"Ha muerto mi hermano y no puedo volver": el verano pandémico de los migrantes sigue siendo una pesadilla

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En España viven, con cifras de 2020, 5.423.198 migrantes regularizados. El 11,4% de la población total. No es noticia que la pandemia ha sido difícil de abordar para muchos de ellos que, a pesar de su situación legal, perviven al borde de la exclusión social, son empleados en una economía informal que desapareció durante el primer confinamiento o se dedican a un sector servicios precarizado y golpeado por las restricciones. En el verano de 2021, la situación sigue siendo difícil para muchos de ellos, sobre todo por la imposibilidad o la tremenda complejidad de volver a sus países de origen a pesar de la apertura progresiva de fronteras. Otros han logrado volver hace unas semanas tras meses sin apenas ingresos y sin el colchón y el apoyo que supone tener a la familia cerca. Han regresado para encontrarse con el colapso hospitalario o la muerte de seres queridos. Una vez más: el coronavirus sí entiende de clases y de sectores poblacionales más vulnerables que otros. 

"Ha muerto mi hermano y no puedo volver", relata Abdessenam, joven marroquí que trabaja en Málaga. Llegó a España en 2015 en los bajos de un camión y, como muchos otros, a los 18 salió del centro de acogida sin trabajo ni perspectivas. "Me costó mucho encontrar trabajo, pero si luchas por algo lo consigues", asegura. Sufrió hace unas semanas la pérdida de su familiar y quería volver a Marruecos para brindar consuelo y apoyo a su familia, tras dos años sin verlos, aprovechando las Fiestas del Cordero que comienzan en agosto. Pese a no estar estrictamente prohibido el retorno y pese a tener trabajo, le ha sido imposible.

El aumento de los contagios en España ha impulsado a Marruecos a recuperar la cuarentena de 10 días para los recién llegados. Abdessenam no tiene tantas vacaciones como para permitirse estar tanto tiempo aislado. No le merece la pena. Aun así, quiso intentarlo. Con la ayuda de la Asociación Marroquí para la Integración de Inmigrantes, que le ha brindado apoyo en todo momento, intentó encontrar un pasaje para el ferry que conecta Tarifa y Tánger. "Antes costaba setentaypicos euros. Ahora, entre 600 y 800", más lo que cueste la realización de dos test PCR. Ante la cancelación de la Operación Paso del Estrecho, "supongo que aprovechan, porque la gente sigue queriendo irse para allá". Encontró un viaje por 575 euros. "Fui a preguntarle a mi padre y me dijo: sí, vale, aunque es mucho, págalo. Cuando volví a la página había subido 60 euros". Desistió.

"Soy el mayor de mis hermanos. Mi madre llora todos los días por mí, mi padre también", relata el joven. Por ahora no puede viajar para abrazarles, a pesar de que, en teoría, estemos terminando con la pandemia.

Organizaciones como la Asociación Marroquí para la Integración de Inmigrantes o la Asociación Socio Cultural y de Cooperación (Aculco), en Madrid, ejecutan todos los años lo que llaman las "campañas de retorno": apoyo, asistencia y asesoramiento a los migrantes que quieren volver a sus países de origen. Aculco, explica su presidente, Álvaro Zuleta, ha logrado completar con éxito todos los retornos de los que lo han pedido. Sobre todo de colombianos, la nacionalidad más común entre los migrantes que recibe España. Pero la vuelta no soluciona de forma mágica todos los problemas y muchos retornados encuentran en sus países de origen una situación peor de la que esperaban.

"Ha sido una cosa dramática, te lo confieso", relata Zuleta. Durante la primera ola, muchos migrantes que trabajaban en el sector servicios se vieron, de la noche a la mañana, en paro o en ERTE y sin poder volver con sus familias para, al menos, disfrutar del apoyo mutuo de su hogar. La vida aquí es más cara y no se sustenta sin trabajo. "Se quedaron aquí atrapados. Quisieron volver y ya no pudieron volver". "Lo más dramático fue la muerte", añade, con la voz entrecortada. Cuenta el relato de una madre de familia ecuatoriana que trabajaba en Alicante. No solo se quedó sin empleo sino que tuvo que pasar por el terrible trago del fallecimiento de dos de sus hijos. "Quemaron sus cadáveres en las calles de Guayaquil" porque los crematorios daban para más. Tuvo que ver las imágenes en la televisión.

"Mandamos a la gente allá para que se muera"

Posteriormente, las condiciones se flexibilizaron algo más. "Logramos retornar a mucha gente", en total a unos 120 latinoamericanos, explica. Por suerte, el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones se hizo cargo del coste de las pruebas PCR y el espacio aéreo se abrió. "Pero la llegada fue terrible", explica el presidente de Aculco. "En este momento, Colombia está viviendo una fase crítica de la pandemia. Mueren 600 personas o más cada día. Los niveles de vacunación no son tan altos como en España": aproximadamente el 25% de los colombianos cuenta ya con la pauta completa, una cifra menor que la española pero superior a la de otros países de su entorno. Pero el SARS-CoV2 es implacable.

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"Mandamos a la gente allá para que se muera", se lamenta Zuleta. "Muchos se marcharon por temas económicos, porque terminaron en la calle. Recibimos más de 600 solicitudes porque nos decían que es que no podían seguir ni un día más. Cuando se vuelven, perdemos contacto con ellos, pero nos llegan informaciones de familiares que se mueren. Ellos, en lo posible, se cuidan, pero...", relata. "Cómo se están gestionando las UCI... es totalmente distinto. En Bogotá llegó a no haber ni una sola cama disponible". 

Zuleta lamenta que para los latinoamericanos la Navidad es más importante que el verano en lo que a reagrupación familiar se refiere. "Es sagrada". Muchos de ellos no pudieron volver ni por entonces ni pueden ahora: por mucho que el espacio aéreo esté abierto, hace falta trabajar para pagarse el pasaje. Ante el bloqueo, reivindica el papel de asociaciones como lo suya. El apoyo mutuo es esencial en tiempos de crisis. "Las asociaciones de inmigrantes, las ONG de apoyo, han sido claves en dar un apoyo psicológico social y laboral al problema migratorio". No solo ayudan con los trámites o prestan asistencia legal, también ejercen de hombro donde llorar.

"Los migrantes llevaban muchos años sin sufrir algo así. Hemos tenido que hacer redes para que la gente tenga dónde dormir. Su único interés es volverse. Como sea. No pueden quedarse aquí aguantando hambre. Y el drama no lo han visto ni el Gobierno ni los medios de comunicación".

En España viven, con cifras de 2020, 5.423.198 migrantes regularizados. El 11,4% de la población total. No es noticia que la pandemia ha sido difícil de abordar para muchos de ellos que, a pesar de su situación legal, perviven al borde de la exclusión social, son empleados en una economía informal que desapareció durante el primer confinamiento o se dedican a un sector servicios precarizado y golpeado por las restricciones. En el verano de 2021, la situación sigue siendo difícil para muchos de ellos, sobre todo por la imposibilidad o la tremenda complejidad de volver a sus países de origen a pesar de la apertura progresiva de fronteras. Otros han logrado volver hace unas semanas tras meses sin apenas ingresos y sin el colchón y el apoyo que supone tener a la familia cerca. Han regresado para encontrarse con el colapso hospitalario o la muerte de seres queridos. Una vez más: el coronavirus sí entiende de clases y de sectores poblacionales más vulnerables que otros. 

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