El teléfono sonó a una hora en la que normalmente se suelen dar malas noticias. Ni habían dado las siete de la mañana ni había amanecido. Entre el susto, la oscuridad y que no acertaba a encontrar las gafas, llegué a tientas hasta el móvil. En la pantalla aparecía el nombre de la ministra de Defensa. Descolgué.
–Ministra...
–Monrosi, sé que es muy temprano pero es urgente. Se nos acaba el tiempo. El rescate de la familia de Karwan tiene que ser hoy.
Era miércoles por la mañana. La historia de Karwan la habíamos contado en infoLibre el domingo, tres días antes. Traductor afgano que trabajó seis años para las tropas españolas durante la guerra, vive en Sevilla desde 2015 y se gana la vida como camarero. Cuando los talibanes entraron en Kabul fueron a casa de su familia a dejar un aviso: o aparecía Karwan o los matarían a todos. Y entre los algo más de 800 afganos que España había incluido en sus primeras listas para ser evacuados no figuraban sus nombres. La situación era límite.
Yo había conseguido localizar a Karwan a través de Reyes Calvillo, una compañera periodista de Andalucía que se hizo eco de su grito de auxilio en redes sociales. Como infoLibre, y gracias a Reyes, otros muchos medios publicaron su historia. Aún así, no se consiguió nada. En Kabul reinaba el caos y la familia seguía atrapada y sin salvoconducto. Karwan se buscó la vida a través de un contacto que guardaba de sus tiempos de traductor. Le pidió que le facilitara los permisos necesarios para que su familia pudiera salir del país. Consiguió el documento firmado y sellado por los servicios diplomáticos, aunque nadie le garantizó que pudieran subir a un avión.
Aún así, la familia lo intentó. Llegaron hasta las inmediaciones del aeropuerto y allí fueron recibidos por varios controles de talibanes. Disparaban a todo aquél que no retrocedía. Perseguidos y amenazados explícitamente desde hace días, el padre, la madre y los hermanos huyeron. Karwan me dio a entender que su familia se resignaba a no poder salir.
Cuando el martes acabé de escribir la crónica sobre la operación de rescate del día y tras contrastar con varias fuentes del Gobierno que el fin del operativo podría llegar en cuestión de horas, decidí escribirle un mensaje de Whatsapp a Margarita Robles y pedirle ayuda.
–“Perdón por molestar, ministra. Me siento en la obligación de trasladarle la situación de un traductor afgano que trabajó para nosotros, por si fuera posible hacer algo. Su familia está en una situación límite. Le dejo su contacto."
Le mandé el mensaje a las 18.22 de la tarde del martes. A y 23 me contestó.
–“Lo intentamos”, me dijo.
Diez minutos después me llamó por teléfono por primera vez y me explicó que la situación en las últimas horas se había vuelto insostenible, que nuestros soldados se estaban jugando la vida en el aeropuerto para rescatar a toda la gente posible, pero que no podían ir más allá de los controles de los talibanes y que tenía que ser la familia de Karwan la que se acercase, como fuese, a los alrededores del aeródromo. Tal cual se lo trasladé a Karwan.
Foto enviada por la familia de Karwan del lugar donde esperaron el frustrado rescate.
No volví a escribirle a Margarita Robles. En sus declaraciones públicas la ministra de Defensa había insistido en que España haría todo lo posible durante todo el tiempo posible, pero también había reconocido que era inevitable que mucha gente se quedara atrás. Fue entonces cuando, para mi sorpresa, la ministra me llamó antes de las siete de la mañana del miércoles para darme indicaciones.
–Tenemos que intentarlo, Monrosi. Tienes que decirle que se acerquen a Abbey Gate, diles que avancen a través de una acequia. Dame sus nombres completos y sus pasaportes y en cuanto estén allí avísame y los rescatamos. Si no van hoy se nos acaban las opciones.
Llamé a Karwan para contarle mi conversación con la ministra. A media mañana, el traductor afgano me dijo que su familia estaba llegando al aeropuerto pero que no habían podido acceder por Abbey Gate porque los talibanes no dejaban de disparar. El único acceso despejado que encontraron fue una entrada más al sur, controlada exclusivamente por americanos. Y allí se apostó la familia al completo, con pañuelos amarillos y rojos para ser identificados por nuestros soldados, con su salvoconducto en regla y a tan solo diez metros de una de las puertas del aeropuerto de Kabul, su única vía de escape. Pero no era la puerta que había indicado la ministra.
Margarita Robles me escribió varias veces durante esa mañana del miércoles para interesarse por la ubicación exacta de la familia. Cuando le conté que estaban en otra puerta, me volvió a llamar.
–Monrosi, te dije que por Abbey Gate.
–Lo sé ministra, pero no han podido llegar.
–Espera, que te paso con el general al mando de las operaciones.
–Hola, soy el general Braco. ¿Con quién hablo?
–Soy José Enrique, general, soy periodista.
–Dígame dónde está esa familia, por favor
–Están en una puerta más al sur, controlada por los americanos
–¿No pueden acercarse a nuestra puerta?
–Me dicen que es imposible
–Dígales que no se muevan de ahí, vamos a mandar a nuestros soldados a hablar con los americanos para que nos den permiso. Voy a pedir que vayan a por ellos.
Colgué al general Braco eufórico y eufórico llamé a Karwan.
–Karwan, que acabo de hablar con el Gobierno. Que no se muevan de ahí que van a ir a por ellos.
–¿Pero cuándo? - preguntó nuestro traductor, mucho más escéptico.
Desde Madrid, el plan me parecía sencillo: la familia esperaría pacientemente a que varios de nuestros soldados cruzasen el interior del aeropuerto y saliesen por la puerta controlada por los americanos para poder rescatarlos. El paso de las horas demostró que, obviamente, Karwan conocía mejor que yo cómo son las cosas en Kabul.
–"Estamos justo al lado de la puerta esperando a que vengan a buscarnos, pero todavía no ha venido nadie"- me escribió uno de los hermanos desde Afganistán.
Tras seis horas de espera, una amenaza terrorista cerró a cal y canto todos los accesos durante toda la noche. La información que trasladaban las personas conocedoras del operativo era que el caos en torno al aeropuerto se había vuelto absolutamente incontrolable y que la situación era de riesgo extremo. Los 53 soldados españoles desplegados en el aeródromo apenas daban a basto para controlar su zona de operaciones en Abbey Gate, donde otros muchos colaboradores españoles esperaban también para entrar y ser rescatados. Nadie pudo ir a por la familia de Karwan.
Al día siguiente, Margarita Robles volvió a llamarme muy temprano. Estaba aún más preocupada que el día antes y mucho más pesimista. Me dijo que los soldados españoles lo estaban intentando todo, pero que no era realista a esas alturas pensar que pudieran ir a otra puerta a por ellos.
–Si consiguen sortear a los talibanes, que vayan a Abbey y allí los esperamos. Si no, su única opción es convencer a los americanos para que los dejen pasar con nuestro salvoconducto.
Frente a la puerta sur, con su salvoconducto en regla y con los pañuelos de los colores de nuestra bandera entre las manos, los padres y hermanos de Karwan seguían esperando a que alguien los salvase.
–"Habla con los americanos y enséñales el salvoconducto" –le escribí al hermano con el que me comunicaba por mensaje – "diles que el Gobierno de España se hace cargo, convéncelos como sea".
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Los soldados americanos le exigieron una comunicación oficial de nuestros servicios diplomáticos para permitirles el paso. A poco más de dos horas para que el útimo avión de rescate español despegase de Kabul, le pedí ayuda a una antigua compañera que ahora trabaja en el ministerio de Exteriores. Hicieron un último intento: mandaron un comunicado oficial al consulado americano solicitando la entrada de la familia al aeropuerto, con sus nombres completos y sus números de pasaporte. Le escribí un mensaje al hermano de Karwan para que comprobara que en su correo electrónico tenía una copia de esa comunicación oficial y para decirle que se la enseñara a los americanos. No me contestó porque dos bombas estallaron en las inmediaciones del aeropuerto y no tuvo tiempo de ir a comprobar si la última gestión de Exteriores daba sus frutos o no.
Horas después, el traductor afgano me confirmó que su familia había podido huir de la explosión, que no estaban heridos, pero que sus opciones de poder huir del país y de la amenaza de muerte de los talibanes habían desaparecido tras los atentados. Estaban absolutamente atrapados.
Cuando publicamos esta crónica, Karwan lleva 48 horas sin tener noticias de su familia. Sigue pidiendo socorro. La experiencia de otras veces en Siria, Libia, Irak o el Mediterráneo hace imposible no pensar que tardaremos muy poco en olvidarnos de la familia de Karwan y de tantas otras como ellos. El Gobierno asegura, sin embargo, que desde ahora empieza una nueva misión para sacar de Afganistán a todos los que nos hemos dejado atrás y que lo haremos de la mano del resto de países aliados. Ojalá sea verdad, ojalá se den prisa y ojalá se lo tomen tan en serio como se lo tomaron Margarita Robles y el general Braco. Suerte, Karwan. Y perdón.
El teléfono sonó a una hora en la que normalmente se suelen dar malas noticias. Ni habían dado las siete de la mañana ni había amanecido. Entre el susto, la oscuridad y que no acertaba a encontrar las gafas, llegué a tientas hasta el móvil. En la pantalla aparecía el nombre de la ministra de Defensa. Descolgué.