El nuevo desorden mundial reduce la capacidad de la mediación para resolver conflictos internacionales

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En su último informe sobre el estado del mundo en términos de conflictos armados, tensiones políticas y sociales, derechos humanos y construcción de paz, la Escola de Cultura de Pau de la Universidad Autónoma de Barcelona contabilizó en 2023 un total de 36 conflictos armados, la cifra más alta desde 2014. La mayoría de ellos están concentrados en África y Asia (47%) y son enfrentamientos que implican altos niveles de letalidad y graves impactos en la población civil. Hasta cinco nuevos casos pasaron a ser considerados como conflictos armados el año pasado.

Son cifras relativas, recopiladas por el centro más importante en España. Si atendemos a las que ofrece la Universidad de Uppsala (Suecia), la referencia internacional más relevante, el cómputo de conflictos se dispara hasta superar los 300 en todo el mundo.

Según este centro, en 2023 las muertes por violencia organizada disminuyeron por primera vez desde el rápido aumento observado en 2020, cayendo de 310.000 en 2022 a 154.000 en 2023. A pesar de esta disminución, estas cifras representan algunas de las tasas de mortalidad más altas registradas desde el genocidio de Ruanda en 1994, superadas solo por las de 2022 y 2021.

Esta disminución la atribuye sobre todo al final del conflicto en la región de Tigray de Etiopía, que representó alrededor del 60% de las muertes tanto en 2022 como en 2021. Pero a pesar de este desarrollo positivo, el número de conflictos armados estatales activos aumentó, alcanzando el nivel más alto jamás registrado por el, totalizando 59.

Los conflictos no estatales y la violencia unilateral disminuyeron en 2023 en comparación con 2022. Sin embargo, las muertes resultantes de conflictos no estatales se mantuvieron en niveles históricamente altos en 2023. Los grupos del crimen organizado han alimentado predominantemente esta escalada. A diferencia de los grupos rebeldes, los grupos del crimen organizado generalmente carecen de objetivos políticos y están motivados por el beneficio económico. Los conflictos entre estos grupos tienden a intensificarse en torno a las rutas de contrabando de drogas y en las zonas urbanas, impulsados por cambios en las alianzas y la dinámica de liderazgo entre los actores.

Volviendo a los datos recopilados por la Escola de Cultura de la Pau, del total de 36 conflictos contabilizados en 2023, 17 son de alta intensidad: Etiopía (Amhara), Etiopía (Oromiya), Malí, Región Lago Chad (Boko Haram), Región Sahel Occidental, RDC (este), RDC (este-ADF), Somalia, Sudán, Sudán del Sur, Myanmar, Pakistán, Rusia-Ucrania, Irak, Israel-Palestina, Siria y Yemen.

A ellos hay que sumar 114 escenarios de tensión global, especialmente en África y Asia-Pacífico, la mitad de los cuales se agravaron en 2023 en comparación con el año anterior, lo que muestra una tendencia al aumento de las crisis sociopolíticas.

El informe constata un deterioro de la situación en el 42% de los casos. Según Acnur, en el primer semestre de 2023 la cifra global de desplazamientos forzados ascendía a 110 millones de personas. De este total, 36,4 millones de personas eran refugiadas, 62,5 millones eran desplazadas internas, 6,1 millones se contabilizaban como solicitantes de asilo y otras 5,3 se encontraban en la categoría de personas necesitadas de protección internacional. Más de la mitad de la población refugiada y en necesidad de protección internacional (52%) procedía de solo tres países afectados por conflictos armados: Siria (6,5 millones de personas), Afganistán (6,1 millones) y Ucrania (5,9 millones).

La percepción mediática

¿Qué está pasando? Carlos Giménez, catedrático de Antropología de la Universidad Autónoma de Madrid y director de su Instituto Universitario de Derechos Humanos, Democracia y Cultura de Paz y No Violencia (Demos-Paz), asegura que la percepción de ese incremento en la intensidad de los conflictos se ve agravada porque dos de ellos, la invasión rusa de Ucrania y el genocidio que Israel está cometiendo en Gaza, “son devastadores”. “Copan el 90% de las noticias, nos van dando los muertos diarios y eso da una sensación abrumadora”. Pero en realidad, apunta, apenas hay tres conflictos más que el año anterior, según la recopilación realizada por la Escola de Cultura de Pau.

Aumentan los conflictos, pero también los procesos de paz. Según el mismo centro, han pasado de ser 27 en 2021 a 39 en 2022 y 45 en 2023. África es la región con mayor número, con 18 casos (40% del total global), seguida de Asia y el Pacífico con 10 (23%). América y Europa tuvieron 6 casos cada una (13% cada una), y Oriente Medio contó con 5 (11%). Aunque los datos reflejan un aumento en el número de negociaciones de paz, esto no estuvo acompañado de una reducción en la violencia global. Las negociaciones de paz en muchos casos ocurrieron en paralelo a la violencia armada, pero en la mayoría de los casos enfrentaron dificultades para avanzar hacia la resolución final de los conflictos.

El año pasado se produjeron varios retrocesos graves en las negociaciones de paz, principalmente en África (Malí y Sudán), Asia (Corea del Norte y Corea del Sur), Europa (Nagorno-Karabaj) y Oriente Medio (Israel-Palestina).

¿Quiénes están detrás de las negociaciones? Según la Escola de Pau, en el 89% de los procesos de paz hubo participación de terceros, como la ONU, la Unión Europea, Estados y organizaciones internacionales o religiosas. Naciones Unidas desempeñó un papel clave en el 60% de los procesos donde hubo mediación, especialmente en África.

Giménez defiende una cierta estabilidad en las mediaciones, aunque su número no haya aumentado todo lo que debería. Eso sí, subraya que “se aprecia un enorme crecimiento de dificultades y retrocesos”. Un fenómeno relacionado con el incremento del uso de la fuerza militar para resolver disputas. Lo dice el informe de la Escola de Pau: “la intensificación de la polarización global y las divisiones geopolíticas dificultaron la construcción de la paz, incrementando las aproximaciones militares para resolver conflictos”.

La falta de resultados

“El marco general global impacta enormemente. La batalla por un nuevo orden mundial entre Rusia, China e India es un marco geopolítico de nueva confrontación” en el que los procesos de paz sufren parones, deterioros, dificultades y retrocesos. “No tanto por lo que es la agenda concreta, sino por el marco general”, insiste Giménez.

El debilitamiento del sistema multilateral “influye muchísimo. Naciones Unidas hace un gran trabajo, pero está muy debilitada” y hay muchísimas divisiones internacionales, mientras la industria armamentística está “poniéndose las botas”.

El director de Demos-Paz argumenta que, más allá de los procesos abiertos, donde hay una sensación de retroceso es en los resultados. “Ahí es donde hay una sensación de poco avance”. Los resultados “son mínimos”, pero es consecuencia de una combinación de factores: la escalada de violencia, un militarismo global, una apuesta armamentística por el uso de la fuerza y un debilitamiento de las Naciones Unidas y del sistema multilateral democrático.

Josep Maria Royo, investigador sobre paz y seguridad de la Escola de Cultura de Pau, pone en contexto los datos. “Aunque es la cifra más alta de conflictos desde el año 2014, en más de la mitad de los conflictos, es decir, en el 53% de ellos, había procesos de diálogo y negociación abiertos, lo que lanza un mensaje de esperanza”. Es verdad que “existen contextos muy mediáticos, donde la geopolítica y las alianzas político-militares juegan un factor determinante para la persistencia de la violencia”, pero también “existen muchos otros contextos donde los actores locales, menos mediáticos, actores regionales y algunas diplomacias internacionales siguen apostando por la paz, el diálogo y el multilateralismo”.

Aunque es cierto, admite, que estos procesos siguen reclamando más voluntad política concertada para hacer frente a las raíces complejas de estos conflictos y frenar también las espirales de violencia, la militarización y el rearme de las partes enfrentadas.

Los discursos simplistas se abren paso

Es verdad señala Royo, que “también constatamos que los discursos simplistas y demagógicos, así como los autoritarismos que propugnan soluciones militares y de seguridad a problemas complejos, ciertamente se abren paso en algunos contextos, donde la victoria militar se ve al alcance de la mano por parte de alguna de las partes contendientes”, lo que supone graves violaciones de los derechos humanos y soluciones que no van a la raíz de los conflictos, sino que solo hacen frente a sus consecuencias.

El especialista en Derecho Internacional Público Antonio Remiro recuerda que “un gran número de los conflictos que se resuelven mediante negociación de las partes no son mediáticos”. Después están los más llamativos, aunque al cabo de tiempo también acaban “desgastándose”, como está pasando en Gaza. “Ha sido la gran noticia durante meses, pero ahora parece que está en un segundo plano, porque la gente se ha cansado”.

“La mediación prospera cuando lo hace la negociación y fracasa cuando no consigue que negocien las partes. Pero las mediaciones requieren también, en los grandes conflictos, que haya un cansancio de las partes implicadas. Que por fin vean que no van a obtener los frutos que deseaban”.

Más allá de su éxito o fracaso, señala Remiro, “la mediación siempre es un instrumento que no debemos censurar”, aunque solo sea útil “cuando las partes desean realmente que alguien trate de promover el acercamiento”.

“Desde que cayó el famoso muro de Berlín en 1989 y se pensó que por la vía pacífica se iba a reordenar el sistema multilateral de gestión de los problemas que afectan al mundo, en particular alrededor de las naciones y de su familia, hemos vivido y vivimos situaciones cada vez más descontroladas”, certifica Remiro.

El orden imperial de EEUU

Estados Unidos confundió “el nuevo orden con un orden imperial y no con un orden multilateral. Creyó que ante la desaparición de la Unión Soviética ellos podían ser los amos del mundo y empezó el desastre”. “La historia parece demostrar que el orden multilateral se acomoda a los nuevos tiempos siempre mediante un conflicto generalizado”, como ocurrió después de la guerra mundial. “La Carta de las Naciones Unidas sigue existiendo por mera inercia, como una especie de muerto viviente que está ahí y que cumple algunas tareas útiles, de contribución al desarrollo o de asistencia humanitaria, pero que no es capaz de resolver los problemas fundamentales de la guerra y la paz”.

En este contexto, señala Jesús A. Núñez, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH), España sigue sin "articular una estrategia de mediación que nos identifique como un constructor de paz y como un mediador".

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Núñez es coautor de un documento sobre los retos y oportunidades para España en la mediación internacional de conflictos que defiende la capacidad y la oportunidad de nuestro país para posicionarse como un actor clave en la mediación internacional, siempre y cuando consiga estructurar sus recursos y definir una estrategia coherente.

La creación de una Red Española de Mediación sería un primer paso importante para aprovechar las capacidades existentes y proyectarse como un líder en la resolución pacífica de conflictos a nivel global. En particular, en el Mediterráneo, el Sahel y América Latina, áreas de interés natural para la acción exterior española. Pero también enfocándose en temas como la reconciliación postconflicto, la lucha contra el terrorismo y el desarrollo socioeconómico, aprovechando su experiencia histórica.

Nada se ha avanzado en esta dirección, señala Núñez. "Lo que se ha vivido en el caso de España son ejemplos puntuales", como la conferencia de paz de Oriente Medio de octubre de 1991 "y alguna cosa que se ha hecho en Latinoamérica". Muy lejos de países como Noruega, que tienen un papel mucho más constante y relevante en la mediación internacional.

En su último informe sobre el estado del mundo en términos de conflictos armados, tensiones políticas y sociales, derechos humanos y construcción de paz, la Escola de Cultura de Pau de la Universidad Autónoma de Barcelona contabilizó en 2023 un total de 36 conflictos armados, la cifra más alta desde 2014. La mayoría de ellos están concentrados en África y Asia (47%) y son enfrentamientos que implican altos niveles de letalidad y graves impactos en la población civil. Hasta cinco nuevos casos pasaron a ser considerados como conflictos armados el año pasado.

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