Más que un problema de Estado: la caída de la fecundidad aboca a una pandemia de frustración vital sin solución a la vista

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No es sólo un “problema de Estado”, ni atañe únicamente a la “España vaciada”: es una catástrofe emocional que afecta a toda la sociedad. Un “déficit de autorrealización” que revela un “fracaso en el funcionamiento” del país, en la poco complaciente expresión del catedrático de Sociología de la Universidad de A Coruña Antonio Izquierdo. La caída de la fecundidad y la natalidad en España, fenómeno de largo aliento agudizado por la Gran Recesión y exacerbado por la pandemia, tiene un envés: los datos que muestran que el anhelo de maternidad y paternidad sigue ahí. Y está insatisfecho. El desfase entre los hijos que quieren hombres y mujeres y los que realmente tienen se ensancha. La panemia agranda la grieta. España vive ya en una gran frustración demográfica, que amenaza con sumarse al carrusel de golpes que la juventud lleva más de una década recibiendo.

Crisis demográfica

Los indicadores de una grave crisis demográfica se amontonan. La tasa global de fecundidad, es decir, el número de nacimientos por cada 1.000 mujeres, se quedó en 2019 en su mínimo desde que arrancó la serie en 1975: 34,2. Y eso que elevan el dato los nacidos de madres extranjeras, 49,97. De madres españolas, el dato es de 31,4. Lejos se ven ahora loscasi 79 nacidos por cada 1.000 mujeres de 1976, récord de la serie.

El número de nacimientos se redujo un 3,5% 2019 y el número medio de hijos por mujer se situó en 1,23 (1,59 las extranjeras y 1,17 las españolas). Los nacimientos han descendido un 27,3% en una década. Los datos de la Oficina Estadística Europea (Eurostat) sitúan a España en el furgón de cola de una cincuentena de países. El 1,23 español sólo está por encima del 1,14 de Ucrania y Malta. España está tres décimas por debajo del conjunto de la UE-27 (1,53).

La situación se agravó en 2020. En la primera mitad del año, se registraron 168.047 nacimientos, un 4,2% menos que en el mismo periodo de 2019. A esta situación de partida se suma la pandemia, con un poderoso efecto disuasorio para posibles padres y madres. Los pronósticos de los expertos han comenzado ya a plasmarse en datos. Los nacimientos a partir de nueve meses después del inicio del confinamiento son un 20% más bajos que en los mismos meses de 2019.

Está cayendo un chaparrón sobre un terreno ya mojado.

Realidad y deseo

Los datos de natalidad –nacidos por habitante– y fecundidad –nacidos sobre el número de mujeres en edad fértil– suelen leerse en clave de país. Es decir, como un asunto de supervivencia del Estado o –con enfoque más nacionalista– de continuidad de la línea histórica. Una vez por debajo de 2,1 hijos por mujer, el país está por debajo de la “fecundidad de reemplazo”. Ese es el dato que suele utilizarse como medidor. ¿Quién pagará las pensiones si seguimos por este camino? ¿Cómo compensaremos así el retroceso demográfico de la España vacía? ¿Hasta qué punto puede la inmigración compensar esta tendencia? Es el tipo de cuestiones –enormemente relevantes– que suelen suscitar las cifras.

Pero, ¿qué hay de la insatisfacción que esto provoca, de los proyectos y deseos frustrados? Ahí también hay preguntas y respuestas. Porque los números nos dicen no sólo que tenemos pocos hijos e hijas y que todo apunta a que vamos a tener aún menos, sino que querríamos tener más. Lo dice la Encuesta de Fecundidad del INE.

El número medio de hijos por mujer se situó en 2019 en 1,23. ¿Es eso lo que queremos? No. Casi la mitad de las mujeres de edades comprendidas entre 18 y 55 años –incluidas aquellas que ya son madres– desean tener dos hijos. El porcentaje de las que quieren tener tres hijos ronda el 25%, aunque supera el 27% en las mayores de 35 años. Sumando ambos grupos, casi tres de cada cuatro mujeres quieren tener al menos dos hijos. El porcentaje de mujeres que no desean tener hijos disminuye según aumenta la edad. Del 27% de las menores de 25 años no quiere tenerlos, al 16,7% de las que tienen entre 25 y 29 años. Apenas una de cada 10 mujeres mayores de 30 años no quiere.

No hay grandes diferencias con el número de hijos deseado por mujeres y hombres. La mayor discrepancia se da en el porcentaje de hombres que desean tener tres, que es inferior. La mayoría de los hombres desean tener en total dos hijos (casi la mitad de los que tienen entre 25 y 39 años y más de la mitad para el resto). Por su parte, en torno al 20% de los mayores de 30 años quiere tener tres, frente al 16,1% de los que tienen de 25 a 29 años y el 10,4% de los menores de 25 años. El porcentaje de hombres que no quiere tener hijos también disminuye según aumenta la edad, como sucede con las mujeres. El 32,1% de los menores de 25 años no quiere tenerlos, frente a sólo el 10,2% de los mayores de 40 años. También se observa que el grupo de hombres que quiere tener un solo hijo es relativamente bajo a todas las edades, igual que ocurre con las mujeres.

Una extendida insatisfacción

Ahí está plasmada una extendida insatisfacción, que se observa con mayor claridad aún escudriñando las tablas del INE. Algunos datos. Más de la mitad de las mujeres con más de 40 años que no tienen hijos desearía ser madres. Un 14,4% querría un hijo y un 37,72% dos o más. De entre las que tienen menos de 40 –con más posibilidades de quedarse embarazadas, por lo tanto–, el porcentaje de las mujeres que no tienen hijos y lo desean alcanza el 75,5%. A pesar de las dificultades, el deseo está ahí. El 62,1% de las mujeres sin hijos de entre 30 y 34 años y el 57,5% de entre 35 y 39 años tiene intención de tenerlos en los tres próximos años. Entre los hombres, el porcentaje de aquellos de más de 40 años sin hijos que quiere tenerlos ronda también el 50%. Con menos de 30 años, llega al 68,2%. Entre 30 y 34, el 72,6%. Entre 35 y 39, el 73,1%.

Cabe preguntarse: ¿Cuántos de estos hombres y mujeres verán cumplida su expectativa? El 79,2% de las mujeres de 25 a 29 años aún no ha tenido hijos, con datos de 2018 de la Encuesta de Fecundidad, que probablemente se han agravado y seguirán haciéndoo. El porcentaje se eleva al 88,1% para todas las que tienen entre 18 y 30 años. Más de la mitad de las mujeres de 30 a 34 años (el 52%) no han sido madres.

El desfase es evidente cuando se ve qué responden a la pregunta de cuál es el número de hijos deseados por edades: 2,21 de media con menos de 25 años, 1,98 de 25 a 29, 1,75 de 30 a 34, 1,29 de 35 a 29, 1,2 de 40 a 44, 1,16 con más de 45...

El 42% de las mujeres residentes en España de edades comprendidas entre 18 y 55 años ha tenido su primer hijo más tarde de lo que consideraban ideal. De media, el retraso asciende a 5,2 años.

El 5,4% de las mujeres menores de 55 años se ha sometido a algún tratamiento de reproducción asistida. Este porcentaje aumenta con la edad, y alcanza un máximo del 8,8% en las que tienen entre 40 y 44 años. Son todas cifras del INE.

Pandemia y perspectivas

Sobre una base derrumbada de natalidad y fecundidad, lanzamos ahora el acelerador de fenómenos que ha resultado ser la pandemia, que complica la maternidad y la paternidad no sólo a corto plazo, sino también a medio y largo. Los expertos en demografía, que han acertado su pronóstico sobre una bajada de la fecundidad durante el confinamiento, también prevén efectos que puede marcar a generaciones.

Un estudio publicado por expertos italianos sobre el impacto del covid-19 en los planes de fertilidad de familias europeas señala que es frecuente que las parejas con planes de paternidad los congelado. Atención al dato de España: un 49,5% pospone y un 29,2% abandona.

El antecedente de la Gran Recesión también es indicativo. Un artículo de Diego Ramiro, Francisco J. Viciana y Víctor Montañés concluye que tras la crisis de 2008 la fecundidad se desplomó en las parejas en paro y se vio resentida, aunque no tanto, en aquellas sin trabajo estable. Parece un antecedente a tener en cuenta, dado que el futuro pinta preocupante en el escenario post-covid. El paro juvenil supera el 40%. Según el último decil de salarios del INE, el sueldo medio de los jóvenes de 16 a 24 años se situó en 2018 en 1.091,7 euros, menos de la mitad de lo que cobraron los de 55 y más años (2.205,6 euros). Y eso, antes de la pandemia. Ahora hay previsiones que indican que los sueldos de los millenials se verán lastrados durante 15 años. No es un escenario que invite a la paternidad-maternidad.

A esto se suma el factor psicológico. Diversos estudios han acreditado a lo largo de la pandemia que la magnitud del golpe sobre la juventud es mayor que sobre el resto de capas. La Enquesta sobre l'impacte de la COVID-19: principals resultats referents a la població joven, del Centre d'Estudis d'Opinió, concluye que la población entre 18 y 35 años es el segmento que "más padece por su futuro". Otro estudio, Las consecuencias psicológicas de la COVID-19 y el confinamiento, elaborado por seis universidades, indica que el 49% de las personas de entre 18 y 34 ha experimentado sentimientos depresivos, pesimistas o de desesperanza, con “tendencia a cronificarse”. Según una investigación de Fundación Pfizer y la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, casi un 60% de jóvenes hasta 29 años cree que van a empeorar las oportunidades. Según el CSIC, el estado anímico de los jóvenes está más deteriorado que el del resto.

La situación no favorece la maternidad-paternidad ni material ni anímicamente.

Anhelo familiar

“Que España sea uno de los países del mundo con la fecundidad más baja no significa en absoluto que la gente haya dejado de querer tener hijos. El deseo de una familia sigue ahí y se ve en los datos”, señala la demógrafa y socióloga María Sánchez-Domínguez, profesora de la Complutense. A raíz de la pandemia, viene escuchando teorías, fundadas en la intuición, según las cuales en cuanto se recupere una cierta normalidad habrá un “baby boom”. No será así, prevé la profesora. No lo habrá, dice, porque persisten las condiciones estructurales que lo impiden. Es más, Sánchez-Domínguez cree que la crisis se agravará. “Estoy 100% segura. Sólo hay que ver los datos de desempleo juvenil”, afirma.

A su juicio, sigue sin trabajarse “la raíz del problema”: “un mercado de trabajo precario”. A esto se suma –añade– una frágil red de protección social. “En Suecia, a las mujeres se le dan oportunidades para que concilien. Eso sube la fecundidad, porque la decisión pasa a depender más de las preferencias de las parejas que de los constreñimientos externos. Aquí la educación de 0 a 3 años es fundamental, pero lo cierto es que las guarderías son caras”, explica Sánchez-Domínguez, que considera la ampliación del permiso de paternidad es un “importante paso”, aunque insuficiente. La demógrafa y socióloga cree que la crisis demográfica es una cuestión de Estado que requiere un enfoque multidisciplinar, que abarque trabajo –el área esencial–, pero también igualdad, acceso a servicios públicos, urbanismo...

Dos etapas imprescindibles

Albert Esteve, director del Centre D’Estudis Demográfics de la Universidad Autónoma de Barcelona, huye de un enfoque en clave patriótica de la baja fecundidad y natalidad, para situar el problema en un punto concreto: existe un creciente deseo insatisfecho de paternidad y maternidad. Hay muchos hombres y mujeres que “no lo consiguen”, subraya Esteve, que cree que es un deber de los poderes públicos ponerse a la tarea. ¿Empezando por dónde? Por un hecho clave, que parece obvio pero se olvida: “Los jóvenes que quieren tener hijos a menudo no reúnen las condiciones para ser padres y madres. ¿Qué necesitan? En primer lugar, emanciparse y tener independencia económica. En segundo lugar, tener pareja. Y hacerlo todo a una edad relativamente temprana para que sea viable tener hijos”. El problema es que “se tarda demasiado”.

Un dato: la edad media para el matrimonio y la unión civil se ha retrasado un promedio de tres años en una década, hasta 38,7 años en los hombres y 35,9 en las mujeres.

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El retraso en los pasos previos a la paternidad-maternidad constituye, incide Esteve, un problema genuinamente español. “Los suecos o los franceses o lo estadounidenses no quieren tener más hijos que nosotros, pero lo consiguen más, sea porque tienen una tasa de desempleo bajo y acceso para los jóvenes a un empleo suficiente para llenar el bolsillo, como en Estados Unidos, o porque tienen un mercado laboral mejor que el nuestro pero además unas políticas públicas de apoyo, como Suecia o Francia”, explica.

“La clase política ha tirado la toalla ante los problemas estructurales. Si se pusiera un remedio al desempleo y la precariedad juvenil, tendría un efecto dominó”, señala el demógrafo, que también defiende las medidas para “facilitar la emancipación de los jóvenes y el acceso a la vivienda”, así como una educación de 0 a 3 años “gratuita y universal”. Esteve ve el “cheque-bebé” como un “brindis al sol”, porque va dirigido a las parejas que ya han conseguido pasar las dos fases imprescindibles para lanzarse: independencia y pareja.

Hay en la sociedad un “déficit de autorrealización” que da la medida de un “fracaso en el funcionamiento de nuestra sociedad”, asegura el catedrático de Sociología de la Universidad de A Coruña Antonio Izquierdo en un artículo en La Voz de Galicia. “Dicho sin adornos: las parejas tienen menos hijos de los que quisieran, simple y llanamente, porque no pueden tenerlos. Cuanto mayor sea la distancia entre el número de hijos deseado y el realizado, mayor es la grieta social” añade. En conversación con infoLibre, Izquierdo coincide con Esteve y Sánchez-Domínguez en que la política no se está ocupando de la crisis demográfica, que a su juicio reclama planificación a largo plazo y ejecución paciente. “Los tiempos de la demografía no se ajustan a los tiempos de las elecciones”, desliza. A su juicio, la baja fecundidad tiene explicaciones que trascienden la economía y alcanzan el ámbito del cambio de valores y la transformación de las relaciones. Pero, a la hora de atacar el problema, las recetas que menciona son socioeconómicas: conciliación, igualdad de género, empleo “medianamente estable”... “La igualdad es importante, la estructura productiva también. El objetivo debe ser evitar frustración y conseguir que la fecundidad real y la deseada estén los más próximas posibles”, afirma.

No es sólo un “problema de Estado”, ni atañe únicamente a la “España vaciada”: es una catástrofe emocional que afecta a toda la sociedad. Un “déficit de autorrealización” que revela un “fracaso en el funcionamiento” del país, en la poco complaciente expresión del catedrático de Sociología de la Universidad de A Coruña Antonio Izquierdo. La caída de la fecundidad y la natalidad en España, fenómeno de largo aliento agudizado por la Gran Recesión y exacerbado por la pandemia, tiene un envés: los datos que muestran que el anhelo de maternidad y paternidad sigue ahí. Y está insatisfecho. El desfase entre los hijos que quieren hombres y mujeres y los que realmente tienen se ensancha. La panemia agranda la grieta. España vive ya en una gran frustración demográfica, que amenaza con sumarse al carrusel de golpes que la juventud lleva más de una década recibiendo.

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