La decisión de ser o no candidatos “es de cada uno”, proclamó la semana pasada Albert Rivera. En Ciudadanos “no elijo yo a los candidatos, ni siquiera a mí mismo: hay primarias. Tengo que respetar el proceso”, proclamó muy serio en plena semana de fichajes de exmiembros de otros partidos para reforzar las candidaturas del partido naranja para las próximas elecciones. Entre ellos la expresidenta del Parlamento de Castilla y León y hasta hace cuatro días destacada dirigente del PP en esta comunidad, Silvia Clemente, y del mallorquín Joan Mesquida, que desempeñó varios altos cargos en el Gobierno del PSOE presidido por José Luis Rodríguez Zapatero.
Ciudadanos siempre ha alardeado de ser la formación española en la que los militantes llevan más tiempo tomando las decisiones a través de primarias, un procedimiento con el que a menudo han intentado marcar una de sus diferencias con la vieja política, vieja política, en la que los aparatos de los partidos —y en última instancia el dedo índice de sus líderes— acaban por decidir quiénes son los elegidos.
Ahora, impelido por la urgencia de promover candidatos conocidos que tiren del voto de Ciudadanos, Rivera recurre a las prácticas que denuncia en los demás partidos. La formalidad de las primarias se mantiene, pero la dirección —en este caso la suya— apadrina a uno de los candidatos para asegurarse que la mayoría de los militantes le dan su respaldo y obtenga así el puesto que la dirección quiere para él al frente de la lista. Si alguien quiere competir lo tiene difícil: significa enfrentarse a las preferencias del aparato y encima el tiempo para defender la candidatura está muy limitado: no más de una semana —tres días en el caso de las europeas—.
Ese es el caso de Clemente, la elegida por Rivera para disputar al PP, el que era su partido hasta hace unos días y en el que ha desempeñado cargos de altísima responsabilidad durante décadas, la Presidencia de Castilla y León. Y para asegurarse de que el apadrinamiento de la dirección queda claro ante los militantes que formalmente han de tomar la decisión, el líder del partido envió a Valladolid a su mano derecha, Jose Manuel Villegas, para hacer los honores en el acto de presentación oficial del fichaje. Clemente tendrá que enfrentarse a Francisco Igea, diputado por Valladolid y portavoz de Sanidad de Cs en el Congreso, que considera que la exdiputada del PP no representa la “regeneración”, pero el apoyo de Rivera coloca en clara ventaja a Clemente a la vez que alimenta las sospechas de que su salida del PP guarda relación directa con las promesas de liderazgo que le habría trasladado el presidente de Ciudadanos.
Práctica común
En esto el partido naranja no ha resultado ser muy diferente de otras formaciones que tienen a gala la celebración de primarias. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, reivindica abiertamente “poder decir cuál es”, en su opinión, ”el mejor proyecto y la mejor candidatura” en unas primarias y de hecho respalda la del exentrenador de baloncesto Pepu Hernández para convertirse en aspirante del PSOE a la Alcaldía de Madrid. El propio Sánchez ha reconocido que es un fichaje suyo.
Es verdad que los militantes socialistas madrileños serán quienes decidan el 9 de marzo, en primera vuelta, y dos semanas después en segunda si ningún aspirante supera el 50% de los votos. Pero a nadie se le escapa que, igual que sucede con Ciudadanos, la opinión del líder del partido tiene una enorme influencia y en este caso al menos está en situación de inclinar la balanza en contra de los otros dos aspirantes, Manuel de la Rocha y Chema Dávila.
La actitud de Sánchez no es nueva. Sánchez ya tomó partido en los procesos de primarias que sirvieron para renovar la dirección de las federaciones socialistas en 2017 y elegir candidatos para las autonómicas de este año apoyando candidatos concretos en Asturias, Madrid, La Rioja, Cantabria, Navarra, Castilla y León, Murcia y Canarias. Y eso que cuando competía con Susana Díaz su equipo defendía todo lo contrario y denunciaba la falta de neutralidad de la comisión gestora presidida por el asturiano Javier Fernández.
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Los ejemplos de este comportamiento, con candidatos apadrinados desde la dirección, también abundan en Podemos. Es el caso de Manuela Carmena, la antigua magistrada a la que Pablo Iglesias en persona impulsó hace cuatro años como candidata a la Alcaldía de Madrid. O de Julio Rodríguez, el exmilitar al que el aparato de Podemos ha promovido hasta situarlo al frente de la Secretaría General del partido en el Ayuntamiento de la capital.
Íñigo Errejón, paradójicamente hoy al frente de otra candidatura —Más Madrid—, también aterrizó al frente de la lista de Podemos como un premio de consolación después de ser derrotado en la pugna que mantuvo con el secretario general de Podemos era la asamblea de Vistalegre 2.
La norma en los procesos orgánicos de la formación morada sigue también esta pauta: un candidato cuenta con el beneplácito del aparato en su pugna con otros aspirantes. Eso fue lo que ocurrió, por ejemplo, en Galicia en octubre, donde Carolina Bescansa fue derrotada por el diputado Antón Gómez Reino, el aspirante oficialista.
La decisión de ser o no candidatos “es de cada uno”, proclamó la semana pasada Albert Rivera. En Ciudadanos “no elijo yo a los candidatos, ni siquiera a mí mismo: hay primarias. Tengo que respetar el proceso”, proclamó muy serio en plena semana de fichajes de exmiembros de otros partidos para reforzar las candidaturas del partido naranja para las próximas elecciones. Entre ellos la expresidenta del Parlamento de Castilla y León y hasta hace cuatro días destacada dirigente del PP en esta comunidad, Silvia Clemente, y del mallorquín Joan Mesquida, que desempeñó varios altos cargos en el Gobierno del PSOE presidido por José Luis Rodríguez Zapatero.