Ni el rey fue el gran salvador, ni fue idea de la ultraderecha: la historia oculta del 23F desmonta los mitos de la versión oficial

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–En las diversas conversaciones con el rey, ¿cómo se despidieron?

–Siempre me mandaba un fuerte abrazo [...].

–¿Con abrazos?

–Con abrazos.

El que pregunta es Pedro Martín, abogado de Pedro Mas, uno de los golpistas en el 23F, durante el juicio. El que responde es Jaime Milans del Bosch, el capitán general que sacó los tanques a la calle en València. Lo llamativo es que una de esas conversaciones entre Milans y Juan Carlos I, cerrada con “abrazos”, se produce en la madrugada del 24-F, cuando es sabido ya que Milans ha pasado de las intrigas a los hechos y es un golpista con todas las letras. El rey, en esa llamada, le había ordenado la retirada de las unidades desplegadas. Otro abogado defensor le preguntó al militar si el monarca se lo había exigido con vehemencia, tratándolo como se trata al "jefe de una rebelión militar". Milans fue conciso: "No".

Este interrogatorio, que evidencia la zona de grises en que se movió el rey en la hora decisiva, está recogido en El 23-F y los otros golpes de Estado de la Transición (Espasa, 2021), del historiador Roberto Muñoz Bolaños, que lleva más de 20 años estudiando el golpismo de los años 70 y 80. Sus más de 630 páginas, publicadas con motivo de este 40º aniversario del 23F, constituyen una demolición de la versión oficial del golpe, montada sobre cuatro pilares descritos así por el historiador: 1) Su origen estuvo en "la derecha y la extrema derecha extraparlamentarias", tesis a la que le vino de perlas el procesamiento del azul García Carrés y que permitía trazar un paralelismo con el 18 de julio del 36. 2) La implicación militar se redujo a un "reducido número de ultraderechistas". 3) Ni los partidos ni la Corona tuvieron participación alguna, no ya en el golpe –que no la tuvieron–, sino en las operaciones que acabaron confluyendo en el golpe. 4) Juan Carlos I fue "el salvador del sistema democrático". Ninguno de estos cuatro pilares –nos cuenta Muñoz Bolaños– resiste el peso de la realidad. Tampoco salen bien parados de la investigación Estados Unidos, ni la Iglesia, ni la patronal.

Ni golpista, ni salvador

La investigación describe un golpe marcado por la ambigüedad y el sobreentendido. El 23F es imposible de comprender desde el trazo grueso. Para empezar, porque hay una extendida confusión terminológica. Para deshacerla el autor se esmera en distinguir el golpe militar –Tejero tomando el Congreso, de acuerdo con Alfonso Armada y Milans– de la solución Armada, una operación civil para "reconducir el golpe", legalizándolo, y convertir al que había sido secretario general de la Casa del Rey hasta 1977 en presidente del Gobierno. Ahí, en esa operación, sí estuvo el rey Juan Carlos, a tenor de los hechos narrados por Muñoz Bolaños.

Ojo, el historiador no sostiene que el rey participara en el golpe, sino en la solución Armada. Lo que se rechaza de plano es su papel de "salvador", mito fabricado con posterioridad. En conversación con infoLibre, el autor lo explica sacando de nuevo la paleta de grises. "Yo creo que el rey actuó bien. ¿Cuál es el problema? Que fue presentado como el más opuesto a los golpistas, el salvador. Y cuando empezaron a salir datos, pues se vio que las cosas no eran como se había dicho".

El rastro de Armada

En la investigación, el 23F es la desembocadura de la llamada transición paralela, toda una serie de operaciones que no tenían el objetivo de propiciar una dictadura, sino de "moderar en sentido conservador el proceso de cambio político". Mientras el golpe del 23F fue "estrictamente militar", la transición paralela tuvo una hegemonía civil. El punto en que ambas esferas se acercan es la solución Armada, que tuvo diversas versiones, entre ellas ser una vía para "reconducir" un posible golpe de Estado, una especie de plan B.

El problema es que Armada acabó participando en el golpe que él mismo se suponía que iba a "reconducir", dejando a los pies de los caballos a todos los que habían hablado con él sin saber que el general estaba jugando también con la baraja de Tejero. Y con Armada había hablado la crème de la crème. El más señalado, el rey, que había alentado sus ambiciones de poder sin saber hasta dónde las llevaría. Claro, todo eso provocó que el 24-F hubiera muchos nervios. Y una urgente necesidad de forjar una versión oficial que excluyera preguntas incómodas.

"Psicosis golpista"

¿Quiénes fueron los protagonistas de la transición paralela? A lo largo del libro aparecen numerosos nombres de la élite política, mediática y empresarial. Sobresale uno: el tecnócrata Gregorio López-Bravo (1923-1985), ministro con Franco entre 1962 y 1973, en las carteras de Industria y Exteriores. Hay un hito clave. En 1977 –escribe Muñoz Bolaños– tiene lugar un almuerzo en la Agencia EFE convocado por su presidente, Luis María Anson, destacada figura de la transición paralela. Acuden los exministros y empresarios Villar Mir y Carlos Pérez de Bricio; los banqueros Valls Taberner, Alfonso Escámez y Jaime Carvajal; Max Mazin, vicepresidente de la CEOE; y el exministro de Obras Públicas Federico Silva Muñoz, fundador de AP. ¿Qué posible presidente aparece? En efecto: López-Bravo, cuyos apellidos ya habían surgido antes en las hipótesis de posible vuelco político y regresarían después. 

No obstante, su pedigrí franquista acabó lastrando sus aspiraciones. El fracaso de las operaciones para aupar a López-Bravo supuso la constatación de que el líder de la transición paralela debía ser militar. Había caldo de cultivo, desde luego. Los involucionistas del Ejército eran un hervidero, sobre todo desde la legalización del PCE en 1977. Se había producido una tormenta perfecta, agravándose sin descanso hasta 1981: paro, delincuencia, terrorismo, proceso autonómico, reforma castrense. Muñoz Bolaños anota todas las formas que adoptaron las maniobras contra el Gobierno: advertencias en los medios; puestos vacantes que nadie aceptaba ocupar, en desaire al Ejecutivo; cartas al rey –¡qué fijación militar con las cartas al rey!–; reuniones de mandos en la que se repetía la pregunta "¿y yo qué hago?"; encerronas a Gutiérrez Mellado, como el llamado incidente Atarés... Los movimientos se adentraron plenamente en el golpismo con la operación Galaxia (1978) y la intentona López Rojas (1979), además de varios amagos. Ninguno pasó a mayores, pero entre todos incrementaron una creciente "psicosis golpista" cebada de antemano por la continua publicación de artículos en la prensa derechista presagiando que algo iba a ocurrir, según expone paso a paso Muñoz Bolaños.

Esa "psicosis" es clave. La certeza en los ámbitos político y económico de que acechaba un "golpe duro" alimentaba el diseño de planes b, estos ya sin carácter golpista, como salida para evitar una posible dictadura. Tenían planes los democristianos de Herrero de Miñón; los liberales de Garrigues Walker; los martinvillistas... Es en ese ambiente en el que en 1979, otra vez en las cenas de Anson, se forja la idea de la operación golpe de Timón, maduración de la transición paralela, que ya prevé una votación de los parlamentarios en “situación de excepcionalidad”, escribe Muñoz Bolaños. Las conversaciones, que incluían a altos responsables del Cesid, llegaron a oídos de Suárez, que descabezó la agencia, pero sin romper la afinidad entre su cúpula y el hombre que empezaba a descollar en los listados de posibles salvadores: Alfonso Armada, un hombre del rey.

'Solución Armada'

La solución Armada tuvo dos fases. Una primera, netamente constitucional, basada en una moción de censura, que se presentaba a políticos de distinto signo como una respetable operación De Gaulle. Apoyó esta opción un joven empresario, Juan Rosell, que se convertiría en presidente de la CEOE en 2010. Armada se postulaba en reuniones con políticos y militares. También se citó con dirigentes socialistas, como Enrique Múgica, detalla la investigación. Elaboró incluso un "gobierno virtual", con críticos de la UCD, suaristas reciclados, diputados del PSOE y Coalición Democrática, nacionalistas... "No hay constancia de que se reuniese con dos de esos futuros miembros de su Ejecutivo: Felipe González [vicepresidente virtual] y Ramón Tamames", escribe el autor.

La dimisión de Suárez, menos de un mes antes del 23F, dejó sin coartada a la variante constitucional. Pero eso no detuvo a Armada, que veía la presidencia a tiro. La solución Armada pasó a ser entonces "pseudoconstitucional", porque preveía la elección del militar como salida para un cada vez más previsible golpe duro. Aquí Muñoz Bolaños hila fino: los civiles que habían alentando a Armada no sabían –afirma– que el golpe iba finalmente a tener la participación del propio Armada. "No tengo constancia de que ningún civil supiese del golpe, más allá de lo que Tejero le contara a García Carrés", explica.

"Armada optó por 'monitorizar' el plan de Tejero, que suponía la retención ilegal de los representantes populares con el objetivo de que posteriormente lo eligiesen a él", recoge la investigación. Ese plan "monitorizado" por Armada es el 23F, del que era cómplice en la sombra y quería aparecer como solucionador. Pero era un plan con "errores de diseño", escribe el historiador. En cuanto sonaron los disparos en el Congreso, todo se le torció a Armada. Cuando este le pide a Tejero, que había entrado en el Congreso con la idea de imponer una junta militar, que salga del Congreso para que él presida un gobierno con comunistas y socialistas, el guardia civil se indigna. Ante la negativa de Tejero a entrar en el juego de Armada, este no logra aparecer como salvador del golpe. El 23F fracasa.

Un rey en zona de grises

Con el 24-F empiezan los sudores fríos de todos los que habían conocido la solución Armada. El rey tenía la papeleta más difícil. Muñoz Bolaños concluye que la lentitud de algunos movimientos del rey el 23F obedeció a su voluntad de "resolver la situación sin que se derivaran responsabilidades penales", porque un juicio lo dejaría demasiado expuesto. Había aspectos muy controvertidos de su actuación. La Casa Real había autorizado a Armada, como detalla el autor, a acudir al Congreso "a título personal" a desactivar el golpe ofreciéndose como solución. Zarzuela llegó a denegar a Armada el permiso para desvelar en su defensa una conversación con el rey el 13 de febrero. La hipótesis de Muñoz Bolaños es que el monarca autorizó al general a "reconducir" cualquier golpe. En la vista oral, Milans declaró que en la solución Armada estaba "todo el mundo". El fiscal lo interrumpió justo en ese momento. Otro problema para el rey era que los golpistas habían invocado su nombre. El rey lo sabía. A las 4 de la mañana del 24-F, envió un mensaje al golpista Pardo Zancada, con ánimo de desactivarlo, en el que le reconoce una actuación guiada por la "fidelidad al rey".

La investigación de Muñoz Bolaños implica al rey en la solución Armada, no en el 23F. Además, el repaso de los hechos también anota decisiones de Juan Carlos I orientadas a detener el golpe. Una vez evaluada la situación tras el tejerazo, llamó a los capitanes generales, que se pusieron a sus órdenes. Como siempre, el autor compone su retablo a base de claroscuros. Por una parte, a Armada se le impidió ir a Zarzuela; por otra, se le permitió ir al Congreso. Por un lado, el rey ordenó a Milans retirar los tanques; por otro, le enviaba un abrazo. Y, tras el abrazo, le mandaba un télex en el que afirmaba que "cualquier golpe de Estado [...] es contra el rey", al mismo tiempo que añadía enigmáticamente: "Después de este mensaje ya no puedo volverme atrás". "Aunque el golpe había fracasado", explica ahora el historiador sobre el trato del rey a Milans, "quedaba un problema latente, y es que se podía producir un golpe de Estado militar". "Sí, el rey había detenido la salida de las tropas, pero era arriesgado indisponerse con Milans", añade. La conclusión final es que la situación impedía actuaciones de heroísmo arrebatado.

Corona, partidos, servicios secretos

De modo que el 24 de febrero había mucho que hacer para proteger la imagen del rey y otras figuras clave de la joven democracia. "Todos los que apoyaron la solución Armada estaban en graves problemas, porque una vez ocurrido el golpe era difícil desligar lo ilegal de lo ilegal y porque Armada tuvo amplísimas relaciones", explica Muñoz Bolaños, que cree que el rey tuvo "miedo", al igual que el grueso de la élite política. El investigador se detiene en las primeras medidas para empezar a armar la versión oficial, entre ellas las reuniones jefe del Estado con todos los líderes políticos y el encuentro de la cúpula de la CEOE con el Cesid. José María Ruiz-Mateos llegó a afirmar que puso 1.000 millones de pesetas para “tapar bocas”, según el autor de la investigación. Aquellas supuestas aportaciones no quedaron probadas. 

A la versión oficial le estorbaba Armada, "buen amigo" de Anson y hombre del rey, que había dejado largo testimonio de sus conspiraciones. Aunque lo cierto es que a la postre el general nunca implicó al monarca. Así se expresaba 20 años después del 23F: "[...] El rey conocía que había una serie de inquietudes, de follones, de conspiraciones [...]. Lo sabía, sabía lo mismo [duda], vamos, sí, lo mismo que yo. Ahora bien, el rey no me dijo: 'Adelante con el 23F'". La sentencia vino a ayudar al creciente consenso en torno a la versión oficial. El enfoque se centró en 33 personas, evitando un macrojuicio que habría expuesto aún más al monarca. Aunque los testimonios recabados por Muñoz Bolaños implican a la Agrupación Operativa de Misiones Especiales (AOME) del Cesid, su jefe, José Luis Cortina, también próximo al rey, fue absuelto en el juicio. En el plano mediático, Muñoz Bolaños cita a El País, Abc y Diario 16 como los periódicos más decisivos a la hora de consolidar la versión oficial.

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De la versión oficial y la sentencia que la aquilató no sólo se beneficiaron la Corona, los partidos y los servicios secretos. La crónica hace dudar del "compromiso democrático" de Estados Unidos, la jerarquía católica y la CEOE. "Creo que la embajada de Estados Unidos sabía lo que iba a ocurrir. Esperaban que el golpe derivara en un gobierno de concentración que pusiera al frente a Armada, con el que tenían buena relación", explica. "Estados Unidos no tuvo una actitud de compromiso activo con la democracia española", concluye el historiador. ¿Qué indicios maneja? El 23F todo el personal de la embajada, la estación de la CIA en Madrid y los militares en las bases de acción conjunta estaban en alerta. La Sexta Flota estaba desplegada frente a las costa levantina. En la legación diplomática, la conference room, diseñada para evitar escuchas, llevaba una semana preparada. Al autor le llama la atención que los telegramas entre la embajada y el Departamento de Estado de aquella noche aún no se hayan desclasificado.

¿Y la Iglesia? El golpe coincidió con el inicio de la 34ª Asamblea de la Conferencia Episcopal, de obligada asistencia de los obispos, que debían elegir al sucesor de Vicente Enrique y Tarancón. "Nada más comenzar la reunión, un obispo, cuyo nombre no se hizo público, informó a sus compañeros de que 'hoy es un día para estar atentos a la radio, pues es posible que se produzcan importantes acontecimientos'. Este comentario podía ser resultado de la información que presuntamente el día 20 había proporcionado Cortina [Cesid] a algunos miembros del episcopado", anota el historiador. Cuando Tejero tomó el Congreso, los obispos guardaron silencio, justificándose en que en la sala sólo había un teléfono. El que fue obispo auxiliar de Madrid, Martín Patino, explicó dos décadas después a El País las resistencias a emitir una nota de apoyo a la democracia. El cardenal Jubany le llegó a sugerir: "¿Por qué no lanzas tú solo la nota, como cosa tuya?". A juicio de Martín Patino, "los obispos fueron cómplices". En cuanto a la patronal, Muñoz Bolaños anota la negativa de su cúpula ante la petición de Suárez y su asesor económico Alberto Recarte a la solicitud de emitir una declaración a favor de la democracia. No hubo grandes heroicidades aquel 23F. Más bien abundaron el tacticismo, la indeterminación, el impasse.

Salió bien. Pero con un precio. A la hora de conmemorarlo, parte de la verdad sobraba.

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