Los 'partidos de la censura' reservan sus cartas: ninguno descarta apoyar a Sánchez pero tampoco lo garantizan

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Fernando Varela

La campaña se interna en la Semana Santa y los partidos se tantean en busca de puntos flacos a la vez que tratan de contener los debates en los límites que les resultan más propicios. La democracia española se encamina hacia un escenario de fragmentación inédito, con hasta cinco fuerzas políticas de ámbito estatal y un grupo de formaciones minoritarias —independentistas, nacionalistas y regionalistas— que en casi todas las hipótesis serán de nuevo imprescindibles para decidir quién gobierna y quién no.

En buena parte esa es la razón por la que los partidos se reservan las líneas rojas de lo que vendrá el día después de las elecciones: la negociación de mayorías que hagan posible una investidura y, en el mejor de los casos, la formación de un Gobierno en condiciones de agotar la legislatura y de poner fin a casi cuatro años de inestabilidad.

Pedro Sánchez, a la cabeza en las encuestas, se resiste a cerrarse puertas. Su equipo no tiene otro límite que Vox —a los que excluyen incluso de los pactos de Estado a los que quieren incorporar al resto de fuerzas políticas— y, en la esperanza de obtener una mayoría clara en el Congreso, se ha propuesto la tarea de llegar al 29 de abril en condiciones de negociar apoyos para gobernar en solitario.

¿Con quién? Sobre eso los socialistas se muestran, a quince días de las elecciones, muy ambiguos. Aseguran que, llegado el momento, pondrán encima de la mesa su programa electoralprograma y buscarán socios dispuestos a darle soporte. No lo dicen, pero están hablando de Unidas Podemos, su socio preferente, la única formación a escala estatal que se acerca a sus propuestas. Los socialistas lo saben, por eso a lo largo de la precampaña han elogiado la colaboración entre los dos partidos y han evitado cuidadosamente el cuerpo a cuerpo con la formación morada.

Sin embargo, y por si acaso, el PSOE tampoco ha cerrado la puerta a Ciudadanos, aunque los de Rivera repitan un día sí y otro también que bajo ninguna circunstancia permitirán, por activa o por pasiva, que Sánchez vuelva a ser elegido presidente. Hasta el punto de estar dispuestos, si la situación es de bloqueo, a que se repitan las elecciones, un escenario que será inevitable si ningún candidato consigue ser elegido presidente.

Si el acuerdo fuese con Cs, casi todas las encuestas sugieren que no harían falta más socios. Pero si no es así, y Sánchez busca la compañía de Unidas Podemos, será necesario incluir a más invitados a la fiesta. En este punto, las miradas de los dirigentes socialistas se vuelven hacia el PNV y hacia Compromís, la formación valencianista con la que ya han gobernado la Comunitat Valenciana durante los últimos cuatro años. En el PSOE dan por hecho que serán capaces de llegar a acuerdos con los nacionalistas vascos, entre otras cosas porque los de Iñigo Urkullu huyen como de la peste de Ciudadanos, en las antípodas de sus planteamientos. Y están más lejos que nunca del PP desde que Pablo Casado abrazó el núcleo de las propuestas recentralizadoras de José María Aznar, muy en línea con las ideas que defiende Vox.

El PNV confirma su interés en “parar a esa derechona que parece se quiere comer el mundo” pero se resiste a que nadie dé por sentado su apoyo. Andoni Ortúzar, presidente del órgano de dirección de los nacionalistas vascos, lo dejó claro este viernes. El PSOE, dijo, hace “el cuento de la lechera” si da por hecho su apoyo a una hipotética investidura de Pedro Sánchez tras las elecciones. El PNV, recordó, sólo ofrecerá sus votos una vez que se alcancen “compromisos que tienen que beneficiar a Euskadi”.

¿De qué compromisos habla el PNV? En primer lugar, de las casi 40 competencias recogidas por el Estatuto de Gernika pendientes de transferencia desde 1979. Entre ellas, la gestión de la seguridad social y las prisiones. Y, en segundo lugar, de la apertura de un proceso de diálogo con las instituciones vascas en busca de un nuevo marco de autogobierno, “una refundación del Estado español y un nuevo modelo territorial”.

Pese a lo ambicioso de sus reivindicaciones, el PNV sigue siendo pragmático. Ortúzar entiende que Sánchez “no sea muy partidario de la autodeterminación de las naciones que cobija el Estado español” y no hará de eso una línea roja para la investidura. “Por una vez, le voy a dar la razón a Arnaldo Otegi, que dijo hace poco que para ellos no lo iba a ser”, declaró hace sólo unos días el dirigente vasco. “Si no lo va a ser para Otegi, tampoco lo va a ser para nosotros”, concluyó.

No lo sabremos hasta que acabe el recuento de votos, pero a nadie se le escapa que la clave, a la vista de las encuestas, puede seguir estando en manos de los independentistas catalanes. Un espacio en el que parece estar gestándose un cambio —todo apunta a que Esquerra barrerá a Junts per Cataluya, la candidatura que sustituye al PDeCAT— que dejará en manos de Oriol Junqueras —y no de Carles Puigdemont— la voz cantante del secesionismo en Madrid.

Sánchez, con más vehemencia que en los últimos meses, ha dejado claro esta semana que no está dispuesto a ceder en este asunto: no habrá referéndum de autodeterminación. Lo único que los socialistas están dispuestos a explorar es la viabilidad de mejorar el encaje de Cataluña en España, siempre y cuando se base en un amplio acuerdo que incluya en torno al al 80% de las fuerzas con representación en el Parlament.

A la espera de otra Esquerra

Los socialistas esperan “hechos diferentes”de ERC. Así lo confirmó este viernes la ministra de Política Territorial, Meritxell Batet. No es ningún secreto que el PSOE confía en que el 28A sirva también para que los independentistas desautoricen la posición rupturista de Puigdemont y avalen la decisión de mantenerse dentro de la ley, sin renunciar a las demandas secesionistas, que defiende Esquerra.

Gabriel Rufián, cabeza visible de la candidatura republicana —Junqueras está en prisión— inició la campaña sin marcar líneas rojas. Su propuesta para desencallar la situación de Cataluña, dijo, es “diálogo, diálogo y diálogo” a través de una mesa en la que estén todos los partidos, desde los más independentistas a los más defensores de la unidad de España. El vicepresidente del Govern y número tres de ERC, Pere Aragonès, fue aun más claro: el independentismo catalán, defendió, no debe poner obstáculos a una futura investidura del candidato del PSOE, Pedro Sánchez, porque hacerlo supondría poner “la alfombra roja” a la llegada al poder de la extrema derecha.

Para confirmar esta posición, el propio Junqueras difundió esta semana desde la cárcel una carta a los militantes de Esquerra en la que, aunque se mostró convencido de que el futuro de decidirá “votando”, rechazó la idea de imponer “líneas rojas” a un gobierno de Sánchez. “Muchos liderazgos mundiales nos han enseñado que hay que hablar, incluso, con aquellos que nos han encerrado en la cárcel”, justificó en la misiva. “Nadie debería cometer el error de fijar líneas rojas que a la hora de la verdad se convierten en un cheque en blanco para un gobierno del tripartito de extrema derecha”. Aunque tampoco “nadie tiene que regalar cheques en blanco al PSOE”, advirtió el líder de Esquerra.

Y aunque en el PSOE confían en poder alcanzar acuerdos con Unidas Podemos, nadie cree que vaya a resultar fácil. La formación de Pablo Iglesias ha puesto precio a su apoyo a Sánchez: más allá de la negociación de un programa común para cuatro años, Unidas Podemos quiere traducir su apoyo en el Congreso en asientos en el Consejo de Ministros, convencidos de que sólo si son visibles en el Ejecutivo estarán en condiciones de consolidar su posición en el espacio político de la izquierda. Sus dirigentes creen que no entrar en el gobierno tras la moción de censura ha permitido a Sánchez apropiarse de muchas de sus iniciativas y rentabilizarlas electoralmente. Y no están dispuestos a repetir el error.

No hay nada eecrito y todas las opciones son posibles, pero si las tres derechas no suman este será, sin duda, uno de los principales escollos que Sánchez deberá sortear para ser investido. En el PSOE quieren gobernar en solitario, como hicieron tras la moción de censura. Y creen que ese escenario estará más justificado si la distancia entre los socialistas y Unidas Podemos se multiplica el próximo 28 de abril.

A la espera de que las urnas hablen, y haciendo una vez más la salvedad de que en PP, Cs y Vox no tengan mayoría absoluta, Sánchez parece tener casi todo despejado para, como mínimo, negociar una investidura. Con la mayoría de la moción de censura —UP más nacionalistas— o con una versión reducida, si al final, tal y como esperan, les basta con los escaños de Pablo Iglesias, Compromís y el PNV.

De esa hipótesis, la de un pacto con el PSOE, ha tratado de distanciarse Ciudadanos desde el primer momento. Y aún lo hace: de hecho, el cordón sanitario decretado por Albert Rivera contra el PSOE es el único proclamado a los cuatro vientos. De manera que, teniendo en cuenta que la naturaleza de las propuestas de la formación naranja les impide llegar a acuerdos con partidos nacionalistas y que ha levantado un muro en la frontera con los socialistas, sólo les queda un único escenario posible: un acuerdo a dos con el PP respaldado por Vox.

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Rivera no se mide el 28A con Sánchez sino con Casado. Por eso ha quemado las naves de un acuerdo con el PSOE: para disputar al PP el liderazgo del centroderecha. Aunque su estrategia, obligar a Casado a confirmar que ambos partidos unirán fuerzas después de las elecciones para desalojar a Sánchez de la Moncloa, está lejos de ser un éxito.

Ya sin la oportunidad de un cara a cara con Sánchez que le haga aparecer ante la opinión pública como el líder del espacio político a la derecha del PSOE, el líder del PP dedica mucho más esfuerzo, al menos en esta primera fase de la campaña, a disputar el voto a Vox que a medir fuerzas con Ciudadanos. Los mensajes de Casado subrayan que el PP está en condiciones de satisfacer las demandas de los potenciales votantes de la ultraderecha:  “Mi plan es reenamorar” al exvotante del PP, “recuperarle, decirle que ésta sigue siendo su casa, que hemos tomado nota y no vamos a volver a hacer nada mal. Y decirle que quien no quiere que gobierne Pedro Sánchez tiene que votar por el PP”, proclamó este viernes en un acto en Asturias.

Mientras tanto, y al margen los planes de Sánchez, de Iglesias, de Rivera y de Casado, Santiago Abascal sigue milimétricamente su propia hoja de ruta, dispuesto a hacer historia el próximo 28 de abril. Sabe que cuanto más crezca Vox más estará en condiciones de condicionar el Gobierno, como ya ocurrió en Andalucía el pasado diciembre. Y tiene claro cuál es su discurso: este viernes, en Asturias, a los pies de una estatua de don Pelayo, proclamó que lo que está en juego es “la existencia misma de España, amenazada “por progres, islamistas y comunistas”.

La campaña se interna en la Semana Santa y los partidos se tantean en busca de puntos flacos a la vez que tratan de contener los debates en los límites que les resultan más propicios. La democracia española se encamina hacia un escenario de fragmentación inédito, con hasta cinco fuerzas políticas de ámbito estatal y un grupo de formaciones minoritarias —independentistas, nacionalistas y regionalistas— que en casi todas las hipótesis serán de nuevo imprescindibles para decidir quién gobierna y quién no.

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