Hace sólo tres meses, Carles Puigdemont era sólo una pieza en una complicada partida de ajedrez que incluía su salida del tablero una vez celebrado el referéndum por la independencia de Cataluña. Artur Mas, el hombre fuerte del PDeCAT, la antigua Convergència, le eligió como sucesor para guiar el procés por dos razones: su compromiso inequívoco con el independentismo y, precisamente, su falta de ambición política. No tenía intención alguna de dar continuidad a su carrera más allá de la misión que le fue encomendada: conducir Cataluña, contra viento y marea, hacia la autodeterminación.
En ese contexto, con un PDeCAT debilitado y sin liderazgo —los jueces inhabilitaron a Mas en marzo—, todos los estudios de intención de voto pronosticaban a la antigua Convergència un horizonte electoral desolador y al mismo tiempo predecían un triunfo histórico de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), entonces con Oriol Junqueras en la vicepresidencia de la Generalitat.
Ahora, Puigdemont ha conseguido dar la vuelta a la situación. Su decisión de abandonar España para evitar ser encarcelado y, sobre todo, su disposición a asumir el liderazgo del independentismo en una lista unitaria o al frente de una candidatura impulsada por su partido han cambiado el panorama por completo.
En vez de retirarse, como estaba previsto, no sólo se puso a salvo de la justicia española huyendo a Bélgica sino que con su autoexilio consiguió llamar la atención sobre Cataluña de la opinión publica internacional, especialmente la europea, y se aseguró un altavoz del que carece su máximo rival en el escenario independentista, Oriol Junqueras, encarcelado en la prisión madrileña de Estremera desde hace cinco semanas. El president en el exilio, como se presenta a sí mismo, consiguió además imponer su propio criterio al PDeCAT —después de que Esquerra se negase a repetir la experiencia de JunstxSí— y diseñar a la medida de sus deseos una candidatura presidencial en la que su partido apenas tiene representación y que está plagada de referencias independentistas y de su estricta obediencia personal. `
Su presencia en Bruselas, la capital de la Unión Europea, acompañado de cuatro consellers también destituidos por el Gobierno de Mariano Rajoy y de un aparato político cada vez más nutrido dedicado a darle apoyo logístico y sostener la imagen de un Govern en el exilio, le ha convertido en el símbolo del bloque social que el 1 de octubre intentó votar la independencia de Cataluña. Y, como reflejan las encuestas, está atrayendo cada vez más votos de esa mitad de ciudadanos partidaria de la ruptura con España, en perjuicio de ERC, que desde la intervención de la autonomía catalana por medio del 155 y el ingreso en prisión de su líder, está teniendo serias dificultades para hacer frente a la estrategia de Puigdemont.
La puesta en escena está contribuyendo decisivamente a su objetivo de convertir las elecciones del 21D, al menos para el independentismo, en un plebiscito personal. Primero, con un acto en el que una nutrida representación de los alcaldes catalanes —del PDeCAT, es verdad, pero también de ERC y la CUP— acudió as Bruselas a mostrarle no sólo su apoyo sino a declarar con solemnidad que Puigdemont es el único president al que están dispuestos a reconocer.
“El muy honorable president de la República”
Segundo, con una marcha multitudinaria, la que este jueves llevó a la capital belga a decenas de miles de ciudadanos, convocada para llamar la atención de las instituciones comunitarias pero que acabó convirtiéndose —con el concurso de Esquerra y de las organizaciones civiles independentistas, ANC y Òmnium Cultural— en una manifestación de adhesión al “muy honorable president de la República”, título con el que fue ovacionado por los presentes. Entre ellos la secretaria general de ERC, Marta Rovira, a la que el protocolo del acto situó en situación de subordinación a Puigdemont. Precisamente cuando su partido pelea por frenar la fuga de votos hacia JuntsxCat.
A este desplazamiento del centro de gravedad electoral del independentismo desde Esquerra hacia Puigdemont también habría contribuido, según algunos analistas, la sensación de marcha atrás que ha dado ERC al admitir que la proclamación de la república no se llegó a producir y asumir que se trata de un objetivo todavía pendiente. Esa posición contrasta, especialmente a los ojos de los independentistas que en septiembre y octubre se movilizaron en defensa de la república catalana, con la nítida expresión de Puigdemont y los suyos: la república existe y sólo falta desarrollar las previsiones legales derivadas del referéndum del 1 de octubre. Un discurso que coincide además con las posiciones que defienden las organizaciones civiles que desde hace dos años son la columna vertebral del procés.
Del éxito de la estrategia de Puigdemont da idea la encuesta encargada por El Periódico y publicada hace dos días, que situaba a Junts per Catalunya, la lista de president, en empate técnico con ERC. Y aún faltan trece días de campaña. La esperanzas de que Junqueras saliera de prisión y tomase el timón de Esquerra para intentar sobrevivir a la tormenta se desvanecieron el lunes con la decisión del Supremo de rechazar el recurso que pedía su puesta en libertad.
Así las cosas, no es de extrañar que esté cundiendo la preocupación en las filas de Esquerra. La formación republicana ya se está planteado una doble estrategia con la que hacer frente a su punto más débil —la ausencia obligada de Junqueras— y atacar el más fuerte de Puigdemont —la supuesta "ficción" de que puede volver a ser president de la Generalitat—.
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En los próximos días Esquerra pretende movilizar a sus candidatos, entre ellos a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, para dar una imagen “más coral” y diluir el protagonismo de Marta Rovira. La secretaria general de ERC, cabeza visible de la organización como consecuencia de la peripecia judicial del líder republicano, carece de la proyección y la influencia social de su número uno y eso también está lastrando el eco electoral del partido. Así que sacar al escenario a otros protagonistas, especialmente a Forcadell, la mujer que junto a Puigdemont se convirtió en el símbolo del desafío al Gobierno español, esperan que dé resultado y ayude a frenar el trasvase de votos hacia JuntsxCat. Tras pasar un día en prisión y dudar durante algún tiempo si aceptaba volver a ser candidata, Forcadell dio el 'sí' a ERC pero pidió no participar en mítines. En principio, el próximo domingo se verá obligada a romper esa idea de permanecer en un segundo plano.
La segunda idea que ERC se plantea desarrollar en los próximo días tratará de desmentir la idea de que Puigdemont va a volver a ser president, un planteamiento que está en el núcleo de la estrategia de JuntsxCat. De hecho, su programa y sus mensajes de campaña descansan sobre ella: no se trata de elegir un president (“ya tenemos uno”, sostienen) sino de reforzar el resultado del 1-O. La candidatura impulsada por el PDeCAT se compromete a “restaurar” a Puigdemont como president de Cataluña para después desarrollar la república catalana en los términos establecidos por la Ley de Transitoriedad.
Los republicanos se proponen interpelar a Puigdemont para que admita que no será president porque con toda probabilidad se lo va a impedir el itinerario judicial que le espera si decide regresar a Cataluña. Así que, como ya hizo Junqueras señalando a Rovira como su sustituta en una hipotética investidura, le pedirán que aclare quién será el candidato o candidata que JunsxCat presentará a la Presidencia de la Generalitat. Pero en ERC saben que es delicado "pinchar ese globo del Puigdemont presidente" y, desde luego, temen que el president destituido no vaya a entrar en absoluto a ese trapo y mantenga su campaña personalista.
Hace sólo tres meses, Carles Puigdemont era sólo una pieza en una complicada partida de ajedrez que incluía su salida del tablero una vez celebrado el referéndum por la independencia de Cataluña. Artur Mas, el hombre fuerte del PDeCAT, la antigua Convergència, le eligió como sucesor para guiar el procés por dos razones: su compromiso inequívoco con el independentismo y, precisamente, su falta de ambición política. No tenía intención alguna de dar continuidad a su carrera más allá de la misión que le fue encomendada: conducir Cataluña, contra viento y marea, hacia la autodeterminación.