La cumbre del clima de Madrid termina, en teoría, este viernes. A pesar de que la intención de la presidencia chilena es cerrar todas las conversaciones ese mismo día por la tarde, está prácticamente asumido que el sábado seguirán aún las discusiones... y quizá duren hasta el domingo. Las negociaciones están estancadas: a pesar del trabajo de los funcionarios durante la primera semana, de carácter más técnico, y el de los ministros y representantes políticos durante la segunda, los diversos actores se mantienen firmes en sus posiciones y no hay apenas esperanzas en que se muevan de ahí. Los augurios son pesimistas en cuanto a los dos grandes asuntos que planean en la COP25: el cierre del libro de reglas del Acuerdo de París de cara a su entrada en vigor en 2020, y el aumento de la ambición en cuanto a reducción de emisiones se refiere, ya que los compromisos actuales nos llevan –explica la ciencia– a un aumento de la temperatura global de casi 4 grados. Un escenario que –de nuevo, es unánime entre los científicos– provocaría desplazamientos masivos, hambre y muerte en muchas zonas del mundo.
Para evitarlo, se necesitan "cambios de gran alcance y sin precedentes en todos los ámbitos de la sociedad", como recordó en su último informe el panel de investigadores de Naciones Unidas: pero muchos países se niegan a acometerlos en esta cumbre del clima. Por diversos motivos: a unos, porque les parece injusto que los países desarrollados no se muevan más de lo que ya se mueven. A otros, porque ven peligrar su dependencia insana a los combustibles fósiles, fuente finita de riqueza. Y a los que menos, porque sus gobernantes no creen en el cambio climático o en su origen antropogénico. Y como las decisiones en la COP25 se deben tomar por consenso, la inacción o las ansias de bloqueo de un puñado de Partes pueden conseguir paralizar todo: ampliando la brecha entre lo posible en foros como este, con normas y procedimientos diplomáticos, y lo que demanda la ciudadanía y las organizaciones implicadas en la acción climática. Todo el mundo sabía que la COP25 no arreglaría lo del cambio climático: pero al menos los más optimistas, creían que daría pasos en firme. Esos pasos están también en duda.
En cuanto a la "ambición", la palabra más repetida en estas dos semanas de cumbre en Ifema, por ahora hay pocos avances. El miércoles se desveló un acuerdo entre 73 países que se comprometían a mejorar en 2020 sus promesas de reducción de emisiones, nombradas en lenguaje técnico como contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC's, siglas en inglés), así como a fijarse como objetivo la neutralidad de carbono (emitir muy poco y compensarlo con compra de derechos de emisión) para 2050. También lo hicieron 14 regiones, 398 ciudades, 786 empresas y 16 fondos de inversión. Otros 11, entre los que se encuentra España, se han comprometido a "empezar un proceso interno" para mejorar sus promesas de cara a dicho año clave. Aquí acaban las buenas noticias.
Los activistas climáticos más enterados del proceso negociador pretendían que la cumbre del clima de Madrid sirviera para obligar a los países, habida cuenta de la brecha entre lo que es necesario hacer y lo que se ha prometido hacer, a mejorar sus compromisos en 2020. A ser posible varios meses antes de octubre, para que Naciones Unidas tuviera tiempo de recibir las nuevas promesas y comprobar si son suficientes o no de cara a la COP26 de Glasgow. A última hora del jueves, no solo estamos lejos de ver cumplido ese objetivo, sino que determinados países –las fuentes de las negociaciones evitan decir sus nombres, para no enrarecer las últimas horas de cumbre– pretenden aferrarse a lo que dice literalmente el Acuerdo de París: que los compromisos se revisan en 2023. La gran mayoría de actores implicados en las negociaciones climáticas coincide: 2023 es muy tarde. China, India, Brasil y Sudáfrica exigen que los textos finales reconozcan que la ambición pre-2020 de los países más desarrollados ha sido insuficiente, como requisito para avanzar en sus recortes. "Lo que quieren es esconderse en eso. Es algo que necesitamos, en todo caso, pero eso no puede impedir ni frenar la siguiente necesidad", afirman actores dentro de la negociación representando a la Unión Europea. La ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, reconoció este jueves la "tensión" entre los países al respecto: dibujó la línea entre los ambiciosos y los no ambiciosos.
El texto que este jueves está sobre la mesa "invita" a los países a "actualizar" sus compromisos. Pese a que el Acuerdo de París exige que siempre que se renueve un NDC se tenga que revisar al alza y no a la baja –es decir, esforzándose más en reducir los gases de efecto invernadero–, las organizaciones observadoras piden que el verbo usado sea "mejorar". Las palabras utilizadas son muy importantes, aunque parezcan un detalle accesorio: ya que los negociadores más reactivos suelen aferrarse a su significado como excusa para hacer menos. Por ahora, las conversaciones están estancadas: y parece difícil que la próxima jornada –o jornadas– de la COP25 consigan un avance significativo con respecto a esto.
A vueltas con el libro de reglas
En cuanto al libro de reglas del Acuerdo de París, que permite que todas las Partes jueguen con las mismas normas, hay varios bloqueos. El primero y más importante, el que atañe a una de las partes del artículo 6 del pacto, en discusión abierta estos días: el mercado de carbono que se pretende implantar a nivel internacional para que si un país no llega a reducir las emisiones comprometidas, pueda comprar créditos de carbono a otros países a los que le sobren. La mayoría de los países, al menos los más comprometidos, pretenden evitar la doble contabilidad: que el vendedor y el comprador no se apunten ambos la reducción, lo que llevaría a falsear el cómputo global. Parece de sentido común, pero Brasil, India, China y Australia, al menos a la hora de cierre de este artículo, siguen apostando por esta doble contabilidad, por diversas razones. Unos, porque el mercado de carbono facilitado en el Protocolo de Kyoto les favorecía y no quieren abandonar ese privilegio: otros, porque consideran simplemente que es injusto que les descuenten lo vendido. "Sus posiciones son bastante firmes", explican fuentes cercanas a las negociaciones: todo parece depender de dónde marcarán la línea roja los que sí apuestan por impedir esta trampa.
Otros bloqueos responden a dos ejes que habitualmente se confrontan en las negociaciones climáticas: los países desarrollados versus los no desarrollados. Facilitadores de Noruega y de Granada intentan avanzar en el Mecanismo de Varsovia, dedicado a las pérdidas y daños: es decir, a las ayudas que los países más vulnerables y con menos recursos necesitan –y exigen– para hacer frente a la adaptación ante el aumento en la intensidad y la frecuencia de los fenómenos extremos –sequías, inundaciones, tormentas, ciclones–. "Es una demanda muy legítima, pero trasciende este foro. Cómo se desarrolla esa financiación, cómo se activa un grupo de trabajo y acción...", explican fuentes de las negociaciones.
En cuanto al Fondo Verde por el Clima, utilizado para canalizar las aportaciones de los más ricos a los más pobres para abordar la acción climática, diversificar sus fuentes de energía y desengancharse del carbón, las promesas siguen sin ser suficientes y dichas fuentes apuntan a que algunos países petroleros utilizan esta discusión en concreto para victimizarse, cuando podrían empezar redistribuyendo la riqueza de la que disfrutan debido al crudo e invertirla en prepararse para el futuro.
Pequeños avances
Ver másUn puñado de países mantiene incierto el resultado de una Cumbre del Clima alejada de las demandas sociales
La ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, ha sido nombrada por la Presidencia como segundo año consecutivo como facilitadora. Se encarga, junto al ministro de Medio Ambiente de Singapur, de mediar y coordinar las conversaciones para consensuar los textos finales. Cada palabra usada, cada detalle, tiene su significado, por lo que no es una tarea fácil. El texto que se maneja este jueves como borrador reconoce de manera "fuerte", según Climate Action Network, el papel de la ciencia y la necesidad de adaptar las políticas contra el cambio climático a su mandato. En este sentido, aún hay discrepancias a la hora de reconocer el papel de determinados ecosistemas y su conservación como mitigadores y adaptadores, así como el papel de los "observadores" de estos ecosistemas: es decir, los científicos que trabajan sobre el terreno. Es un avance respecto al texto final de la COP24, que "invitaba" a los países a reconocer las aportaciones del IPCC.
El texto sobre el Plan de Acción de Género se aprobó a última hora de este jueves, y los observadores lo han aplaudido, considerándolo la primera gran noticia en un mar de incertidumbre. El documento incluye referencias a la necesidad de una transición justa donde las mujeres superen sus hándicaps a la hora de afrontar el cambio climático debido a la desigualdad existente en muchos países. También hace una llamada contundente a respetar los derechos humanos. Y lo más importante: establece una previsión de financiación con arreglo al Fondo Verde por el Clima para sufragar actuaciones dedicadas a clima y género. Siempre puede quedarse en papel mojado, pero al menos las organizaciones tienen claro que se trata de un buen papel, dados los antecedentes.
Este viernes es en teoría la última jornada de la cumbre del clima de Madrid. Es intención de la presidencia chilena que, efectivamente, sea el último día: aunque aún persiste la duda de si los líderes de las negociaciones siguen prefiriendo "un no acuerdo a un mal acuerdo" o si prefieren ceder, aún a costa de que el Acuerdo de París sea más inútil de lo que ya es. También será el día en el que el Consejo Europeo, si todo va bien, aprobará el objetivo de la neutralidad climática para 2050, lo que podría dar un empujón a las discusiones en la capital de España. Y por la tarde, activistas jóvenes y otros muchos no tan jóvenes pretenden hacerse oír a las puertas del recinto donde se celebra la conferencia para presionar y exigir resultados creíbles y tangibles. Es la única certeza a estas alturas: que ellos no se van a rendir.
La cumbre del clima de Madrid termina, en teoría, este viernes. A pesar de que la intención de la presidencia chilena es cerrar todas las conversaciones ese mismo día por la tarde, está prácticamente asumido que el sábado seguirán aún las discusiones... y quizá duren hasta el domingo. Las negociaciones están estancadas: a pesar del trabajo de los funcionarios durante la primera semana, de carácter más técnico, y el de los ministros y representantes políticos durante la segunda, los diversos actores se mantienen firmes en sus posiciones y no hay apenas esperanzas en que se muevan de ahí. Los augurios son pesimistas en cuanto a los dos grandes asuntos que planean en la COP25: el cierre del libro de reglas del Acuerdo de París de cara a su entrada en vigor en 2020, y el aumento de la ambición en cuanto a reducción de emisiones se refiere, ya que los compromisos actuales nos llevan –explica la ciencia– a un aumento de la temperatura global de casi 4 grados. Un escenario que –de nuevo, es unánime entre los científicos– provocaría desplazamientos masivos, hambre y muerte en muchas zonas del mundo.