¿Por qué no despega el libro de texto digital?

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La escuela sigue siendo, salvo contadas excepciones, un entorno esencialmente analógico. Cada final de verano se repite la misma historia. El nuevo curso significa para las familias un fuerte desembolso económico en libros de texto y todo tipo de recursos educativos, la mayoría de las ocasiones, en formato papel. El alto precio del material –la vuelta a las aulas cuesta a las familias alrededor de 300 euros según las organizaciones de consumidores– reabre el debate sobre si la informatización de las aulas, considerada también un punto clave en el objetivo de dotar de más calidad al sistema, podría ser más rentable para las familias. 

El mercado de libros de texto, que el curso pasado facturó más de 800 millones de euros, no parece dirigirse a un cambio de modelo. Según datos de la Asociación Nacional de Editores de Libros y Material de Enseñanza (ANELE), que agrupa al 96% de los editores que publican en España libros y materiales destinados a la enseñanza reglada no universitaria, sólo un 3,2% del total de su volumen de negocio el curso pasado provino de recursos en formato digital. Su catálogo para este curso que acaba de comenzar tiene 31.000 referencias en papel y 6.000 digitales, pero admiten que la tasa de retorno de los manuales digitales es todavía "muy baja" porque no hay mucho mercado, en parte, por el parón a los programas públicos de digitalización y compra de dispositivos informáticos con excusa de la crisis económica. 

No obstante, en el lobby editorial cuestionan el hecho de que el libro digital pueda suponer en todos los casos un abaratamiento de los precios. "Todo depende del tipo de producto. No es igual acceder a los mismos contenidos que en el libro de papel pero en formato PDF, lo que sí sale barato, que elaborar un contenido específicamente digital con realidad aumentada, vídeos... Además, no todas las familias pueden hacer frente a la compra de un dispositivo electrónico", señalan fuentes de la asociación de editores. 

No tiene la misma opinión Rafael Feito, profesor de Sociología de la Universidad Complutense, quien pone en valor el ahorro que suponen los recursos digitales en aspectos como la impresión, la distribución o el almacenaje. "Es obvio que el libro digital aligera los costes para los consumidores. Comprar los libros para un curso tiene un precio similar al de adquirir una tableta y ésta te ofrece muchas más funcionalidades y puede usarse más de un curso a pesar de que haya que renovar programas o aplicaciones", detalla. 

Desde la confederación de asociaciones de padres de la escuela pública CEAPA su presidente, Jesús Sánchez, habla de la digitalización como un fenómeno "inevitable" pues, dice, la escuela "no puede ir contracorriente". Sin embargo, desde el punto de vista del esfuerzo económico que supone a las familias la escolarización de sus hijos no ve muchos cambios entre uno u otro modelo. "Estamos en lo mismo, es abrir otro mercado con un público cautivo. Lo que pedimos las familias es que la educación pública sea totalmente gratuita porque ya la sufragamos con nuestros impuestos. No es que reclamemos que la Administración compre el material a cualquier precio, sino que la compra sea racional y que se haga una gestión eficiente", asevera. 

Sin embargo, además del coste de los dispositivos hay que tener en cuenta otros aspectos como las licencias de los programas o aplicaciones que se usan en el aula y que pueden adquirirse de forma permanente o con un uso limitado para uno o dos cursos. También hay docentes que promueven el uso de materiales propios o de software libre, menos dependiente de los vaivenes presupuestarios, aunque se trata todavía de iniciativas minoritarias pero que, de expandirse, sí podrían poner en cuestión el negocio del sector de las editoriales de libros de texto. En este punto no extraña que la nueva estrategia de estas compañías pase por ofrecer ellas mismas los dispositivos en paquetes que incluyen también los libros de texto en formato digital.

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Pero las causas que explican el escaso desarrollo hay que buscarlas también en el parón que, bajo el pretexto de la crisis, han sufrido la mayoría de iniciativas de digitalización de la escuela. En 2009 el Ministerio de Educación, dirigido entonces por Ángel Gabilondo, puso en marcha a nivel estatal bajo el nombre Escuela 2.0 un proyecto que tenía como objetivo proporcionar ordenadores portátiles, pizarras digitales, proyectores y la infraestructura necesaria para acceder a Internet en las aulas desde 5º de primaria hasta 4º de ESO.

El programa estaba cofinanciado al 50% por las comunidades y se nutría de ejemplos como los de Aragón, Cataluña o País Vasco, donde llevaban años experimentando con proyectos de digitalización de las aulas. Se invirtieron alrededor de 600 millones de euros –de los que 268 salieron de las arcas del ministerio y, el resto, de las autonomías– con el objetivo de distribuir más de 634.000 equipos y llevar conexión a Internet y pizarras digitales a miles de aulas en todo el país. Pero la implantación del proyecto duró apenas tres años. La realidad es que tras dos años de asfixia financiera la sensación más o menos generalizada es que todo quedó un poco a medias. Y que la falta de fondos puede provocar que parte de la inversión acabe quedando en saco roto.

Atendiendo al aspecto pedagógico, Mariano Fernández Enguita, sociólogo de la Universidad Complutense experto en investigación educativa, señala que si el recurso digital se acaba utilizando para hacer lo mismo de siempre es como no haber avanzado en nada. "Con la herramienta siempre se puede ganar algo, aunque sólo sea color, movimiento, velocidad y alcance, pero también se puede perder, sobre todo si el docente pasa demasiado rápido de unas herramientas que es capaz de manejar casi a ciegas a otras en las que es un perfecto neófito. Aquí es muy importante contar con un plan, verificar y aprender de y con el entorno, es decir de y con los demás, en el centro, en equipos, en las propias redes", señala.

La escuela sigue siendo, salvo contadas excepciones, un entorno esencialmente analógico. Cada final de verano se repite la misma historia. El nuevo curso significa para las familias un fuerte desembolso económico en libros de texto y todo tipo de recursos educativos, la mayoría de las ocasiones, en formato papel. El alto precio del material –la vuelta a las aulas cuesta a las familias alrededor de 300 euros según las organizaciones de consumidores– reabre el debate sobre si la informatización de las aulas, considerada también un punto clave en el objetivo de dotar de más calidad al sistema, podría ser más rentable para las familias. 

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