Mientras los países de su entorno giran a la derecha, la victoria del laborismo ha convertido a Reino Unido en un rara avis europeo y ha reabierto un viejo debate que sigue de actualidad en media Europa: la posición que deben tomar los partidos de la derecha tradicional cuando aparece un competidor mucho más radical.
Hasta ahora, los tories habían contenido a la extrema derecha en Reino Unido, asumiendo algunos de sus posicionamientos con respecto, por ejemplo, a la inmigración. Pero, a la vez, garantizaban la estabilidad de una democracia sana, en la que se obliga a dimitir a un primer ministro por mentir en el parlamento o en la que se aceptan sin ambages las derrotas electorales.
Cómo relacionarse con la ultraderecha
El dilema para el Partido Conservador hoy es el siguiente: refundarse para mantenerse en una posición más moderada o acercarse (aún más) a un discurso nacionalpopulista, euroescéptico, negacionista y xenófobo en el que el gran impulsor del Brexit y recién llegado a la Cámara de los Comunes, Nigel Farage, es el rey.
Tras la debacle electoral del partido que ha liderado Reino Unido durante los últimos catorce años, el ultraderechista ha conseguido colarse al octavo intento en el Parlamento británico, obtener cinco escaños y situar a su formación, el Partido Reformista (Reform UK), en segunda posición en casi cien circunscripciones del norte de Inglaterra.
Cómo relacionarse con la ultraderecha es una cuestión crucial para el futuro de las formaciones de derecha tradicional europea. En Francia, hemos visto cómo demócratas progresistas y conservadores se unían en un frente republicano contra la extrema derecha, pero en España, el Partido Popular se sigue moviendo entre dos aguas sin saber muy bien qué hacer con respecto a Vox, primero, y al partido del agitador ultra Alvise, después.
Por un lado está la presión hacia los postulados más extremistas de una Isabel Díaz Ayuso que abraza a Javier Milei y por otro los bandazos de Alberto Núñez Feijóo, que esta misma semana acudía a un podcast ultra que da pábulo a teorías de la conspiración.
Otro líder bufón
Nigel Farage ha sido estos meses uno de los críticos más duros contra el ya ex primer ministro Rishi Sunak por su estrategia fallida de deportaciones de inmigrantes a Ruanda y ha calificado de “invasión” la llegada de nuevas personas a Reino Unido. La inmigración es una de sus grandes banderas y puede hacer mucho ruido e influir en el Partido Conservador desde el altavoz que le otorga el parlamento británico.
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Farage representa a la perfección un tipo de político del que habla el ensayista francés Christian Samon en su último libro, La tiranía de los bufones. En él, explica cómo la desmesura y la burla se han normalizado en la vida política a través de políticos “bufones o payasos” como Trump, Bolsonaro o Milei. Líderes populistas reaccionarios que no tienen ningún problema en llegar al poder aupados con mentiras. Como hizo el propio Farage en la campaña del referéndum del Brexit con la cifra falsa del dinero que supuestamente se llevaba la Unión Europea.
Los peligros de asumir el discurso
Esta semana, el expremier Boris Johnson, otro político bufón, publicaba un artículo en el Daily Mail con diez consejos para que su partido pueda volver al poder lo antes posible. Lejos de mostrar moderación y culpando a Farage de su derrota, recomendaba al próximo líder mucha más mano dura con la inmigración, criticar duramente y desde el principio un posible acercamiento de Keir Starmer a la UE y oponerse ferozmente a medidas sociales en el ámbito laboral.
Esta nueva legislatura en Reino Unido demostrará si le hacen caso o no y el efecto que tiene la entrada de Farage en Westminster, pero con la extrema derecha más fuerte que nunca en Francia y en la Unión Europea, deberían ser conscientes del peligro de jugar a dos bandas con este tipo de populismo y la crisis social y política que pueden generar si se dejan seducir por una deriva reaccionaria que amenaza los cimientos de todo el continente.
Mientras los países de su entorno giran a la derecha, la victoria del laborismo ha convertido a Reino Unido en un rara avis europeo y ha reabierto un viejo debate que sigue de actualidad en media Europa: la posición que deben tomar los partidos de la derecha tradicional cuando aparece un competidor mucho más radical.