"No conozco las tumbas de mis padres": los palestinos que vinieron a estudiar a España en los 60 y 70
Ali Atallah Halabi amaba Jerusalén. Por las tardes, en el bachillerato, le gustaba ir a caminar descalzo por la mezquita de Al Aqsa, aunque nunca fue religioso. Su gran deseo era estudiar Medicina y entonces –1962– hacerlo en España era más asequible que en otros países europeos. Como él, numerosos hombres palestinos, y en general árabes, llegaron a España para cursar su carrera universitaria en las décadas de los 60 y 70. Como él, la mayoría encontraron un trabajo, se casaron con españolas, nunca se fueron. Como él, hasta que enfermó hace cinco años, han asistido con desgarro a las noticias sobre la tierra en la que crecieron.
Ali y su esposa, Flora Lobato Rodríguez, son conocidos en Zamora. A nadie de los consultados le consta que haya vivido en la memoria reciente otro palestino en esta ciudad de apenas 60.000 habitantes. Ali fue el médico radiólogo palestino de Zamora durante casi 40 años. “Algún médico siempre le hablaba mal de los palestinos, él lo sufría, pero no se enfrentaba. Le decía ‘estás en un error, no es así como lo ves´. Siempre ha sido una persona amorosa y pacífica”, describe con devoción Flora. Lo conoció cuando ambos trabajaban en Madrid, se casó con él en Castroverde de Campos y viajó con él cada año a Jordania para visitar a su familia, que tuvo que salir de Abu Dis (Cisjordania) en 1967 tras la guerra de los Seis Días. Ali nunca volvió a vivir en Jerusalén. La ciudad de su adolescencia, adonde había llegado desde su natal y vecina Abu Dis, “se quedó para siempre en él como un mundo de ensoñación”.
Ahora es Flora la que narra sus recuerdos. “51 años juntos, toda la vida contándome las mismas cosas, y yo pongo atención. Me sabía de memoria las cosas que contaba. Lo de su adolescencia; las otras cosas de Israel y Palestina las viví yo con él”, dice esta doctora en Filología Hispánica, que lo cuida sola desde que hace cinco años le diagnosticaron una enfermedad neurológica. Sus recuerdos en mi memoria, de la editorial Semuret, es el libro en el que recoge las historias que él ya no puede contar. “Cuando su familia huyó en el 67 de las matanzas de Israel, Ali estaba estudiando en Santiago de Compostela, se reunían todos los árabes, estaban siempre escuchando la radio juntos durante la guerra”, relata.
–¿Cómo estaría viviendo ahora el asedio a Gaza?
–Como un cuchillo clavado en el corazón. Era lo que más le dolía del mundo, más que nada, sufría muchísimo, era un sufrimiento superior.
Una generación que hizo su vida en España
La generación de palestinos, ahora jubilados, que cursaron la universidad en España se asentaron sobre todo en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Málaga y Granada. “Nos concentramos más en núcleos urbanos grandes, pero encontraremos en todos los rincones palestinos perdidos por ahí”, dice Jamil Abu Saada, expresidente de la Comunidad Hispano-Palestina “Jerusalén” en España y responsable de las relaciones con el Parlamento Europeo de la Unión General de las Comunidades Palestinas en Europa. Jamil pertenece a esa generación y la conoce bien. “Se trata de médicos, ingenieros, abogados. Muchos de los profesionales han sido funcionarios de la Sanidad Pública y se han quedado aquí. El 95% estamos casados con españolas, nuestros hijos han nacido aquí”, describe.
Jamil se presenta como “español de nacionalidad, palestino de origen”. Cuando se le pregunta qué le queda en Palestina, a sus 74 años y tras toda una vida en España, responde rápido: “Sobrinos, primos, mi casa en Illar (Tulkarem, Cisjordania), mi tierra”. “Estamos jodidos, la situación ahora es muy crítica. Con esa avalancha de presidentes occidentales yendo a Israel para besar la mano de Netanyahu mientras perpetra un genocidio en Gaza”, dice. Y añade: “Les está intentando hacer la muerte lenta a los palestinos sin medicamentos, sin agua, sin electricidad, sin ningún elemento de vida normal. He dejado de ver noticias porque no puedo aguantar esas imágenes tan horrorosas”.
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Esta generación de palestinos llegó a España con el apoyo de sus familias, era una inversión de progreso. “Fueron mayoritariamente hombres, venían porque desde la Embajada española se les facilitaba mucho el visado. No sólo eran palestinos, sino otros árabes, como los jordanos”, indica Sàgar Malé, técnico de cooperación y profesor, que ha investigado la diáspora palestina en España. “España era un país que históricamente se sentía más cercano, y en la vida diaria no vivían el racismo que quizás sentirían en otros países. Se quedaron porque, al estudiar mayoritariamente medicina, tuvieron más oportunidades laborales y muchos ya se casaron”, prosigue. Y recuerda el reverso de este fenómeno: “Otra parte de la generación se fue a vivir a Jordania, casados con españolas, por eso existe una comunidad importante de mujeres españolas en ese país”.
Historias de desarraigo y desgarro
Imad Khalaf llegó a España para estudiar en octubre de 1976 y este junio, poco después de jubilarse, obtuvo por fin la nacionalidad. Nació en Betania (Cisjordania), emigró con su familia cuando se fueron a buscar trabajo a Kuwait y después vino a hacer su carrera aquí. “Todos teníamos pasaporte jordano. El Gobierno de Jordania quería que hiciera el servicio militar allí y yo no conocía ni siquiera Jordania”, comienza su relato de los problemas burocráticos que le han “amargado la vida”. “Conocí a palestinos nada más llegar en Valencia, en Barcelona, en la época universitaria, pero cuando me puse a trabajar mi relación ha sido siempre con españoles”, explica desde Salamanca, la ciudad de su pareja y la última residencia en su periplo por el país, una ciudad donde ha conocido “a cuatro o cinco palestinos”. “No creo que haya más”, afirma.
Imad sigue con espanto la violencia sobre Gaza. “Cuando alguien me dice que defiende la masacre que está haciendo Israel, ya no le hablo. Pero en mi círculo cercano no quiero tocar ese tema, porque si lo toco igual salimos mal y no quiero perder los pocos amigos que tengo”, cuenta. Y añade: “Me siento querido a veces, siempre que no se toca el tema político. Aparentemente todo el mundo es muy amable; mientras que no hablemos de política, te encuentras bien”. Dice que a veces no aguanta las noticias. Tiene hermanos y primos en Betania que no salen de casa ni abren sus negocios por miedo. Imad repasa con dolor sus propias pérdidas, que son las de tantos: “No pude ver a mi madre antes de morir, tengo un hermano que no veo desde 1982 y sobrinos que nunca voy a poder ver en Betania. No conozco las tumbas de mis padres porque no me dejan entrar”.