Una sola frase dedicada a la represión y una Transición edulcorada: la desmemoria que aún pervive en el aula

Fotografías de desaparecidos y asesinados en la exhumación de la fosa común de Pico Reja, en el cementerio de San Fernando (Sevilla).

Casi medio siglo después del fin del franquismo y el comienzo de la Transición, el sistema educativo sigue afrontando con dificultad la enseñanza de ambos periodos. A pesar de los avances experimentados en las últimas décadas, la desmemoria aún pervive en muchas aulas españolas. Sobre todo, en el último curso de enseñanza obligatoria. La dictadura se sigue abordando de manera superficial, minimizando cuestiones fundamentales como la represión y perpetuando la imagen edulcorada de un tardofranquismo tolerable. Y el relato idílico de la Transición se mantiene fijo en la mayoría de los manuales. Un problema que parte del profesorado se esfuerza también por corregir en clase, ya sea a través de materiales adicionales o profundizando por su cuenta en algunas cuestiones.

Esta es, a grandes rasgos, la conclusión a la que llegan Néstor Banderas y Carlos Fuertes, de la Universidad de València, en "Franquismo y transición en las aulas: enseñanza y memoria democrática", que acaba de ser publicado en la revista Ayer. El artículo es una reflexión sobre el lugar que ocupan, y cómo se abordan, ambos periodos históricos en las clases de secundaria. Y que provoca que no pocos estudiantes presenten carencias en esta materia. Es un problema derivado de la escasa "priorización" que se le da en el currículo, de las lagunas que presentan los libros de texto o de la formación de parte del profesorado. "Pero no hay que generalizar. Muchos profesores se esfuerzan por corregir estos problemas y sus alumnos tienen un nivel magnífico", deja claro Fuertes en conversación con infoLibre.

Uno de los primeros obstáculos tiene que ver con la manera en la que se estructuran los manuales y la extensión de los mismos. "Se organizan de manera cronológica, lo que hace que franquismo y Transición siempre estén en la última parte y se traten de manera superficial al acabar el curso", deslizan los investigadores. Tampoco ayuda a profundizar el extenso programa al que tradicionalmente se han tenido que enfrentar profesores y alumnos en el último año de educación secundaria obligatoria. Sólo tres comunidades autónomas, sostienen, han decidido desplazar a 3º de ESO, junto con geografía, el siglo XIX, dejando para 4º de ESO la historia más reciente. El resto, o concentran todo en el último curso o dejan dicha decisión en manos de docentes y editoriales.

Y luego está el propio relato que hacen los manuales. "Obviamente, están mucho más actualizados que en los setenta u ochenta, ya no se recogen determinadas barbaridades o discursos franquistas. Pero existen ambigüedades o silencios que hacen que se perpetúen ciertas narrativas acríticas", cuenta Fuertes. Así, destacan la "peligrosa minimización" que se hace de la represión. "Cabe lamentar el insuficiente esfuerzo explicativo de las fundamentales diferencias entre las violencias de retaguardia contra civiles, abordadas a menudo de forma descriptiva, acrítica y equiparadora, desaprovechando la potencialidad del tema para la comprensión de una violencia sublevada premeditada, sistemática, constante y centralizada por las máximas autoridades", apuntan los historiadores.

Algunos de los manuales revisados por los investigadores dan buena cuenta de ello. El de Akal de 2023, por ejemplo, dedica una sola frase a las violencias en la retaguardia, mientras que los de Edelvives y Vicen Vives de ese mismo año destinan un cuarto de página, siendo este último el único que explica las diferencias existentes entre dichas violencias. Algo que contrasta con la "omnipresente historia militar de la contienda", al parecer "más relevante para la educación de nuestros jóvenes". Así, el primero de los manuales dedica dos páginas enteras a explicar la evolución de los frentes, mientras que los otros dos destinan una hoja cada uno. Explicaciones que, por supuesto, acompañan con sus respectivos mapas.

Un tardofranquismo tolerable

Apenas se dedica espacio al papel jugado por la Iglesia en la represión política. Y escaso el énfasis que se hace sobre la continuidad de la violencia como uno de los elementos estructurales de la dictadura. Los manuales, por lo general, circunscriben la represión a la inmediata posguerra, abordando de un modo mucho más superficial si cabe la posterior contra el maquis, las organizaciones antifranquistas o los movimientos estudiantiles u obreros. A menudo, queda reducido a una simple mención de ejecuciones oficiales –como la de Julián Grimau o Puig Antich–. "Durante el desarrollismo se obvia, como si fueran cosas puntuales o coletazos", expone Fuertes. Una represión "impersonal": "Apenas se habla de verdugos, como mucho se hacen menciones ambiguas al Ejército o la Falange".

En un lugar marginal quedan también los campos de concentración –se calcula que hubo alrededor de tres centenares distribuidos por toda la geografía española– o los batallones de trabajadores forzados, así como la represión económica, cultural o lingüística. Del mismo modo, los investigadores ponen también el acento en la visión edulcorada de un tardofranquismo menos malo que los manuales de texto tienden a reproducir. "Se obvia que la relajación y eliminación posterior de la autarquía fue una decisión forzada por su evidente fracaso en términos económicos y por un malestar social. [...] Del mismo modo, se minusvalora la importancia del sacrificio popular y los conflictivos laborales en la consecución de mejoras individuales y colectivas durante los sesenta", deslizan.

Un relato de progreso que se ve reforzado con la repetición de fotografías de época, apunta Fuertes, que entonces tenían una "finalidad propagandística". Abundan los Seat 600, Benidorm o, en algunos casos, las inauguraciones de pantanos. Y escasean, sin embargo, otras referidas a "explotación laboral, desigualdades en el consumo, emigración, desequilibrios territoriales, despoblación, impacto ambiental, chabolismo, especulación y falta de servicios en las periferias urbanas". De las imágenes analizadas en media docena de obras para 4º de ESO, los autores concluyen que un 76% refuerzan esa narrativa del progreso y apenas un 24% la matizan poniendo de relieve los déficits y los costes que llevó aparejado dicho desarrollismo.

La Transición, un relato "hegemónico"

También los manuales de historia analizados perpetúan la representación idealizada de la Transición. "Se mantiene un relato mucho más cercano al hegemónico de la clase dirigente que al que plantean las investigaciones históricas", expone Fuertes. Y que queda resumido a la perfección en un párrafo de uno de los ejemplares revisados por los dos investigadores: "A pesar de las tensiones sociales entre los partidarios y detractores del proceso democrático, este se realizó de forma pacífica y en un ambiente de tolerancia y de consenso entre las distintas fuerzas políticas, suscitando la admiración en el exterior y convirtiéndose en modelo para otros países".

De los polvos de aquella Transición, esta democracia embarrada

Se vende una imagen de una Transición construida por unas élites políticas, una suerte de historia institucional que minimiza el papel clave del antifranquismo, los movimientos vecinales o el feminismo. Y se perpetúa una idea de tranquilidad en ese camino hacia la democracia que contrasta con la historiografía. Sophie Baby, por ejemplo, calcula en El mito de la transición pacífica más de siete centenares de muertos por violencia política entre 1975 y 1982, una cifra que el periodista Mariano Sánchez Soler deja en 591 en La transición sangrienta. De ellos, más de un centenar y medio provienen de la violencia de Estado, a la que apenas se presta demasiada atención –al igual que a la de la extrema derecha– en los manuales analizados, que se centran en la violencia de ETA y los Grapo.

Reforzar la formación del profesorado desde la Universidad

Fuertes destaca la necesidad de cubrir estas lagunas educativas. Considera "fundamental" que en la enseñanza obligatoria, donde se va a quedar una parte del alumnado, se "priorice" y se "trabaje a fondo" en estos periodos históricos. Y para ello es clave la formación del profesorado: "Los docentes mejor formados son quienes mejor abordan la conflictiva historia reciente, impugnando narrativas acríticas, interpretando creativamente el libro de texto y complementándolo y sustituyéndolo con muchas otras fuentes". Por ello piden reforzar la enseñanza de estos contenidos en el Máster de Profesor de Secundaria y en el Grado de Historia. De hecho, en el curso pasado, solo 7 de 42 universidades que lo ofertaban incluían asignaturas obligatorias centradas en franquismo y Transición.

Profesores empoderados que empoderen a los alumnos. Algo fundamental en plena ola reaccionaria. "En un contexto de avance de la extrema derecha, si un estudiante ha pasado por las aulas abordando a fondo todo esto tiene más capacidad crítica respecto a discursos que banalizan la dictadura y normalizan propuestas similares a las que pudieron plantearse en el franquismo. Puede ayudar a prevenir la difusión y aceptación de este tipo de discursos", sentencia Fuertes.

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