De la reforma laboral a la guerra y el Sáhara: los 30 días en los que Sánchez le perdió el miedo a las urnas

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La guerra le da una vuelta de tuerca a la legislatura. Otra más. En tan solo 30 días, los que separan la votación de la reforma laboral del anuncio del presidente de enviar armas a Ucrania, el PP saltó por los aires, se pactó el primer gobierno con la ultraderecha en Castilla y León, quedó patente el distanciamiento entre Yolanda Díaz y Podemos y volvió la guerra a Europa. Además, este mismo viernes se dio un giro a favor de las posiciones de Marruecos en el delicadísimo asunto del Sáhara. Un tsunami de acontecimientos con algunas consecuencias ya palpables y otras todavía impredecibles pero del que, coinciden casi unánimemente dentro y fuera del Gobierno, el principal fortalecido parece ser, a día de hoy, Pedro Sánchez. Algo que todo el mundo percibe incluso en la actitud del presidente. 

Cuando el 2 de febrero por la tarde la presidenta del Congreso llama a votar la reforma laboral, el Gobierno de coalición se dispone a vivir uno de los momentos más delicados de su mandato. Aún faltan diez días para las elecciones en Castilla y León y casi todas las encuestas alimentan todavía la hipótesis de una amplísima victoria electoral del PP, un escenario que además alienta el adelanto electoral en Andalucía para terminar de redondear el capítulo de éxitos de Pablo Casado y de malas noticias para el PSOE. Para colmo, la traición de los diputados de UPN en la votación de esa tarde lleva al Ejecutivo a ver pender de un hilo una de sus medidas estructurales de la legislatura. 

Pero esa misma tarde del 2 de febrero llega el punto de inflexión que siempre le despeja de nubarrones el horizonte a Pedro Sánchez. Esta vez ocurre en casa de un diputado del PP por Cáceres. Alberto Casero, indispuesto, se equivoca al votar telemáticamente y su error acaba rescatando la reforma laboral y salvando al Gobierno de un estrepitoso fracaso. Los populares se enredan durante días alimentando el fantasma de un surrealista pucherazo. Comienza oficialmente el calvario de Pablo Casado. 

El 13 de febrero el PP cosecha el peor resultado de su historia en Castilla y León y obtiene una pírrica victoria que le condena a negociar un gobierno con Vox. Seis días después, Génova salta por los aires por el enfrentamiento abierto entre el propio Casado y la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, con acusaciones cruzadas de espionaje y de corrupción. El PP sacrifica a su líder y lo sustituye por Feijóo. 

Mientras, Sánchez observa atentamente el desmoronamiento de la oposición desde la Moncloa y el 23 de febrero anuncia: “No vamos a adelantar las elecciones. Se convocarán cuando correspondan y los partidos competiremos en base a los méritos y no a las debilidades”, dijo solemnemente en el Congreso el día de la despedida de Casado para espantar los fantasmas de la conveniencia de una cita electoral ante la incomparecencia del principal rival. Pero aún no había estallado la guerra. 

El estallido de la guerra

De hecho, los bombardeos de Rusia sobre Ucrania empiezan justo al día siguiente, 24 de febrero. El Gobierno español muestra su rotunda condena a la invasión de Putin y su solidaridad con el pueblo ucraniano. Se anuncia el envío de material humanitario y se defiende que cualquier envío de armas a Ucrania se haga de manera coordinada en el seno de la UE y no unilateralmente. El lunes 28 Sánchez convoca a una reunión en la Moncloa a todos los ministros de Unidas Podemos con la vicepresidenta, Yolanda Díaz, al frente. Y se consensúa esa estrategia: España no enviará armas directamente a la resistencia ucraniana aunque sí participará económicamente en el fondo europeo. El propio presidente reafirma esa postura en una entrevista en TVE el mismo lunes por la noche. 

Menos de 24 horas después, se retracta. Sánchez llama a Yolanda Díaz y el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, a la líder de Podemos, Ione Belarra. España sí enviará armas a Ucrania como la mayor parte de países europeos y se anunciará solemnemente en el Congreso al día siguiente. La vicepresidenta segunda muestra su respaldo explícito a la medida. Podemos se desmarca y se refiere a su socio como uno de “los partidos de la guerra”. La fractura en Unidas Podemos se escenifica a ojos de todo el mundo. Sánchez recalca que la voz del Ejecutivo es sola una y que la política exterior la marca él, y hace un llamamiento para que todo el mundo se sitúe “en el lado bueno de la historia” frente a Putin y al lado del pueblo ucraniano. Han pasado justo 30 días desde que se votó la reforma laboral y el cambio de paradigma en la legislatura es absoluto. 

“Se le nota empoderado, como venido arriba en el discurso y en el tono tras el derrumbe del PP y con la oportunidad que le está brindando la guerra de reforzar su liderazgo”, reflexiona un diputado que es socio parlamentario del Ejecutivo. La sensación generalizada dentro y fuera del Gobierno es parecida. “En tiempos tan convulsos la gente necesita certidumbres y eso ahora mismo solo lo aporta Pedro Sánchez”, analizan desde la parte socialista de la coalición. En Podemos se muestran especialmente críticos con lo que consideran un claro cambio de actitud del presidente: “La guerra está permitiendo que el PSOE estire la cuerda hasta límites insospechados”, señalan desde la dirección morada sin ocultar que preferirían que Yolanda Díaz entrase más al cuerpo a cuerpo con el presidente. 

Más gasto militar y alineados con Marruecos

A la rectificación del envío de armas se sumaron esta semana dos capítulos más de decisiones unilaterales del presidente que tensan aún más las relaciones con sus socio de Gobierno: el lunes, en una entrevista en La Sexta, anunció que España aumentará su gasto militar como consecuencia de la guerra y en consonancia con los estándares que plantea la OTAN, en torno a un 2% del PIB. El viernes por la tarde, el Gobierno cambió de un plumazo la política exterior española de los últimos 25 años respecto al conflicto del Sáhara apoyando expresamente a Marruecos y rompiendo su neutralidad. Lo hizo vía comunicado y sin anunciarlo previamente ni a Yolanda Díaz ni a nadie de Unidas Podemos, donde consideran esta actitud como “poco leal” al tratarse de un asunto de especial sensibilidad. En el Gobierno se limitan a recordar que es el presidente quien marca la política exterior española, y fuentes de Exteriores añaden que el ministro Albares habló el mismo viernes con Yolanda Díaz.

Tanto en Unidas Podemos como en otros grupos parlamentarios socios del Ejecutivo se empieza a recelar del cambio de actitud del presidente. “Hasta ahora siempre había sido muy cuidadoso con los socios a la hora de tomar decisiones importantes para que pudieran ser respaldadas. Ahora es como si hablara desde una posición de fuerza porque está convencido de que el problema lo tiene quien no le siga”, razona otro alto cargo político de una fuerza aliada de los socialistas. 

"Yo quiero acabar la legislatura"

¿Significa eso que Sánchez piensa en elecciones? En Moncloa se muestran rotundos: “Absolutamente no. La legislatura está blindada”, afirman. En Unidas Podemos tampoco se plantean que los planes del presidente pasen ahora por una convocatoria electoral, aunque también hay quien analiza los últimos movimientos como una invitación a que sean ellos quienes abandonen el Ejecutivo. 

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Dentro del propio Gobierno también hay algo que tiene claro todo el mundo: la sensibilidad extrema de Pedro Sánchez respecto a las decisiones de política internacional como la guerra o la relación estratégica con Marruecos y su aversión a que se formen líos domésticos sobre estos asuntos en el seno de su propio Consejo de Ministros. Nadie contempla, por ejemplo, que el presidente del Gobierno esté dispuesto a asumir en el futuro capítulos parecidos al de las acusaciones de “partido de la guerra”. "Eso no va a volver a pasar", dicen desde el Ejecutivo.

Lo cierto es que, aunque nadie es capaz de atreverse a hablar de un adelanto electoral inminente, el contexto es radicalmente distinto al de hace solo un mes. Sánchez siente el respaldo mayoritario de la opinión pública en su gestión de la crisis de Ucrania y la oposición sigue en pleno proceso de reinvención tras el cambio de liderazgo y, quién sabe, si de estrategia política. Además, una de las principales razones expuestas para agotar la legislatura siempre fue la de una recuperación económica a medio plazo de la mano de los fondos europeos, un escenario muy difuminado hoy en día por las imprevisibles consecuencias de la guerra. 

Lo que parece claro, en cualquier caso, es que los motivos que hace poco más de 30 días pudieran hacer temer a Pedro Sánchez un adelanto electoral han desaparecido. En la entrevista de La Sexta del pasado lunes, preguntado por si agotará o no el mandato, contestó: “Yo quiero”. Un veterano del Congreso muy seguidor de la trayectoria del presidente reflexiona: “Siempre había dicho que lo haría y ahora solo dice que quiere. Querer no es exactamente lo mismo que hacer. Es descender un peldaño”, concluye. 

La guerra le da una vuelta de tuerca a la legislatura. Otra más. En tan solo 30 días, los que separan la votación de la reforma laboral del anuncio del presidente de enviar armas a Ucrania, el PP saltó por los aires, se pactó el primer gobierno con la ultraderecha en Castilla y León, quedó patente el distanciamiento entre Yolanda Díaz y Podemos y volvió la guerra a Europa. Además, este mismo viernes se dio un giro a favor de las posiciones de Marruecos en el delicadísimo asunto del Sáhara. Un tsunami de acontecimientos con algunas consecuencias ya palpables y otras todavía impredecibles pero del que, coinciden casi unánimemente dentro y fuera del Gobierno, el principal fortalecido parece ser, a día de hoy, Pedro Sánchez. Algo que todo el mundo percibe incluso en la actitud del presidente. 

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