Las mujeres lesbianas y bisexuales fueron invisibilizadas durante el franquismo. La dictadura y su salvaguarda, el catolicismo, consideraban que las mujeres no podían sentir placer sexual y mucho menos si era fuera del matrimonio. La salida era o entrar en un convento o vivir una vida planeada por otros. “A los hombres gais les pegaban palizas, les desterraban, se veían obligados a irse del país, pero a nosotras se nos negaba nuestra existencia, que es algo mucho peor”. Así relata Boti Rodríguez, activista lesbiana desde hace más de 40 años, cómo era vivir su orientación sexual durante los años “más oscuros” del franquismo. Y es que las mujeres LTB en España lucharon solas y los años 40, 50 y 60 fueron una “auténtica cárcel” a la que podríamos volver, alerta Boti Rodríguez, si desde el feminismo se permite que tengan cabida discursos como los de Santiago Abascal o Pablo Casado.
Por este motivo, en la rueda de prensa convocada este lunes por la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB), varias activistas han pedido al movimiento feminista, al que también pertenecen, que no repitan los mantras que gritan desde la derecha. En concreto, que las mujeres trans no son mujeres. “Sufro discriminación laboral por ser trans, microtransfobia, y en las redes sociales un sector exclusivo del feminismo, las TERF (un acrónimo que, por sus siglas en inglés, representa a las TransExclusionary Radical Feminists), no cesan de crear campañas de acoso contra las mujeres trans”, ha relatado Diana Cardo, mujer y activista trans de 48 años. Las denominadas TERF son un grupo de feministas que considera que las mujeres trans no son mujeres porque nacieron con el sexo masculino asignado y han llegado a decir que se trata de hombres que sólo “quieren entrar a los baños a violar mujeres”.
Ante esta división, Rosa Arauzo, activista lesbiana y vocal de la Fundación 26 de diciembre, ha querido llamar a la sororidad –solidaridad entre mujeres en un contexto de discriminación sexual– para dejar atrás la transfobia, pero también la bifobia y la lesbofobia dentro del feminismo y del propio colectivo LGTB.
"No olvidar la memoria del colectivo"
La historia de Rosa es la de una mujer que nunca estuvo en el armario. Descubrió durante la Transición que podía sentir amor hacia una persona de su mismo género. Pidió la separación a su marido y se fueron a vivir cada uno por su lado: “Volví a Madrid con mis hijos y me enamoré de su profesora de música. Quería gritarlo, pero no pude hacerlo porque la sociedad iría contra ella por ser maestra”. Se vieron obligadas a llevarlo en secreto. Sin embargo, Rosa expresó lo que sentía a sus amigos más cercanos, que no se tomaron bien que estuviese con una mujer y decidieron dejarla de lado, aunque parece ser que le vino bien porque a partir de ese momento comenzó a interesarse por el activismo LGBT y el feminismo y se dio cuenta de que había encontrado su sitio.
Su experiencia como mujer lesbiana y sus apoyos en el colectivo le dieron las suficientes herramientas para poder ayudar a su hija Verónika, una mujer trans. Ahora las dos siguen visibilizando ambas realidades y tienen claro hay que recuperar la memoria del colectivo, en concreto de las mujeres, para que el futuro no sea igual de negro que el pasado y se nieguen los derechos ya conseguidos.
A pesar de que son muchos los logros, también han querido resaltar las discriminaciones a las que las mujeres lesbianas, bisexuales y transexuales siguen sometidas por su orientación sexual e identidad de género: “La falta de información en el ginecólogo hacia nuestras realidades, la negación de tratamientos como la reproducción asistida, la cosificación de mujeres lesbianas o bisexuales, la discriminación laboral hacia las mujeres trans (el 80% ejerce la prostitución), la poca conciliación familiar a la que se ven obligadas las parejas lésbicas o la falta de referentes en el mundo de la cultura”.
Arantxa Miranda, policía municipal vocal de delitos de odio de la FELGTB, es una de las tantas mujeres lesbianas a las que la sanidad pública les negó un tratamiento de inseminación in vitro y que por tanto, tuvo que costearlo con sus propios medios. Logró ser madre en 2009, pero la sociedad y las instituciones no se lo iban a poner más fácil por ser policía. Y es que la ley, por el momento, no permite que las parejas formadas por dos mujeres puedan inscribir a sus hijos e hijas en el registro civil si no están casadas. Algo que sí se permite a las parejas heterosexuales. “En el registro civil me dijeron que cualquier hombre que me encontrase por la calle podría darle sus apellidos a mi hija, pero mi pareja no podía por ser mujer”, ha explicado Arantxa.
Falta de referentes
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Lo que no se nombra no existe y lo que no se representa tampoco. Por eso mismo, Diana Cardo ha señalado que al igual que hay que reivindicar lo conseguido, también hay que visibilizar ciertas realidades que siguen escondidas. Y hacerlo bien. “El cine tiene que mostrar papeles de personas trans sin intentar caer en el ridículo. Por ejemplo, no pueden contar con actores masculinos para representar a mujeres trans porque dan a entender que las mujeres trans somos hombres disfrazados”. Además ha dado una solución muy sencilla: contratar a actrices trans, que también están invisibilizadas.
La importancia de visibilizar es tal, que en el acto tenía que haber estado presente la voz de otra mujer, pero por la bifobia y la falta de referentes, no ha sido posible. Se trata de una chica bisexual de 21 años que ha querido contar su historia a través de una carta que ha enviado a FELGTB para tratar de poner sobre la mesa el problema que todavía supone salir del armario en ciertos entornos. Su miedo se debe a su familia, pues en su carta ha narrado cómo en su casa no puede hablar de su relación con su novia, pero sí que podía hacerlo abiertamente con su anterior pareja hombre, al que podía llevar a su casa sin ningún problema: “Tengo una doble vida y lo que al menos me alegra es ver referentes bisexuales en la televisión y poder sentirme identificada”.
Las mujeres lesbianas y bisexuales fueron invisibilizadas durante el franquismo. La dictadura y su salvaguarda, el catolicismo, consideraban que las mujeres no podían sentir placer sexual y mucho menos si era fuera del matrimonio. La salida era o entrar en un convento o vivir una vida planeada por otros. “A los hombres gais les pegaban palizas, les desterraban, se veían obligados a irse del país, pero a nosotras se nos negaba nuestra existencia, que es algo mucho peor”. Así relata Boti Rodríguez, activista lesbiana desde hace más de 40 años, cómo era vivir su orientación sexual durante los años “más oscuros” del franquismo. Y es que las mujeres LTB en España lucharon solas y los años 40, 50 y 60 fueron una “auténtica cárcel” a la que podríamos volver, alerta Boti Rodríguez, si desde el feminismo se permite que tengan cabida discursos como los de Santiago Abascal o Pablo Casado.