Ocho medallas. Tres bronces, cuatro platas y un oro. Ese es el titular que, al menos de momento y al menos en España, han dejado los Juegos Olímpicos de Tokyo. Pero solo en términos meramente deportivos. Si miramos más allá, estas olimpiadas tan atípicas —se celebran un año después de los previsto y sin una sola persona en las gradas— también están dejando titulares que a priori nada tienen que ver con el deporte. La gimnasta Simone Biles abrió el debate de la salud mental; el saltador Tom Daley quiso reivindicarse como homosexual y, a la vez, romper los estereotipos masculinos; las jugadoras noruegas de voleibol y las gimnastas alemanas protestaron contra la sexualización de las deportistas... La lista es larga. Y las reivindicaciones, aunque no se dirijan únicamente a lo deportivo, apuntan directamente a un ámbito en el que la igualdad de género, el respeto al colectivo LGTBI o la desaparición de los estereotipos férreos continúa lejos. Más, si cabe, que en el resto de la sociedad.
"Ahora tengo que centrarme en mi salud mental. Ya no confío en mí tanto, quizás me esté haciendo mayor. No solo somos deportistas. Al final del día somos personas y tenemos que dar un paso atrás. Creo que hablar, decirlo todo, ayuda. Son los Juegos Olímpicos y si no estás al 100 o al 120% al final del día te tienen que sacar en una camilla, porque acabarás haciéndote daño a ti misma". Cabizbaja, tras su ejercicio de salto, la estadounidense Biles —que tiene 19 títulos de campeona mundial y 25 medallas en campeonatos mundiales— confesaba que no se retiraba de la competición por una lesión. "No estaba lesionada. Bueno, sí, se me había lesionado el orgullo", dijo. No fue físico, fue mental. "Muchas veces siento de verdad como si cargara sobre mis hombros el peso del mundo. Hago como si nada y hasta parece que la presión no me afecta pero, narices, a veces es demasiado difícil", publicó en su Instagram. Según ha anunciado este lunes, está preparada para competir este martes en la final de barra de equilibrio.
Biles levantó la alfombra de un problema que no ha sufrido ella sola. Y que no solo ella ha confesado. El nadador Michael Phelps —con 28 medallas— aseguró haber sufrido "tres o cuatro" episodios de depresión. "Llegué a poner mi vida en peligro", dijo. El futbolista Andrés Iniesta pasó por lo mismo. "De repente, uno empieza a encontrarse mal. No sabe por qué motivo, pero un día está mal. Y al siguiente, también. Y así, día tras día. No mejoras. Y el problema es que no sabes lo que realmente te está pasando", explicó. La tenista japonesa Naomi Osaka tuvo que rechazar acudir a Wimbledon porque la presión y su salud mental tampoco se lo permitieron.
Biles quiso otra vez romper el tabú. Ni el éxito ni la visibilidad ni la fama salvan de sufrir los problemas que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), soportan 450 millones de personas en el mundo. "La salud mental ha estado oculta tras una cortina de estigma y discriminación durante largo tiempo. Ha llegado la hora de que salga a la luz", señala la propia institución. Y por eso personalidades como la ministra de Igualdad, Irene Montero, aplaudieron a la gimnasta. "Para nosotras Simone Biles ya ha ganado. Parar, cuidarse, vivir. Escuchamos tus palabras y te mandamos todo el apoyo", publicó en su Twitter.
Sin embargo, no fue apoyada por todos. Ni siquiera entendida. El tenista de también reconocimiento mundial Novak Djokovic dijo, tras la retirada de Biles, que "la presión es un privilegio". "Sin ella no existiría el deporte profesional. Si tu objetivo es estar en la cima de tu deporte, lo mejor es que comiences a aprender a lidiar con la presión y los momentos difíciles, tanto en la pista como fuera de ella", zanjó. Y aun así, precisamente dentro de la pista, él no supo —al menos en apariencia— lidiar demasiado bien con ella. Tras ser derrotado por el español Pablo Carreño —que tras ese partido obtuvo uno de los tres bronces que ya tiene España—, el serbio destrozó su raqueta. Pero no sólo. Antes, cuando Djokovic podía intuir cómo iba a acabar el marcador, ya la había lanzado contra la grada.
Tras la pandemia, que sin duda ha marcado los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020 —no 2021 precisamente por este motivo—, los problemas de salud mental se han acrecentado. Eso sumado a la escasez de recursos para combatirla que pone España, hace complicado combatirlos. Discursos como el de Biles, no obstante, ponen el foco en algo que en España ya se debatía desde hace meses: el malestar, no sólo el físico, hay que combatirlo.
Contra la sexualización y por la conciliación
Sin duda el debate abierto por la gimnasta estadounidense ha sido el más comentado. Pero no ha sido la única lección que los y las deportistas olímpicos han querido poner de relieve. Quizá a los espectadores de los ejercicios de gimnasia artística les resultó extraño ver que las alemanas vestían un traje de cuerpo enterotraje de cuerpo entero que tapaba sus extremidades al completo. No lo hicieron al azar. La Federación Alemana de Gimnasia explicó que el objetivo es "presentarse estéticamente sin sentirse incómodo". Porque el habitual maillot lo es.
"Se mueve cuando haces muchos ejercicios", dijo Sarah Voss. "Se trata de lo que resulta cómodo. Queríamos mostrar que cada mujer, cada persona, debe decidir qué vestir", añadió su compañera de equipo Elisabeth Seitz.
Su decisión no pasó desapercibida, aunque no tuvo ninguna repercusión a nivel deportivo. Sí le pasó, en cambio, al equipo femenino de Noruega de volleyball. Las deportistas, en lugar del bikini reglamentario, decidieron vestir unas mallas cortas más parecidas a las que llevan sus compañeros, pero a la comisión disciplinaria de la Federación Europea de Balonmano no le gustó. Impuso al equipo una multa de 1.500 euros por "un caso de ropa inadecuada", un hecho denunciado por la cantante Pink, que anunció que será quien ella quien abone ese importe. "Estoy muy orgullosa del equipo femenino por protestar ante las reglas sexistas de su 'uniforme'. La Federación Europea de balonmano debería ser multada por su sexismo. Pagaré felizmente la multa por ustedes, sigan así", dijo. "No veo por qué no podemos jugar con pantalones cortos", añadió Martine Welfler, una de las jugadoras noruegas.
La nadadora artística española Ona Carbonell también ha sido protagonista por otra polémica relacionada con la lucha por la igualdad por parte de las deportistas. La dio a conocer ella misma a través de un vídeo publicado en sus redes sociales en el que aparecía amamantando a su recién nacido. Tal y como contó, las autoridades responsables de los Juegos Olímpicos cambiaron de opinión y decidieron impedir que los deportistas viajaran a Tokio con sus hijos lactantes o de corta edad, algo que "decepcionó y desilusionó" a Carbonell a pesar de que la decisión tenía que ver con las medidas de seguridad contra el covid-19. Porque el problema, dijo este lunes, a un día de su debut en las olimpiadas, es que "queda mucho camino por recorrer en la conciliación familiar y el deporte femenino".
"Colgué ese vídeo para visibilizar que en la conciliación familiar, madre-deporte-Juegos Olímpicos queda mucho camino por recorrer. Soy consciente, y estoy agradecida al Comité Olímpico Español y al Internacional porque han intentado ayudarnos para rendir al máximo y poder estar lo mejor posible con el bebé y tu familia", manifestó. "Pero deberían intentar normalizar esta situación. Es verdad que son unos Juegos diferentes y difíciles por la pandemia y al final se está consiguiendo el objetivo principal: celebrarlos. Pero, repito, ojalá lo hubiera tenido más fácil para no estar con el sacaleches cada cuatro horas", añadió la catalana, que fue madre hace un año.
Contra los estereotipos: ellos también reivindican
Aunque quizás han sido ellas las que más visibilidad han tenido en sus reivindicaciones, ellos también han querido aprovechar la enorme visibilidad de los Juegos Olímpicos para luchar contra el machismo que también sufren, sobre todo si no cumplen con los estereotipos socialmente aceptados. Ha sido Tom Daley, oro olímpico en salto de trampolín junto a Matty Lee, quien aprovechó la rueda de prensa posterior a la victoria para mostrar su apoyo a la lucha del colectivo LGTBI. "Me siento orgulloso de decir que soy un hombre gay y que también soy un campeón olímpico.Cuando era más joven pensaba que nunca podría conseguir nada precisamente por ser quien yo era. Ser campeón olímpico ahora demuestra que puedes conseguir cualquier cosa", señaló. Ya confesó hace años que, precisamente por ser quien es, sufrió un acoso escolar que le hizo hasta dudar de sí mismo.
Pero no sólo ha reivindicado con palabras, sino también con hechos. Daley, además de ser uno de los mejores saltadores de trampolín, es aficionado a tejer, un hobby que el británico ha practicado incluso en Tokio, desde las gradas donde ha podido ver a sus oponentes, dejando una imagen que se ha hecho viral. Un hecho que sirve como ejemplo, precisamente, de los estereotipos que quiere romper. "Lo único que me ha mantenido cuerdo durante mucho tiempos es mi amor por el tejido y el crochet y todo lo relacionado con la costura", confesó él mismo en su página de Instagram madewithlovebytomdaley, dedicada a sus obras.
Ver más"Soy futbolista y estoy orgulloso de ser gay": el armario del fútbol sigue cerrado a pesar de los avances LGTBI
No obstante, la de Daley no ha sido la única visibilidad del colectivo LGTBI en Tokio. Este lunes debutó Laurel Hubbard, la primera mujer trans en competir en unos Juegos Olímpicos tras ser autorizada por el Comité Olímpico Internacional. La atleta, que compite en la categoría de halterofilia, sin embargo, ha tenido que soportar algunas críticas, aunque otras compañeras como la británica Emily Campbell pidió "el mismo respeto" para todos los deportistas que, como Hubbard, se habían clasificado para participar.
Más allá del colectivo, Daley no ha querido ser el único ejemplo de ruptura de esa masculinidad tradicional que inunda especialmente el deporte y castiga a quienes no son fuertes, resistentes a todo —como quiso mostrarse Djokovic— y competitivos. Pero no ha sido el único, porque precisamente la competitividad ha sido una de las derrotadas en estos Juegos Olímpicos en los que, por primera vez desde 1912, dos atletas compartirán una medalla de oro. Se trata del catarí Mutaz Essa Barshim y el italiano Gianmarco Tamberi, que después de dos horas practicando sus ejercicios de saltos de altura, ambos quedaron empatados y acordaron no desempatar, compartir el título y celebrarlo juntos.
Este domingo 8 de agosto terminarán los Juegos Olímpicos. Empezaron marcados por la pandemia, con el endurecimiento de las medidas de seguridad para evitar al máximo los contagios de covid-19 —este domingo, Japón confirmó más de 250 casos relacionados con las olimpiadas—, pero parece que terminarán de una manera muy distinta. No acabarán con la desigualdad ni conseguirán que se atienda más a los problemas de salud mental, pero sí, al menos, abrirán un debate que podrá continuar en las siguientes ediciones.
Ocho medallas. Tres bronces, cuatro platas y un oro. Ese es el titular que, al menos de momento y al menos en España, han dejado los Juegos Olímpicos de Tokyo. Pero solo en términos meramente deportivos. Si miramos más allá, estas olimpiadas tan atípicas —se celebran un año después de los previsto y sin una sola persona en las gradas— también están dejando titulares que a priori nada tienen que ver con el deporte. La gimnasta Simone Biles abrió el debate de la salud mental; el saltador Tom Daley quiso reivindicarse como homosexual y, a la vez, romper los estereotipos masculinos; las jugadoras noruegas de voleibol y las gimnastas alemanas protestaron contra la sexualización de las deportistas... La lista es larga. Y las reivindicaciones, aunque no se dirijan únicamente a lo deportivo, apuntan directamente a un ámbito en el que la igualdad de género, el respeto al colectivo LGTBI o la desaparición de los estereotipos férreos continúa lejos. Más, si cabe, que en el resto de la sociedad.