Del ‘No hay alternativa’ al ‘No hay escapatoria’

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Cristina Vallejo

Syriza demostró que era posible que un partido de izquierda ganara unas elecciones en Europa y cambiara la tendencia conservadora del continente europeo. Eso fue el pasado enero. Medio año más tarde, parece que sigue siendo posible que gobierne, pero sin aplicar su programa: las medidas que ha aceptado para poder acceder a un tercer “rescate” van en la misma línea que las que adoptaron los gobiernos previos, del Pasok y Nueva Democracia, para recibir los dos paquetes de “ayuda” previos: recortes y más recortes. Todo ello ha constituido un verdadero shock para quienes conservaban esperanzas en una transformación del Viejo Continente y las tenían depositadas en Syriza y en sus partidos hermanos. Si entre los simpatizantes de la izquierda el sentimiento es de desilusión, desesperanza e impotencia, dentro de las filas de los partidos de la izquierda radical, las consecuencias se miden en desorientación y desconcierto. La humillante imposición a Grecia de las tesis más conservadoras dentro de la UE hace pensar que hemos pasado del "No hay alternativa" de Margaret Thatcher al "No hay escapatoria" de Merkel y Schäuble.

"La izquierda radical pasa en seis meses de ver confirmado su proyecto y estrategia, al menos parcialmente, de que es posible para un partido de izquierda radical ganar las elecciones en Europa occidental, a que ese triunfo sea borrado por el fracaso de la tarea de gobierno". Así resume Luis Ramiro, profesor de la Universidad de Leicester, lo que ha ocurrido.

¿Qué repercusiones puede tener el diktat de Alemania sobre las nuevas y las viejas izquierdas? ¿De qué dimensión es ese shock que ha sufrido Syriza y hasta dónde puede llegar su onda expansiva? ¿Hay precedentes de crisis similares? ¿Qué ha sucedido con la izquierda después?

La onda expansiva es, en principio, muy grande: "Las decisiones adoptadas por el Gobierno griego suponen una derrota de unas dimensiones enormes, no sólo de la estrategia aplicada por Syriza desde que ganó las elecciones, sino de la estrategia y el programa definidos por el partido desde hace al menos tres años", explica Ramiro. "Y esta derrota de Syriza tiene tanta relevancia porque esa estrategia y ese programa son, en gran parte, compartidos por la mayor parte de la izquierda radical europea. De ese modo, no sólo es un fracaso de Syriza, aunque no sea posible saber cómo va a terminar esa experiencia de gobierno ni si podrá lograr éxitos en el futuro, sino un golpe muy duro para la estrategia y el proyecto mayoritario en la izquierda radical europea".

Luis Ramiro añade: "El golpe sufrido por la izquierda radical es grave porque su proyecto y estrategia respecto a la política de la UE y a cómo enfrentarse a las políticas de austeridad, dos partes claves de su programa, han sufrido una derrota, no en el debate, no en el análisis, no en la definición de la propuesta, sino en la implementación real desde el Gobierno".

Como señala Máriam Martínez-Bascuñán, profesora de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid, el shock sufrido por la izquierda "es indudablemente grande porque mucha gente lo ha vivido como un veredicto negativo acerca de la viabilidad de una alternativa al statu quostatu quo, a la viabilidad de las ideas socialistas en estos momentos".

Además, recuerda Ramiro, "quien ha usado las expresiones más cercanas al 'No hay alternativa' es el propio primer ministro griego". "Que para sostener su posición en el Parlamento y dentro del partido un primer ministro de un partido de izquierda radical tenga que usar expresiones cercanas al 'No había alternativa' da una idea de las dimensiones del fracaso de su estrategia".

Los imperativos económicos y la lógica tecnocrática

Alexis Tsipras, en las entrevistas que ha concedido, en los discursos en el Parlamento, en sus comunicaciones dentro de su partido, ha mostrado que no tenía escapatoria. Y las consecuencias de ese mensaje, de esa sensación, según Martínez-Bascuñán, son varias y peligrosas. En primer lugar, dice, por una cuestión democrática: la democracia requiere siempre que existan proyectos alternativos y que la gente efectivamente pueda elegir entre distintas opciones en juego. "Lo contrario a la representación no es la participación, sino la ausencia misma de representación, que la gente se sienta huérfana porque no haya confrontación de ideas distintas y de proyectos diferentes. Si esto es así, la democracia languidece, crecen el descontento y la desafección", explica.

Y ello se vincula, en su opinión, a que, "desde hace tiempo la política se nos aparece como un sistema que gestiona o administra el mundo desde una lógica tecnocrática guiada por imperativos económicos sobre los que el mundo de la política no tiene ningún margen de maniobra". "El propio Tony Judt decía que esta lógica económica impuesta sobre el mundo de la política estrecha nuestra forma de pensar sentenciando que la verdadera crisis a la que estamos expuestos es una 'crisis de imaginación", recuerda la profesora.

A la lógica tecnocrática ha sucumbido finalmente Tsipras. Pero, ¿de verdad hay una crisis de imaginación? Posiblemente no: un equipo de Syriza diseñó un plan B, un plan alternativo para sortear la asfixia financiera a que se vería sometida Grecia de mantenerse el Gobierno fiel al programa con que ganó las elecciones. No parece que sean ideas lo que falta.

José Fernández-Albertos, politólogo, investigador del CSIC y autor de Los votantes de Podemos (Los Libros de la Catarata), cree que dentro de la "política económica con camisa de fuerza" que al final también está aplicando el Gobierno de Syriza caben, y de hecho existen, diferentes actitudes, las que tienen los distintos grupos dentro de las coaliciones de izquierdas: algunos se muestran dispuestos a cuestionar el orden económico existente, mientras que otros no lo están en absoluto y la propia Syriza es muestra de estas diferencias de criterio.

Las posibles estrategias de futuro

Hay antecedentes de lo que ha ocurrido en Grecia y en ellos podemos buscar las estrategias que pueden adoptar las izquierdas a partir de ahora para superar el último trauma. Jorge San Miguel, politólogo y miembro del colectivo Politikon, utiliza esos precedentes para desdramatizar: "Cada generación vive sus decepciones", afirma. "Entre la Transición y los primeros gobiernos de Felipe González hubo una o dos generaciones en la izquierda que tuvieron su choque con la política institucional y sus servidumbres. El hito del referéndum de la OTAN, por ejemplo. O, más adelante, la caída del socialismo real".

"Cada uno lo resolvió como pudo: algunos 'hicieron las paces' con el sistema, por así decirlo, y otros persistieron o se rearmaron más en sus creencias", añade San Miguel. "También está bien que se haga autocrítica y se evalúe si de verdad las esperanzas y creencias de uno estaban fundadas sobre algo sólido, o no. Me parece un proceso muy saludable, en general, pero conviene tener presente que las instituciones suelen tener más capacidad para modelar a la gente que al revés".

En el caso actual, las respuestas de los diferentes grupos de la izquierda también pueden ser diferentes, según explica José Fernández-Albertos. En su opinión, a diferencia de la socialdemocracia clásica, que se enfrentó con estos dilemas en el pasado, "la nueva izquierda radical es mucho mas heterogénea, y es previsible que la respuesta no sea unívoca". Así, prevé que algunos grupos se centren en modificar sus objetivos con tal de obtener victorias concretas, que otros se radicalicen y que un tercer grupo se centre en rediseñar una estrategia que cambie las reglas del juego a largo plazo.

Pero, según señala este politólogo, la heterogeneidad de los movimientos de la nueva izquierda es un problema, dado que alterar los equilibrios actuales "requiere de grandes y sólidas coaliciones que, como hemos visto en el caso de Grecia, son muy difíciles de sostener (hay grupos preocupados por la salida del euro, otros menos; unos preocupados por el corto plazo, otros por el largo; unos afectados por determinadas políticas de austeridad, otros castigados por la evolución macro...). En este contexto, veo difícil la configuración de coaliciones políticas grandes y estables capaces de cuestionar ese 'No hay escapatoria'".

Aunque puede llegar el día de la convergencia. Una convergencia en torno a un renovado y alimentado euroescepticismo. En términos generales, como explica Luis Ramiro, la estrategia de la izquierda radical en los últimos cinco años ha consistido en argumentar que son compatibles las políticas contrarias a la austeridad con la pertenencia a la Unión Europea y a la Eurozona. Es éste, dice Ramiro, el proyecto político que ha recibido un golpe brutal por el fracaso de la estrategia de Syriza. Es cierto que ahora hay una incipiente revitalización del debate sobre política europea en la izquierda radical. Éste siempre ha existido, pero en él, salvo en algunos partidos, siempre ha ganado la posición más moderada. Ahora, "si la experiencia final del Gobierno de Syriza termina confirmando las derrotas o fracasos que afectan al núcleo central de su proyecto de estos primeros meses, la posibilidad de que la izquierda radical gire hacia posiciones de mayor euroescepticismo para buscar una alternativa a la situación política actual será más probable".

¿Coincidencia con la extrema derecha?

Owen Jones, en un artículo publicado en The Guardian hace unos días, instaba a los laboristas a que apoyen el Brexit (la salida del Reino Unido de la Unión Europea), mientras Slavoj Zizek en otro texto aconsejaba a Syriza que se busquen socios entre la extrema derecha para cambiar las políticas europeas.

La nueva estrategia, la nueva orientación euroescéptica, pues, tiene un peligro. Porque, ¿es posible una coincidencia entre la izquierda radical y la extrema derecha? ¿Puede una alianza casi contra natura de ambas fuerzas críticas con el statu quo ayudar a superar la desorientación de la izquierda? ¿Constituye la coincidencia puntual de los dos extremos del espectro ideológico una oportunidad para la izquierda o es un terrible riesgo para ella, que puede verse absorbida por su eterno adversario?

Martínez-Bascuñán comenta que, dado que el descontento con el statu quo existe, si no se canaliza a través de una fuerza de izquierdas que ofrece ese horizonte de posibilidad alternativo, este se acabará canalizando por las fuerzas populistas de la derecha xenófoba europea. Pero puede que no haya sólo un trasvase de votos, sino que también es posible que unan sus caminos: "Esto es lo que estamos viendo en Grecia", dice Fernández-Albertos. "Syriza gobierna con Anel, de la derecha nacionalista. Y hay coincidencias entre el KKE (comunista) con Amanecer Dorado (de derecha extrema): ambos son partidarios de que Grecia salga de la Unión Monetaria. Y no nos engañemos: buena parte del nacionalismo del norte de Europa también refleja el deseo de capas del electorado de mantener políticas 'de izquierda' que están en principio amenazadas por la globalización, la integración europea, la inmigración, etcétera. Los populistas de derecha en Escandinavia, por ejemplo, son férreos defensores del Estado de bienestar".

Fernández-Albertos añade: "Una de la tendencias que venimos observando es el fortalecimiento de este 'eje de conflicto político' entre 'prioridad a la política nacional' y 'aceptación de las restricciones internacionales'. Aún los anclajes electorales tradicionales son fuertes y no han desaparecido, pero como esta tendencia siga, veremos una política diferente a la que ha dominado Europa hasta ahora, y seguramente mucho más antipática, dominada por nacionalismos y políticas xenófobas...".

Ramiro cree que si la izquierda radical quiere seguir siendo izquierda, no puede usar los elementos del discurso nacionalista que exitosamente usa la derecha radical. "Otra cuestión es si durante este periodo una parte del electorado está perdiendo su tradicional europeísmo y puede ser susceptible de ser atraído por posiciones euroescépticas que incluyan un programa de mayor soberanía para los Estados. Esto último es posible, y la izquierda radical podría beneficiarse de ello. Si pueden hacer compatible ese programa de recuperación de soberanía con una recuperación de un discurso de nacionalismo cívico, o de un nacionalismo popular, y que eso sea exitoso en las sociedades y sistemas de partidos de Europa occidental en el siglo XXI, pero es algo diferente y muy complejo".

Ir más allá, adoptar una postura más radicalmente nacionalista, puede, según este politólogo, poner en riesgo el voto de buena parte de la base social de la izquierda, que es cosmopolita por convicción. Asimismo, la izquierda asumiría riesgos si llega a pactos de gobierno con partidos de derecha, como ha ocurrido en Grecia, aunque cree que la situación no es exportable al resto de Europa, a excepción de coincidencias puntuales en votaciones del Parlamento Europeo o en cámaras legislativas nacionales.

Pero San Miguel recuerda: "Los regímenes socialistas han tendido siempre a abandonar el internacionalismo y a ofrecer un discurso fuertemente nacional". Y muestra la evidencia que ofrece la realidad latinoamericana. ¿Coincidencia con la extrema derecha? Ésta, dice San Miguel, comparte en parte el rechazo de cierta izquierda a la globalización y a la Unión Europea, "pero no tiene apenas nada que decir sobre la redistribución económica o de poder". Esta última puede ser la diferencia fundamental que impida que los caminos de extrema derecha e izquierda radical se lleguen a encontrar alguna vez.

La caída del Muro, Allende y Mitterrand

El trauma sufrido por Syriza es uno de tantos a los que se ha enfrentado la izquierda en los últimos años, al menos en las tres o cuatro últimas décadas. Martínez-Bascuñán piensa en la caída de la URSS y del Muro de Berlín: "Ese hecho supuso para buena parte de la izquierda la aniquilación de la única alternativa existente al capitalismo". "En este momento nos encontramos con un estado de shock muy similar en la izquierda, que por aquel entonces fue definido por grandes teóricos políticos, incluso desde esa dimensión anímica que mezclaba cierta dosis de pesimismo y decepción". La profesora cita a Jürgen Habermas para recordar cómo, tras la caída del Muro, pareció producirse "el agotamiento de las energías utópicas de la izquierda".

Luis Ramiro también menciona ese acontecimiento, pero matiza: "En aquel momento la mayor parte de la izquierda comunista y radical de Europa sólo tenía un vínculo histórico, emocional, no tanto ideológico o estratégico, con aquellos regímenes. Lo que fracasaba en el Este de Europa no era exactamente la estrategia o el proyecto de la izquierda eurocomunista. Siendo un hecho de dimensiones históricas muy grandes, teniendo repercusiones ideológicas, políticas y organizativas innegables, el hundimiento del socialismo no ponía en duda el proyecto de la izquierda radical, porque la izquierda radical se había ido alejando, en la mayor parte de los casos, de la experiencia comunista en el Este de Europa. Supuso una crisis en muchos partidos, rompió varios, pero no afectó a la viabilidad de la estrategia mayoritaria de la izquierda comunista y radical".

Según Ramiro, lo sucedido en Grecia es mucho más parecido a lo ocurrido con el final del Gobierno chileno de Allende en 1973: "No porque sea un golpe de Estado, que lo sucedido en Grecia no lo es, sino en el sentido de que la izquierda comunista y radical occidental, o algunas partes de la izquierda occidental, interpretaron el golpe de Estado contra Allende como una ilustración de los límites de su estrategia política". "Si, a grandes rasgos, el Gobierno de la Unidad Popular de Allende era un proyecto al que la izquierda radical europea se asociaba y que la izquierda occidental europea defendía porque ejemplificaba la vía democrática al socialismo en los años 70 (como ahora Syriza ejemplifica la posibilidad de defender una política diferente y hacerlo desde el Gobierno), su fracaso señaló, al menos para algunos, los límites de esa estrategia, los fracasos en su diseño y en su implementación, la ingenuidad de algunos postulados, la infravaloración de las resistencias, etcétera. Y esa situación es comparable a la que encontramos hoy, de momento, con respecto a la experiencia del Gobierno de Syriza".

Según Fernández-Albertos, es seguramente muy pronto para extraer conclusiones sobre la dimensión histórica de lo que está sucediendo en Grecia. Pero apunta la posibilidad de que lo ocurrido sea comparable al fracaso de las políticas de estímulo unilateral de Mitterrand en los ochenta que, en su opinión, es el momento que mejor ilustra las limitaciones de algunas herramientas de política económica en una economía abierta. "Pero las implicaciones de la crisis griega para el proyecto de construcción europea podrían tener consecuencias mucho mayores", afirma.

Jorge San Miguel también apunta el precedente (señalado por el ex ministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis en su penúltimo libro) que marcó Mitterrand. Éste "llegó al poder en 1981 con un programa de izquierda clásica, con nacionalizaciones de bancos y empresas, intervencionismo estatal, subidas de pensiones y salarios... Pero el paro apenas se estabilizó brevemente antes de continuar subiendo, y el franco perdió tres cuartas partes de su valor respecto del marco alemán. El ala más izquierdista del Gobierno francés abogaba por continuar con esa política aunque supusiera un cierre de la economía francesa al exterior, pero Mitterrand dio marcha atrás". Este politólogo apunta que pudo ser por eso por lo que el PSOE al año siguiente concurrió a las elecciones con un programa moderado.

San Miguel recurre, además, a otras referencias del pasado. Recuerda, por ejemplo, el libro de Susan Stokes Neoliberalism by surprise, en el que la politóloga analiza cómo los gobiernos latinoamericanos han incumplido a menudo las promesas más radicales que les habían llevado al poder en favor de políticas ortodoxas, porque en el corto plazo las medidas más radicales podrían ocasionar shocks graves, mientras que la ortodoxia ayuda a mantener el poder en el medio plazo.

Sea como sea, como señala Luis Ramiro, hay quien dentro de la izquierda radical –Pablo Iglesias, por ejemplo– continúa defendiendo al Gobierno de Alexis Tsipras, dado que se asume que, por el momento, no es posible una política realmente diferente. Quizás esa sensación de que no hay escapatoria, la toma de conciencia de la inevitabilidad del resultado provisional del Gobierno de Syriza, se escuda en lo que Ramiro define como “condiciones estructurales sin resolver”. Aunque en ese caso, apoyando a la Syriza de hoy y también el programa con el que ganó las elecciones, se incurre en la contradicción que supone defender una política que se sabía iba a chocar inevitablemente con una estructura que no iba a querer o poder cambiar a corto plazo.

Los más radicales de la izquierda radical

Las decepciones previas han supuesto, en todos los casos, traumas y luego moderación de posturas dentro de la izquierda. Pero es posible que también supongan la radicalización de quienes mantenían las posiciones más ortodoxas, que se han visto reafirmados en sus posturas.

¿Es posible que el ala izquierda de Syriza se escinda, se haga fuerte y establezca alianzas con el KKE, con los anarquistas y con otros movimientos críticos o decepcionados con las decisiones que al final ha adoptado Syriza? ¿Es posible que en otros países de Europa se imite ese mismo movimiento? Jorge San Miguel responde: "A mi juicio, no cabe esperar que estas fuerzas tengan un papel demasiado importante: su mensaje no es particularmente atractivo para el votante mediano, ni siquiera en un momento de crisis tan grave como el actual".

Para Luis Ramiro, "seguramente tengan razón quienes dentro de la izquierda de Syriza dicen que haber roto el partido les condenaría a la irrelevancia política, como la que experimentan otros grupos de izquierda radical griega". Pero, al mismo tiempo, Ramiro señala el riesgo de seguir formando parte de un partido cuyo líder puede limitar aún más su influencia. En este sentido, Martínez-Bascuñán recuerda que el papel de los actores situados a la izquierda de la línea oficial de Syriza es cada vez más residual: "Tsipras se está encargando de eliminar o contener a los actores 'más díscolos' dentro de la propia formación. La verdad es que el papel de Tsipras no es sencillo, y veremos si finalmente no tiene que convocar de nuevo unas elecciones. En este caso, y viendo los índices de popularidad de los que ahora mismo disfruta, es muy probable que los sectores más radicales de Syriza acaben jugando un papel más bien residual".

La izquierda y la vanguardia

Aunque ya estaba antes en cuestión, esta crisis vuelve a poner de manifiesto la incapacidad o la falta de interés por crear identidades de izquierdas. Su incapacidad o su falta de interés por ser vanguardia y una fuerza de verdad transformadora. Tsipras ha renunciado a mostrar que puede haber alternativa, que puede haber escapatoria, porque la mayor parte de la población griega quiere seguir en el euro, lo que implica someterse a quienes mandan en la Unión Monetaria. ¿Pero se ha explicado de verdad lo que supondría salir del euro y permanecer dentro? ¿Supone lo que ha ocurrido que la izquierda ha abandonado su tradicional labor pedagógica para adaptarse, sin más, a “los deseos de la gente”? ¿Puede esta supuesta renuncia responder a un cambio de percepción de la relación entre representantes y representados, a un abandono de la verticalidad, la jerarquía e incluso el paternalismo que la regía hasta hace poco?

Luis Ramiro explica que en la izquierda radical, la tensión que se da en todos los partidos entre adaptarse y "seguir" las preferencias de los votantes, por un lado, y pretender moldear sus preferencias, convencerles o educarles, por otro, se resolvía originalmente primando la segunda estrategia. Pero, en general, todos los partidos, y ahora también los de izquierdas, han ido pasando hacia posiciones cercanas a la primera, aunque sin llegar a posiciones extremas: no hay candidatos ni partidos que definan su programa dependiendo de lo que sea más popular entre la opinión pública. Aunque el riesgo de que llegue a ocurrir existe, sobre todo con la aplicación de estrategias de maximización electoral inmediata, ahora tan en boga: el objetivo supremo es ganar.

Martínez-Bascuñán señala que éste no es un problema exclusivo de la izquierda, sino de las fuerzas políticas en general: "No existe realmente una vanguardia con un liderazgo que proponga, sino una opinión pública que se impone". "Un proyecto alternativo de vanguardia exige más tiempo, un cambio más profundo, ser antipopular a veces, tomar decisiones que no van a golpe de encuesta, ir transformando visiones de las cosas en la gente en lugar de adaptarte a las que ya tienen", enumera la politóloga.

Este conflicto, pues, tiene lugar en todo el arco ideológico. Y se extiende a lo largo de toda la historia. La decisión de si ser vanguardia o adaptarse a las preferencias de la opinión pública ha sido un dilema fundamental de la izquierda desde hace más de cien años. En parte porque, como señala San Miguel, "la clase trabajadora se ha mostrado históricamente más conservadora social y económicamente que los intelectuales de izquierda y las sucesivas vanguardias revolucionarias".

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El pueblo griego, efectivamente, parece mucho más moderado que el programa al que dio su apoyo mayoritario el pasado 25 de enero. El pueblo griego, a tenor de lo que dicen las encuestas que continúan mostrando un apoyo mayoritario a Tsipras, parece haberse dado por satisfecho con que su gobierno le haya defendido en las más altas instancias europeas pese al nefasto resultado práctico. Pero los aparatos de los partidos de izquierda, según dicen los expertos, se han llevado un gran golpe y parecen en estado de shock. Por el momento, han dejado a una Europa ansiosa de alternativas huérfana de ellas. Grecia debía abrir el camino, pero ha cerrado la puerta bruscamente y Alemania ha echado la llave. ¿Alguien será capaz de derribarla?

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