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Cuando la pelota vasca o la 'petanca francesa' quisieron eclipsar los juegos olímpicos nazis de 1936

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Sábado, 18 de julio de 1936. La Ciudad Condal amanece con la vista puesta en el arranque de unos juegos olímpicos que romperán con todo lo establecido hasta el momento. A las cuatro de la tarde del domingo está prevista la ceremonia de inauguración, que culminará con La Santa Espina. Y a las diez de la noche de ese mismo día, la iluminación del estadio, acompañada de todo un despliegue de arte folclórico. Pero ninguno de los dos actos llegará a celebrarse. El golpe de Estado truncó todos los planes. Y condenó a la Olimpiada Popular al olvido. Un evento deportivo surgido como respuesta a la celebración de los Juegos Olímpicos oficiales en la Alemania nazi. Y que, si no se hubiera producido el alzamiento, habría logrado eclipsarlos a golpe de deporte popular y equipos nada convencionales.

Iker Ibarrondo-Merino (Madrid, 1987), doctor en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, recupera ahora esta historia en su libro Memorias del deporte obrero castellano. Castilla ante la Olimpiada Popular antifascista de Barcelona de 1936. Cantabria, Castilla y León, Castilla-La Mancha, La Rioja y Madrid (Editorial Universidad de Salamanca, 2023). La obra es la culminación de una larga investigación que bebe de decenas de archivos, con documentos internos de partidos políticos, sindicatos, sociedades y agrupaciones. Y que se centra, fundamentalmente, en el desarrollo de un deporte obrero que encontró su máxima expresión en aquella Olimpiada Popular de 1936. Especialmente, y de ahí el título, en suelo castellano.

Aquel evento antifascista truncado por la Guerra Civil fue la culminación de la contestación internacional a la designación de la Alemania nazi como sede de los Juegos Olímpicos oficiales. Un movimiento de rechazo que surgió en Estados Unidos alrededor del Committee on Fair Play in Sports y que posteriormente daría el salto a Europa con la creación del Comité Internacional por la Defensa de la Idea Olímpica tras la Conferencia Antifascista Internacional de París de 1935. "[La Olimpiada Popular] fue tanto un boicot a los juegos olímpicos organizados por los nazis como una enmienda a la idea que había sobre lo que debían ser unos juegos olímpicos", explica Ibarrondo-Merino en entrevista telefónica con infoLibre.

Al fin y al cabo, el evento alumbrado rompía con lo establecido en varios aspectos. Primero, señala el investigador, quebraba la idea del "único Estado". En las pruebas, era posible competir tanto en categoría nacional como regional y local. "De esta forma, se abría la posibilidad de participación de más de un equipo nacional por Estado, y competirían Alsacia y Lorena, el Marruecos francés o español, Euskadi, Cataluña, Galicia o un equipo de exiliados judíos", recoge la obra. Así, por poner un ejemplo, Castilla organizó su propia selección, que incluso tenía previsto competir a nivel internacional en lucha grecorromana. Y la de Alsacia llegaría a contar con medio centenar de deportistas en distintas disciplinas, desde el atletismo a la gimnasia.

La participación de la mujer y de los atletas populares

Pero ese no era el único elemento rupturista. Aquellas olimpiadas acababan también con las diferencias entre deporte federativo y popular. "En ellas se permitía la participación tanto de atletas profesionales, incluso medallistas olímpicos, con otros populares", señala Ibarrondo-Merino. Y se promovió la participación de la mujer como uno de los objetivos más importantes. "A las mujeres no se les exigió una marca mínima para poder competir porque se partía de la premisa de que habían sido alejadas del mundo del deporte y que, por tanto, lo que había que hacer era promocionar su participación", resalta el investigador. Una medida de "discriminación positiva" que, según señala, contrastaba con la escasa presencia femenina en los Juegos Olímpicos oficiales.

La organización de este evento, que buscaba combatir la opresión de los pueblos y las razas, fue criticada con gran dureza desde el bloque de la derecha política. "Sobre todo, les preocupaba que Cataluña o Euskadi pudieran competir en categorías", apunta el autor de la obra. Por eso, y a través de sus antenas mediáticas, trataban de ridiculizar la competición: "La calificaban como una olimpiada antiespañola, de judíos y comunistas, o de aficionados". Pero el tesón del Comité Catalá Pro Esport Popular (CCEP) y la Federación Cultural Deportivo Obrera (FCDO), unido al apoyo de diferentes partidos –ERC, PC, PSOE, PSUC, Partido Federal o Izquierda Republicana–, hicieron que la Olimpiada Popular pudiese seguir adelante.

Cuenta Ibarrondo-Merino que el Comité Catalá y la FCDO empezaron sin apoyo institucional de ningún tipo. Hasta que Francesc Parramon, miembro del CCEP, se desplazó a Perpignan y consiguió que el Estado francés pusiera 600.000 francos. Este movimiento facilitaría que el Gobierno de la II República pusiera 400.000 pesetas, mientras que la Generalitat desembolsaría 100.000 más. "Pero también hubo apoyos desde Castilla. Por ejemplo, en Guadalajara o Santander, donde el consistorio contribuyó con dinero", relata el investigador. Así, se fue construyendo poco a poco un proyecto que finalizó con Barcelona como sede. La misma Ciudad Condal a la que Berlín había arrebatado meses antes la organización de los juegos olímpicos oficiales.

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Aquella Olimpiada Popular acabaría mezclando disciplinas tradicionales –atletismo, baloncesto, natación, boxeo o remo– con otros deportes que no se promocionaban en unas olimpiadas oficiales –ajedrez, pelota vasca o boule, un juego de origen francés similar a la petanca–. Y le daría una importancia fundamental a la cultura, organizándose, según detalla Ibarrondo-Merino, "competiciones literarias o de poesía" o exposiciones en una de las salas de Montjuic. De hecho, el folclore iba a tener un papel muy relevante en la apertura de la Olimpiada Popular, con grupos gallegos, asturianos, vascos o castellanos. Habría aizkolaris. Y, por supuesto, música tradicional de los distintos territorios.

Los juegos olímpicos antifascistas estuvieron a punto de ser un gran éxito. La afluencia de deportistas fue enorme. Tanto, que se tuvo que ampliar el calendario inicialmente previsto para su celebración. Se inscribieron cerca de 10.000 participantes –2.000 atletas de delegaciones internacionales y unos 8.000 de la II República–, una cifra que superaba ampliamente a la que se terminaría registrando en Berlín o en las olimpiadas anteriores. En la Ciudad Condal, tanto la comida como el alojamiento eran gratuitos para los deportistas, mientras que se pusieron tarifas especiales para los espectadores. "Si se hubieran llegado a celebrar, hubieran eclipsado a las olimpiadas nazis y hubieran situado a la Segunda República en el mapa del deporte popular y obrero", dice Ibarrondo-Merino.

Un periodo republicano que tuvo un papel clave en el impulso de la actividad física. "Al ser un régimen más garantista y democrático, se fomentó un mayor asociacionismo deportivo", cuenta el investigador. Porque más allá de la Olimpiada Popular, Ibarrondo-Merino dedica parte de la obra a analizar la evolución del deporte a lo largo de la Segunda República. Unos años en los que, explica, se fue expandiendo poco a poco hacia las clases trabajadoras o el entorno rural. Y hacia unas mujeres que aún debían luchar contra aquellas visiones que las vinculaban "a un deporte gimnástico que no alterase su función materna" o que no concebían su participación en aquellos de competición. "Siempre tuvo que pelear contra el orden establecido, incluso en la Segunda República", sentencia.

Sábado, 18 de julio de 1936. La Ciudad Condal amanece con la vista puesta en el arranque de unos juegos olímpicos que romperán con todo lo establecido hasta el momento. A las cuatro de la tarde del domingo está prevista la ceremonia de inauguración, que culminará con La Santa Espina. Y a las diez de la noche de ese mismo día, la iluminación del estadio, acompañada de todo un despliegue de arte folclórico. Pero ninguno de los dos actos llegará a celebrarse. El golpe de Estado truncó todos los planes. Y condenó a la Olimpiada Popular al olvido. Un evento deportivo surgido como respuesta a la celebración de los Juegos Olímpicos oficiales en la Alemania nazi. Y que, si no se hubiera producido el alzamiento, habría logrado eclipsarlos a golpe de deporte popular y equipos nada convencionales.

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