Pedro Sánchez. A él le confía el PSOE todo el poder en el 39º Congreso Federal que se celebra este sábado y domingo en Madrid. El secretario general, elegido por el 50,26% de la militancia el pasado 21 de mayo, volverá así al puesto de mando de Ferraz con más legitimidad que en 2014, un margen de acción mucho mayor, con menos contrapesos internos y con dos objetivos en mente: lograr la paz en el partido tras una época convulsa y recuperar terreno en las encuestas y en las urnas. Sus críticos, mientras tanto, darán un paso atrás y le dejarán hacer. Para bien o para mal, la suerte del PSOE dependerá en gran medida de un solo hombre: Pedro Sánchez.
El Sánchez de 2014 no es el mismo que el Sánchez de 2017. Lo dice él, pero también lo señalan los hechos. Su primera llegada a la Secretaría General fue fruto de una maniobra del aparato encabezada por Susana Díaz, que necesitaba encumbrar a un candidato que batiera a Eduardo Madina. Sánchez se prestó a ello, y rápidamente pasó de desconocido a líder. La presidenta andaluza tuteló su ascenso, colocó a personas de su confianza en la Ejecutiva y le señaló el camino. El experimento no funcionó: el pacto se rompió, ambos se distanciaron y la tensión creció sin parar hasta (casi) hacer saltar por los aires el partido en el Comité Federal del 1 de octubre de 2016.
Aquella noche muchos dieron a Sánchez por muerto. También algunos de sus afines. Él mismo albergó dudas. Después vino la abstención del PSOE en la investidura de Rajoy, y él dejó su escaño. Tras meses de reflexión, se echó a la carretera presentándose como "líder derrocado" –con esas palabras se definió a sí mismo insistentemente en la campaña de las primarias–. Su mejor carta fue ese relato que sus rivales –liderados por Díaz– no supieron contrarrestar: el del número uno traicionado por su propia organización para entregar el Gobierno al PP a cambio de nada. Logró sacar partido a la ola de enfado que se extendió entre la militancia, y se alzó con una contundente victoria entre las bases.
Más poder y menos contestado
Fruto de su victoria contra la mayor parte de cargos orgánicos, Sánchez tiene una autoridad muy superior a la de 2014, debe menos favores que entonces y puede hacer y deshacer a su antojo. Un ejemplo: de la antigua dirección del PSOE apenas ha salvadoa media docena de miembros para la Ejecutiva que se aprobará el domingo, de la que ha dejado fuera a los barones. De hecho ya se conocen la mayoría de nombres que estarán en la cúpula, algo infrecuente en los congresos socialistas: la noche de los sábados solía servir para las negociaciones con las que se completaba el puzle de la ejecutiva. Ahora no hace falta. Los nombres clave serán los de Adriana Lastra, vicesecretaria general, y José Luis Ábalos, secretario de Organización. Sánchez, además, quiere rodearse de un grupo con el que trabaje cómodamente, y que podría ser más reducido que el de la anterior dirección, donde había 38 miembros.
En el congreso de este fin de semana el secretario general tiene garantizado el voto de más de la mitad de los delegados, así que podrá modificar a su gusto la ponencia marco del cónclave. En su proyecto hay cambios –incluidos varios guiños a la izquierda– con respecto a la hoja de ruta política y económica que diseñaron, por encargo de la gestora, Eduardo Madina y José Carlos Díez, pero sobre todo habrá novedades en el terreno orgánico: Sánchez dará más peso a la militancia en detrimento de barones y órganos del PSOE como el Comité Federal, que verán reducidos sus poderes, y sacará adelante medidas que en cierta medida lo blindarán en el poder.
Entre los cambios figura, por ejemplo, que el secretario general no pueda ser cesado por el Comité Federal. Un eventual sector crítico tendría no sólo que reunir más de la mitad de los votos en ese órgano, sino también ganar una consulta posterior a la militancia. Sánchez limitará el mandato de las gestoras federales a tres meses, extenderá las primarias para la elección de candidatos electorales, consultará a las bases los pactos de Gobierno y dará a los afiliados capacidad de elegir directamente a parte de los miembros del Comité Federal, máximo órgano entre congresos. La composición del comité se renueva parcialmente este domingo, y Sánchez se hará también con la mayoría. Eso sí, a diferencia de la ejecutiva, que será de su entera confianza, aquí sí habrá integración, como reclamaron sus rivales. O esa era al menos la voluntad confesada por los sanchistas.
Cataluña, tema pendiente
Este fin de semana, además, Sánchez dará un nuevo giro a la posición del partido en el debate catalán. El PSOE seguirá oponiéndose a un referéndum de independencia –de hecho, el secretario general telefoneó a Rajoy a la semana de ganar las primarias para reiterarle que los socialistas estarán siempre del lado de "la ley"–, pero adoptará un discurso más amable: además de la conocida propuesta de reformar la Constitución en clave federal, Sánchez abogará por perfeccionar el reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado. Está por ver en qué se concreta la propuesta, que para los sanchistas cabe en la Declaración de Granada, aprobada por el PSOE en 2013. El secretario de Organización del PSC, Salvador Illa, afirmó este viernes que espera que el nuevo planteamiento sirva para desbloquear la situación en Cataluña con un "nuevo pacto".
Precisamente vinculados a la cuestión de la política territorial –siempre peliagudo en el PSOE– ha hecho Sánchez los dos únicos gestos de integración que se conocen hasta ahora: a Patxi López, quien fuera su rival en las primarias, le ha ofrecido el área de Política Federal de la Ejecutiva. El vasco se lo pensó largamente y acabó aceptando. Y al barón extremeño, Guillermo Fernández Vara, le ha concedido la Presidencia del Consejo de Política Federal, órgano donde el secretario general se reúne con los barones. De momento no hay más. El sector que apostó por Susana Díaz dejará vía libre al secretario general para rodearse de colaboradores de confianza y definir su hoja de ruta: si las cosas salen mal, explican, al menos nadie podrá echarles la culpa.
La paz y los votos
En esta misma línea, y a diferencia de lo que marca la tradición socialista, la anterior dirección del partido –la comisión gestora– se ha desentendido del Congreso Federal y no hará acto de presencia. Su presidente, el asturiano Javier Fernández, renunció a presentar un informe de gestión. La apertura correrá a cargo de Luis Tudanca –secretario general del PSOE en Castilla y León–, y de representantes de sindicatos, ONG y asociaciones. Sánchez se reserva para la clausura, el domingo, cuando ya hayan quedado zanjados todos los debates y estén ganadas las votaciones. Será entonces cuando aparezca en un pabellón de Ifema, el recinto ferial de Madrid donde Susana Díaz presentó su candidatura a las primarias, ante 8.000 militantes.
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A partir de entonces sus retos serán la paz interna y la remontada del partido. La pacificación del PSOE pasa, además de por un Congreso Federal tranquilo, por un final también favorable en los congresos de las distintas federaciones, que se celebrarán en septiembre como tarde. La incógnita es cómo son capaces de convivir los presidentes autonómicos que respaldaron a Susana Díaz con la nueva dirección de Ferraz y si los afines a Sánchez darán la batalla por controlar algunas federaciones. En algunos territorios, como Asturias, Canarias y Galicia, el relevo será obligado, bien porque los actuales dirigentes han manifestado que no repetirán, bien porque ahora mismo hay una gestora.
El segundo desafío es recuperar terreno electoral, porque el PSOE lleva perdiendo votos de forma ininterrumpida desde 2011. Hoy tiene aproximadamente la mitad de los apoyos con los que en 2008 ganó unas generales por última vez. Por ahora las encuestas señalan un ascenso de los socialistas, pero Sánchez deberá lograr que vaya más allá de algo coyuntural. Sus colaboradores creen que, para ello, lo fundamental es construir un proyecto sólido que demuestre que el PSOE es la alternativa del Gobierno al PP. "Somos la izquierda real, la izquierda de Gobierno. "Este fin de semana este partido pone rumbo a la Moncloa", dijo este viernes Adriana Lastra. Al menos en las formas, el partido rebajará la beligerancia hacia Podemos y se abrirá a acuerdos con la izquierda en el Congreso de los Diputados.
En la Cámara baja no estará Sánchez, que deberá buscar formas para hacer oposición sin escaño. Sus afines les restan importancia: "Da una rueda de prensa y viene todo el mundo, hay muchas formas de atraer el foco", comenta un miembro de la nueva dirección, que se reunirá previsiblemente el lunes para nombrar a los nuevos portavoces en el Congreso, el Senado y el Parlamento Europeo. Como rostro visible en la Cámara baja suena con insistencia el nombre de Adriana Lastra, aunque no está aún confirmado. El martes, en principio, el secretario general se reunirá con el grupo parlamentario por primera vez desde que ganara las primarias, y echará a andar definitivamente el que los sanchistas han bautizado como "nuevo PSOE".
Pedro Sánchez. A él le confía el PSOE todo el poder en el 39º Congreso Federal que se celebra este sábado y domingo en Madrid. El secretario general, elegido por el 50,26% de la militancia el pasado 21 de mayo, volverá así al puesto de mando de Ferraz con más legitimidad que en 2014, un margen de acción mucho mayor, con menos contrapesos internos y con dos objetivos en mente: lograr la paz en el partido tras una época convulsa y recuperar terreno en las encuestas y en las urnas. Sus críticos, mientras tanto, darán un paso atrás y le dejarán hacer. Para bien o para mal, la suerte del PSOE dependerá en gran medida de un solo hombre: Pedro Sánchez.