas a las puertas del Tribunal Supremo, en Kabul. A partir de ahí, los contactos entre la Asociación Internacional de Mujeres Juezas y su delegación en Afganistán se intensificaron ante un peligro que ya veían cada vez más cerca, según relata Glòria Poyatos, magistrada y directora regional de la Asociación Internacional de Mujeres Juezas.
La toma primero de grandes ciudades por parte de los radicales ese verano y de la capital, después, llevó a las casi 300 juezas a ocultarse para no correr la misma suerte que sus compañeras. Los talibanes saben quiénes son porque, tras tomar Kabul, entraron en el Supremo y copiaron las bases de datos con toda la información de los magistrados en activo de todo el país, al igual que hicieron en otras instituciones gubernamentales.
"Recuerdo bien que cuando los talibanes entraron en Kabul, yo estaba en la oficina como de costumbre. De repente, uno de nuestros colegas entró y dijo que los talibanes habían entrado y liberado a todos los presos. El miedo se apoderó de mí y sentí que la muerte estaba cerca, mi cuerpo temblaba de miedo y sentía que el mundo se había convertido en pura oscuridad porque sabía que todos mis sueños y aspiraciones se habían ido. Los habían enterrado", rememora Farah al ser preguntada por cómo se sintió cuando se enteró de la peor noticia que podía ocurrir.
Ella sabía, como todas las mujeres afganas, que "ya no tendría derecho a la educación ni al trabajo" y que le obligarían a encerrarse en casa "porque los talibanes no tienen el más mínimo respeto por los derechos básicos de la mujer". "Todos mis logros de los últimos 20 años desaparecieron y mi vida ya no estaba segura. Era posible que los talibanes me capturaran y destruyeran en cualquier momento, así que salí de la oficina sin perder un minuto y me fui a casa. Mi familia y yo nos fuimos enseguida y nos escondimos en una aldea", relata.
Eso mismo hicieron muchas otras juezas afganas para huir de la represión que ya empezaban a aplicar los talibanes en todo el país, pero sobre todo en Kabul, donde buscaban casa por casa a los antiguos miembros del Gobierno, el Parlamento, el Poder Judicial, el Ejército y otras instituciones. Las cabezas visibles del Afganistán de entre 2001 y 2021. Las mujeres se escondieron bajo los burkas. "Al entrar en las grandes ciudades, los talibanes hicieron un primer registro casa por casa para arrestar a los empleados del Gobierno, especialmente a los jueces y los militares. Sabía que harían lo mismo cuando llegaran a Kabul, así que apagué mi teléfono y escondí todos los documentos que demostraban que soy juez", expone Farah.
Pero el problema es que, como a ellas no las están encontrando, los talibanes han pasado a amenazar a los familiares que encuentran. En algunos casos, son detenidos varios días y torturados, según explican desde la Asociación de Mujeres Juezas. Mientras, la operación internacional de rescate de estas mujeres continúa.
"El zoom no se cierra nunca"
Fue a partir de agosto cuando juezas de todo el mundo se empezaron a movilizar para ayudar a sus compañeras afganas. Poyatos asegura que están en contacto con todas ellas de forma telemática, para saber que están bien, darles apoyo y también compartir medidas de seguridad cuando tienen que desplazarse por el país. Por ejemplo, les aconsejan no tener el equipaje hecho, ya que, si alguien lo ve, lo puede interpretar como de alguien que está huyendo. Y, si pueden, van cambiando de casa cada cierto tiempo. "El zoom no se cierra nunca. Cuando en Europa dormimos, las socias de Australia están en contacto, y al revés".
El objetivo final es sacarlas del país junto a su familia más cercana. Siempre legalmente, vía terrestre o aérea. Para ello, desde la Asociación Internacional se han ido poniendo en contacto estos meses con gobiernos, ONG y otras organizaciones internacionales para facilitarles el desplazamiento dentro de Afganistán y luego la salida.
La desorganización de los talibanes ha jugado a su favor en algunos casos, pues aprovechan esos momentos de desconcierto para incluirlas en un vuelo organizado por alguna ONG o pasar la frontera con Pakistán cuando los controles se relajan. Pero ese desorden también implica que haya ocasiones en que a los fundamentalistas les dé por hacer exhaustivas comprobaciones que impiden el viaje. El problema es que nunca se puede anticipar lo que va a ocurrir: hay días en que a los talibanes se les ocurre pedir el pasaporte a todo el mundo; otros, las juezas simplemente pasan desapercibidas.
Países de tránsito
Pakistán suele ser el primer destino más habitual para estas mujeres y sus familias y la Asociación Internacional de Mujeres Juezas sigue haciendo gestiones con gobiernos de otros países para allanar el camino burocrático y evitar que se pasen meses allí hasta conseguir un lugar de acogida. Grecia y Abu Dabi han sido otros dos Estados que se ofrecieron como países de tránsito en los que se pueden quedar mientras se hacen las gestiones para definir un destino final para salvar la vida de estas magistradas. En Grecia, por ejemplo, hay aún 40 juezas afganas esperando, explica Poyatos a este periódico.
Cuando se escondió tras salir de Kabul, Farah se puso en contacto con Susan Glazebrook, presidenta de la Asociación Internacional de Mujeres Juezas, y le pidió ayuda. "Fui evacuada de Afganistán y llegué a Pakistán con la ayuda de la asociación y, en particular, de Susan Glazebrook. Después de pasar dos meses en Pakistán, vine a España con el apoyo de la Asociación de Mujeres Juezas España, especialmente gracias a Glòria Poyatos. Tengo que agradecérselo a estas dos valientes y heroicas mujeres, desde el fondo de mi corazón, y también a todas las que me han ayudado durante este tiempo, nunca olvidaré su amabilidad".
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Farah y otra compañera afgana ya viven en España, una en Madrid y la otra en Barcelona. Pero la Asociación de Mujeres Juezas España quiere ayudar a más compañeras y por eso sigue en contacto con el Gobierno de Pedro Sánchez para que facilite el camino burocrático a las juezas que ya han conseguido escapar y esperan en los países de tránsito.
Su preocupación, ahora, es por la vida de las compañeras que aún están en Afganistán "porque es posible que los talibanes vayan a por ellas en cualquier momento". Y no sólo los fundamentalistas que ahora copan el poder, sino también "los criminales que fueron encarcelados por ellas y buscan venganza". Por eso, espera que sean evacuadas lo antes posible.
La situación en que ha quedado su país y la rapidez con que los talibanes recuperaron el control, en apenas unas semanas, sin encontrar apenas resistencia en ninguna ciudad y con las tropas internacionales saliendo de allí atropelladamente, hacen reflexionar a Farah sobre la responsabilidad de Estados Unidos y la Unión Europea. "Me pregunto por qué han dejado solo a Afganistán. Quizá la Historia responda a esa pregunta. Pero creo que la comunidad internacional ha tomado una decisión equivocada porque los talibanes son un grupo muy extremista que es peligroso para el mundo entero. Espero que piensen detenidamente lo que han hecho y apoyen al pueblo afgano y no permitan que los talibanes logren sus siniestros objetivos".
"El día en que los talibanes entraron en Kabul, supe que todos mis sueños y aspiraciones se habían ido. Todos mis logros de los últimos 20 años han sido en vano". La que habla es una jueza afgana que ha tenido que huir de su país para poder salvar la vida después de que los talibanes tomaran el poder el pasado agosto. Ahora Farah (nombre ficticio) está en España junto a su familia desde hace varias semanas y se siente afortunada, pero aún quedan muchas otras compañeras que no han tenido tanta suerte y viven escondidas por saberse objetivos de las represalias que los radicales planean contra ellas por dos motivos: por ser mujeres y por haber pertenecido a las instituciones del Afganistán que, durante dos décadas, trató de convertirse en un Estado democrático.